Después del muy penoso incidente del robo a mi camioneta roja jeep patriot blindada en la campaña de mi esposo a la alcaldía a un pequeño distrito de Lima llamado Barranco, por tres días me deprimí y desilusioné totalmente de la política.
Desgraciadamente la función debía continuar y apenas mi esposo, el equipo con el que trabajó y yo, debíamos esforzarnos lo suficiente en el poco tiempo que nos quedaba.
En el grupo de apoyo hubo de todo pero creo que tuve la bendición de hacer buenos y fuertes lazos con algunos muchachos emprendedores y damas entusiasmadas en que podía existir una mínima esperanza de ganar.
Es obvio que ninguna elección se puede ganar en tres meses, se debe hacer trabajos de servicio social al distrito con un mínimo de 5 años, pero tuvimos la plataforma de aprendizaje más increíble que pude imaginar.
Las encuestas nos llevaban al filo de la lista de 10 candidatos y cada día se luchó para poder pasar esa barrera.
Para el Día del Niño que en Perú se celebra en agosto, ya teníamos un mes en casi el último puesto y por nada se pudieron cambiar las estadísticas.
Las reuniones semanales del grupo que conformaban los postulantes a regidores de la lista a la alcaldía por el Partido Aprista, partido político legendario en Perú, fundado por el intelectual Haya de la Torre hace casi cien años, se caracterizaba por la cantidad de ideas de hombres y mujeres que conformaban tal lista pero nada cambiaba, no variaba la cifra y la angustia y la presión crecía cada vez más.
Aquel domingo del Día del Niño todos, incluida yo, nos disfrazamos y salimos con caravana de circos ambulantes con pop corn, algodón de azúcar de distintos colores, chupetines y varias clases de dulces y juguetes a montones, llevando a los sectores más humildes y menos privilegiados, aquella noche tuvimos una acogida sorprendente y descubrimos que el secreto para ganar la simpatía de las personas era a través de conquistar a sus pequeños hijos.
Para ese entonces conseguir disfraces originales y sofisticados no fue tarea difícil, pues yo llevaba diez años trabajando en el servicio social en especial para niños en las zonas más precarias de mi país tanto en la Sierra, en la Costa, como en la Selva.
Fue para mí estar como pez en el agua, todos los días nos disfrazábamos y hacíamos fiestas infantiles, llevando regalos para los niños, para los padres, para las madres, piñatas, tortas, ofrendas y por supuesto jamás sin olvidar que multiplicábamos los alimentos, no hubo un sólo día que no les invitáramos polladas a todas las quintas de los lugares terriblemente pobres de Barranco y no pudo faltar nunca, por supuesto, el mensaje político pero yo que soy apolítica daba siempre un mensaje de esperanza, fuimos entonces haciéndonos conocidos como el partido de las fiestas infantiles, de las piñatas y de las polladas.
Durante la campaña surgió el amor entre dos de los candidatos a regidores y algunos problemas por la edad, pues, ella la enamorada regidora, pasaba los cuarentas y el ilusionado regidor iba en la mitad de los veintes, pero ¿fue eso acaso una desavenencia?, en el corazón no hay nada escrito y ¿qué cosa mejor puede haber en este mundo que no sea el dulce amor?
Los celos, chismes, críticas, murmuraciones, egoísmos, egolatrías y envidias fueron infaltables, como lo describí hace un rato fue un grupo humano no un conjunto de artefactos eléctricos y los humanos traen adheridos al alma, esos mezquinos sentimientos, no lo podemos evitar.
El cierre de campaña fue un par de días antes de las elecciones e hicimos un mitin familiar sin alcohol, con dulces, juegos para niños, carruseles y nuestro escenario fue un simpático camión, la lluvia fue una buena compañía en esa noche de octubre del 2014 y cuando llegué a acompañar a mi esposo, dio unas palabras muy emotivas y fue muy ovacionado pero lo inesperado de aquel momento es que todos los abrazos y besos que di a todos esos niños en esos meses de campaña dieron fruto, el lugar estaba lleno de cientos de niñitos desesperados por acercarse a mi persona, por tocarme, gritando todos como locos a viva voz: ¡Zully, Zully, Zully!, mi esposo no ganó pero yo me sentí la más triunfadora del mundo, ¿que más podía pedir?
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