En la Covención del Partido Demócrata que se celebró en Boston, Al Gore le endosó al presidente George W. Bush el declive inocultable de Estados Unidos. Lo que nunca confesó Al Gore es que fue la asombrosa resistencia iraquí en Fallujah, que ha entrado a la dimensión legendaria, la que develó las vulnerabilidades del poderío militar de la otrora superpotencia unipolar.
En la Covención del Partido Demócrata que se celebró en Boston, Al Gore le endosó al presidente George W. Bush el declive inocultable de Estados Unidos. Lo que nunca confesó Al Gore es que fue la asombrosa resistencia iraquí en Fallujah, que ha entrado a la dimensión legendaria, la que develó las vulnerabilidades del poderío militar de la otrora superpotencia unipolar.
El periodista Nir Rosen consagra siete extensos artículos a la asombrosa resistencia iraquí en Fallujah, que acaban por derrapar, a nuestro humilde juicio, al intentar demostrar que se trata de un movimiento jihadista («Dentro de la resistencia iraquí», Asia Times del 15 al 24 de julio). Pepe Escobar («El emirato islámico de Fallujah», Asia Times, 15 de julio) llega a la misma conclusión fundamentalista que Rosen y desvirtúa a la resistencia iraquí, a su juicio contaminada y minada por la «talibanización».
La asombrosa resistencía iraquí comienza a cosechar en el público europeo los frutos de haber humillado al ejército más poderoso del planeta y Subhi Toma, sociólogo asilado en Francia por su oposición al régimen de Hussein, quien se ostenta como «uno de sus coordinadores» (Red Voltaire, 11 de julio), afirma que «los responsables del ejército de Estados Unidos han confirmado el apoyo masivo a la resistencia del pueblo iraquí contra la ocupación». Subhi Toma afirma que los insurgentes, entre 20 mil y 50 mil, «pertenecen a todos los componentes de la sociedad iraquí».
Quizá sea muy optimista, tanto en la participación de los kurdos (cuando es notorio que poseen su agenda independentista propia) como en la «instauración de un régimen republicano, pluralista y secular», que parece fuera de tono con las tendencias religiosamente patrióticas del sunismo y el chiísmo, que nada descabelladamente pueden desembocar en una teocracia federada. Lo relevante de los asertos de Toma es doble: primero, se expresan en Francia, lo que retroalimentará el resentimiento francofóbico de los unilateralistas y los sharonistas; y, segundo, deja entrever que «los actos terroristas espectaculares son manipulados por diferentes servicios secretos» regionales y trasatlánticos que buscan enfrentamientos entre los componentes del mosaico étnico-religioso de Irak.
Toma destaca el factor chiíta como «determinante», sin dejar de admitir que existen «riesgos de una manipulación de los religiosos chiítas por los servicios secretos de Irán y Kuwait». Le faltó agregar a otros países limítrofes como Jordania, que encubrirían al extraño «factor Zarqawi», de quien Red Voltaire (como Bajo la Lupa) llega a dudar de su existencia. ¿Es Zarqawi otro espantapájaros más del montaje terrorista del unilateralismo bushiano?
Con una óptica diferente, el estadunidense Scott Ritter (controvertido inspector de la ONU en Irak de 1991 a 1998 y autor del libro Las fronteras de la justicia: armas de destrucción masiva y la paliza de Bush a EU) demuestra que «la gente de Saddam está ganando la guerra» (International Herald Tribune, 23 de julio). Dígase lo que se diga, Ritter tuvo la razón histórica sobre la ausencia de «armas de destrucción masiva» en Irak, a diferencia de la postura pusilánime del sueco Hans Blix, jefe ejecutivo de la Comisión de Monitoreo de Verificación e Inspección de la ONU.
El estadunidense (su nacionalidad es relevante) Ritter, ex jefe de la misión de la ONU destinada a verificar el arsenal iraquí, quien había condenado sin tapujos la campaña de la administración Bush, había también fustigado, durante un mensaje memorable al Parlamento en Bagdad, que «Estados Unidos se había embarcado en una política de intervención unilateral que está en contra del espíritu y la constitución de la ONU» (BBC, 8 de septiembre de 2002).
En casi un década, Ritter -proveniente de una familia de militares, funcionario de espionaje militar y experto en misiles balísticos- tuvo tiempo de conocer los laberintos de la política interna de Irak, así como su presunta capacidad letal; era evidente que no era muy apreciado por el régimen de Saddam. De allí que sus evidencias sean más concluyentes, en cuanto a la sobresaliente participación de la Guardia Republicana iraquí en el movimiento de resistencia se refiere, que las del proisraelí Nir Rosen, quien califica a la resistencia como una caterva de fanáticos religiosos.
En forma más estructural, Ritter aduce que el «nacionalismo baazista había cesado de existir desde hace casi una década». Como consecuencia de la primera Guerra del Golfo, «el régimen de Hussein se había cambiado a una amalgama de nacionalismo, tribalismo y fundamentalismo islámico que reflejaba la realidad política de Irak». Viene una sorprendente revelación: «gracias a una planificación meticulosa, los lugartenientes de Saddam ahora dirigen la resistencia iraquí, incluidos los grupos islámicos».
