Merced a la profusión de detalles que radiografían las inconductas del ex presidente Alan García Pérez, los ex ministros de Justicia, Rosario Fernández y Aurelio Pastor, corifeos de ese cáncer moral y político que es el alanismo, han proferido venablos infames al autor de estas exégesis jurídicas, el doctor y amigo Guillermo Olivera Díaz.
Recabé su respuesta a los irregulares:
"Para los ácidos críticos alanistas, ¿enviados por mendrugos?, que pretenden ofender y despotrican con fétida coprolalia:
No trabajo en ningún ministerio, ergo, no recibo sueldo del gobierno; no conozco al presidente Humala, a Nadine Heredia, ni soy áulico suyos; ni siquiera resulto familiar de Fernando “Popi” Olivera Vega, a quien siempre reprobé; no integro ningún servicio actual de inteligencia, tampoco antes; no estoy “enfermo de antialanitis” según han motejado; y en mis recónditos entresijos de ángel fieramente humano no anida el odio o la venganza, sino la convicción basada en principios rectores, que pide sanción contra la sinuosidad delictiva.
Unicamente soy un modesto abogado librepensador, estudioso sí, ajeno a dogmas, lejano de todo partido político, a quien la coima o prebenda nunca doblegó y siempre la rechacé. Lo saben los miles de alumnos que tuve en la Universidad Villarreal (donde me jubilé) y los usuarios de la justicia cuando fui juez penal titular de Lima. Mis libros impresos y cientos de artículos publicados en la red dan cuenta de esa férrea conducta. Jamás vendí una nota a los estudiantes, ni una sentencia absolutoria al culpable.
Mi pluma no se vende, alquila o hipoteca, ni por todo el oro del mundo. Siempre seré un servidor de lo justo y del derecho".
Los réprobos no alcanzan a entender -y menos a conocer- que el fundador del aprismo, Haya de la Torre, impulsaba el debate de altura y la creación polémica tanto en el Parlamento Universitario como en los coloquios o en las múltiples reuniones en que designaba expositores. Para Víctor Raúl la ofensa era inaceptable, el dicterio indigesto, el insulto fuera de lugar. Exigía estudio y horizonte, él mismo daba clases de lógica y la construcción de premisas para ir a la discusión proponiendo tesis, antítesis y síntesis. Era un esteta capaz de emplear largas horas en esta clase de entrenamientos. ¡Nunca aprobaría que a un adversario de los quilates de Olivera Díaz se le llenara de diatribas y a los rábulas recordaría, como lo hizo una y mil veces, que las ofensas son maire, maire, cabellicos que se lleva el aire.
He allí una clave fundamental de la política contemporánea, si por política se puede entender el corral productor de pseudo tesis o arquitecturas ideológicas más propias de una tienda de abarrotes que de usina fabricante de ideas.
Sospecho que a las estudiadas, jurídica y penalmente dinámicas propuestas en forma de artículos periodísticos del doctor Guillermo Olivera Díaz hay que contestar con formidable tesón y oposición si es el caso, pero bajo el dintel único de una condición: tener ideas capaces de hacer frente a tan formidables embates. Tengo la impresión que los insultos no hacen la más mínima mella a sus enviones denunciantes.
Quienes incurren en semejantes degradaciones de zaherir a quien piensa diferente y expone sus razones, no pone de relieve sino la colección de apasionamientos de baja estofa, de maloliente calidad y futuro deleznable porque así ¡no se construye un país! Acaso una presidencia, una canonjía, un puestito para negociar indultos a narcotraficantes o el flete seguro a vidas muelles con el dinero de los contribuyentes. Pero una Nación no se edifica sobre tan raquíticas bases.
Mi solidaridad al doctor Guillermo Olivera Díaz y es preciso recordarle las palabras del Caballero de la Triste Figura cuando se dirigía a su rechoncho escudero: "Ladran Sancho, señal que avanzamos".
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