26-10-2010
Como de costumbre la sensualidad peruana sólo camina por la epidermis lanzando venablos por aquí o acullá, creando raspones y minúsculas heridas que no llegan a revelar las profundidades de lo acontecido hace pocos días con el tema de la Consagración del Señor de los Milagros como Patrono del Catolicismo en Perú. ¿Qué parlamentario, jurisconsulto, edil, autoridad, notario, amanuense, alumno, soldado, presidente o cualquiera en la cosa pública se atrevería a cuestionar el Concordato jamás debatido o ratificado por Congreso alguno desde 1980 y que consagra un acuerdo internacional entre el Estado vaticano y el Estado peruano? Una pregunta, a todas luces incómoda. Y una respuesta consabida: ¡nadie!
Si el pueblo peruano en su mayoría es de fe católica ¿a cuento de qué consagrar o ratificar lo que todos sienten como parte de su margesí de prácticas de confesión? Darle cuerpo en forma de ley dictada por el Establo no hace sino perpetrar la estrategia de una cucufatería superlativa. Aunque muy respetable, pareciera que era un asunto innecesario, salvo que…….
En efecto el Concordato facilita sueldos y mantiene a cientos de empleados, curas, obispos, autoridades, de la Iglesia Católica con cargo a los impuestos que pagan los peruanos. ¿Debería un ciudadano que no es católico buscar un amparo que le libere, por ser de otra grey, del pago a estos improductivos? Si la mayoría manda, entonces no pareciera que su iniciativa tenga éxito alguno. No obstante, el tratado internacional sólo otorga esta clase de facilidades a los de la Iglesia Católica y lo propio toda clase de exenciones tributarias que sí paga el resto de mortales: luz, predios, etc.
¡Este es el meollo del asunto! Al blindaje de un tratado internacional que carece del requisito fundamental de su ratificación y ¡hasta de su discusión! en algún Congreso, ahora se adiciona el dispositivo congresal bajo la forma de consagración. ¿Reemplaza este último al señalado como imprescindible en la Constitución? ¡De ninguna manera! No obstante habrá que ver si hay valientes dispuestos a inmolarse en las hogueras modernas cohonestadas por la Santa Inquisición donde manda un cuervo ensotanado y de sectarismo ultramontano. Ha sido capaz de decir que el libre pensamiento no ha recibido agresión.
Años atrás, con Pedro Flecha, el que esto escribe y un parlamentario entonces, discutimos sobre este írrito concordato. El político de marras, astuto y habiloso, no definió jamás un camino de cuestionamiento a éste. Por toda respuesta recordó que “la política era su oficio” y que su voz autorizada dábase el lujo de desdeñar cualquier otra. Flecha y yo descubrimos que en Perú enfrentarse a la Iglesia Católica es casi una ley genética de todo aquél que esté en la cosa pública.
¿Favorece el concordato a otra religión distinta a la católica?: ¡de ninguna manera, sólo a ella! Eso ha generado respuestas absurdas: hay congregaciones evangélicas que anhelan ¡su propio concordato! En buena cuenta, el engorde de la carga de obligaciones del presupuesto nacional para repartir dinero también a los de grupos religiosos no católicos. ¡Una aberración!
Notaba don Manuel González Prada y así consigna Hugo García Salvatecci en Visión de un apóstol, p. 181, Ed. DESA, Lima, 1990:
“Los clérigos “gozan de todas las excepciones” (17) en la confianza de contar con el aval absoluto del Estado: “La protección, el favoritismo, para todo lo referente a la religión, raya en lo inverosímil. Cuando faltan decenas de soles para ayudar en algo a las compañías de bomberos, sobran centenas de libras esterlinas para obsequiar regiamente a una congregación” (18). Por ello exigen todo y se niegan a rendir cuentas de nada y esa mentalidad los vuelve despiadados”.
La estrategia cucufata que monitorea un cuervo se ha anotado, ante la estupidez institucional y mental de sectores mediocres y turbios, puntos valiosos. De eso no hay duda.
¿Conoce a algún político dispuesto a cruzar lanzas con la Iglesia Católica?
¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!
¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!
¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!
¡Sólo el talento salvará al Perú!
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