(Por Michael Hudson ).- Qué detendrá a los bancos norteamericanos y a sus clientes de crear 1 billón, 10 billones o aun 50 billones de dólares en sus pantallas de ordenador, a fin de comprar todos los bonos y todas las acciones del mundo, junto con las tierras y otros activos en venta, en la esperanza de lograr ganancias de capital y embolsarse los diferenciales de arbitraje en el desapalancamiento de la deuda a menos de un 1% de coste de intereses? Tal es el juego que está jugándose ahora mismo.
Las finanzas son la nueva forma de conducir la guerra: sin los costos dimanantes de gastos militares y ocupación de territorio hostil. A lo que estamos asistiendo es a una competición por la creación de crédito valedero para comprar en el extranjero recursos, bienes raíces, infraestructura pública y privada, bonos y acciones de propiedad de empresas.
¿Quién necesita un ejército, cuando puedes lograr los objetivos habituales (apropiación de Riqueza crematística y de activos) sirviéndote sencillamente de medios financieros? No se precisa de una guerra militarmente librada cuando puede obtenerse el mismo resultado con una guerra financiera. Todo lo que se requiere es que los bancos centrales acepten crédito en unos dólares en vías de depreciación como medio de pago para comprar activos locales. Conseguirá la victoria cualquier economía cuyo sistema bancario sea capaz de crear la mayor parte del crédito con un ejército de pantallas de ordenador y apropiándose por esta vía de los recursos del mundo. La clave, como dicho, es convencer a los bancos centrales extranjeros de que acepten ese crédito electrónico.
Las autoridades estadounidenses demonizan a los países extranjeros como “manipuladores” empeñados en mantener débil su propia moneda. Pero lo único que hacen esos países es tratar de proteger su moneda de una deriva reapreciadora frente al dólar, una deriva propiciada por arbitristas y especuladores dispuestos a inundar con dólares sus mercados financieros. Los bancos centrales extranjeros se ven obligados a elegir entre permitir una entrada masiva de dólares que empuje al alza sus tasas de cambio –volviendo entonces prohibitivos los precios de sus exportaciones—, o reciclar esas entradas masivas de dólares comprando unos títulos del Tesoro norteamericano que rinden a un exiguo 1% de interés y cuyo valor de cambio está en declive. (Los bonos a largo plazo del Tesoro corren el riesgo de un declive interno del precio del dólar, si suben las tasas de interés en los EEUU.)
La “flexibilización cuantitativa” [quantitative easing] es un eufemismo para referirse a la inundación con crédito de las economías, esto es, con deuda en el otro lado de la balanza contable. La Reserva Federal está inyectando liquidez y reservas en el sistema financiero interno para reducir las tasas de interés, manifiestamente para permitir a los bancos “buscar su salida” de la quiebra técnica resultante de los malos préstamos realizados en los tiempos de la burbuja inmobiliaria. Pero ¿por qué tendrían los bancos que prestar más en unas condiciones en las que un tercio de los hogares norteamericanos se hallan ya en quiebra técnica y la economía está encogiendo a causa de la deflación por deuda?
El problema es que la “flexibilización cuantitativa” está empujando al dólar a la baja y a otras monedas al alza, para contento general de los especuladores de divisas, que disfrutan de una barra libre pronta y fácil. Y es para defender ese sistema que los diplomáticos estadounidenses amenazan con hundir a la economía mundial en una anarquía financiera, si otros países no se allanan a reescenificar el Acuerdo del Plaza de 1985 “como un posible marco para organizar de en común una devaluación ordenada del dólar y evitar pugnas comerciales potencialmente desestabilizadoras”. (Tom Lauricella, Wall Street Journal, 8 de octubre de 2010)
Así pues, la gran cuestión en las finanzas globales de nuestros días es cuántas naciones extranjeras seguirán sucumbiendo a medida que los costes se disparan hasta la estratosfera financiera. Se está obligando al mundo a elegir entre la anarquía financiera y la subordinación al nuevo nacionalismo económico de los EEUU. Eso es lo que está empujando a las naciones a crear un sistema financiero alternativo.
