26. septiembre, 2013 IPS Línea Global

Fabiola Ortiz/IPS/Tierramérica

Río de Janeiro, Brasil. Diez años atrás, este país legalizó cultivos de soya transgénica cediendo a la presión de la agroindustria. Hoy es el segundo mayor productor de organismos vegetales genéticamente modificados, sólo detrás de Estados Unidos.

Los transgénicos se venían cultivando clandestinamente en Brasil desde la segunda mitad de la década de 1990. En 2003 se marcó un hito con el decreto 4.680, que reglamentó el etiquetado de alimentos que contuvieran al menos 1 por ciento de organismos transgénicos.

Pero, sobre todo, el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010) dio un paso definitivo al autorizar con sucesivas medidas provisionales el cultivo de soya modificada, ante el hecho consumado de siembras ilegales en el Sur del país con semillas contrabandeadas desde Argentina.

En 2005, la Ley de Bioseguridad estableció el marco normativo definitivo al crear la Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad, encargada de estudiar, aprobar o rechazar las solicitudes de siembra y comercialización de transgénicos.

Dos años después, otra norma creó el Comité Nacional de Biotecnología, para coordinar y ejecutar una política general de desarrollo biotecnológico.
Plagas, el pretexto

Las plagas, los problemas fitosanitarios y las especies invasoras son las principales razones de las pérdidas financieras en la agricultura, sobre todo por la dificultad de monitorearlas y controlarlas, según el ingeniero agrónomo João Sebastião Araújo, del Instituto de Agronomía de la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro.

“En este contexto, en 1996 se inició una nueva tecnología, la transgénesis, con una variedad de maíz que contenía la expresión proteica de la bacteria Bacillus thuringiensis (Bt)”, de propiedades insecticidas, comenta Araújo a Tierramérica.

“Se convirtió en una de las tecnologías más empleadas en la agricultura estadunidense y alcanzó rápidamente el mayor porcentaje de las siembras de maíz en ese país.”

Resume que a partir de esta tecnología se dio una nueva intensificación en el uso de fertilizantes, nuevas variedades, máquinas agrícolas e introducción de moléculas de agrotóxicos: “Todo dirigido a lograr mayores rendimientos”.

Este nuevo paquete tecnológico pasó a ser difundido por las corporaciones trasnacionales en países como Brasil, que configura “un mercado excepcional” por sus extensiones de siembras de soya, maíz y algodón, explica Araújo.

En estas condiciones se hicieron sentir las presiones empresariales para que las autoridades liberaran el uso de la transgénesis, bajo la promesa de eficiencia y bajo costo.

Según la consultora Céleres, especializada en información para el agronegocio, los transgénicos ocupan 37.1 millones de hectáreas en el año agrícola 2012-2013, lo que implica un crecimiento de 14 por ciento (4.6 millones de hectáreas) respecto del ciclo anterior.

Lidera la soya, con 24.4 millones de hectáreas plantadas en 2012, lo que constituye 88.8 por ciento del total de ese cultivo.

La cosecha de invierno de maíz muestra que los transgénicos ocupan 87.8 por ciento (6.9 millones de hectáreas) de las plantaciones. Y en el maíz de verano, las variedades modificadas cubren 64.8 por ciento de las superficies plantadas, lo que equivale a 5.3 millones de hectáreas.

Mientras, el algodón genéticamente modificado constituye algo más de 50 por ciento (547 mil hectáreas) del área total prevista para el ciclo agrícola 2012-2013, según Céleres.

Araújo señala que este país es muy competente en investigaciones agrícolas y sus científicos han logrado “resultados excepcionales” y contribuido a implantar siembras y rendimientos no imaginables en el pasado. Pero, sin negar los avances tecnológicos, no existen todavía respuestas suficientes para una serie de advertencias sobre los transgénicos, opina.

“Hay que tener cautela para no emplear esta tecnología sin el criterio necesario. Hoy, Europa está convencida de que sus impactos van mucho más allá. Estamos hablando de una técnica muy reciente: en Brasil, sólo 10 años; en Europa, 13, y en Estados Unidos, 17 años”, alega.

El presidente de la estatal Empresa Brasileña de Investigación Agropecuarias (Embrapa), Maurício Lopes, pone el acento en otro aspecto: los trópicos son la región del planeta más desafiante para la agricultura, debido a las manifestaciones de los cambios climáticos y a la necesidad de reducir la emisión de gases de efecto invernadero que genera esta actividad humana.

“Debemos echar mano a todo el arsenal tecnológico del que dispongamos. Creemos que son importantes la moderna biotecnología, la nanotecnología, las nuevas ciencias y los nuevos paradigmas. Brasil no puede decir no a esas técnicas, porque los desafíos actuales son enormes”, argumenta Lopes a Tierramérica.

Para el presidente de Embrapa, el balance de estos 10 años es positivo, pero se necesita hacer un uso inteligente, planificado y cuidadoso de estas nuevas herramientas.

“Somos favorables a la transgénesis. Entendemos que hay un andamiaje de métodos y procedimientos para emplearla de forma segura”, agrega. Pero, sobre todo, critica el hecho de que la biotecnología permanezca bajo control de unos pocos actores globales, como las corporaciones agroalimentarias.

Embrapa apuesta ahora a desarrollar nuevas variedades de frijol, tomate y papaya.

“Estamos probando un frijol transgénico resistente a una enfermedad terrible, el virus del mosaico dorado que transmite un insecto. Este producto ya fue desarrollado por Embrapa y ahora lo estamos testeando”, dice Lopes.

La próxima frontera son las hortalizas. Los científicos brasileños ya obtuvieron una lechuga modificada que contiene grandes concentraciones de ácido fólico.

“El ácido fólico es un componente clave en la dieta de las mujeres embarazadas, por su importancia en la formación del sistema nervioso del feto. Lo estamos probando y debe superar una larga batería de evaluaciones. Pero es un producto que, tal vez en el futuro, esté en nuestra mesa”.

Mientras los defensores de los transgénicos alegan que dichos productos pueden ser una herramienta para abatir el hambre y el uso de herbicidas, plaguicidas, fungicidas y microfertilizantes, los ecologistas señalan los riesgos que entrañan para la biodiversidad agrícola.

La organización ambientalista Greenpeace insiste en que su liberación en la naturaleza puede acarrear la pérdida de plantas y semillas que constituyen un patrimonio genético de la humanidad.

“Defendemos el modelo de agricultura basado en la biodiversidad agrícola y que no emplee productos tóxicos, por entender que sólo así tendremos agricultura para siempre”, sostiene la entidad en un comunicado.

Además, destaca, no existe consenso en la comunidad científica sobre la seguridad de los transgénicos para la salud humana y el ambiente.

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Contralínea 353 / 23 septiembre de 2013