Se sabe que se acerca el final cuando un dictador desencadena un infierno desde el cielo sobre sus propios compatriotas civiles desarmados y bombardea partes de su propia capital. También es un puente demasiado lejano incluso según los estándares inconfesables de dictadores respaldados por Occidente en el mundo árabe. Sobra mencionar que Washington y Gadafi han sido los mejores compinches en la «guerra contra el terror».
Se sabe que el (espantoso) show se podría estar acabando cuando el Jeque Yousef al-Qaradawi, una de las autoridades suníes más populares del mundo, no sólo por su show semanal en [televisión árabe] al-Yazira, emite una fatua:
«Ahora estoy emitiendo una fatua para matar a [Muammar] Gadafi. A todo soldado, a todo hombre que pueda apretar el gatillo y matar a ese hombre, que lo haga”, y luego ora en directo en al-Yazira, por el fin del dictador libio («Oh Dios, salva a los libios de este faraón». Cuando termina, el presentador de al-Yazira dice «Amén»).
Sabes que las campanas están doblando cuando tu «Brigada Abu Omar», responsable de tu protección, sigue desatando una violencia asesina; pero tus embajadores de todo el mundo desertan en masa; tu propio embajador adjunto en las Naciones Unidas, Ibrahim Omar al-Dabashi, dice que tu gobierno está perpetrando un genocidio; tus pilotos de cazabombarderos se niegan a bombardear tus ciudades; tus oficiales militares, en una declaración, llaman a todos los miembros del ejército a dirigirse a Trípoli para deponerte; una coalición de dirigentes islámicos dice a todos los musulmanes que su deber es rebelarse contra ti debido a tus «sanguinarios crímenes contra la humanidad»; y para rematar, la gente llama a una «marcha de un millón», siguiendo el modelo egipcio.
¿Y qué pasa con los Halcones Malteses? En un día de volcánica actividad, cuesta superar la espectacular deserción de dos coroneles de la Fuerza Aérea Libia, que volaron en sus Mirages a Malta. Se habían negado a bombardear a los manifestantes en Bengasi y dijeron a las autoridades maltesas que habían llegado tan cerca de cumplir con su misión que pudieron ver a la multitud en tierra. También entregaron información «clasificada» sobre lo que han estado haciendo los militares libios.
Y todo esto en un solo día, lunes.
No bastó con enviar a mercenarios «africanos negros» a disparar a matar en Bengasi. Ya el domingo, el Jeque Faraj al-Zuway, líder de la crucial tribu al-Zuwayya en el este de Libia, había amenazado con cortar las exportaciones de petróleo a Occidente en 24 horas a menos de que se detuviera lo que llamó «opresión de manifestantes» en Bengasi.
Akram Al-Warfalli, líder de la tribu al-Warfalla, una de las mayores de Libia, en el sur de Trípoli, había dicho a al-Yazira que Gadafi «ya no es un hermano, le decimos que abandone el país».
Los 500.000 bereberes, tuaregs, del desierto meridional, también están contra él. Cuando cuatro tribus cruciales –la espina dorsal de tu sistema– marchan sobre Trípoli para librarse de tu persona, más vale que pongas cuidado.
Es posible que la historia termine por registrar cómo el horrible régimen de 41 años de Gadafi en Libia (ya estaba en el poder cuando «Truculento» Richard Nixon era presidente de EE.UU.) se derrumbó virtualmente en sólo 24 horas. Habrá sangre –mucha sangre-; pero el «hermano» va a caer.
«Ríos de sangre correrán por Libia»
El comienzo del fin fue típico de un dictador árabe; Saif al-Islam al-Gadafi, que parecía un gorila elegante con traje y corbata, apareció en la televisión estatal libia el domingo por la noche en lugar de su padre para pronunciar un discurso amenazador/repelente/patético que sólo enfureció aún más a las masas libias después de seis días de protestas en la histórica región Cirenaica.
Después de amenazar con «erradicar los focos de sedición» (ecos de dirigentes iraníes erradicando protestas la semana pasada), el hijo «modernizador» de Gadafi dijo que los libios corren el riesgo de poner en marcha una guerra civil en la que «se quemará» la riqueza petrolera de Libia.
En 2009 Said recibió un doctorado en la Escuela de Economía de Londres (LSE) con una tesis titulada «El papel de la sociedad civil en la democratización de instituciones de gobierno global: del ‘poder blando’ a la toma colectiva de decisiones». El año pasado pronunció una conferencia al respecto en la LSE.
¿No es maravilloso que los dictadores más horrendos del mundo puedan enviar a sus vástagos a las mejores escuelas del mundo donde pueden apaciguar la falsa conciencia de Occidente, mientras en casa amenazan abiertamente a su propio pueblo y utilizan disparos de francotiradores, armas automáticas y artillería pesada contra sus compatriotas desarmados?