El sistema financiero global ya vivió, a la sombra de la burbuja inmobiliaria en Japón a partir de 1990, un largo y fracasado experimento de flexibilización cuantitativa con los empréstitos que especulaban con los diferenciales de tasas de cambio de divisas (carry trade)
Fue Japón quien refinó el carry trade, hasta que cobró su actual forma. Luego del estallido de su burbuja financiera e inmobiliaria en 1990, el Banco de Japón trató de facilitar a su bancos una “salida” de su quiebra técnica suministrándoles crédito a bajo interés, para que pudieran prestar. La recesión de Japón dejó poca demanda interna, de manera que los bancos japoneses desarrollaron el carry trade: prestar a arbitristas a bajo interés en Japón y en el exterior para que éstos prestaran a los países que ofrecieran los mayores rendimientos.
Se prestaban yenes para convertirlos a euros, dólares, coronas islandesas y renminbi chinos capaces de comprar deuda pública, bonos del sector privado, acciones, opciones de moneda y otras intermediaciones financieras. Ese carry trade coronaba con un arbitraje exterior con bonos de países como Islandia, que pagaba un 15%. Lo que hace la flexibilización cuantitativa es subsidiar la fuga de capital estadounidense empujando al alza la tasa de cambio de las divisas que no son dólares.
Bernanke ha creado 2 billones de dólares de crédito de la Reserva Federal. Y ahora (octubre de 2010) la Fed se propone aumentar su creación de dinero con otro billón a lo largo del próximo año. Eso es lo que ha hecho que se dispare el precio del oro y que los inversores salgan de las “monedas papel” en proceso de debilitación desde comienzos de septiembre. Y es también lo que empuja a las demás naciones a proteger convenientemente sus propias economías.
Toda la flexibilización cuantitativa ha ido a parar al extranjero, sobre todo a los países BRIC: Brasil, Rusia, India y China. “Una investigación reciente en el FMI ha mostrado concluyentemente que la flexibilización cuantitativa del G4 ha sido completamente transferida en el pasado a las economías emergentes (…) desde 1995, la orientación de la política en Asia ha sido casi totalmente determinada por la orientación del G4 (EEUU, la eurozona, Japón y China), definida por la Reserva Federal. De acuerdo con el FMI, “los precios de los capitales sociales en Asia y América Latina aumentan generalmente cuando los excesos de liquidez se transfieren del G4 a las economías emergentes”.
Tomar préstamos en cantidades sin precedentes de bancos estadounidenses, japoneses y británicos para comprar bonos, acciones y divisas en los países BRIC y en el Tercer Mundo es un proceso expansivo autoalimentado. Los flujos especulativos que ingresan en esos países empujan al alza sus monedas y los precios de sus activos, pero sus bancos centrales fijan esas transacciones en dólares cuyo valor cae en relación con la moneda propia local.
Los funcionarios estadounidenses dicen que todo eso forma parte del mercado libre. “No es bueno para el mundo que todo el peso de resolver este problema… recaiga sobre las espaldas de los EEUU”, dejó dicho el Secretario del tesoro Tim Geithner.
La práctica de “esterilización” de la especulación financiera no deseada es precisamente lo que los EEUU han venido criticando a China. China ha intentado vías mas “normales” para reciclar su excedente comercial, buscando, por ejemplo, la compra de empresas norteamericanas. Pero el Congreso no permitió hace unos años que la Corporación Petrolera Nacional China (CNOOC, por sus siglas en inglés) entrara en el sector de la refinería petrolífera en EEUU. Eso deja pocas opciones a China y a otros países que no sean la de mantener estables sus monedas comprando bonos públicos estadounidenses y europeos.
Como he dicho antes, los arbitristas obtienen ganancias por partida doble: el margen de arbitraje entre los rendimientos de los bonos públicos brasileños a largo plazo, cercanos al 12%, y el costo del crédito estadounidense (1%), más la ganancia en los mercados de divisas resultante del hecho de que el flujo de conversiones de dólares a reales brasileños ha disparado la tasa de cambio hasta un 30% (un dólar valía a comienzos de 2009 2,50 reales brasileños; la semana pasada se cambiaba a 1,75). Desde el punto de vista, pues, de la capacidad de apalancar 1 millón de dólares de inversión con capital propio para comprar 100 millones de dólares de valores extranjeros, la tasa de rendimiento es del 3.000% desde enero de 2009.
