por Alfonso López-Chau; alopezch@uni.edu.pe
10-5-2011
Muchos de los que votamos por Fujimori en 1990, volvimos a votar por él en 1995. En 1990 para impedir el triunfo de Mario Vargas Llosa. Nos equivocamos. Confundimos nuestra oposición a la contingencia de un programa de gobierno, con la necesaria salud y transparencia del sistema político.
Mario Vargas Llosa nos hubiera garantizado un sistema abierto, un sistema de instituciones, nos hubiera garantizado una competencia política libre y sana.
Si en el pasado, si en 1990 o 1992, si aun en 1995, la alternativa fue entre el caos, la anarquía; y la necesidad de orden y seguridad, a partir de 1996 el dilema al que se empuja aceleradamente al país parece ser la opción entre la salud moral y dignidad de los ciudadanos, de la sociedad y Alberto Fujimori. Entre la libertad de los hombres y mujeres del Perú, y la inmensa capacidad del Presidente para doblegarlos y humillarlos.
Para magnificar sus logros y ocultar sus carencias están sus amigos y voceros. Para señalar lo que ellos callan, está la independencia.
No deseamos, por lo tanto, echar incienso. Ni siquiera pretendemos analizar sus logros, para ello tiene ya el gobierno una abundante prensa que comparte sus criterios. Pretendemos señalar algunas de sus equivocaciones por dos razones. La primera, para intentar persuadir, si acaso llega, y evitar la continuación de los errores. La segunda, por un deber de conciencia. Socialdemócrata o no, liberal o no, uniformado o no; de lo que se trata es de que no se escabulla el debate central de hoy por discusiones doctrinarias o de programa económico. El debate hoy y en el futuro será de engranaje, de sistema, de competencia y rotación política. Es, en suma, de valores, de moral política. Pues los políticos pueden cambiar de programa, correrse al centro se le llama, por exigencia de la realidad, pero también por astucia, por oportunismo e inescrupulosidad.
I.Velasco y Chile
La primera, con su falta de equilibrio y serenidad cuando sostuvo Ud. que Velasco había armado al Perú para invadir Chile. Su oposición, ingeniero, a un modelo distinto al suyo, lo cegó. Fue un comentario mezquino. Ud. olvidó que a Velasco se le puede criticar, si Ud. quiere, en todo, y sólo concederle que tuvo algo a su favor: no fue un traidor. Fue un soldado, un General del Ejército del Perú que hizo a mucha gente sentir orgullo de la tierra en que nació. Tal vez por esa razón el general Cisneros Vizquerra, adversario de Velasco, no le dio a Ud. la razón. Por el contrario, calificó sus declaraciones con un adjetivo violento, las calificó de “imbecilidad”. Para muchos se excedió, para otros Ud. mereció más.
Cuando se trata de nuestra relaciones con el exterior, sobre todo cuando hay de por medio conflictos, existe la obligación moral de respaldar al presidente. Todos tenemos la obligación moral de respaldar al presidente, así se llame él Velasco, Belaúnde o Fujimori. Debió Ud. darnos el ejemplo. Rompió, en cambio, el pacto moral que los peruanos en este campo debemos a los gobernantes del país.
II. Recaderos-agradecimiento-chantaje
“Si quieres triunfar en política hay que aprender a comer sapos”, dice un dicho más o menos conocido. Dicho perverso.
Condensa mucho de la historia y de los modos en nuestro país.
Una posible lectura: la frase aconseja mentir, soportar, disimular, en espera de una mejor oportunidad. Astucia le llaman los que así piensan y consiguen el propósito de mantenerse.
Un político ya fallecido, comentando la frase que excusa el oportunismo y la humillación, decía que los sapos no podían faltar en el menú para los dos tipos de comensales que conocía: unos que se sentaban a la mesa y pedían más, acostumbrados al sabor nauseabundo del platillo, a la consistencia chiclosa de los sapos, a su baba. Otros, que tragaban su ración con repugnancia, y a solas hacían esfuerzos por vomitar.
Existe la imagen difundida, ingeniero Fujimori, de que Ud. convierte a ministros y legisladores en recaderos. En recaderos suyos. No se trata de una abierta imposición directa. Para eso están los escogidos. Se trata del diseño sutil de una maquinaria, de una cultura que obliga a ministros y legisladores no a elevarse, los obliga voluntariamente a inclinarse.
¿A cuántos de ellos la “nueva cultura” induce a pedir más? ¿Cuántos a solas hacen por vomitar? Por supuesto hay ejemplares excepciones.
III. ¿Agradecimiento o chantaje?
“Con todo el apoyo” fue un insultante eslogan. Fue el eslogan con que encabezó su campaña el candidato Yoshiyama y al que Ud., Sr. presidente, prepotentemente avaló.
Dijo: A éste lo escogí yo, y a éste no. Yoshiyama tendrá todo mi apoyo, el otro no. Las palabras, como las formas, ingeniero, son señales que pueden servir para recrearnos, pero también para descubrir el alma. Con ello, demostró el respeto que le merecen a Ud. los contrincantes, a pesar de que se hayan esforzados en expresar una y otra vez, simpatía por Ud. y su programa de gobierno.
Conocidos los resultados de las elecciones a la alcaldía de Lima, invitados formalmente Ud. y sus seguidores a la juramentación por el vencedor, optó simplemente por no asistir. Fue un gesto poco noble. Tenía Ud. el derecho, pero no fue noble.
Posteriormente, han sido más que evidente sus desaires. Salvo, por supuesto, cuando se trata de inaugurar una obra como la del paso del desnivel de Miraflores. En este caso, como seguramente en el futuro, se apurará Ud. en presentarse con Yoshiyama. Cuando se trata de perjudicar a alguien políticamente, Ud. no asiste o intriga. Cuando se trata de que alguien no se beneficie exclusivamente de los réditos políticos inevitables, Ud. asiste.
