La otra, intenta glorificar el sistema capitalista, pintarlo como la verdadera panacea, como el proyecto del gran equilibrio y total progreso y como el modelo que debe reinar eternamente entre los hombres.
Sin embargo, la realidad concreta está probando a ojos vista desde hace mucho tiempo que la efectividad del orden social no se mide esencialmente por el esplendor de las vitrinas y el despliegue de luces de neón. Y es que detrás de los colores y los brillos, pueden estar muy bien disimuladas las mil y una desventuras.
Y ese es, sin dudas, el paisaje que se descubre cuando se va a la trastienda del sistema capitalista global, ese que se vende como modelo de loco consumo, de desenfrenado derroche, y de tierra y espacio de promisión.
Son los colores presentados ante los ojos de los más para que ellos sueñen también con un golpe de suerte o despliegue de maña, y de cómo podrían codearse algún día con las minorías opulentas. De ahí que no sea raro encontrar a un pordiosero que en su miseria todavía sueñe con llegar a la cúspide de la realización material.
Sin embargo, lo cierto es que el capitalismo no es más que una cadena de explotación, no puede ser más injusta y abusiva.
Para que en el norte industrializado, por ejemplo, una parte de los mil millones de personas que lo habitan se cuenten entre los más ricos del orbe, del otro lado de la geografía global casi seis mil millones de seres humanos no la pueden pasar peor.
Los recursos que sustentan suntuosas posesiones inmobiliarias, coches de último modelo, embarcaciones y aviones privados, negocios a todo trapo, y gula, diversiones y placeres al por mayor, salen del hambre, la insalubridad y la incultura que pululan en el escenario subdesarrollado, donde el pedazo de pan, junto a una urgencia, resultan incluso elevado lujo para muchos.
En los propios Estados Unidos más de 40 millones de ciudadanos no tienen cobertura de salud y los desempleados suman hoy 10 de cada 100 personas aptas para trabajar.
El titulado capitalismo desarrollado ni siquiera ha sido capaz de resolver las necesidades esenciales de sus propios ciudadanos. Lógicamente, el nivel de vida de un explotado en el norte industrial suele ser por lo general más elevado que el del paria del sur empobrecido. Sencillamente las migajas pueden resultar más numerosas. Pero no por ello se puede hablar de justicia y oportunidades para todos.
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