Brasil ha sido más una víctima que un beneficiario de lo que eufemísticamente se llama “entrada de capitales”. La entrada de dinero extranjero ha elevado la tasa de cambio del real un 4% en el último mes (del 1 de septiembre a comienzos de octubre). El alza del pasado año ha erosionado la competitividad de las exportaciones brasileñas, obligando al gobierno –el pasado 4 de octubre— a imponer una tasa del 4% a la compra extranjera de su deuda pública para frenar la apreciación de su moneda. “No es sólo una guerra de divisas”, dijo el pasado lunes el ministro de finanzas Guido Mantegna. “Tiende a convertirse en una guerra comercial, y eso nos preocupa”.
Esos flujos de entrada no suministran capital para inversiones tangibles. Son predatorios y causan unas fluctuaciones de la moneda que perturban las pautas del comercio generando enormes beneficios comerciales para las grandes instituciones financieras y sus clientes. Sin embargo, la mayoría de las discusiones sobre la tasa de cambio abordan la balanza de pagos y las tasas de cambio como si estuvieran únicamente determinadas por el intercambio de mercancías y la “paridad del poder adquisitivo”, no por los flujos financieros y por el gasto militar, factores actualmente dominantes de la balanza de pagos. A favor de una situación como está han venido abogando inveteradamente los cabilderos de la banca. Tiene poco que ver con el bienestar de los trabajadores.
La ganancia especulativa potencialmente más grande de todas promete ser la apreciación del renminbi chino. El comité presupuestario del Congreso [la House of Ways and Means] está sosteniendo ese juego, exigiendo a China que eleve su tasa de cambio el 20% que el Tesoro y la Reserva Federal están sugiriendo. Una reapreciación de tal magnitud permitiría a los especuladores reducir a un 1% la cantidad de capital que tienen que poner: 1 millón de dólares para obtener un crédito de 99 millones de dólares con que comprar renminbi chino.
La reevaluación exigida produciría un beneficio de un 2.000%: 20 millones de dólares, resulltantes de una apuesta de 100 millones de dólares (y sólo 1 millón de “dinero serio”) que cosecha 12 millones. Los bancos, ni que decir tiene, pueden operar aquí con márgenes muchos más grandes, casi infinitamente apalancados, por el estilo de lo que se hace en los mercados de derivados financieros de impagos crediticios (los CDS) y otros juegos parecidos con derivados.
Este tipo de dinero ya se ha ganado especulando con valores brasileños, indios y chinos y con los de otros países cuyas tasas de cambio se han visto forzadas al alza por la huída crediticia del dólar, que ha caído un 7% en relación con una cesta de divisas desde comienzos de septiembre, cuando la Reserva Federal aireó la perspectiva de una ulterior flexibilización cuantitativa.
Este flujo al exterior de capital estadounidense ha ayudado, en efecto, a los bancos norteamericanos a rehacer sus balances contables. Como pretendía la Reserva Federal. Pero en ese proceso, el sistema financiero internacional ha sido la víctima que ha sufrido los daños colaterales. Por eso los funcionarios chinos han replicado a la acusación norteamericana, que les culpa de estar protegiendo un excedente comercial, diciendo que la agresión financiera estadounidense “incrementa el riesgo de una destrucción mutua de las grandes potencias económicas”.
Difícilmente puede sorprender que los países extranjeros busquen una alternativa. Contrariamente a lo que viene pregonando el grueso de los medios de comunicación, el déficit de la balanza de pagos estadounidense –y, por lo tanto, el excedente en la balanza de pagos
de otros países— no es primariamente un déficit comercial. El gasto militar en el exterior se ha acelerado a pesar del final de la Guerra Fría y la disolución de la Unión Soviética en 1991.
