Los primeros contactos del nuevo secretario de Estado John Kerry no estuvieron dedicados exclusivamente al traslado de las tropas estadounidenses hacia el Extremo Oriente ni al plan de partición del Medio Oriente sino a la creación de una OTAN económica. Lo cual no parece haber suscitado la menor inquietud en Europa, a pesar de tratarse de un proyecto que Washington espera poner rápidamente en aplicación como medio de resolver la crisis económica estadounidense, en detrimento de los europeos.
En su discurso anual sobre el Estado de la Unión, el presidente Barack Obama anunció unilateralmente el inicio de negociaciones sobre una Asociación Global Transatlántica de Comercio e Inversión con la Unión Europea (12 de febrero). Horas después, la primicia era confirmada a través de una declaración conjunta del presidente de Estados Unidos y de los presidentes del Consejo Europeo y de la Comisión Europea, respectivamente Herman Van Rompuy y José Manuel Barroso.
El proyecto de creación de una Zona Transatlántica de Libre Comercio nació oficialmente en 1992, al margen de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte [1]. Siguiendo un evidente proceso de expansión, Washington quería extender este último espacio económico hasta la Unión Europea. Pero en aquella época se alzaron varias voces, en los propios Estados Unidos, demandando la posposición de la absorción hasta que se estabilizara la Organización Mundial del Comercio, por temor a que en vez de fortalecerse entre sí, los dos proyectos pudiesen interferirse mutuamente.
La creación de un mercado transatlántico es sólo una faceta de un proyecto mucho más amplio, que incluye la creación de un verdadero gobierno supranacional con un Consejo Económico Transatlántico, un Consejo Político Transatlántico y una Asamblea Parlamentaria Transatlántica. Esos tres órganos ya se crearon, de manera embrionaria, sin que se les diese la más mínima publicidad.
La arquitectura de estos tres órganos recuerda un proyecto muy antiguo de creación de un gran bloque capitalista que reuniría a todos los Estados bajo influencia anglo-estadounidense. Las huellas de ese proyecto están presentes en las cláusulas secretas del Plan Marshall y, sobre todo, en el Tratado del Atlántico Norte (artículo 2). Por eso es que se habla indistintamente de Unión Transatlántica o de OTAN económica.
En ese aspecto, resulta por cierto revelador el hecho que el organismo estadounidense que da seguimiento a ese proyecto no es el Departamento de Comercio sino el Consejo de Seguridad Nacional.
Es posible hacerse una idea de lo que será el funcionamiento de la Unión Transatlántica observando de qué manera se han resuelto los conflictos sobre el acceso a los datos personales. Los europeos tienen normas muy exigentes de protección de la privacidad, mientras que en ese terreno los estadounidenses pueden hacer cualquier cosa invocando la lucha contra el terrorismo. Después de varios intercambios sobre el tema, los europeos acabaron doblando el espinazo ante los estadounidenses, quienes impusieron su propio modelo, un modelo que funciona además en un solo sentido: los estadounidenses copiaron los datos de los europeos mientras que los europeos no han tenido acceso a los datos estadounidenses.
En el plano económico se tratará de derogar los derechos de aduana y las barreras no tarifarias, o sea liquidar las normas locales [europeas] que impiden ciertas importaciones. Washington quiere poder vender tranquilamente en Europa sus OGM, sus pollos tratados con cloro y la carne de su ganado alimentado con hormonas. Y además quiere utilizar sin la menor traba los datos personales de los usuarios de Facebook, Google, etc.
A esa estrategia a largo plazo se agrega además una táctica a mediano plazo. En 2009-2010, Barack Obama creó un Comité de consejeros económicos presidido por la historiadora Christina Romer. Esta especialista de la Gran Depresión de 1929 ha desarrollado la idea de que la única solución posible a la actual crisis en Estados Unidos consiste en hacer que los capitales europeos se desplacen hacia Wall Street. Es por ello que Washington ha hecho cerrar la mayoría de los paraísos fiscales no vinculados a los anglosajones y ha influido posteriormente sobre la cotización del euro. Pero los capitalistas en busca de estabilidad han encontrado dificultades a la hora de transferir su dinero hacia Estados Unidos, lo cual debe hacerse más fácil con la OTAN económica. Y Estados Unidos salvará así su propia economía atrayendo los capitales europeos, o sea en detrimento de la economía europea.
Más allá del carácter desigual de ese proyecto y de la trampa que representa en lo inmediato, lo más importante es que los intereses de Estados Unidos y de la Unión Europea son, en realidad, divergentes. Estados Unidos y Gran Bretaña son potencias marítimas y el comercio transatlántico presenta para ellas un interés histórico. Ese era incluso el objetivo que expresaban claramente en la Carta del Atlántico. Los europeos, por el contrario, tienen intereses continentales comunes con Rusia. Sobre todo en el plano energético. Al mantener su sumisión al dictado de Washington, al igual que en tiempos de la guerra fría, Bruselas atenta contra los intereses de los europeos.
[1] TLCAN, también conocido por sus siglas en francés de ALENA. Nota del Traductor.
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