Es dudoso que la LSE haya enseñado a Saif cómo iniciar una guerra civil relámpago con sólo una diatriba. Pero es lo que logró.
El escritor libio Faouzi Abdelhamid –comparando el nombre Saif al-Islam («espada del Islam») con Saif al-I’dam («espada de ejecución»)- surgió a toda máquina, calificando a todo el clan Gadafi de criminales y ladrones: «Ni siquiera tenéis derecho a vivir entre nosotros como ciudadanos comunes, porque sois culpables de alta traición».
Para cuando Saif estaba lanzando sus amenazas, la ciudad oriental de Bengasi ya había caído en manos de los manifestantes. Trípoli era la siguiente, el lunes. Mientras el régimen bloqueaba todas las líneas telefónicas, ocasionales twits frenéticos transmitieron el lunes toda clase de rumores y hechos aterradores –inevitablemente eclipsados por el sonido aciago de munición de guerra-. Los helicópteros descargaban balas sobre la gente en las calles. Los cazabombarderos lanzaban ataques. Los francotiradores disparaban desde los tejados.
Escuelas, oficinas gubernamentales y la mayoría de los negocios de Trípoli estaban cerrados, y «Comités Revolucionarios», es decir matones del régimen, patrullaban las calles a la caza de manifestantes en la ciudad vieja de Trípoli. Según Salem Gnan, portavoz basado en Londres del Frente Nacional por la Salvación de Libia, 80 personas pueden haber muerto cuando los manifestantes rodearon la residencia de Gadafi y les dispararon desde el interior del complejo.
Mientras la Sala del Pueblo –donde el parlamento se reúne cuando sesiona en Trípoli– era incendiada y todas las ciudades al sur de Trípoli iban siendo progresivamente «liberadas», al-Yazira logró rastrear la fuente del bloqueo de la frecuencia de su satélite Arabsat hasta un edificio de los servicios de inteligencia libios al sur de la capital.
Ahmed Elgazir, investigador de derechos humanos del Centro Noticioso Libio (LNC) en Ginebra, dijo posteriormente a al-Yazira que recibió un pedido de ayuda por teléfono satelital de una mujer que presenciaba una matanza. Testigos presenciales informaron a Agence France-Presse de otra «masacre» en los distritos Fashloum y Tajoura de Trípoli. La noche del lunes la cantidad (no confirmada) de muertos sólo en Trípoli había llegado por lo menos a 250.
Entre los libios toda la información del país se transmitía y se sigue transmitiendo, virtualmente, de boca en boca. Pero los twits que llegaron a al-Yazira o a la BBC también subrayaron un profundo disgusto por el silencio ensordecedor de la «comunidad internacional» («¿Sólo vale la pena mencionarnos cuando tiene que ver con petróleo o terrorismo?»)
Resumen de las condenas motivadas por el petróleo
Ciertamente, la denominada «comunidad internacional» comenzó a darse cuenta de la situación cuando el periódico The Libyan Quryna informó de que habían comenzado protestas en la ciudad norteña de Ras Lanuf, cuya refinería de petróleo procesa 220.000 barriles de petróleo diarios.
Sí, aparte de las bufonadas de Gadafi, Libia influye en Occidente porque exporta 1,7 millones de barriles de petróleo al día. Su producto interno bruto es de 77.000 millones de dólares –número 62 en el ranking mundial-; en teoría eso implica un ingreso per cápita de más de 12.000 dólares al año, más, por ejemplo, que Brasil, miembro del BRIC. Pero la norma es una profunda desigualdad: aproximadamente un 35% de los libios vive bajo la línea de pobreza y el desempleo asciende a un insoportable 30%. La riqueza petrolera se queda en Tripolitania. Libia este -Cirenaica– donde comenzó la revolución contra Gadafi, es terriblemente pobre.
En el frente del alto riesgo, la Autoridad Libia de Inversión (LIA) –también propietaria de un fondo de alto riesgo basado en Londres– ha invertido más de 70.000 millones de dólares en todo el mundo. Es un importante accionista, por ejemplo, del Financial Times, Fiat y de uno de los principales equipos de fútbol italianos, Juventus. LIA invierte –y tiene intención de invertir– miles de millones en Gran Bretaña.
Pasemos a los ministros de exteriores de la Unión Europea (UE), que emiten la usual condena insulsa y burocrática. Por lo menos el primer ministro italiano, ídolo del «bunga bunga» y estrecho compinche de Gadafi, Silvio Berlusconi, quien primero había dicho que no quería «molestar» a su amigo, tuvo que calificar de “inaceptable” la masacre de civiles y afirmar que estaba «alarmado». Para ver a Berlusconi besando literalmente las manos de Gadafi, haga clic aquí. Como mínimo el 32% de las exportaciones de petróleo de Libia va a Italia.