Aún más importantes han sido los aumentos de flujos exteriores de capitales procedentes de los EEUU. Los bancos norteamericanos prestaron a gobiernos extranjeros del Tercer Mundo, prestaron a otros países deficitarios para que cubrieran sus déficits de balanza de pagos, prestaron a prestatarios privados para que compraran infraestructuras extranjeras en proceso de privatización, para que compraran acciones y bonos extranjeros, y prestaron a arbitristas para que pudieran tomar préstamos a bajo interés y comprar por valores de alto rendimiento por todo el mundo.
Corolario de lo cual es que los excedentes en la balanza de pagos de otros países no proceden primariamente de su comercio, sino de la especulación financiera y del derroche en el gasto militar global estadounidense.
La política estadounidense de “flexibilización cuantitativa” es percibida cada vez más como un eufemismo encubridor de un ataque financiero predador contra el resto del mundo.
Los controles de capital venideros
El sistema financiero global se está rompiendo a medida que las autoridades monetarias estadounidenses alteran las reglas que ellas mismas establecieron hace cerca de medio siglo.
Antes de que los EEUU se fueran del oro en 1971, nadie podía ni soñar con que una economía –especialmente la de los EEUU— pudiera crear crédito ilimitado en pantallas de computador sin asistir al desmoronamiento de su moneda. Pero eso es lo que ocurre con las letras del Tesoro estadounidense convertidas en patrón de las finanzas internacionales. En tales circunstancias, los países extranjeros sólo pueden evitar que sus monedas suban frente al dólar (poniendo, entonces, precio a su trabajo y a sus exportaciones fuera de los mercados exteriores) por alguna de estas tres vías: (1) reciclando las entradas de dólares por la vía de comprar valores del Tesoro norteamericano; (2) imponiendo controles de capitales; o (3) evitando el uso de dólares o de otras monedas utilizadas por los especuladores internacionales en economías que promueven la “flexibilización cuantitativa”.
Para defenderse de esa perspectiva, el FMI se propone para actuar como un “banco central”, creando lo que a fines de los 60 se llamaba “papel oro”, esto es, crédito artificial en forma de Derechos Especiales de Giro (DEG). Sin embargo, otros países ya se han expresado la queja de que el control de las votaciones está dominado por los principales promotores de la especulación arbitrista (los EEUU, Gran Bretaña y la eurozona).
Los países BRIC están sencillamente creando su propio sistema paralelo. En septiembre, China se allanó a una propuesta rusa de empezar a comerciar directamente en yenes y rublos. Con Brasil ha llegado a un acuerdo similar. Y en vísperas de la reunión del FMI en Washington, el 8 de octubre, el primer ministro chino Wen hizo una parada en Estambul para acordar con el primer ministro turco, Erdogan, el uso de sus propias monedas en los intercambios comerciales entre los dos países, unos intercambios que se triplicarán en los próximos cinco años (hasta alcanzar un volumen de 50 mil millones de dólares), prescindiendo del uso del dólar.
En el plano económico más profundo, la ruptura del sistema financiero global a que estamos asistiendo es parte del precio que tienen que pagar la Reserva Federal y el Tesoro estadounidenses por haberse negado a aceptar el primer axioma de la actividad bancaria: “las deudas que no pueden devolverse, no serán devueltas”. Trataron de “salvar” el sistema bancario de la depreciación de la deuda en 2008 manteniendo en pie el gasto en deuda.
– Texto editado. Descargue el artículo completo en www.sinpermiso.info. Traducción de Mínima Estrella. Fuente: Revista Movimiento Continuo (MC).
– Michael Hudson trabajó como economista en Wall Street y actualmente es Distinguished Professor en la University of Misoury, Kansas City, y presidente del Institute for the Study of Long-Term Economic Trends (ISLET). Su dedicación a los problemas de las economías postsoviéticas, y especialmente la letona, le ha llevado a ser comisionado recientemente, por parte de la coalición de izquierda letona Centro de la Armonía, como economista jefe de la Reform Task Force Latvia, un think tank encargado de elaborar una política económica alternativa para ese país báltico.
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