Nuestra historia republicana es rica en frustraciones, generosa en proyectos a medio hacer, feraz en mediocridades humanas, sólo -o casi- hemos producido jueces corruptos, abogados de alquiler, políticos para los que el tiempo y la modernidad son conceptos plebeyos y que no alcanzan la augusta estatura de sus inexistentes alcurnias. Así, mientras que Chile invadía el Perú entre 1880 y 1884, tuvimos hasta dos presidentes en simultáneo y múltiples generalotes caudillos, decenas de rifles con marcas distintas y, sobre todo, una atroz confusión de qué éramos y qué debíamos defender. Con ilustres oropeles un grupo minúsculo de apellidos fuertes y riquezas rentistas, se hizo del liderazgo, real o ficticio, del país. Se trata de la conservadora mafia peruana.
Cuando el pueblo organizado participa a partir de 1930 en adelante en el cuestionamiento frontal de este predominio poderoso, estos conservadores reaccionan con violencia, bien sea que impidiendo por la fuerza de las armas el acceso popular o colocando monigotes al frente del ejercicio gubernativo. Ellos se reservaron -¿cuándo no?- los ministerios, las administraciones, las aduanas, los goznes auténticos del poder y del dinero. Entre 1930 y 1968 hay una azarosa y conflictiva lucha en el país que incluye fraudes electorales, levantamientos civiles, masacres y persecuciones, apaleamientos y crímenes.
La última esperanza, más pintoresca y gestual que efectiva de rompimiento con el status quo fue el gobierno de la Fuerza Armada entre 1968 y 1980, con el interregno entre 1978-79 de la Asamblea Constituyente que presidiera Víctor Raúl Haya de la Torre. Después de esas experiencias, el Perú entró en una vorágine cuyas consecuencias reivindicaron el corsi e ricorsi, el flujo y reflujo, el va y viene tan común de los procesos sociales.
Con el segundo belaundismo entre 1980 y 1985, la discusión ideológica comenzó su nadir inexorable. Al margen del violentismo terrorista, las izquierdas tornaron electoralistas, los apristas estuvieron muy ocupados en sus luchas intestinas y el país resultó en un campo propicio para el retorno de los viejos mafiosos conservadores, esta vez con rostros juveniles, con un lenguaje arropado en términos más modernos, pero siempre plenos en la defensa del orden establecido.
¿Qué conserva un conservador en el Perú? Un sistema electoral que garantice puestos en el parlamento. Un cuadro de leyes que genere casi de inmediato un anti-cuadro de las mismas. Una política cultural monocorde, gris, mediocre, mentirosa. Un desprecio por la honestidad, por el brillo ajeno. Una alabanza a la coima, al engaño, al timo, a la estupidez hecha verdad desde las altas esferas del gobierno. ¡Y .... la lista sería larguísima!
La tragedia del gobierno aprista entre 1985 y 1990 reside en que un lenguaraz que no había trabajado nunca en su vida pretendió con discursos trocar años de historia retrógrada en un paraíso social. Lástima que quien debió dar el ejemplo, es sospechoso de robos, coimas, dineros mal habidos y, sobre todo, de una profunda y raigal cobardía. Tanta que hoy cuando Alan García debía estar en el Perú, no sólo no regresa sino que se calla en todos los idiomas posibles.
La historia del último decenio está en la mente de todos los peruanos y la acción de la mafia conservadora se ha enriquecido con el aporte de los políticos que dicen defender al pueblo y por eso participan en mesas de diálogo tramposas, en convites congresales vergonzosos. Acabamos de ver en estos días cómo muchos de ellos desnudaron sus comportamientos conservadores y se jalaron los pelos con respecto al gesto del teniente coronel Humala. Ayer fueron los terratenientes, hoy son los empresarios mineros o los dueños de holdings monopólicos de cerveza o teléfonos o de servicios los que mandan en el Perú. Para algunos el discurso es altisonante, de tono presidencial diría el idiota de Olivera, el famoso mariscal de derrotas; para otros el discurso es social y cucufato, léase socialcristiano, con el agravante reaccionario de promover que el chacal mayor, Fujimori, conduzca un proceso "democratizador", como lo sostiene Lourdes Flores. El Defensor del Pueblo, orilló el fondo abisal de la desgracia política al pretender condenar lo que el pueblo apoya.
A la conservadora mafia peruana pertenecen los epígonos más conspicuos de este gobierno y ellos tienen un lugar de privilegio en las cárceles. El fujimorismo es la monra y el latrocinio simples. El reparto del dinero del pueblo en carretadas. La inverecundia hecha sistema de gobierno e insulto diario contra la civilidad. También son afiliados de este grupo los diarios y canales de televisión que presentan en sus páginas las mismas campañas rufianescas y los rostros invariables de analistas que no analizan, de estudiosos que desinforman, de bobos que fungen de sabios y serios. Nunca como hoy la televisión y los periódicos han elevado a la categoría de prohombres a gorilas con cigarro, buitres con lentes, mamarrachos con saco y corbata.
En medio de este fango relucen sus formas marmóreas los colectivos civiles, La Resistencia, los militares honestos y rebeldes, las madres y estudiantes, los hombres e hijos del pueblo señalando su verdad y camino, su ambición de libres y democráticos. No hay mal que dure 100 años ni cuerpo social que lo resista y los Fujis, Montesinos y demás facinerosos tendrán que salir hacia las ergástulas y hacia el olvido popular que los sepultará cívicamente en medio de cánticos guerreros y pobreza material digna que trocará en riqueza de pueblo valiente y que no ceja en su pelea contra el mandón aunque sean los viejos mafiosos y conservadores de siempre.
¡Viva el Perú! ¡Muerte a la dictadura! ¡Avanzar sin transar es el grito popular!
*Liberación, dirigido entonces por César Hildebrandt.
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