Después de 3 años relativamente apartada de la escena internacional, Turquía ha definido su rumbo. Pretende seguir siendo miembro de la OTAN y de su Mando Integrado pero actuando de manera independiente, sin recibir órdenes de la alianza atlántica ni de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC). En el plano interno, busca integrar las minorías en base a una lógica nacional y combatir los elementos subordinados a Estados Unidos.
Turquía cambia y las proyecciones de George Friedman, el fundador de Stratfor, resultan falsas. Si el antiguo Imperio Otomano debe desarrollarse, no será como vasallo de Estados Unidos.
Más que juzgar a Turquía según las normas occidentales y burlarnos de su «nuevo sultán», debemos tratar de entender cómo el «enfermo de Europa» lucha por salir de su retraso cultural en materia de modernidad y de rebasar la derrota sufrida durante la Primera Guerra Mundial, sin renunciar por ello a su especificidad histórica y geográfica. El hecho es que, al cabo de un siglo, la vía iniciada por Mustafá Kemal Atarturk no ha alcanzado sus objetivos y los problemas siguen existiendo.
Creímos que, con el AKP (el partido de gobierno del presidente Erdogan), Turquía se convertía en una democracia islámica inclusiva y comparamos su doctrina con la de la democracia cristiana europea. Poco a poco, Turquía volvía a su grandeza de la época otomana, convirtiéndose en portavoz del mundo musulmán. Con el respaldo de Estados Unidos, estaba llamada a convertirse en una potencia económica de primer plano. Prosiguiendo su modernización y su occidentalización, Turquía volvía entonces la espalda a su primer cliente –Libia– y después a su socio económico –Siria– y se comprometía cada vez más con Occidente.
Pero el intento de asesinato del 15 de julio de 2016 contra el presidente Recep Tayyip Erdogan, quien acababa de ser reelecto –intento de asesinato que acabó convirtiéndose en un intento de golpe de Estado–, invirtió la situación. Durante 3 años, el AKP trató de digerir aquella loca carrera, inició un proceso de introspección sobre su política, organizó el tercer aniversario de la intentona golpista para clarificar sus posiciones.
En primer lugar, y contrariamente a lo que habíamos creído entender, la Turquía moderna no está con el oeste ni con el este. Se define como un país a caballo entre ambos mundos, medio asiático y medio europeo, sin que su estatus de miembro de la alianza atlántica o su participación en las guerras occidentales de la llamada «primavera árabe» modifiquen ese hecho.
Eso es lo que nos muestra la compra del sistema antiaéreo ruso S-400. Ankara mantiene su condición de miembro de la OTAN pero proclama que puede comprar armamento al adversario de la alianza atlántica. Incluso precisa, con toda razón, que no hay en las reglas de la alianza atlántica nada que le prohíba hacerlo ni que autorice a nadie a sancionarla por ello.
Más que nunca antes, los turcos son hoy «los hijos del lobo de las estepas» que conquistaron Asia y parte de Europa. Esa es la interpretación correcta de su participación en las negociaciones de Astaná para la paz en Siria, negociaciones que Turquía apadrina junto a Irán y Rusia, y las apasionadas declaraciones antimperialistas de la delegación turca en la reciente reunión de los ministros de Exteriores del Movimiento de Países No Alineados realizada en Caracas.
En segundo lugar, Turquía basa su independencia económica en el proyecto energético del gasoducto Turkish Stream y en la explotación de la zona marítima exclusiva chipriota, lo cual es su punto débil. Algunos tramos del gasoducto ruso-europeo a través de Turquía ya están operativos pero la Comisión Europea, bajo la presión de Estados Unidos, puede imponer su oposición en cualquier momento, y la envergadura de las inversiones no pesará en la balanza más que en el caso del Nord Stream 2. Por otro lado, según el Derecho Internacional, Turquía no tiene ningún derecho sobre la zona marítima exclusiva chipriota y su respaldo al Estado títere identificado como República Turca del Norte de Chipre es nulo y carente de valor jurídico.
