Mientras la «comunidad internacional» celebra la supuesta democracia libanesa, el país se desmorona bajo el predominio de los antiguos «señores de la guerra». Con excepción de la moneda, el Estado libanés no cumple con ninguna de las funciones soberanas que le competen. La economía sobrevive libanesa gracias a las subvenciones que diferentes potencias conceden a los partidos políticos comunitarios –que a su vez redistribuyen parte de esas subvenciones entre los miembros de las comunidades que representan– y con el dinero sucio que atrae el paraíso fiscal libanés. El 23 de agosto de 2015, decenas de miles de manifestantes salieron a las calles para reclamar un cambio de régimen.
Es un fenómeno inesperado: en la noche del 23 de agosto, decenas de miles de libaneses se reunieron ante el Serrallo (residencia oficial del primer ministro libanés), sin haber sido convocados por ninguno de los líderes políticos, confesionales o sindicales. Contrariamente a todas las manifestaciones que se habian realizado en Líbano durante los 10 últimos años, no había esta vez ningún servicio de transporte organizado para los manifestantes. Los libaneses estaban respondiendo espontáneamente al llamado de la asociación que se hace llamar «¡Ustedes apestan!», creada en respuesta a la crisis de la basura.
La concentración de personas que protestaban, que se había iniciado con consignas sobre la ya mencionada crisis de la basura, prosiguió con el eslogan ya utilizado durante la llamada «primavera árabe»: «¡El pueblo quiere la caída del régimen!» Después de varias provocaciones, las fuerzas de policía reprimieron la manifestación causando 70 heridos entre los manifestantes.
Hace un mes que el gobierno libanés no logra garantizar la recogida de la basura doméstica. Después de varios acuerdos, se logró limpiar Beirut –la capital– y algunas otras ciudades, pero no todas. Las soluciones de urgencia ya han alcanzado un punto de saturación y la crisis está a punto de estallar nuevamente en Beirut, mientras que varias localidades se han convertido basureros públicos.
Esta crisis de la basura se agrega a las de la electricidad y el agua. El gobierno libanés sólo logra suministrar 4 horas de electricidad al día y no puede garantizar el suministro de agua. Los libaneses se ven por lo tanto obligados a alquilar grupos electrógenos y a pagar por la entrega a domicilio de unos cuantos recipientes con agua para poder lavarse, a pesar de que el Líbano es prácticamente la «torre de agua del Levante».
En Líbano, todas las familias burguesas tienen sirvientes y domésticas provenientes de África o de la India. La ley organiza una especie de esclavitud doméstica obligando al empleador a confiscar los papeles de identidad de su «empleado». Hasta hace 2 meses los empleados domésticos en Líbano ni siquiera tenían derecho a mantener ningún tipo de relación amorosa sin autorización de su empleador.
En 10 años, desde la retirada de la fuerza de paz siria, acusada de ser una fuerza de ocupación, el Estado libanés viene desintegrándose lentamente. Poco a poco, cada libanés ha ido replegándose hacia la comunidad de la que provenía y ya no es capaz de poner en tela de juicio ni a los líderes de su comunidad ni la política que siguen. Hace un año que el Líbano carece de presidente, y el último personaje que ocupó la presidencia de la República –el general Michel Sleiman– llegó a esa posición mediante una violación de la Constitución y –en ausencia de su predecesor– fue investido de esa responsabilidad por el emir de Qatar. Pero tampoco hay gobierno, sólo reuniones ocasionales de los ministros, que no hacen otra cosa que reñir sin llegar a ponerse de acuerdo para tomar decisiones.
En todos los casos donde surgen conflictos, incluyendo la cuestión de la basura, el origen se encuentra en algún tipo de estafa. Los escándalos son el pan de cada día, al extremo que ya nadie se indigna ante ellos y no dan objeto a ninguna forma de represión o castigo. Numerosos ministros y miembros del parlamento ya ni siquiera disimulan su corrupción. El Líbano cuenta con el mayor número de millonarios por habitante mientras que la población humilde se hunde en una terrible miseria.
Los partidos políticos libaneses son casi todos de naturaleza confesional. Sus líderes son hereditarios y su financiamiento proviene de diferentes Estados extranjeros. Como regla general, en Líbano no se paga ningún tipo de cotización para ser reconocido como militante de una organización política. Por el contrario, son los partidos los que remuneran a las personas para que participen en sus mítines y concentraciones.
El ejército libanés es la única institución que da lugar a una forma de consenso. Pero no puede actuar más que con el respaldo de los líderes políticos y, por consiguiente, sólo interviene para reprimir el terrorismo dentro del territorio nacional. La designación de su nuevo jefe de estado mayor ha dado lugar a vivas críticas que parecen poner fin al estatuto anteriormente mencionado del ejército. La defensa nacional del Líbano recae fundamentalmente en una prestigiosa organización privada: el ala militar del Hezbollah, que con sólo un puñado de combatientes voluntarios logró derrotar a las fuerzas armadas de Israel en 2006, pero cuya rama política comienza a verse afectada por la corrupción generalizada en el país.
En el marco del cese regional de las hostilidades incluido en el acuerdo logrado durante las negociaciones sobre la cuestión nuclear iraní, las grandes potencias mencionan una nueva repartición del Líbano, que garantizaría la paz social pero incrementaría las dificultades cotidianas de los libaneses. Otros estudian la opción de un golpe de Estado militar, porque la actual situación les parece carente de ningún otro tipo de salida. La única solución exigiría un importante cambio institucional –que pondría fin al sistema confesional que los franceses impusieron al Líbano–, cambio que se basaría en el principio de «una persona, un voto» y que garantizaría los derechos de las minorías.
El Líbano, Estado artificial creado por los británicos y los franceses, era considerado, hasta el inicio de la guerra civil de 1975-1990, como «la Suiza del Medio Oriente».
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