Lo mal planeado de la invasión anglosajona contrasta así con la «meticulosa planificación» de los estrategas de Saddam, considerados por la pueril desinformación estadunidense unos ineptos, incapaces siquiera de pensar.
Ritter reseña que la deserción del yerno de Saddam, Hussein Kamal, 14 meses antes de la invasión anglosajona, profundizó las mentiras sobre la inexistente posesión de armas de destrucción masiva por el régimen, pero reveló algo importante que no fue tomado en serio: que su suegro había ordenado que todos los altos funcionarios del partido Baaz realizaran obligatoriamente estudios del Corán, y que se añadiera el lema «Alá es Grande» a la bandera nacional. A juicio de Ritter, el «cambio radical en su estrategia» era necesario para la supervivencia del régimen.
Se ha perorado ampliamente sobre el error estratégico del anterior procónsul, el kissinegeriano Paul Bremer III, quien se apropió del leitmotiv del chiíta postmoderno Ahmed Chalabi (un títere de los neoconservadores straussianos promotores del unilateralismo bushiano) para depurar ideológicamente a Irak por medio de la desbaazificación como se había desnazificado a Alemania. Ritter enfatiza que en abril pasado, fecha de la legendaria rebelión sunita de Fallujah seguida por la intifada chiíta, Bremer III tuvo que dar marcha atrás a la demencial desbaazificación.
El anterior inspector se burla del diagnóstico del Pentágono, que considera a la resistencia «un matrimonio de conveniencia» entre los baazistas y los fundamentalistas islámicos, lo cual pone en evidencia su «desconocimiento de Irak». Ritter es categórico: «la resistencia iraquí es producto de varios años de planificación».
En lugar de «ser absorbidos por un amplio movimiento islámico, los lugartenientes de Saddam se colocaron como cabezas al haber cooptado a los fundamentalistas años atrás, con o sin su conocimiento». Recuerda que no existió ninguna ceremonia de rendición ante el ejército invasor anglosajón, que había sobredimensionado a la oposición en el exilio. Revela que «la mal llamada resistencia islámica es dirigida nada menos que por Izzat Ibrahim al-Douri, anterior vicepresidente y ardiente nacionalista árabe sunita, y practicante de la hermandad sufi, una sociedad de místicos islámicos».
¡Qué dato tan fascinante! Ahora se entiende el misticismo intrínseco de la notable resistencia iraquí y la seducción que ejerce sobre las masas pauperizadas tanto sunitas como chiítas. Pero que también delata la exquisita sensibilidad de un observador foráneo como Ritter. Resalta que las categorías semánticas de los analistas militares de pacotilla de Estados Unidos -quienes desde su materialismo consumista a ultranza tienden a trivializar y a profanar lo sagrado- son muy raquíticas para entender la religiosidad patriótica (o, si se desea, el patriotismo religioso) del pueblo iraquí.
Ritter se detiene a escudriñar el nivel de «sofisticación» de la anterior «Organización Especial de Seguridad que dirigía Hani al-Tifah, quien ahora coordina las operaciones de resistencia con sus mismos funcionarios», ayudado por Tahir Habbush, jefe de los servicios de inteligencia: «los recientes ataques antiestadunidenses en Fallujah y Ramada fueron perpetrados por hombres muy disciplinados que luchan en unidades cohesivas, que provienen en su mayoría de la Guardia Republicana».
La contundencia sarcástica de Ritter es inigualable: «El nivel de sofisticación no debe haber constituido sorpresa alguna para alguien familiarizado con el papel del anterior mandamás de la Guardia Republicana, Sayf al-Rawi, en haber desmovilizado a unidades selectas de la guardia para este propósito antes de la invasión de Estados Unidos».
¿Pues no que Saddam y parte de la Guardia Republicana se habían vendido (literalmente) al invasor anglosajón? Incluso en fechas recientes, nada menos que el destacado orientalista Evgeny Primakov, anterior jefe de servicios de inteligencia foráneos de la sucesora de la KGB, afirmó que Saddam había colaborado en la entrega de Bagdad al ejército estadunidense, lo cual era notorio por la inexplicable ausencia de combates en el cruce de los soldados invasores en el río Tigris sin ser molestados.
¿Se trató de una trampa genial? El tiempo lo dirá pero, por lo pronto, las estrujantes revelaciones de Ritter, profundo conocedor de la pirámide social iraquí y, sobre todo, de su jerarquía militar, parecen apuntar en este sentido.
Ritter no le concede el menor respeto al gobierno de Allawi, reclutado por Estados Unidos entre los expatriados opositores a Saddam: «lo cierto es que nunca existió una oposición significativa en número dentro de Irak para que la administración Bush formara un gobierno en sustitución de Saddam». ¿Fueron, entonces, Bush y los neoconservadores straussianos, presas de sus alucinaciones fantasmagóricas?
Por último, Ritter vaticina «una década de pesadillas con la muerte de miles más de estadunidenses y decenas de miles de iraquíes. Seremos testigos de la creación de un viable y peligroso movimiento antiestadunidense en Irak que un día vigilará la retirada unilateral de los soldados de Estados Unidos como Israel lo hizo en forma ignominiosa en Líbano».
Viene la estocada en el más depurado estilo de Ritter: «No existe solución elegante para la debacle en Irak. No se trata más de ganar sino de mitigar la derrota». Amén: sea dicho en el místico lenguaje de los sufis.
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