por María Teresa Del Pino Amaya
Una antigua leyenda cuenta que al principio del mundo, cuando Dios decidió crear a la mujer, encontró que había agotado todos los materiales sólidos en el hombre y no tenía más de qué disponer. Ante este dilema y después de profunda meditación, hizo esto: tomó la redondez de la luna, las suaves curvas de las olas, la tierna adhesión de la enredadera, el trémulo movimiento de las hojas, la esbeltez de la palmera, el tinte delicado de las flores, la amorosa mirada del ciervo, la alegría del rayo del sol y las gotas del llanto de las nubes. La inconstancia del viento y la fidelidad del perro. La timidez de la tórtola y la vanidad del pavo real. La suavidad de la pluma del cisne y la dureza del diamante. La dulzura de la paloma y la crueldad del tigre, el ardor del fuego y la frialdad de la nieve. Mezcló tan desiguales ingredientes, formó a la mujer y se la dio al hombre.
Después de una semana vino el hombre y le dijo: –“Señor, la criatura que me diste me hace desdichado, quiere toda mi atención, nunca me deja solo, charla incesantemente, llora sin motivo, se divierte en hacerme sufrir y vengo a devolvértela porque no puedo vivir con ella.
–Bien –contestó Dios– y tomó a la mujer. Pasó otra semana, volvió el hombre y le dijo: –Señor, me encuentro muy solo desde que te devolví a la criatura que hiciste para mí; ella cantaba y jugaba a mi lado, me miraba con ternura y su mirada era una caricia, reía y su risa era música, era hermosa a la vista y suave al tacto. Devuélvemela, porque no puedo vivir sin ella.
(Anónimo)
A lo largo de la historia de la humanidad, mucho se ha escrito, hablado y cantado sobre la mujer, ese ser delicado, bello, misterioso y seductor que es amado y temido a la vez por el poder que ejerce sobre el hombre, poder que muchas veces ni ella misma sabe que posee. Y no lo sabe porque esta creatura de Dios está llena de incógnitas que la hacen aún más enigmática, como una caja de Pandora; no se sabe nunca lo que sucederá cuando llegue a abrirse y es que la mujer siempre fue considerada un misterio, misterio que no puede ser develado del todo aún, a pesar de que muchos estudiosos de la mujer han tratado desde diversos puntos de vista culturales, sociales, psicológicos, políticos, etc., de responder a la eterna pregunta: ¿qué quiere una mujer? Pero antes de querer pretender saber qué quiere, debemos conocer un poco más lo que significa ser una mujer y es que tampoco pretendo al compartir estos pensamientos míos dar una cátedra de lo que significa ser mujer. No podría hacerlo. Hablar de ella es todo un reto. Pero sí es mi deseo más humilde compartir con ustedes algunas reflexiones personales sobre el particular.
¿Qué es ser una mujer? Difícil pregunta. Una mujer es historia, es el producto de su propia historia, de sus acciones y de sus pensamientos, de sus creencias y de su fe, de sus alegrías y tristezas, de sus amores y desamores, de sus aciertos y desaciertos, de sus heridas y entusiasmos, de sus batallas y derrotas. Una mujer también es la historia de su vientre, de los frutos que ahí fecundaron, de los que no lo hicieron y tal vez de los que dejaron de hacerlo. Es la historia de aquel único momento en que es diosa por vez primera. Una mujer es la historia de lo simple, de lo pequeño, lo trivial, lo cotidiano, del día a día. Una mujer es la historia de un poema, de una canción y de pura inspiración. Una mujer es y será siempre la historia de muchos hombres y el amor de uno solo. Una mujer es la historia de lo que dice y de lo que calla, pero una mujer es asimismo la suma de la historia de su pueblo y de su raza, es la historia de sus raíces y de su origen, es la historia de cada mujer que la antecedió en generación, de la abuela y de su madre, es la historia de su propia sangre. Una mujer es la historia de una conciencia forjada en luchas anteriores. Pero por sobre todo, una mujer es la historia de sus propios sueños y de su propia utopía.
Una mujer es historia. Es por eso que una mujer necesita que se hable y se escriba de ella y por ella misma, sin tintes políticos o partidistas que desfiguren su imagen; es necesario rescatarla del olvido aquél al que fue confinada durante mucho tiempo, pero sin caer en esos criterios extremistas que suponen revanchismos inútiles que no conllevan a ninguna parte. Rescatar a la mujer en el buen sentido de la palabra implica sacar a la luz esos aspectos del entramado social, familiar, es decir del ambiente privado, doméstico, al que fue confinada en razón de su género (a diferencia del hombre, que siempre se desenvolvió en el ambiente público y que tal vez en un momento se vio amenazado por el avance de la mujer), y siempre ayudada por los últimos criterios antropológicos e historiográficos que en la actualidad se encuentran en la cima de la preocupación política actual.
Si pretendemos vivir en una sociedad en la que se supone existente una conciencia social acorde con los retos que tiene planteado el mundo de hoy, debemos entonces reconocer que es hora de abandonar de una vez por todas y para siempre esas graves diferencias y descomposiciones que nos trae la modernidad impuesta que no han producido más que grandes abismos entre hombres y mujeres a consecuencia de pensamientos radicales y de enfrentamiento antes que de entendimiento; y tomando conciencia realista de los problemas que aquejan a la sociedad y por ende a la humanidad, problemas tales como el daño ecológico, divisiones raciales, conflictos bélicos y de marginación, podremos entonces hablar de igualdad, equidad, inclusión social, etc., conceptos que hoy por hoy son tan manoseados por políticos irresponsables que únicamente pretenden ganarse puntos ante la población para perpetrarse en el poder, traficando con las necesidades de aquellos y aquellas que quieren y aspiran a una vida más digna y mejor.
Por todo esto, la mujer siempre ha sido y será protagonista indiscutida e indiscutible de su propia historia y de la sociedad, y quizá le corresponde ahora el reto de proponer soluciones originales e integrales para un mundo que todos queremos mejor, debido a que tal vez, como dicen por allí, siendo ella más razonable que racional y dada a ver menos contradicciones ahí en donde solo hay contrastes, y debido a esa inteligencia poliédrica, pueda lograr lo que no se ha podido hasta ahora: un mundo en el que la raza humana encuentre al fin la tan ansiada paz.
– marite_dp@hotmail.com
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