11-1-2013
Parece que la condición de militar desinformado del presidente Humala le juega siempre malas pasadas o gruesas traiciones al derecho. La Constitución Política, respecto de todos los adultos que delinquen, aún los más avezados, que están cumpliendo las severas penas impuestas, como Alberto Fujimori con visitadoras, busca rehabilitarlos o resocializarlos, es decir, convertirlos en hombres de bien. ¡Privándoles de libertad se pretende educarlos para la vida en libertad, excarcelados! ¿Contrasentido, no?
En búsqueda de tal desiderátum, el Artículo 139°, inciso 22, instituye un principio humano y constitucional, aunque científicamente inalcanzable: “que el régimen penitenciario tiene por objeto la reeducación, rehabilitación y reincorporación del penado a la sociedad”. La vieja ciencia penológica, y aún el moderno Derecho Penitenciario, repiten esta añeja monserga. Lean, por ejemplo, al español Eugenio Cuello Calón en su “Moderna Penología”, contradicho por Francisco Muñoz Conde.
Si eso se busca, cerrando los ojos, con los adultos que han delinquido y que superan los 18 años, con mayor razón debería pretenderse con los menores de esa edad, pese a los toscos latrocinios y vilezas que hayan hecho en el mundo del delito, como “gringasho”. ¡Hasta la ley no llama delito al ilícito de menores, ni a sus reclusorios, como Maranguita, cárceles, como muestra de magnanimidad del ser humano, también torcido como ellos!
Este grato anhelo, quizá imposible dentro de las cárceles y centros de menores, jamás lo conseguiremos si los tratamos con inusitada fiereza como “miserables”, “sinvergüenzas”, vociferando el deseo torpe e ingenuo de mostrar la cara de sus padres “para saber quiénes han formado a este sinvergüenza”, y otras lindezas de exabrupto del presidente de marras. Menos mal que su mentora Nadine no estuvo presente.
¿Acaso la sólida orientación política de don Isaac y Elena, ésta mi condiscípula en derecho, ha servido de algo para el hijo que ahora ejerce el poder y escupe al cielo y para los otros hijos que compiten con el primero? La respuesta es suya, amable lector.
¿Para qué, entonces, mostramos a la venal y malquista prensa la cara angulosa de los modestos padres de "gringasho" como causante del efecto “sinvergüenza”?
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