El debate que se produjo en el Congreso de Estados Unidos durante la audiencia del jefe del Estado Mayor Conjunto, general Martin Dempsey, sobre la situación en Siria es una vívida prueba de la confusión y la debilidad del imperio estadounidense en el Machreq árabe como resultado del fracaso de su agresión contra Siria. Ese panorama, junto a la amargura de la clase política estadounidense ante la revolución del 30 de junio en Egipto, demuestra que estamos ante una derrota total de las políticas iniciadas en la región por el ex jefe de la CIA David Petraeus con la complicidad de Turquía, Qatar y Arabia Saudita.
Las ilusiones de Estados Unidos y Occidente sobre las posibilidades de modificar la situación en el terreno después de la batalla de Qoussair se volatilizaron en las últimas semanas. Y los expertos occidentales aseguran que «reequilibrar» la situación es imposible sin una invasión terrestre contra Siria, opinión que confirma el jefe saliente del Estado Mayor del ejército británico, general David Richards. El New York Times reconoce por demás que la dinámica en el terreno ha cambiado a favor de las tropas del presidente Bachar al-Assad.
Pero esos mismos expertos subrayan que una invasión atlantista sería un suicidio para los occidentales y pondría en peligro la existencia misma de Israel ya que el dispositivo de defensa del ejército sirio no sólo está intacto sino que, además, se ha fortalecido con la creación de una resistencia popular dispuesta a defender la patria, [resistencia] que se ha organizado en el marco del Ejército de Defensa Nacional. Al mismo tiempo, la presencia del Hezbollah en suelo sirio hace más arriesgado todavía todo intento de intervención terrestre.
Ante esas realidades, el Reino Unido y Francia, cabecillas de los países europeos favorables a la entrega de armas a los terroristas que operan en Siria, han renunciado a la adopción de esa medida. Londres no sólo cambió de opinión sino que ahora ni siquiera excluye la posibilidad de que el presidente Bachar al-Assad se mantenga en el poder por varios años más, según la agencia británica Reuters, que cita fuentes informadas.
Esas mismas fuentes afirman que es posible que la conferencia internacional de paz [Ginebra 2] prevista para solucionar el conflicto no tenga lugar antes del año próximo, si no acaba siendo desechada, agregan las mismas fuentes. «Está claro que Gran Bretaña no armará a los rebeldes, de ninguna manera», dijo una de las fuentes interrogadas, recordando que el Parlamento de Londres exigió ser consultado previamente sobre el tema.
Reuters reporta que lo que explica la evolución de la posición británica es principalmente la hostilidad de la opinión pública a cualquier tipo de compromiso junto a los rebeldes sirios y el temor de ver las armas enviadas a los insurgentes caer en manos de grupos islamistas ferozmente anti-occidentales.
Por su parte, el ministro francés de Relaciones Exteriores, Laurent Fabius, declaró que París «no ha modificado su posición» de no entregar armas letales a la oposición siria.
Además de sus desventuras en Siria, el enfermo estadounidense se ve ahora ante su mayor desafío estratégico, después de haber visto derrumbarse todos sus cálculos regionales como resultado de la caída de la Hermandad Musulmana en Egipto. Y se trata de una caída definitiva que tendrá enormes repercusiones en todos los Estados de la región, sin excepción, de Túnez a Yemen y pasando por Libia y Turquía.
El cambio en Siria abre perspectivas de encuentro con las victorias sirias, poniendo la región en un nuevo camino que se caracteriza por el fin de la era estadounidense y el regreso a los tiempos de los Estados árabes independientes, respaldados por una confortable mayoría popular.
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