Europa y los Estados Unidos debieran comprender que la sociedad global que se intenta construir, no será viable hasta que los países subdesarrollados completen las tareas pendientes.
En estricta lógica, el desarrollo económico y social es una consecuencia natural del accionar humano, una sucesión de etapas a las que se arriba sin proponérselo. El progreso es a la sociedad lo que crecer es a los organismos vivos. El desarrollo es un hecho natural, el subdesarrollo una anomalía.
Aunque no se necesita probar lo obvio, es preciso recordar que los pueblos originarios de América habían alcanzado determinados niveles de desarrollo que fueron abruptamente frenados por la llegada de los europeos para quienes el descubrimiento significó el acceso gratuito a territorios y riquezas inmensas y un aporte de fuerza de trabajo de alrededor de 100 millones de personas que, durante cuatro siglos, trabajaron para su grandeza.
El oro y la plata, los minerales, las pieles y las maderas, la papa, el maíz, el tabaco, el tomate y el cacao, aportaron un caudal de riqueza que contribuyeron poderosamente a financiar el desarrollo europeo y dieron un impulso extraordinario a sus fuerzas productivas.
Tales acontecimientos tuvieron un efecto inverso en los territorios ocupados que, además de perder sus recursos y sus gentes, soportaron la introducción de deformaciones estructurales que comprometieron su futuro. La tragedia no terminó con la colonización sino que sobrevivió en las republicas para cuya instauración se pagó un altísimo precio en recursos y capital humano sustraídos al progreso y al desarrollo.
Dejadas a su arbitrio, por sus pies y con sus ritmos, las sociedades originarias hubieran avanzado en la creación de sus estructuras clasistas, formado sus propias instituciones y sus liderazgos, cosa que no pudo ocurrir porque desde fuera y por la fuerza, se le impusieron instituciones y practicas, no sólo ajenas, sino retrogradas. En tiempos de Colón en Europa no existían la esclavitud ni las encomiendas ni en España se despreciaba a los pueblos oscuros como fueron despreciados los pobladores del Nuevo Mundo.
Lejos de incorporar los territorios ocupados a su estructura estatal y nacional, las potencias europeas los asumieron como un botín gobernándolos mediante prácticas de administración colonial que conllevaron a la edificación de sociedades arcaicas, una mezcla de esclavitud con feudalismo y capitalismo voraz y depredador que condujo a resultados económicos, políticos y culturales catastróficos.
Europa no propició que en América prosperaran colonias ni se forjaron naciones, no se implantaron relaciones de producción acordes a la época ni surgieron autenticas clases sociales, sino que se engendraron oligarquías que convirtieron las republicas en feudos explotados con la misma lógica e idéntica ilegitimidad, con que antes lo hacían las coronas.
Eso explica que se acentuaran la pobreza, la exclusión, la discriminación y la marginación y son la causa principal de que, hasta nuestros días, para vergüenza de toda la clase política latinoamericana, sobreviva la más ofensiva de todas las lacras sociales engendradas por la colonia: el problema indígena.
El hecho de que determinados países que contaron con condiciones naturales excepcionales y coyunturas propicias que les permitieron alcanzar índices de crecimiento económico notables, no atenuó sus deformaciones ni los hizo menos dependientes. En ningún país latinoamericano el desarrollo se fundó en la existencia de un mercado interno y todos dependen de las exportaciones de materias primas, energía y productos básicos.
Cuando en lugar de carne, lana y cueros de Argentina y Uruguay, los Estados Unidos y Europa demandan celulosa, las praderas y las pampas se siembran de eucaliptos para producir lo que allá se necesita.
Pretender remediar los graves problemas de las economías y de las sociedades latinoamericanas con acciones aisladas y exóticas como son los tratados de libre comercio y cosas semejantes, dictadas por las conveniencias imperiales, es zurcir y remendar viejas y fracasadas estrategias.
No hay manera de evadir el hecho de que sin transformaciones verdaderamente profundas que afecten toda la estructura social, será imposible saldar la deuda histórica de Latinoamérica con su propio desarrollo. Sin acciones revolucionarias ni siquiera el capitalismo podrá progresar en América Latina.
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