Ah!, pero Ud. encarceló a Abimael. Ud. y muchos esforzados dirigentes del país, liberaron al pueblo del Perú del pánico al que estábamos sometidos. En momentos de anarquía, de vacío, el valor supremo de los pueblos, antes que cualquier otro valor, defiende el de la seguridad. El pueblo peruano se lo ha agradecido, siempre le reconocerá la superación del trauma. Ha sido un agradecimiento generoso, sin cálculo. Pero cuando el agradecimiento es exigido, ingeniero, rebaja a quien lo otorga, pero más a quien lo recibe. Suena a “págame porque te di”. Esto y no otra cosa fue lo que todo el mundo vio en la campaña municipal en que fueron derrotados sus candidatos. Todo el mundo vio extorsión, vio obligación. Y cuando se obliga al agradecimiento, se incentiva el pragmatismo y el oportunismo de los pueblos, se demuestra que hay desprecio por la dignidad humana porque el agradecimiento exigido es chantaje.Y el chantaje y la extorsión, como hábitos públicos, no educan. Mal educan. Los gestos y comportamientos pueden ayudar a formar. También a deformar.
IV. ¿Vox populi, vox dei?
Su gobierno, ingeniero, suele esgrimir el alto porcentaje de aprobación en las encuestas. El porcentaje es cierto, hasta el momento, pero creemos que ni Ud. ni nadie puede convertir este hecho en licencia para el abuso. El “vox populi vox Dei” no puede ser un arma paralizante para callar cualquier posible objeción, ni su propia reflexión. Aunque claro, la aprobación a una gestión es siempre mejor que el rechazo. Sin embargo, un verdadero hombre de Estado sabe igualmente que el setenta o noventa por ciento de respaldo o de aprobación en las encuestas no puede ser un criterio absoluto para determinar la dirección del equilibrio justo y de la verdad. Ud. sabe que los dirigentes, como los pueblos, pueden acertar, pero se pueden también equivocar. Mussolini, Franco, Hitler y Stalin se equivocaron a pesar de que tuvieron en su oportunidad aprobación popular. No tuvieron razón y no estuvieron del lado de la verdad.
La voz del pueblo, ingeniero, “puede ser muy firme en cuestiones muy dudosas. Y puede oscilar en cuestiones sobre las cuales apenas cabe duda. Puede estar bien intencionada, pero ser imprudente. O bien puede no ser ni bien intencionada ni muy prudente”. Esta es la explicación que nos da Karl Popper, uno de los pensadores con más prestigio al interior del liberalismo honesto. Es la explicación valiente que muchos no dicen por temor a la impopularidad: “la voz del pueblo no siempre es la voz de Dios”.
“Somos demócratas –señala Popper, ingeniero-, no porque la mayoría siempre tenga razón, sino porque las tradiciones democráticas son las menos malas que conocemos. Si la mayoría se decide en favor de la tiranía, un demócrata no tiene que suponer que por ello se ha puesto de manifiesto una incongruencia fatal en sus opiniones. Más bien debe comprender que la tradición democrática no es lo suficientemente fuerte en su país… Las instituciones solas nunca son suficientes si no están atemperadas por las tradiciones. Las instituciones son siempre ambivalentes en el sentido de que, a falta de una tradición fuerte, también pueden servir al propósito opuesto al que estaban destinadas a servir. Por ejemplo, se supone que una oposición parlamentaria debe impedir, hablando en términos generales, que la mayoría robe el dinero de los contribuyentes. Pero recuerdo bien, -dice Popper-, un turbio asunto que se dio en un país del sudeste de Europa que ilustra la ambivalencia de esta institución: en ese país la oposición compartió el botín con la mayoría”.
Pero Popper dice algo mucho más fuerte. Nos dice que la opinión pública “constituye un peligro si no está moderada por una fuerte tradición liberal. Es peligrosa como árbitro del gusto e inaceptable como árbitro de la verdad”.
Pero Ud. es un hombre práctico, ingeniero, y lo anterior debe saberle a pura teoría. Me temo, por eso, que no podrá reparar. Nunca podrá considerar que en la historia de la humanidad, finalmente, “no hay nada más práctico que una buena teoría”.
A pesar de ello, nos comprometemos a presentarle a continuación hechos concretos, hechos prácticos.
Permítanos recordarle, entonces, que lo sucedido en Francia durante la segunda guerra mundial es, para este propósito, un buen ejemplo práctico. No sólo porque grafica la equivocación de la opinión pública sino por el comportamiento posterior del gobernante que concentró el poder.
Como lo ha registrado la historia, Pétain y una mayoría importante del pueblo francés aprobó, durante la Segunda Guerra Mundial, un armisticio vergonzoso con los alemanes. Un General, solo al inicio, se rebeló a la entrega, a la claudicación. Sintió la obligación moral de oponerse, de oponerse a Pétain y a la aprobación del pueblo francés extenuado por la guerra. Su nombre: Charles De Gaulle. Para muchos un hombre de derecha, un conservador, para nosotros, un demócrata de personalidad fuerte, quien ante los rumores de que pretendía convertir su gobierno en una dictadura habría sostenido que tenía demasiado orgullo y respeto por sí mismo como para convertirse en dictador.
Al oponerse al régimen de Pétain y al armisticio aprobado, señaló: “Ante la confusión de las almas francesas, ante la licuefacción de un gobierno caído bajo la servidumbre, ante la imposibilidad de hacer funcionar nuestras instituciones, yo, general De Gaulle, soldado y jefe francés, tengo conciencia de hablar en nombre de Francia. Proclamamos que todos los jefes franceses, cualesquiera que hayan podido ser sus faltas, que decidan sacar la espada que han guardado en la vaina, nos encontrarán a su lado sin exclusiva”.Y al dirigirse a la cúpula militar que respaldaba a Pétain, quien, reiteramos, contaba con evidente respaldo popular, les dijo: “Esos hombres que se han apoderado del poder por un pronunciamiento de pánico, esos hombres que de un día para otro han destruido las instituciones del país,…esos hombres que han aceptado no sólo la servidumbre sino la colaboración con el enemigo, a esos hombres la Francia Libre no les reconoce ni justificación, ni poder legítimo. La Francia Libre opone a su autoridad política toda la tradición de las libertades francesas y, a menos que vuelvan al deber… la Francia Libre opone a su autoridad militar estas palabras: “¡Un general sometido, no tiene poder ya para dar órdenes!”.
