La prensa occidental y la del Golfo reflejaron las elecciones de Estados Unidos como una prueba de vitalidad de “la democracia más poderosa del mundo”. En cambio, a principios de este mismo año habían descrito el referéndum y las elecciones legislativas realizadas en Siria como “farsas” y llamaron al derrocamiento de la “dictadura”. ¿Cuál es la realidad? Comparemos los dos regímenes aplicándoles los mismos criterios, a pesar de que por ser el primero inmensamente más poderoso, lo habitual es que todo el mundo se cuide mucho de criticarlo.
La Constitución de los Estados Unidos fue proclamada en nombre del Pueblo, pero no pone la soberanía en manos de los ciudadanos sino de los Estados federados. Por consiguiente, los Estados Unidos no son una democracia en el sentido en que lo entendía Lincoln (“El gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”), sino un pacto entre el Pueblo y una oligarquía. El movimiento Occupy recordó recientemente, con su consigna “Somos el 99%”, que en Estados Unidos el 1% de la población monopoliza la riqueza y el poder. Comparativamente, la nueva Constitución de Siria reconoce la soberanía del Pueblo y es el Pueblo quien elige a sus dirigentes aunque, para poder enfrentar una situación de guerra regional permanente, instaura un modo de administración opaco que priva al Pueblo de los medios de control que exige el funcionamiento democrático cotidiano.
Según la Constitución de los Estados Unidos, no es el Pueblo quien elige al presidente sino un colegio de 538 electores que representa a los Estados federados. Pero con el paso del tiempo se fue imponiendo la idea de que los gobernadores debían consultar a la población antes de nombrar a los personajes que iban a representar a su Estado en el colegio electoral. En algunos Estados esa consulta es obligatoria mientras que en otros tiene un carácter únicamente consultativo y el gobernador tiene el poder de nombrar a quien mejor le parezca. En todo caso, la votación del 6 de noviembre no tenía valor constitucional. Y hay que recordar que en el 2000 la Corte Suprema simplemente ignoró el voto de los habitantes de la Florida para proclamar la elección de George Bush Jr. contra Al Gore. Lo cual nos indica que las instituciones estadounidenses son menos democráticas que las nuevas instituciones sirias.
La principal función del escrutinio que acabamos de ver en Estados Unidos no es elegir al presidente sino renovar el pacto nacional. Al participar en las elecciones, los ciudadanos estadounidenses expresan su adhesión a las instituciones. Lo interesante es que –con excepción del escrutinio de 2008– el índice de participación es cada vez más bajo. Sólo 120 de los 230 millones de electores estadounidenses acudieron a las urnas. Esa cifra representa un índice de participación muy inferior al que se pudo comprobar en Siria en ocasión del referéndum y de las elecciones legislativas, a pesar de que la guerra impidió la realización de la consulta en 4 distritos. Lo cual nos indica que las instituciones estadounidenses son menos legítimas que las de Siria.
Obama obtuvo el 50,38% de los votos registrados mientras que Romney obtenía el 48,05%. El 1,67% restante fue para los otros 18 candidatos, de quienes nunca hemos oído hablar y que no pudieron presentarse a sus conciudadanos simplemente porque no tuvieron acceso a los medios de difusión. Contrariamente a la creencia general, el Partido Demócrata y el Partido Republicano son formaciones políticas de carácter estatal. Es por ello que las elecciones primarias realizadas en el seno de esos dos partidos no fueron organizadas por esas formaciones políticas sino por los Estados federados y con fondos públicos. Además, independientemente del resultado del voto ciudadano, los dos grandes partidos manejan juntos varios organismos, como la NED (vitrina política de la CIA en el extranjero). Así que el sistema bipartidista estadounidense es en definitiva equivalente al antiguo sistema sirio de partido único. Por el contrario, la Siria de hoy admite toda una serie de partidos políticos que están comenzando a tener acceso a los medios. Lo cual nos indica que las instituciones estadounidenses son menos pluralistas que las de Siria.
Por definición, el “sueño americano” no es más que eso… un “sueño”, no más que una ilusión. Quienes lo ven como modelo… deberían despertarse.
Esta breve comparación no debe desanimar al lector sirio aún insatisfecho ante las actuales reformas. Debe servirle, por el contrario, de aliento al demostrarle que, aunque aún quede mucho camino por delante, las instituciones de su país están evolucionando en el sentido correcto.
Volvamos por un momento a la consulta estadounidense y a la enseñanza que de ella podemos sacar. “Demócratas” y “Republicanos” son dos marcas diferentes utilizadas para vender un mismo producto. Usted puede escoger entre la Coca Cola y la Pepsi Cola. Usted asocia cada una de esas marcas a una mitología diferente, siente preferencia por una de las dos. Pero si las degusta con los ojos vendados será incapaz de distinguir entre una y otra… porque el producto es el mismo. Ante esa perspectiva, las embajadas de Estados Unidos han actuado como institutos de sondeo en la realización de encuestas de marketing. Incluso organizaron elecciones ficticias en diferentes países. Lo cual permite entender mejor los gustos de los consumidores extranjeros. Usted puede votar. Escoja entre Obama y Romney… no vale la pena hablar de los otros 18 candidatos. ¿Usted no es estadounidense y su voto no vale nada? ¡El de los estadounidenses tampoco! Lo único que se le pide es que entre en el juego.
Ese seudo pluralismo está presente incluso en el discurso de la victoria que pronunció Barack Obama. Mitt Romney hubiese podido leer exactamente lo mismo ya que es una celebración del pacto entre el Pueblo y la oligarquía: todos tienen derecho a triunfar en la vida, tenemos el ejército más poderoso de la Historia, nuestras comunidades étnicas forman un solo Pueblo. El contenido político se limitó a una sola frase, también de consenso: “Trabajaré con los líderes de los dos partidos para afrontar los retos que solo podemos superar si estamos unidos. Reducir el déficit. Reformar nuestro código tributario. Arreglar nuestro sistema de inmigración. Liberarnos del petróleo extranjero.”. De paso, es interesante señalar que dos de los objetivos del segundo mandato de Obama tendrán consecuencias para el Medio Oriente. La reducción del déficit implica la continuación de los cortes en el presupuesto del Pentágono, y por lo tanto la continuación de la retirada de las tropas estadounidenses presentes en la región. El fin de la dependencia estadounidense del petróleo extranjero implica que Washington ya no tendrá necesidad de seguir protegiendo a Arabia Saudita y al sistema yihadista que ese reino ha engendrado.
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