7-1-2013
A todos consta que los legisladores se subieron los sueldos. Que han pretendido enmascarar la inconducta bajo distintos membretes o etiquetas, poco importa, el crimen en un país en que los profesores y médicos ganan una miseria en parangón con aquellos, los desnuda en su miserable y patética realidad. No obstante, pocas veces, admitimos una lacerante y objetiva visión: el Congreso es el compendio de todos las taras y una que otra virtud ambientes en la nación.
Años atrás, desde Liberación, cuando su piloto principal era César Hildebrandt, me permití ensayar la fórmula de una pira gigantesca que incluyera, sin duda alguna, a los legiferantes, a las tropas de asesores y legiones de secretarias para acabar con la mugre que a finales de los 90 infestaba Plaza Bolívar. Esta fórmula, sin ser la mejor, hoy ganaría muchísimos adeptos.
Cerrar el Congreso constituye una aberración anti-democrática y un remedio peor que todas las enfermedades que le corroen desde hace decenios. No sólo enfrentaría la opinión contraria internacional sino que nos retrocedería a niveles de sentina y vulgaridad asqueantes.
¿Es importante el Congreso en el Perú? Tengo la impresión que millones de personas no saben para qué sirve, a quiénes es útil y hasta me atrevería a decir que gran parte de la población peruana vive, categóricamente al margen de lo que puedan decidir, discutir o pergeñar los inquilinos precarísimos del Parlamento unicameral que padecemos.
El jefe de Estado, Humala, refiriéndose a una comisión, otra más, contra la corrupción, dijo las siguientes palabras: "si es del Congreso, peor". Inequívoca expresión de cuánto valor atribuye él a su Poder Legislativo. Que Daniel Abugattás afirmara que se presentan las condiciones para poner candado a la institución de que fue presidente, puede parecer un dislate, de repente, pero no es una casualidad. Es lo que llaman los franceses un balón de ensayo.
La pregunta sigue firme cuanto que insolente: ¿Qué hacemos con el Congreso? ¿Tirar huevos de repudio a sus integrantes, como ha ocurrido según la foto que mostramos? ¿linchar a sus 130 integrantes? ¿revocarlos sin mecanismo apropiado y reglamentado? ¿quemarlos en pira gigante según humorística tesis de pocos lustros atrás?
Otra pregunta apropiada: ¿qué enseñan los clubes electorales sobre qué es el Congreso y para qué sirve? En estos antros de inmoralidad se da por hecho que el Parlamento es un objetivo comercial para negocios múltiples y que paga en cinco años cualquier inversión, por tanto, los que tengan dólares o euros que alisten las remesas para comprar el "derecho" a postular y, eventualmente, a ganar.
Por ejemplo: ¿hay alguna expresión institucional de condena categórica, solicitud de denuncia penal y enjuiciamiento de la ministra Ana Jara por haber cometido el desmán de que es protagonista aprovechando las facilidades parlamentarias? ¿Acaso, que haya devuelto S/ 77 mil borra, por arte de birlibirloque, la comisión de un crimen que debió ser puesto de oficio ante la justicia penal?
El Congreso no se respeta a sí mismo. Una sola y tremenda prueba: los parlamentarios, cuyo oficio es hablar y exponer, tienen limitaciones de tiempo para la exposición de sus ideas e iniciativas, les apagan el micrófono cuando se "pasan" del lapso permitido y entonces estos legisladores no comprenden que hay algo que se llama dignidad y que por allí deberían comenzar pulverizando regulaciones arbitrarias y bárbaras. Una cámara política no es una división empresarial que se maneja a timbrazos o consignas.
La foto expresa un repudio ciudadano manifiesto y estentóreo pero que a los congresistas NO importa un bledo. ¿Por causa de qué? Por la simple razón que ya apuntaba con filuda pluma, decenios atrás, Manuel González Prada:
"El congresante nacional no es un hombre sino un racimo humano. Poco satisfecho de conseguir para sí judicaturas, vocalías, plenipotencias, consulados, tesorerías fiscales, prefecturas, etc; demanda lo mismo, y acaso más, para su interminable séquito de parientes sanguíneos y consanguíneos, compadres, ahijados, amigos, correligionarios, convecinos, acreedores, etc. Verdadera calamidad de las oficinas públicas, señaladamente los ministerios, el honorable asedia, fatiga y encocora a todo el mundo, empezando con el ministro y acabando con el portero. Vence a garrapatas, ladillas, pulgas penetrantes, romadizo crónico y fiebres incurables. Si no pide la destitución de un subprefecto, exige el cambio de alguna institutriz, y si no demanda los medios de asegurar su reelección, mendiga el adelanto de dietas o el pago de una deuda imaginaria. Donde entra, saca algo. Hay que darle gusto: si de la mayoría, para conservarle; si de la minoría, para ganarle. Dádivas quebrantan penas, y ¿cómo no ablandarán a senadores y diputados?". *
Mal incurable y nacional, el Congreso es el compendio de las añosas indefiniciones e ignorancias de la nacionalidad peruana. He allí una verdad por analizar, desentrañar y derrotar con imaginación y mucha lealtad a la ética, virtud, hoy por hoy, absolutamente desterrada de los Congresos de los últimos 30 ó 35 años.
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*Los honorables
por Manuel González Prada, Bajo el oprobio, 1914
http://www.voltairenet.org/Los-honorables,120681
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