De Gaulle, ingeniero Fujimori, cuando Pétain aceptó el armisticio y cuando los restos de las Cámaras Legislativas decidieron la desaparición del régimen republicano y se instauró un sistema autoritario permitido por los alemanes, lanzó su proclama de rebeldía el 18 de junio de 1940. En agosto de 1944 De Gaulle entra en París. En 1946 De Gaulle, jefe del gobierno provisional, dimite de su cargo. De 1946 a 1958 vive apartado de la política. En 1958 vuelve al poder, es elegido presidente del pueblo francés. Dimite en 1969. Tuvo todo el poder. Lo dejó, se fue a su casa doce años. Volvió al poder cuando las circunstancias se lo exigieron. Se volvió a retirar cuando las circunstancias se lo volvieron a exigir. Creó la V República. Con su propuesta gobernó su adversario. Gobernó el socialista Francois Mitterrand. Hoy gobierna un discípulo suyo, gobierna Chirac.
¿No cree Ud., ingeniero, que éste es un buen ejemplo práctico susceptible de imitar? Hubo honor, coraje, y orgullo bueno, que es el que da.
V. De todas ¿por qué todas?
Preocupa, ingeniero, la existencia de demasiadas casualidades. La persistencia de las casualidades conduce al convencimiento de que mientras esté Ud., nadie podrá hacer política, política transparente y aspirar a una competencia sana.
Cuando alguien se atreve a caminar políticamente con sus propios pies y con dignidad, se desatan sobre él estrategias, intrigas y “conspiraciones de inteligencia” para minar su voluntad.
El nombramiento de Yoshiyama como Ministro de la Presidencia, no ha sido tomado por eso, como un acto legítimo de gobierno, ni como un gesto generoso para favorecer a un simpatizante o militante derrotado. El acto ha sido tomado, una vez más, como imposición. Pareció Ud. decirse: como el pueblo no me agradeció según mis deseos, ahora yo de todas formas le saco la vuelta al pueblo y pongo a Yoshiyama por encima del vencedor. Estableció una raya. La voz del pueblo es buena cuando le favorece y mala cuando le es adversa. Se… Ud. en la soberanía popular. Demostró Ud, ingeniero, en un acto, que a sus ojos cualquier mosquito que vuele sin su permiso, es un insecto rebelde.
Nadie duda de su triunfo en las elecciones presidenciales de 1995, pero sí sorprende su fabulosa suerte para ganar hasta en el más mínimo detalle. Es fácil advertir que de aquellas elecciones no salió elegido o fortalecido ni un solo dirigente alternativo. Bueno es por eso mencionar algunas de las casualidades:
1.- En ninguna de las agrupaciones, ningún líder caracterizado por su proyección viable, independencia y la pugnacidad de su liderazgo, salió elegido.
2.- En el movimiento de Ricardo Belmont, junto a su explicable derrota global, ha tenido que aceptar la casualidad de ver que ninguno de sus seguidores más leales a él salió elegido.
3.- Algo similar ocurrió con el movimiento de Alejandro Toledo.
4.- Inexplicablemente, no salieron elegidos el señor Hugo de Zela, el General Cisneros Vizquerra, ni Gonzales Oleachea, siendo los casos del General Cisneros Vizquerra y el del embajador Hugo de Zela los que más llamaron la atención. Fue una gran “casualidad”.
5.- En el Partido Popular Cristiano, no dejó de sorprender, la no elección del Dr. Roberto Ramírez del Villar, uno de los líderes cuya voluntad política ejemplar cuestionaba directamente el fundamento político moral del presidente Fujimori.
6.- A 15 días de las elecciones el candidato Andrade había sacado al candidato Yoshiyama de 15 a 10 puntos de ventaja. Al final, la diferencia radicó en que Andrade obtenía sólo un regidor más. Y casualmente, por supuesto que casualmente, ingeniero Fujimori, uno de los regidores de Somos Lima, renuncia a su agrupación.
8.- ¿Cómo se expresará la casualidad si el señor Boloña decidiese inscribir su lista en el Jurado Nacional de Elecciones? ¿Permitirá la casualidad que se inscriba? ¿Serán casualmente hostigados él y sus empresas? Coincida o no con su programa, liberal o no, ¿permitirá la casualidad que surja algún liderazgo alternativo al suyo? Seguramente que la casualidad no habrá de permitirlo, porque por el momento toda la suerte, toda la “casualidad”, parece sólo estar a su favor, Ing. Fujimori.
VI. Las 500 mil firmas
La exigencia de 500 mil firmas para la inscripción de partidos políticos es legalmente incuestionable. Desde el punto de vista ético-político, es inaceptable. Se apuró Ud., ingeniero, en elevar el requisito de inscripción. Quita Ud. a otros el derecho que Ud. sí tuvo. Logrado su sorpresivo triunfo en 1990, de lo que se trata ahora es de instaurar un sistema que garantice, mientras esté Ud. en el poder, la no aparición de cualquier otra sorpresa, y de dificultar la recomposición y reinscripción de los partidos o la emergencia de nuevos movimientos.
Es evidente que si mañana alguien que comparte su propia filosofía de gobierno, aunque al margen de “Cambio 90”, o cualquiera otro, desde los predios críticos a su ideología, quisiese participar en la contienda electoral tendría que pasar por el reto de tener que recabar 500,000 firmas.
Pero todo el mundo sabe que tendrán que ser muchos más de Quinientos Mil. Tendrán que ser ochocientas mil o un millón de firmas. Y aun así, rogar tener suerte para que la “depuración” inapelable del Jurado Electoral, no encuentre excesivo errores de digitación o de números de libretas electorales mal escritas o “falsificadas”; como para reducir las ochocientas mil o el millón de firmas a cuatrocientas noventa y nueve mil o doscientas mil firmas, con lo cual cualquier liderazgo alternativo, liberal o no, estaría, por este conveniente sistema que sólo a Ud. favorece; prácticamente fuera de la contienda.
