Es de tal magnitud la salvajización del hombre y mujer peruanos que sorprende el día en que los noticieros de radio y televisión no den cuenta de muertes por choques, colisiones violentas entre vehículos o aplastamiento –literal- de peatones por microbuses esos fierros letales que siembran caos, bulla y algún servicio de transporte.

¿Ha esperado un vehículo alguna vez debajo de un puente?* ¡Hágalo y percibirá que el infierno, si existe, es un edén al lado de estos antros plenos en bocinas incesantes, jaladores con vozarrón hiriente al buen oído, ladronzuelos dispuestos a hurgar en las intimidades más recónditas para cumplir su jornada laboral, pocos policías y un desorden de esos que hacen preferir cualquier otra clase de suplicio. Si a eso se le agrega el calor ambiente la conclusión es que hay que desaparecer de las inmediaciones, caminar o alquilar un taxi ¡si encuentra uno por la zona!

Debajo de un puente sucede cualquier cosa. Nada es increíble. Miles de ciudadanos esperan, sudor en ristre y manos agarrotadas sobre sus carteras y pertenencias, la llegada del microbús. Cuando éste arriba, nuevamente hay que comprender la paciencia del chofer que no arranca ipso facto sino que aguarda que su nave se nutra de pasajeros y que el jalador atiborre el transporte. Detrás hay cinco, seis o siete vehículos con sendos gritones y en búsqueda de virtuales víctimas.

Nota aparte y peleada con el buen gusto, en la mayoría de los casos, es la presentación del cobrador: pelo largo y desordenado, uniforme –cuando lo usa- con manchas de grasa y uso constante que claman por un lavado con lejía industrial; uñas largas y, por supuesto, sucias; hedores que delatan una pelea a muerte con la higiene y con las más elementales reglas del decoro. Estos chicos y chicas tienen la acrobática misión de pisarle, empujarle o insultarle si acaso no hay acuerdo, pacto social, entre lo que usted estima que debe pagar y lo que ellos reclaman. A veces la solución es “salomónica”: lo botan del microbús y a esperar otro.

Por razón misteriosa, no pocos choferes tienen la alucinación de ser émulos de Fittipaldi, Stewart o Fangio y entonces, dando rienda a su fecundísima vocación suicida, desatan carreras a todo meter por cualquier calle o avenida. Las estadísticas relatan que no son pocas las tragedias así germinadas. Y los ciudadanos rara vez reclaman o demandan que el conductor modere su conducta. Más de una vez he escuchado la siguiente frase incomprensible: “qué suerte, vamos a llegar temprano”.

¿Alguno de los candidatos, muchos de ellos autistas genuinos, ha metido diente en la problemática del transporte público de la nación? Salvo el señor Castañeda que hizo un extraño negocio que comenzó en una cifra y terminó en otra muy distinta y abultada para el Metropolitano, no hay otro. ¿Creerán que eso se soluciona sólo o qué?

¿Deberíamos llegar a la conclusión burocrática y palabrera que en Perú precísase un Defensor del Pasajero? Me temo que sería onanismo puro, banal, dispendiador de recursos escasos. ¡Aquí el tema pasa por una educación severa del peatón como del conductor, jalador, cobrador! Y con multas para los violen las reglas. ¿Cuáles son aquellas? Todas las que, basadas en el respeto mutuo, fraternidad de compartir propósitos comunes, viajar tranquilos, sanos y de llegar al destino, se deriven de un catecismo cívico que debe enseñarse en las escuelas, repetirse en las universidades y colocado en todos los cruceros! ¿No se requiere acaso un brevete para manejar autos? Entonces ¡que se vuelva obligatoria la cédula del peatón, la del chofer, la del cobrador y la del jalador! Mucho más difícil fue imponer la costumbre saludable de ajustar los cinturones de seguridad en toda unidad de locomoción. ¿Por causa de qué sería esto más complicado?

Los miedos de comunicación deberían hacer un examen riguroso de cuánta basura destilan por sus canales, radioemisoras y en blanco y negro. ¿No están siendo ellos vectores principalísimos de la animalización del ciudadano? ¿Quién se atreve a negar un hecho a todas luces evidentísimo?

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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* Abajo del puente, 4-5-2010, http://www.voltairenet.org/article165271.html