Las interpretaciones sobre el candente tema son muchas y no dejan de exponer, cada una de ellas, razones válidas. Lo interesante es que la conclusión, sea mediante alguna argumentación u otra, parece proyectarse como única: el sistema imperial atraviesa la crisis general que agudiza los riesgos en los cuales ha vivido hasta hoy la humanidad.
Las sonrisas del nuevo rostro ubicado en la Casa Blanca, sus promesas de cambio y hasta los honores internacionales que le han sido conferidos sin fundamentos sólidos, son apenas una cortina que para muchos ya apenas cubre la amarga realidad. Y es que tras las apariencias, los fines hegemónicos del imperio no han cambiado.
Las guerras de conquista petrolera y despliegue geopolítico en Afganistán e Iraq no ceden. Admitamos que la nueva administración siempre habló de enfatizar el esfuerzo bélico contra los talibanes, pero al propio tiempo ofreció salir rápidamente de suelo iraquí.
Lo cierto es que si la primera promesa ha sido cumplida con creces, con respecto a la segunda la cuenta sigue absolutamente pendiente.
Por si fuera poco, la administración made in USA ha sido ducha en crear nuevas tensiones globales en todas las latitudes. Aquellas historias verbales iniciales de equidad internacional, respeto al derecho ajeno, oportunidades igualitarias y clima de colaboración, sencillamente se han convertido en letra muerta.
La hostilidad sostenida hacia Irán por los esfuerzos de la nación persa en utilizar pacíficamente el átomo, ha llevado al escenario de pre guerra que se vive hoy en relación con Teherán, y que ha sido denunciado más de una vez por el líder de la Revolución Fidel Castro en los últimos días.
Mientras, el extraño y sospechoso hundimiento de una nave de guerra sudcoreana, tragedia de la que se acusa a la República Popular Democrática de Corea, otro viejo objetivo del imperio norteamericano, ha recalentado la situación en el extremo oriente a extremos sumamente peligrosos.
Por otra parte, en América Latina, bajo la administración Obama, son de triste recordación el golpe de estado contra el gobierno legítimo de Honduras y su sustitución por un régimen fabricado por indicaciones oficiales yanquis, así como el establecimiento en Colombia de siete nuevas bases militares destinadas a amenazar a los procesos populares que en los últimos años vienen cambiando la faz política regional.
Esa actitud belicista se ha agudizado en los últimos días con la complicidad de las autoridades de Bogotá que, por encomienda del imperio, no cesan de crear incidentes y tensiones contra la vecina Venezuela, al punto de que ya provocaron otra nueva ruptura de las relaciones diplomáticas bilaterales y echan leña a un posible conflicto armado en la zona que justifique la acción de las fuerzas estadounidenses acantonadas en el área.
La conclusión que salta a la vista no es más que la repetición de otras nacidas a lo largo de muchos decenios, y se deriva de la forma de actuar que caracteriza en enorme medida a la política externa de los Estados Unidos desde sus propios orígenes: las clases dominantes norteamericanas viven obcecadas con la idea de lograr el dominio mundial, y en ese empeño cualquier desatino es admisible.
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