Supongamos, sin embargo, que tiene Ud. razón en mantener el requisito de las 500 mil firmas. Si así fuera, no se entiende por qué, además, tienen que ser 500 mil firmas de militantes. Y se convierten en 500 mil firmas de militantes, ingeniero, si se exige que no hayan firmado antes por ninguna otra inscripción. No se puede confundir militante con adherente. En todo caso, ¿tienen sus dos agrupaciones juntas, 500 mil militantes? Si no lo tienen ¿por qué exige a otros, una vez más, lo que Ud. no tiene?
El sistema cuya silueta dibuja, ingeniero, parece entonces como una maquinaria, como un engranaje, ésta es su consecuencia, dirigida a cercenar la libertad, y anular la creatividad política. Genera, en cambio, una deprimente cultura de taimados y de intriga. La maquinaria estatal, con su voluntad o sin ella, obliga a las personas a decir “sí, señor”, a portarse bien, a disimular con Ud. por temor a su venganza, a que sean objetadas en el futuro sus firmas, afectado su honor o sus empresas. Miden su fuerza, con su enorme capacidad de vejación. Y, por supuesto, le temen.
Pero acuérdese. Todos han aprendido la lección, han aprendido o reaprendido a sonreír con “humildad”, a seguir la corriente, a mentir, a solaparse. El asunto es esperar, esperar que Ud. caiga. Entonces todo se volverá al revés, y contra los que estén cerca de Ud. La tiranía electiva, la cultura autoritaria, ingeniero, no es buena, ni a favor de Ud. ni contra Ud., porque en ambos casos sólo pierde el Perú.
VI. Tirania electiva
Para muchos las enormes casualidades que favorecen a su gobierno se parecen a las que siempre ha tenido el Partido Revolucionario Institucional. EL PRI, de la hermana República de México.
Es conocido que el partido gobernante de México, sobre la base de sus triunfos logrados a nivel presidencial -aunque alcanzados mediante campaña desigual por el Partido-Estado-, se las ha ingeniado en los últimos procesos para agrandar su triunfo con cinco, diez o hasta con quince puntos. Sus críticos afirman que las cifras electorales se acomodan para beneficiar o hacer ganar en la proporción necesaria a movimientos políticos, a partidos y candidatos funcionales, pero sobre todo para afectar y menoscabar a los potenciales: a grupos políticos y candidatos con futuro que pudieran poner en peligro la hegemonía del “Partido-Estado”. Los movimientos inventados y los líderes inocuos o amigos siempre son favorecidos. Los líderes alternativos son siempre, en cambio, casualmente perjudicados.
En todo este proceso, por supuesto, el jefe o presidente del organismo electoral pertinente de México, casi siempre de palabra, garantiza independencia y transparencia. Llega, incluso, a polemizar con “aspereza-pactada” con el poder ejecutivo. Aspereza de palabra e incondicionalidad de hecho. Ésa parece haber sido la historia electoral de los últimos años en México. Una historia de fraudes electorales, escrupulosamente legales, dirigida al núcleo: impedir o menoscabar la posibilidad de cualquier liderazgo alternativo. Sobre esta base, se puede ceder en casi todo. La cuestión de fondos radica en aislar al “enemigo”. Evitar que se desarrolle, que crezca.
Esta es la parte oscura del PRI. Constatarlo, sin embargo, no debe impedirnos reconocer aciertos. Entre ellos, la no reelección presidencial y la movilidad social o rotación de su clase dirigente.
En México –también en los Estados Unidos, donde no se permite le reelección indefinida- los los ex¬-presidentes no vuelven a tener ningún peso político en el país. Y lo más importante, tampoco en el partido. El partido y no la persona es, por eso, el depositario del carisma permanente. El carisma en ellos es jurídico, es institucional. No es natural, no es personal. El partido, la institución lo cede al candidato y después al presidente, durante su gobierno casi absoluto, para retirárselo totalmente posteriormente. Hay, por eso, vicios y aciertos. Entre los vicios del PRI se encuentran el autoritarismo, el esquema de “Partido-Estado” y la corrupción. Entre sus aciertos, no perder su capacidad de asumirse instrumento de la sociedad, su jerarquía intelectual, la calidad de sus integrantes, su capacidad para afirmar su identidad nacional y su capacidad para refuncionalizarse y diseñar programas y proyectos alternativos. Hoy, por eso, la sociedad mexicana y las cabezas más lúcidas y honestas que quedan en el PRI, empiezan a recusar el esquema autoritario del “Partido-Estado”. Entienden que para conservar tienen que cambiar. Pugnan por modernizar, por abandonar, viejas estructuras, viejos métodos. Aquí, en cambio, ingeniero, su gobierno parece tomar lo que allá desechan: los defectos, el lado oscuro.
Pero el PRI es partido, es movimiento. No es un “núcleo básico”, concepto extraño, difuso formulado por Ud., en el que pocos han reparado. Su indefinición parece encerrar la voluntad de organizar el autoritarismo y la prepotencia como sistema. Como un sistema controlado no por un partido o movimiento, sino, lo que es más grave, controlado por una persona. Controlado exclusivamente por Ud.; ingeniero Fujimori.
El “núcleo básico” convierte a “Cambio 90-Nueva Mayoría” en sólo un pretexto, en una sigla, para que Ud. pueda invitar, como lo ha hecho, a las personas que según algún criterio aportan imagen a la campaña electoral. Conseguido el objetivo, salvo raras excepciones, sólo les queda a éstos el libreto humillante de portarse bien, a fin de no perder la posibilidad de volver. El “núcleo básico” no otorga a ningún legislador, a ningún dirigente suyo, la libertad y los instrumentos para desarrollarse políticamente. Y nadie tiende más a abusar de la libertad que aquél que ha sido esclavo por su “voluntad”.
Su propuesta, sin embargo, no es nueva ni novedosa, aunque Ud. así lo crea. Ni siquiera nace, como algunos creen, en las últimas décadas, con los modelos despóticos de algunos países asiáticos. Es, por el contrario, un modelo tan viejo como la historia misma del pensamiento político. El nombre que tuvo fue el de “osimmetes”. Ud. le llama “núcleo básico”. Son dos nombres distintos. El propósito, ayer y hoy, es en cambio el mismo: consagrar la tiranía electiva.
