Los pueblos votan en las urnas pero también, como en el caso de la juventud peruana y sus multitudinarias marchas, lo hace con los pies, expresando su repudio y protesta por la llamada ley juvenil. Ningún adefesio que se "edifique" sobre la violación o enajenación de derechos adquiridos puede pretender legitimidad. Y los muchachos en las calles así se lo han hecho saber al episódico gobierno de Ollanta Humala.
La tal disposición está herida de muerte y debe caer, sin pena ni gloria, con sólo descaro porque su propósito fundamental ha sido favorecer a empresarios especialistas en sacar la vuelta a los beneficios laborales y eximios en explotar, rotar, echar y abusar de la fuerza de trabajo de los desempleados, en este caso de los más jóvenes. Ellos, por su propia dinámica han dicho que ¡No!
Sin capacidad de respuesta o con anémicos arrebatos en esa dirección, el gobierno de Humala debiera tomar nota del asunto que no se circunscribe tan solo a la ley juvenil: de ahora en adelante, los intentos golpistas, los sueños de perpetuarse por angas o por mangas, en Palacio, tropezarán dura y tenazmente con una juventud que no es ni cándida ni estúpida. Estúpidos sí son los asesores y sus devaneos pro-empresariales.
Más de una vez he sostenido que las generaciones que están en la cosa pública desde hace más de 40 años ¡han fracasado! Es hora del relevo generacional, los perdedores, los que no pudieron plantear y navegar con bitácora genial al Estado, sólo exhiben las lacras de sus robos y estafas que no sólo se verifican en las exacciones sino también en lo que dejaron de hacer. El balance de la producción "intelectual" -de algún modo hay que llamarla- es insuficiente y asimétrico: las mediocridades son mayoría infame.
Por tanto, todos los que ya fueron ediles, alcaldes, presidentes regionales, parlamentarios, presidentes del país, debieran entender que ¡nunca más! pueden albergar sueños reeleccionistas. ¿Cómo se concilia la palabra renovación con el onanismo de tagarotes y buscones a quienes les encanta vivir de la cansada ubre del Estado?
Una pregunta fundamental deviene obligatoria: ¿ha entendido la juventud que tiene que licenciar, jubilar, echar por todos los medios posibles, a quienes hoy representan el oscurantismo y la garrulería en lugar del certero paso de los vencedores? Esta interrogante es fundamental. ¿Han entendido los jóvenes que la hora ha llegado? Lo anticipó Manuel González Prada quien dijo ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!
Pero ¿quién o cómo se resuelve la brecha generacional? Me atrevo a pensar que un rasgo generoso, genial, rector y capaz de soldar voluntades, tendrá que ocurrir cuando los jóvenes despidan a los viejos derrotados pero pidiéndoles el consejo de su experiencia. Mal que bien eso no se puede borrar y acaso constituiría una fuente muy rica para que los noveles no incurran en yerros abominables. Entonces, llegará la hora del ¡abrazo generacional! y las trompetas de Jericó anunciarán al nuevo Perú libre, justo y culto.
Ciertamente, la mamadera del Estado es uno de los placeres más ricos para los parásitos que viven invadiendo, cada cierto tiempo, los sucesivos gobiernos. Peluqueros sociales, impostores, intelectuales a la carta, tecnócratas vendepatria, logreros de toda laya, han enflaquecido al Estado succionando sus jugos vitales y todo el dinero de los contribuyentes.
Con una juvented votando su indignación y su condena a leyes que violan otras conquistas sociales, se marra un retroceso. Y todo indica que el susodicho esperpento no tendrá otro camino que la tristísima anulación. Y, por consiguiente, la derrota política ¡y en las calles! de una administración que advino plena en esperanzas, muchas de las cuales han sido tronchadas y traicionadas.
A los jóvenes, a los adalides nuevos toca la responsabilidad de no dejarse manipular por veteranos pelafustanes. Repitamos la palabras esenciales del Himno de los Estudiantes de 1922:
"Juventud, juventud torbellino,
soplo eterno de eterna ilusión;
fulge el sol en el largo camino,
que ha nacido la nueva canción.
Sobre el viejo pasado soñemos,
en sus ruinas hagamos jardín
y marchando al futuro cantemos
que a lo lejos resuena el clarín."
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