En Perú, la utopía fundamental, cuasi única, indesdeñable y obligatoria, debiera ser que todos comieran, se vistieran y trabajasen en términos dignos, decentes, hábiles de soportar la forja de una Nación moderna, revolucionaria con ideas soliviantadoras de la imaginación y capaz de reivindicar nuestro antaño papel de liderazgo en Latinoamérica. Los incas lo hicieron y construyeron un espacio geopolítico con impronta hasta nuestros días.
¿En qué utopía piensan nuestros burros políticos? Un análisis elemental pareciera indicar que en nada de nada. Más allá del dicterio o la zalema indigesta, no hay debate, confrontación de ideas o arquitecturas que promuevan al ciudadano como prioridad fundamental del quehacer estatal y a la empresa, en sus múltiples variedades, como generadora de fuentes de trabajo y de recursos para las familias.
La ausencia de utopía promueve la imbecilidad a todo nivel. Algunos creen que hay que llamar héroes a quienes cumplían con su deber aunque no se entiende por causa de qué se ultimó a balazo avieso a los rendidos. ¡Y no me vengan a decir que hay que asesinar a los que ya habían depuesto las armas! Con ese criterio ¡a todos aguarda el paredón, porque depende, tan sólo, de la trinchera que se ocupe y el exterminio es ineluctable!
Cuando la imbecilidad gobierna, cualesquiera el escenario, se goza en el detalle de cómo fue descuartizado un ciudadano y la geografía del reparto de sus miembros, ocupa a la gárrula prensa escrita, radial o televisiva. ¡Un país que se ve cautivado por la carnicería, está al borde de su falencia mental más catastrófica!
Nuestros burros políticos no alcanzan ¡ni a otear! el horizonte geopolítico. ¡Ni qué hablar de las bombas en Afganistán que Estados Unidos y Trump llaman con huachafería “madre de todas las bombas” o el campo de Agramante en que se ha convertido Siria en que hay múltiples codicias buscando lo suyo! Los jumentos políticos no pueden ¡tampoco! comprender cómo el 2011 el gobernante de esa fecha obsequió la soberanía aérea a Lan Chile y como hay hermanos supérstites en el Establo de Plaza Bolívar, entonces callan “estratégicamente” para no abrirse “frentes”.
Conozco burros políticos que se cuidan muy mucho de recordar el nombre y apellido, canal o medio de los entrevistadores que alguna vez les hicieron preguntas ¡no importa que fueran naderías de escasísima repercusión!, pero que ¡jamás! cruzan el Rubicón de sus mediocres aspiraciones más allá de una curul o un puesto rentado en el Estado. Y viven acompañados de sus egolatrías ruines que les catapultan a imaginarios planos superiores cuando apenas si son lo que llamaba con humor ácido Manuel González Prada: gorilas politicantes.
A los burros políticos NO les interesa definir qué clase de Estado es el que la utopía necesita para un plan nacional en los próximos 100 años. El piajeno sólo atisba la inmediatez del sueldo puntual, la figuración en medios periodísticos diciendo ¡cualquier disparate! y encoge la panza, engola la voz y se aprende letanías que farfulla una y otra vez y ¡colecciona! fotos en diarios, audiciones en radios y espacios en televisión. Si se juntara casi el 100% de aquello, podríamos botarlo a la basura ¡y nadie extrañaría tanto adefesio mediático!
A los jóvenes toca la tarea de sacar a los burros políticos de sus madrigueras. Desalojar a aquellos es tarea sublime y se llama recambio generacional.
Un país necesita tener utopías y encandilar con las mismas a sus espíritus más preclaros por incontaminados y honestos. La política peruana demanda refundación desde sus cimientos más hondos. Los viejos de cuerpo y alma, han demostrado su lóbrega falencia e ineptitud. El trance de transformar al Perú sólo podrá verificarse con ambiciones de largo alcance y por la interposición de la mano limpia, proba e impecable de una marcha al porvenir que nos debe una victoria.
Cualquier parecido con los políticos burros es mera coincidencia.
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