El “núcleo básico”, no fue inventado por Ud. Fue descubierto por Aristóteles. Con la diferencia de que el filósofo clásico estudió esta forma de gobierno, para recusarla, para oponerse a ella.
“En la antigüedad –nos dice Aristóteles-, hubo entre los helenos otra especie de monarcas llamados osimmetes; aquello podríamos decir que era un despotismo real, una tiranía electiva, que sólo difería de la los bárbaros en no ser hereditaria”.
Aristóteles va más lejos: “Censura que confiriera la tiranía a Pítaco, el mortal enemigo de su patria, el enemigo de una ciudad que no se avergüenza de elegirlo, que no siente la pesadumbre de sus males, pues todos los ciudadanos de concierto aplauden la elección. Los osimmetes, por lo tanto, eran y son déspotas por lo que tienen de tiranos, pero también participan de la realeza normal, porque son electivo”.
Karl Hermann; quien fuera Secretario General del “Partido Demócrata Liberal” alemán, enjuicia en los tiempos modernos el mismo oscuro propósito de las tiranías electivas. Dijo: “La democracia puede ser totalitaria, cuando el poder de la mayoría viola sin contemplaciones los derechos de las minorías y limita sus oportunidades de convertirse a su vez en mayoría”.
¿Se da cuenta, ingeniero? Ud. pretende por moderna una idea vieja, que el viejo Aristóteles recusa por absoleta. Es una verdadera lástima que sus recaderos no hayan tenido el valor de decírselo. Sin embargo, es explicable. Ellos están “convencidos” de que el “núcleo básico” o la tiranía electiva, es el gran invento de reingeniería o calidad total que el ingeniero Fujimori aporta al pensamiento político.
Los versos de Octavio Paz se dirigen, por eso, igualmente a denunciar el engranaje, la tuerca. A denunciar la libertad consentida del corral:
“Y lo más vil: fuimos el público que aplaude o bosteza en su butaca”.
El “núcleo básico”, Sr. Presidente, en lugar de avanzar, de superar los viejos moldes de las instituciones partidarias, de ayudarlas a su renovación o de auspiciar una nueva institucionalidad de partidos, lo que hace en realidad es retroceder, taponar la energía social y anular la creatividad.
La aparición política de Fujimori en 1990 fue vista por muchos como la oportunidad de desatorar, de airear nuestro sistema político. Hoy aparece como el generador de un cochambre, de un tapón político mayor. Se parece cada vez más a la blanca y paternalista solidaridad indigenista de las viejas oligarquías. Condena Ud. al cuerpo político a la adolescencia perpetua. Nuestra objeción mayor es moral por eso.
Es moral. Y aun cuando somos conscientes de las diferencias de época, de geografía, de actores, y de muchas otras cosas más, sólo con el ánimo de precaver, de prevenir, de denunciar también, nos permitimos citar, para culminar esta parte del texto, tres párrafos de uno de los liberales más ilustres de nuestro tiempo:
“Cuando la sociedad asume un carácter absoluto o, para usar una palabra de Mussolini y después hecha suya por Hitler, total, la ética de la responsabilidad pierde su relevancia; o, para decirlo de una mejor manera, ella resultó una excusa para la actitud más cobarde de nuestro siglo: la colaboración.
Para impedir lo peor las personas que deberían haber tenido el mayor buen sentido se paralizaron y sostuvieron regímenes para los cuales no fueron nunca más idiotas útiles.
Cuando un diario me pidió que contestara el famoso cuestionario de Proust que incluye la pregunta ¿Cuáles personajes históricos desprecia más?, respondí sin hesitación alguna: los cobardes, los colaboradores que hicieron fácil el totalitarismo…son ellos, o sus sucesores, los que plantean hoy los problemas más difíciles de moralidad pública”. (Ralf Dahrendorf)
VI. La familia
El respeto a la vida privada de las personas es uno de los aspectos más sagrados que posee el ser humano. En un mundo en que se acostumbra a liquidar a los opositores vejando la libertad interior de las personas, los líderes pero sobre todo los gobernantes, tienen la exigencia de respetar y hacer respetar el campo sagrado de la privacidad del ser humano.
Lamentablemente esto no ha ocurrido así, ingeniero, con su persona. Ud. ventiló. No guardó respeto, ni se hizo respetar con la necesidad prudente de su silencio. Por lo contrario habló. Y ha hablado mucho.
Al presidente se le critica por eso su falta de equilibrio. Al hombre, al ciudadano, su falta de hidalguía. Muchos piensan que debió Ud. encarar su conflicto matrimonial con distancia, con sobriedad exigida. Los roles de víctima y villano se han sucedido con tal velocidad que muchos no saben si Ud. es víctima o villano. Pero con seguridad que eso de “me volvería a casar, pero con una mujer de piernas bonitas” o eso de “yo le hice la tesis” discúlpenos, ingeniero, eso sonó vil. Extraño a la dignidad y al sentido del honor japonés. Extraño también al orgullo, machista si Ud. quiere, de cualquier mestizo del Perú.
Al presidente sólo le podemos decir que es lamentable, que se equivocó. Al ciudadano, que las frases y el comportamiento general asumido parecen más bien propios de un hombre abusivo, y no de un hombre que sabe que, en la dignidad de su ex-esposa, está la dignidad de la madre de sus hijos y la dignidad de una parte de su propia vida compartida. Y si pocos o nadie han querido referirse a este delicado tema, es por dejarlo en el estricto lugar de un problema privado, que se ha querido una y otra vez que sea público. El pueblo, ingeniero, no se entristeció por la desgracia de la familia presidencial. El pueblo osciló entre apoyar a la señora Susana y apoyarlo a Ud. Osciló entre apoyar a la víctima o apoyar al villano. La crisis no ayudó a fortalecer la institución de la familia. Por el contrario, la melló. Otra parte del pueblo tuvo cuidado. Conociéndolo, ha tenido el temor de que todo este lamentable asunto, no hubiese sido sino un monumental y mefistofélico libreto montado de común acuerdo. Por todo esto, ingeniero, debió Ud. guardar mayor silencio.