Es en medio de todo este contexto que el ministro de Exteriores de Turquía, Mevlut Cavusoglu, acaba de anunciar la suspensión del acuerdo migratorio entre su país y la Unión Europea –justo después del pago de 2 000 millones de euros anuales de la UE a Turquía.
Tercer elemento, Turquía rompe con el modelo financiero anglosajón. Su nivel de vida ha venido derrumbándose desde la guerra de Occidente contra Libia, y más aún a partir de la guerra –también occidental– contra Siria. Así que Ankara ha decidido repentinamente retomar el control de su banco central y reducir sus tasas de interés de 24 a 19,75%. Nadie sabe qué consecuencia económica tendrá esa decisión.
Cuarto, contrariamente al periodo 2002-2016, los miembros de las minorías siempre tienen la posibilidad de ser turcos… exceptuando a los individuos que han concluido alianzas en el extranjero. Desde el momento del ya mencionado intento de golpe de Estado, una gigantesca purga expulsó del ejército y de la administración a todas las personas sospechosas de mantener vínculos de subordinación con Estados Unidos, principalmente a los discípulos del predicador Fethullah Gulen –refugiado en Pennsylvania, Estados Unidos. Cientos de miles de personas fueron encarceladas y lo que ha sido presentado como una reactivación de la guerra contra la minoría kurda es en realidad una guerra de Turquía contra los kurdos aliados de Washington.
Al contrario de la percepción que se tiene en Occidente, Recep Tayyip Erdogan no está imponiendo una dictadura por mitomanía personal. Lo que está haciendo es recurrir a la violencia para cambiar el rumbo de su país.
Quinto, Turquía se define como un Estado musulmán respetuoso de las minorías. El presidente Erdogan incluso acaba de poner la primera piedra de una iglesia siriaca [1] cuya construcción se inició en Estambul. De hecho, se trata de una opción incompatible con el ciego apoyo de Erdogan a la Hermandad Musulmana y al proyecto de esta última tendiente a restaurar el Califato. La «solidaridad musulmana» es una ilusión carente de sentido y –como Irán– Turquía tiene que decidir a qué «islam» se refiere. En todo caso, ya rompió con su postura anterior y ha dejado de respaldar tan fuertemente a los musulmanes de la región china de Xinjiang (también llamada Sinkiang).
En este momento, el ejército turco ocupa el norte de Chipre y libra guerras en Irak, Siria y Libia, además de desplegarse alrededor de Arabia Saudita –en Qatar, Kuwait, Sudán y en el Mar Rojo. Ese extenso activismo no puede mantenerse indefinidamente ni en oposición simultánea con Israel y la OTAN.
Todo eso abre nuevas perspectivas que no son del agrado de Estados Unidos. Ya en este momento, el ex ministro turco de Economía, Alí Babacan, y el ex primer ministro, Ahmet Davutoglu, se han aliado al ex presidente de Turquía, Abdullah Gul. Después de haber renunciado a enfrentarse a su ex socio Erdogan en las elecciones legislativas, Abdullah Gul considera ahora que la derrota del AKP en las elecciones municipales –sobre todo en Estambul– abre la puerta a la posibilidad de impedir que se instaure una dictadura. Gul, Babacan y Davutoglu están tratando de organizar –con la CIA– un movimiento disidente dentro del AKP de Erdogan. Esto representa para la CIA la posibilidad de lograr, por la vía electoral, el objetivo que perseguía el fallido intento de asesinar a Erdogan orquestado en 2016.
«Si no nos decepcionan ellos, ¿quién lo haría?», ha declarado Erdogan.
[1] El culto denominado como “Iglesia siriaca” es el culto ortodoxo de Siria, también denominado Iglesia ortodoxa siria de Antioquía, Iglesia jacobita o Iglesia sirio-ortodoxa. Nota de la Red Voltaire.
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