Y luego tenemos otro ejemplo clásico, el silencio ensordecedor de Washington. La secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton, emitió la acostumbrada condena insípida. El científico y activista libio-estadounidense Naeem Gheriany dijo al Institute for Public Accuracy que el gobierno de Barack Obama «dice que está ‘preocupado’ por la situación, pero no hay una verdadera condena a pesar de la terrible situación. Están masacrando a centenares de personas. Se informa de que Gadafi utiliza cañones antiaéreos para disparar a la gente. Aparentemente, en unos pocos días han matado a más gente en Libia que en semanas en Irán, Túnez, Bahréin, Yemen, e incluso Egipto (que tiene una población mucho mayor)… Ni siquiera el petróleo puede justificar este silencio.»
Sobra mencionar que Washington y Gadafi han sido los mejores compinches en la «guerra contra el terror». El agente capturado de al-Qaida, Ibn al-Sheikh al-Libi, objeto de una «entrega» de la CIA al ex presidente egipcio Hosni Mubarak y a Omar «Jeque al-Tortura» Suleimán, quienes lo torturaron debidamente para que confesara una conexión inexistente entre Sadam y al-Qaida con las armas de destrucción masiva y que utilizó el entonces secretario de Estado Colin Powell como «inteligencia» en su discurso en las Naciones Unidas en febrero de 2003, fue posteriormente rastreado en Libia por Human Rights Watch antes de terminar su vida en un supuesto «suicidio».
¿Villa en Milán o en La Haya?
El escritor opositor libio Ashour Shamis ha señalado: «Para Gadafi es una cuestión de matar o morir». La familia dijo al periódico saudí al-Sharq al-Awsat: ¡Todos moriremos en suelo libio! Eso significa Gadafi y una serie de vástagos odiados.
Su hijo Khamis –comandante de una unidad de elite de fuerzas especiales, entrenado en Rusia– es el cerebro de la represión en Bengasi. Su hijo Saadi, también está, o estaba, allí, junto con el jefe de la inteligencia militar Abdullah al-Senussi.
Su hijo Muatassim es el consejero de seguridad nacional de Gadafi y, hasta ahora, su posible sucesor. En 2009 trató de establecer su propia unidad de fuerzas especiales para debilitar el poder de Khamis.
Su hijo Said, el «modernizador» con un diploma de la LSE, no se lleva bien con la vieja guardia del régimen y los temidos «Comités Revolucionarios».
Su hijo Saadi es básicamente un matón al que le gusta formar escándalos en los clubes nocturnos en Europa. Lo mismo vale para su hijo Hannibal.
Todo parece y suena como una película barata de gángsteres salpicada de sangre. ¿Y qué pensar de la extraña aparición de 20 segundos de Gadafi en la televisión estatal el martes («Estoy en Trípoli, no en Venezuela»), empuñando un paraguas, sentado dentro de furgón color crema y llevando un sombrero de invierno con orejeras, sin la menor idea de lo que estaba sucediendo? (Después de todo apoyó hasta el final a sus amigos, Zine el-Abidine Ben Alí, de Túnez, y Mubarak). Calificó de «perros» a los canales de televisión –como al-Yazira- (En los años ochenta ya utilizó grupos de sicarios para matar a «perros callejeros» exiliados que cuestionaban su revolución).
A pesar de todo no hay que subestimar a Gadafi. Controla toda la infraestructura –defensa, seguridad, asuntos exteriores-. Más a todos esos mercenarios/exterminadores «africanos negros» pagados con oro. Ali Abdullah Saleh de Yemen dijo que su país no es Egipto o Túnez. Gadafi dijo que Libia no es Egipto o Túnez. Mubarak dijo que Egipto no es Túnez.
Todos se equivocaban: todo el mundo árabe es ahora Túnez. Las masas libias odian a «su» líder. Incluso otros dictadores árabes –con la excepción de la Casa de Saud– lo odian. Tiene pocas opciones para expatriarse. Hugo Chávez de Venezuela tendría que estar loco para ofrecerle asilo y así destruir para siempre su credibilidad de «campeón de los pobres».
Bueno, todavía queda Berlusconi. Una hermosa villa cerca de Milán, excelente pasta y puede colocar su carpa de beduino en los lujuriosos jardines. Y si a Berlusconi lo mandan a la cárcel en abril en su juicio por el «Rubygate», Gadafi incluso podría mudarse a la residencia principal. Pero después de bombardear desde el aire a sus propios ciudadanos, de contratar a mercenarios para que los maten, sólo queda un destino de primera calidad: el Tribunal Penal Internacional en La Haya.
Fuente: Asia Times Online, 23 de febrero 2011.
Traducido del inglés por Germán Leyens.
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