VII. Se corrompe a la sociedad
Junte Ud. ahora todos los argumentos expuestos: su eslogan, el “casual” ajustado triunfo de Andrade y la renuncia de uno de sus regidores, el desaire a la juramentación del Alcalde electo, el encumbramiento, por el poder, del perdedor Yoshiyama; la conversión de los legisladores del pueblo en recaderos suyos, la conversión de “Nueva Mayoría- Cambio 90”en siglas de pretexto, su expresión sobre Velasco, la exigencia de 500 mil firmas, su teoría del “núcleo básico”, la imposibilidad de que un ciudadano pueda brindar su apoyo a más de una inscripción, los extraños problemas del Jurado Electoral en las elecciones generales pasados y lo sucedido a candidatos como el General Cisneros Vizquerra y el embajador Hugo de Zela, no son sino sutiles mecanismos que de manera casual conducen a impedir la emergencia de cualquier líder alternativo.
Añada a todo ello la creencia que todo el mundo comenta, sin poder aún probar, pero que la historia última del PRI ha sabido ilustrar: polémica formal áspera entre el organismo electoral y el poder ejecutivo, pero supeditación final en lo sustancial del Jurado Electoral. Agregue Ud., ingeniero, sus últimos movimientos. Su “hábil” dispositivo legal sobre el vaso de leche, la forma cómo se ha encarado la reforma del Poder Judicial y la dulce compra política de un alcalde distrital de “Somos Lima”. Sume Ud. todo, ingeniero, y verá que hay indignación o tristeza en el Perú espiritual, a pesar de los logros en el Perú material. Verá que todos ellos corrompen a la sociedad.
Y se corrompe a la sociedad cuando se cultivan impurezas en el corazón del pueblo y de la clase dirigente. Cuando se enseña que políticamente es bueno mentir, que la lealtad política está supeditada a la oportunidad, que el abuso y la prepotencia son señales de poder, que los alcaldes y los líderes se pueden comprar para mejorar una administrativa correlación de fuerza. El gobernante puede convertirse, entonces, en una gran fábrica de pestilencia en el alma de los hombres y del pueblo que lo eligió, o puede ser el punto que dinamiza, que expande una honda espiritual superior en la nación que gobierna.
José María Arguedas, con su inigualable estilo, nos lo dice así: “El Dios necesita auxilio de los que no fabrican pestilencia”.
El liderazgo y los sistemas políticos cobran, por eso, singular importancia. El viejo sistema fordista y taylorista necesitan un liderazgo y una gerencia vieja, clientelista, de dominación, vejatoria o paternalista y autoritaria. No de autoridad. El liderazgo autoritario puede, incluso por su naturaleza, auspiciar empresas modernas junto a Estados, por sus métodos, estilos y sistemas, totalmente viejos. Aunque es justo aclarar que la actual empresa moderna no es fuerte porque sólo el dueño o el gerente es fuerte. Una empresa es fuerte porque todo el tejido que la sustenta es fuerte.
De la misma forma, no hay nación fuerte con sólo Estado fuerte. Es más, un Estado fuerte puede, eventualmente, conducir a una nación a su envilecimiento moral, porque auspicia una moral de esclavitud, de sometimiento y deshonor. Las naciones fuertes son la que tienen sociedades e individuos fuertes. “El Estado mismo, que tan fecundamente puede actuar sobre ella, se nutre, a la larga, de sus jugos”. Y las sociedades y los individuos son fuertes porque empresarial, política, cultural o incluso militarmente, tienen una omisión, tienen objetivos y sueños superiores.
Un dirigente de Estado que bloquea, que tapona la competencia política sana, que no alienta la movilidad social, que no forma y promueve líderes que lo transciendan dentro y fuera de su propia partido, que no recrea a la clase dirigente de su país, que sólo acepta líderes mediatizados por él: tiende a confundir la eficacia del Estado con la eficacia de la nación. Jefes que roban pueden generar seguidores que roban. Pero, igualmente, liderazgos autoritarios, taimados, difusores de una cultura de mentira y oportunismo pueden igualmente contribuir a generar una sociedad del tipo: “el fin justifica los medios” y, en esa medida, corromper políticamente a la sociedad, porque incentiva hábitos y actitudes deleznables, porque alienta la existencia de una clase dirigente, y todo nivel, tributaria de esta cultura.
La consecuencia entonces es inevitable: “Lo que está permitido al soberano, le está permitido al súbdito”, dice una sentencia bíblica. Maurice Joly lo denuncia así: “Cada usurpación del príncipe en los dominios de la cosa pública autoriza al individuo a una infracción semejante en su propia esfera, cada perfidia política engendra una perfidia social; la violencia de lo alto legitimó la violencia de abajo. El silencio del pueblo es tan sólo la tregua del vencido, cuya queja se considera un crimen. Esperad a que despierte: habéis inventado la teoría de la fuerza; tened la certeza de que la recuerdas”.
La historia de la humanidad nos ha brindado, en reiteradas oportunidades, ejemplos de perfidias políticas que engendran perfidias sociales. Ejemplos de culturas de silencio taimados que ilustran con asombrosa claridad que “quien a hierro mata; a hierro muere”.
El caso de Nikita Kruscheff es, a este respecto, aleccionador. Mientras Stalin estuvo vivo, Kruscheff tenía para él sólo palabras de elogio y juramentos de lealtad eterna. Muerto Stalin, Kruscheff denunció sus crímenes. Stalin no vio que, al lado de una Unión Soviética de realizaciones materiales, había una Unión Soviética espiritual, que fue la que derrumbó, como castillo de naipes, todo el poder despótico en que se sustentaba una de las más formidables realizaciones materiales que haya conocido la historia.
Por supuesto, no hay ninguna relación ideológica entre Ud. y Stalin. Si hacemos la comparación es porque tratamos de señalar las sorprendentes analogías que existen entre otras épocas y las circunstancias que vivimos. Se trata de hacer evidente a sus ojos los elementos comunes que existen, finalmente, en todas las decadencias: una maquinaria institucional coercitiva y empequeñecimiento moral del pueblo y sus dirigentes a pesar de algunos logros materiales.
