Por eso, se trata de una crisis de la verdad política, que puede llegar a convertirse en una verdadera crisis dela política. Hoy presenciamos un pulso de verdad entre el Gobierno y las AUC, que refleja muy bien el pulso de poderes que están escenificando Uribe y Mancuso, tras el cual se oculta la verdadera realidad de la política. Es decir, quién controla a quién y en función de qué. Hay que cuidarse de caer en la trampa de las verdades. Resulta que ahora todo parece girar en torno a quién dice la verdad, cuando lo único relevante y verdadero es quién y cómo ejerce el poder político.
Porque quien lo ejerce impone su verdad política, aquella que resulta más funcional a sus intereses y objetivos. Justamente por ello, hoy el presidente Uribe llama criminales a los que ayer consideraba y trataba como actores políticos y en un pasado no muy lejano llamaba ejemplares ciudadanos, por ser miembros de las “Convivir”, como en efecto lo fue Mancuso en un principio. No hay que olvidar que las “Convivir” fueron promovidas y elocuentemente defendidas por Uribe, como Gobernador de Antioquia, ante la Corte Constitucional. Las mismas “convivir” que se mutaron en monstruo paramilitar, pero sólo ahora el presidente Uribe repudia y llama por su verdadero nombre. Tal es el alcance de la verdad política gubernamental y de la inocultable impunidad política de Uribe. Una verdad mutante y cambiante, con una enorme capacidad proteica para tomar las formas más inverosímiles, pero siempre leal y fiel en la defensa a sangre y fuego del statu quo y sus criminales privilegios. No importa los costos de esa defensa, ni las tenebrosas y tácitas alianzas urdidas en el pasado, pues de lo que se trataba era de salvar la Patria contra las huestes del terror de las FARC y el ELN.
Ya lo expresó recientemente el mismo Presidente Uribe, ante un furibundo auditorio de ganaderos en Cartagena: “Desde que haya buena fe y amor a la Patria, nosotros para adelante, sin importar lo que digan”. Por lo tanto, poco importa lo que ahora digan sobre el pasado unos horrendos criminales, pues a ellos no se les puede creer nada. Todo lo que digan de ahora en adelante se presume falso. Es falso. Sólo dirán mentiras para enlodar el honor y la dignidad de los altos oficiales de las Fuerzas Armadas, para denigrar y manchar la ejemplar e impoluta hoja de vida del primer mandatario. No merecen la más mínima credibilidad. Es la palabra de criminales contra la de honestos y sacrificados miembros de las Fuerzas Militares. De delincuentes condenados, como Rafael García a 18 años, contra intachables funcionarios, como Jorge Noguera, ex director del DAS.
La versión de tenebrosos asesinos, contra la palabra de abnegados y amenazados Senadores y Representantes, obligados a firmar y sellar una alianza con el crimen. En fin, la mentira y la violencia del crimen contra la verdad y la civilidad de la “democracia más estable, ejemplar y sólida de América Latina”. Por eso no se les pueda creer absolutamente nada, aunque sus verdades sean del tamaño de sus crímenes. Simplemente, porque si se les llega a creer, así reconozcan las numerosas masacres cometidas y los miles de desaparecidos ocultos en fosas comunes, esa verdad resulta horripilante a nuestros ojos. Se torna insoportable el olor y hedor de tanta verdad. Se vuelve insuperable el dolor de tanta ignominia. Imperdonable tanta humillación. Es preferible olvidar el pasado. Es mejor no ver la realidad. No conocer el pasado y mucho menos identificar los responsables de este tenebroso presente. De continuar desenterrando tanta verdad, puede llegar a suceder que los ciudadanos corrientes se confundan y pierdan el juicio. Entonces no puedan distinguir entre un político y un criminal. O quizás sí. Y con esa verdad ningún gobierno se puede sostener. Ninguna legitimidad se puede argumentar. Ninguna democracia puede existir. Se torna imposible gobernar.
Bien escribió Albert Camus, cuando reflexionaba en el prólogo del “Hombre Rebelde” sobre la relación entre el crimen y la razón, que: “Desde el instante en que se razona el crimen, éste prolifera como la misma razón, toma todas las figuras del silogismo. Era solitario como el crimen; helo ahí universal como la ciencia. Ayer juzgado, hoy legisla”. Podríamos agregar: hoy gobierna. Sin duda, estamos frente a una crisis de verdad, que puede transformarse en una política de verdad, desligada del crimen, sus protagonistas y cómplices. Más que del sistema judicial, ello dependerá de nuestro juicio y responsabilidad ciudadana. Al fin de cuentas, en una verdadera democracia los jueces de última instancia somos los ciudadanos y ciudadanas. Podemos repudiar o legitimar a los criminales y sus cómplices. De eso se trata en las próximas elecciones de mandatarios regionales, siempre y cuando tengamos garantías para expresarnos libre y responsablemente. Esa es la principal y quizá única verdad política que debe honrar y garantizar el presidente Uribe. De lo contrario, estará afianzando la actual simbiosis entre la política y el crimen, que es lo propio de un régimen electofáctico, negación absoluta de uno democrático.
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