Stalin no restauró el principio de autoridad, no implementó autoridad. Generó una cultura autoritaria, arbitraria, cínica y criminal. Creyó ser fuerte por la presencia apoteósica de las masas que aplaudían, por sus inauguraciones y por su fortaleza militar.
Su experiencia hace hoy pertinente la pregunta: ¿Quién es, finalmente, más fuerte? ¿Quién tiene más autoridad: el maestro que obliga a ser seguido, a estudiar porque impone una disciplina administrativa y vertical, o el maestro cuya majestad y presencia suscita admiración, emulación y voluntario afán de superación? ¿El gerente que se impone por dominación y mecanismos de control o el gerente que entusiasma a sus trabajadores, porque señala una misión y convoca a un voluntario compromiso? ¿El líder político que se contenta con la adhesión pasiva y el aplauso fácil, provocado por el humillante clientelismo realizado con dinero del Estado, que empuja al empequeñecimiento moral del pueblo; el líder que no forma líderes, que controla leguleyamente la emergencia de líderes alternativos; el líder que impone el orden desde fuera; el líder que enseña con su ejemplo que la intriga, el cinismo y el oportunismo constituyen virtud? ¿O el líder que enseña, que el orden en la sociedad es, principalmente, un sentimiento de equilibrio y armonía que se suscita al interior del corazón de los hombres; que no teme ser primus inter pares, que enseña que la verdad existe, que la intriga, el oportunismo y el cinismo son asunto despreciables, que no hay mérito en ganar con trampas, que la prepotencia y el abuso no hace fuerte a un líder? ¿Quién tiene más autoridad? ¿El líder que se contenta con la adhesión a un sistema de tiranía electiva; el líder que provoca el empequeñecimiento moral del pueblo o el que contribuye a su elevación moral, el que quiere adhesión de siervos o el que quiere adhesión de ciudadanos?
Es evidente que, tanto en el caso del maestro, del gerente, como en el del líder político, son los segundos términos los que hacen individuos, sociedades, Estados y naciones fuertes.
Finalmente
Son evidencias obvias para cualquier líder que se respete. A pesar de ello, sin embargo, nos permitimos reforzar las evidencias, con tres experiencias históricas que esperamos tengan alguna utilidad.
En el primer caso, Sócrates, al recusar la prepotencia de su tiempo y en recado que parece dirigido a los tiranos de todos los tiempos, dice: “No te olvides, una democracia que crea muñecos conduce al vacío, lo mismo que una dictadura que gobierna esclavos. El hombre quiere apoyarse en sus propios pies. Y solamente cuando disfruta de libertad interior puede servir mejor. No puedes construir un Estado con muñecos, como una nación no puedes construirla con ilotas”. Y continúa diciendo: “Si embotas la conciencia de los ciudadanos, llegará una hora sombría en que se volverán contra ti con más odio que contra los bárbaros. ¿Puede sorprenderte que un día la multitud se vuelva contra el hombre que rompió todas las barreras? ¿Puedes esperar, le interroga Sócrates al déspota, que cada ola caprichosa te lleve, sólo a ti, en lo alto de su cresta?”.
Y escucha, le reiteró con voz severa: “la defensa de la libertad exige que no se abuse de la victoria por medio de una paz injusta que veje honras. Las persecuciones a través de ingeniosas como tenebrosas combinaciones y la mezquina venganza, que goza en atormentarlos y oprimirlos, constituye un oprobio para los vencedores.
No para los vencidos. Constituyen una vergüenza para la humanidad. Hay un hambre que no se satisface con alimentos y una sed que no se calma con agua”. Es el espíritu del hombre, es su orgullo, es su dignidad.
La segunda experiencia se refiere a la Francia de Napoleón Bonaparte y es igualmente ejemplar, pues el mismo senado que antes había loado al Emperador, decía después:
“El senado, considerando que en una monarquía constitucional el monarca no existe sino en virtud de la constitución o del pacto social”.
“Que Napoleón Bonaparte, durante algún tiempo de su gobierno firme y prudente, había dado a la nación pruebas que le permitían esperar, en el porvenir, actos de sabiduría y de justicia; pero enseguida ha roto el pacto que le unía al pueblo”.
“Que ha violado las leyes constitucionales con sus decretos”.
“Que ha aniquilado la responsabilidad de los ministros, confundido todos los poderes y destruido la independencia de los cuerpos judiciales “.
“Considerando que la libertad de prensa, establecida y consagrada como uno de los derechos de la nación, ha sido constantemente sometida, y que, al mismo tiempo, siempre se ha servido de la prensa para divulgar sucesos inventados, máximas falsas y doctrinas favorables al despotismo”.
“Considerando que por todas estas causas el Gobierno imperial ha dejado de existir, y que el voto manifiesto de todos los franceses llama a un orden de cosas cuyo primer resultado sea el restablecimiento de una reconciliación solemne, el senado declara y decreta lo que sigue: Napoleón es destituido del trono; el derecho hereditario queda abolido en su familia; el pueblo francés y el ejército relevados de su juramento de fidelidad hacia a él”
Sabemos, ingeniero Fujimori, que Ud. No ha efectuado las conquistas territoriales y hazañas que realizó Napoleón. Y sin embargo, también para él, las lealtades calculadas y los aplausos se esfumaron.
Y la razón por la que se esfumaron nos la brinda Chateaubriand, uno de los críticos más exigentes del régimen imperial de Francia. “Causa angustia esta época –nos dice –en que nadie tiene sinceridad, cada uno hacía una profesión de fe, como quien echa un puente para atravesar la dificultad del día, y una vez libre de ésta, cambiar de dirección. El mariscal Soult anima a las tropas contra su antiguo capitán y algunos días después se ríe a carcajadas de su proclama en el despacho de Napoleón en las Tullerías; el mariscal Ney besa las manos del Rey, jura llevarle a Bonaparte encerrado en una caja de hierro, y entrega a éste todos los cuerpos que manda. Al considerar esta imposibilidad de verdad en los sentimientos, este desacuerdo entre las palabras y las acciones, se siente gran tedio por la especie humana… El despotismo parece libertad cuando sustituye a la anarquía y permanece lo que verdaderamente es cuando remplaza a la libertad… El error que la verdad jamás perdonará a Bonaparte, es haber formado la sociedad para la obediencia pasiva, rechazado la humanidad hacia los tiempos de degradación moral y, tal vez, bastardeado los caracteres de manera que sería imposible decir cuándo empiezan los corazones a palpitar con sentimientos generosos. La debilidad en que hemos caído respecto a nosotros mismos y respecto a los países vecinos, nuestro decaimiento actual, son la consecuencia de la esclavitud”.
Está, por último, el texto sobre la España de Ortega. Ortega y Unamuno no eran amigos eran competidores. A pesar de ello dijo el primero: “Salvando las distancias del mérito personal yo diría que competíamos el uno contra el otro, pero ambos por unas mismas cosas: por el triunfo del espíritu y por las altas esperanzas de la nación”.
Qué hermosa competencia, ingeniero, los agnósticos le llaman emulación, y los creyentes, competencia cristiana; en ambos casos, es la forma más humana de competir.
Es la gran competencia que todo gran hombre de Estado debe siempre alentar y compartir. Ortega, por eso, defendió a Unamuno contra el poder despótico de su tiempo en estos términos: “Oíd, -nos dice Ortega –unos cuantos párrafos, de este libro:
Todo el que tuvo osadía bastante para exponerse políticamente fue casi sin excepción trucidado: sólo se dejó vivir a los cobardes, a los temperamentos de compromiso y de su simiente crecieron las nuevas generaciones. Compréndese que en virtud de la ley de herencia fuera la medrosidad su rasgo más saliente.
Como la clase superior fue la más castigada por las proscripciones, había que hacerse antes en ella recognoscible la transformación del carácter romano y en realidad se advierte cómo el senado, donde la nobleza romana tenía su representación, fue haciéndose más cobarde en cada generación.
Cuando en tiempos de Augusto las persecuciones concluyen y se ejercen por parte del gobierno un suave régimen, los hombres, a pesar de que no tienen ya nada grave que temer, no saben más que inclinarse y ceder. Heredada de sus padres, reinaba en ellas aquella terrible cobardía instintiva que les estorbaba todo acto enérgico y toda palabra sincera”.
De este modo, dirá Ortega, se corrompe y sucumbe la grandeza sin ejemplo del imperio romano. Y como en él, en toda otra profunda decadencia que ofrezca la historia. “Apartad cuanto en los párrafos leídos tiene un carácter de sangrientos crímenes, de brutal opresión física, es decir, cuanto al fin y al cabo tiene como negra grandeza. Sustituid todo esto con tortuosos e hipócritas procedimientos, con cobardes abusos de las apariencias legales, con blasfemas apelaciones a la opinión pública unas veces, al principio de autoridad otras, con un sistema complejísimo pero innovador de pequeñas constantes, cínicas corrupciones, con una sabia, paciente, revisora táctica para ir tapando todos los resquicios por donde pueden escapar y resonar las voces sanas y las acciones nobles, sustituid en una palabra, los puñales con alfileres y las proscripciones por simples destituciones y tendréis un esquema del terrible mecanismo que opera insistente, eficaz, omnímodo sobre la pobre vitalidad de la nación”.
Ha llegado el momento, ingeniero, de terminar ésta, ya de por sí extensa carta. Y no queremos hacerlo sin antes decirle, que Ud. y su movimiento fueron percibidos por el pueblo que los apoyó, como la gran oportunidad de superación del sistema político, de superación de los vicios, y de la rigidez política existente en las instituciones partidarias.
De pronto muchos, ingeniero, somos los que hemos arribado al convencimiento que Ud. y sus seguidores se vienen convirtiendo en un tapón más grande, en los generadores de un cochambre político-institucional mayor, al que quisieron negar. Y estas cuestiones están por encima de la implementación de un modelo, de adscripciones ideológicas o doctrinarias. Los líderes pueden crear mecanismos, sistemas, para elevar a sus hombres o para empobrecerlos amarrándolos.
Aunque Ud. no lo crea es imprescindible, por ello, valorar la política. Esta asumida con nobleza, es el más valioso instrumento para modernizar el Perú, para pulsar lo que una colectividad quiere y no quiere.
Modernizar la política implica no sólo aceptar, sino promover la crítica como camino insustituible para buscar opciones y propiciar una sana relación entre la sociedad política y la sociedad civil. Una sociedad, ingeniero, en que el disenso no existe, es una sociedad muerta o destinada a morir. Dentro de las reglas del juego de la democracia “lo que resiste apoya”. El disenso, los liderazgos alternativos al poder, no sólo no son perjudiciales, sino que son vistos como necesarios, cuando existe amor por la política; no sólo por razones morales, sino por razones de ingeniería, de funcionamiento del sistema.
Decía por eso Burke, para muchos, un pensador conservador, que “son las oposiciones y conflictos de intereses los que ponen frenos a las acciones precipitadas y erigen la deliberación en una necesidad. Del compromiso nace, naturalmente, la moderación y el impedimento para el poder arbitrarios”.
No haga Ud. caso, por eso, ingeniero Fujimori, a las voces que sobreestiman el argumento ya analizado de la “soberanía popular”. Atienda, porque tiene razón, la opinión del Embajador Pérez de Cuéllar, cuando le dice que la elección sólo es el primer acto del ejercicio democrático de gobernar, que importan más las formas, las maneras, la puesta en práctica de una cultura democrática. “Tan o más importante que las reglas de juego es el modo de jugar”.
Un poco más de la misma idea: “Las costumbres y las formas de un gobernante contribuyen a la libertad tanto como las leyes. El como ella, puede hacer bestias de los hombres, y de las bestias hombres; si ama a las almas libres, tendrá súbditos, tendrá ciudadanos; si ama a las almas mezquinas, tendrá esclavos”.
Término, ingeniero, con la misma idea: “No señores, los grandes acontecimientos, no nacen de los mecanismos legales sino del espíritu del gobierno. Conservad las leyes si queréis –conservadlas, aunque al hacerlo cometeríais un grave error-, conservad a los mismos hombres si eso os place; pero por Dios cambiad el espíritu del gobierno, porque, repito, es el espíritu lo que os está conduciendo al abismo” (Tocqueville).
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