Pudiera ser visto como un hecho aislado, coyuntural, la participación de la Iglesia Católica de manera tan activa en el apoyo al NO para el próximo referéndum sobre la nueva Carta Política elaborada por la Asamblea Nacional Constituyente, puesta a consideración de manera democrática al pueblo ecuatoriano.
Pero no es así, este descarado pronunciamiento no hace más que evidenciar los lazos visibles que siempre han mantenido los ‘no tonsurados’ de la cúpula eclesiástica con la bancocracia, con los empresaurios y personajes que, al amparo o con la venia de aquellos, condujeron y son responsables del caos, causales de la angustiosa crisis económica y pobreza repentina que generó la emigración de cientos de miles de ecuatorianos y la ruptura familiar que configura la mayor tragedia nacional de la etapa revolucionaria de este país entrañable llamado Ecuador.
Y todos los que figuraron al frente del descalabro, ahora señalados con el índice, recibieron en su momento el respaldo del ‘círculo supremo del poder celestial en la tierra’. La alianza siempre ha existido; si no fuera así, los seudopartidos de nuestra política nacional se hubieran denominado, únicamente, social el uno y demócrata el otro; si no fuera así, no hubiéramos visto tantos crucifijos adornando las paredes, escritorios y pechos descubiertos de valientes e hipócritas dirigentes de los aludidos partidos; si no fuera así, no hubiéramos sido testigos de tanta invocación bíblica que finalmente caló y pegó en la ingenua sensibilidad de la mayoría de ecuatorianos; si no fuera así, no hubiéramos tenido ‘gustavinos como hostias y cagadiablos’, no tendríamos que repudiar el paso rapaz de un confesor presidencial y ávido ratón por el gran queso aduanero, solo para poner ejemplos. Innumerables son las acciones y los hechos indicativos de que esa alianza existió y existe. Lo sabemos y lo lamentamos.
Con todo este lastre que significa esa advocación impúdica, la inmensa mayoría pobre de nuestro país, creyentes o no creyentes, exigió el mecanismo de su liberación: la Asamblea Nacional Constituyente, que se encontraba represado, a la que se opusieron los miembros de esa simbiosis opresora y nefasta. Se opusieron por todos los medios, pero la sabiduría popular intuyó que era el momento, y, a través de ese organismo democrático, la senda por la que podía encontrar su destino histórico que le había sido negado con saña y alevosía. La Asamblea Nacional Constituyente significó la esperanza y en ella el pueblo ecuatoriano, con su voto, depositó su fe.
Ocurrió lo esperado, las fuerzas retardatarias, las mezquinas, las que habían hecho del entramado político el modus operandi para mantener los privilegios otorgados por la sangría devoradora de los recursos, que hartos los tiene esta bendita tierra esta Pacha Mama, mientras al pueblo llano le era cada día más difícil su supervivencia, se unieron, pasaron por alto las ‘diferencias’ existentes entre ellas, e intentaron múltiples formas de desacreditar la Asamblea, negarle los poderes, interrumpir su avance, con el propósito claro de impedirle la elaboración de una Carta Política más justa y solidaria.
Sin argumentos ante la voluntad firme de la mayoría de asambleístas que tenían la responsabilidad de acatar el mandato ciudadano, y viendo que en adelante con la nueva Constitución la nación ecuatoriana no dependería más de la voluntad torcida de unos cuantos, sino que sería el resultado de la participación y el accionar del conjunto de la sociedad, sin sesgos, incluyente, con mayor atención a los olvidados, los pobres de nuestros país, extraen de la manga, pudiera decirse de la sotana, la carta, el as, el recurso tantas veces usado y con el que tantos buenos resultados se habían favorecido: la fe católica, y con ella, el supuesto atentado a la vida, a la familia, a la moral y buenas costumbres, a la educación.
No tardan los hasta ese momento taimados obispos no tonsurados, y solo ellos, los de cócteles, buen carro y buen vestir, los bien relacionados, los de iglesias confortables, los de nacimientos, uniones y entierros high and light, en tomar de manera desvergonzada, traicionando a Cristo, los estandartes raídos de los grupos políticos con los que se identifican y conviven. Las iglesias son sus espacios, los púlpitos sus tribunas; catequesis es el eufemismo para orientar el voto No o nulo o blanco a los feligreses. ¡Cuánta falsedad, cuánta mentira!
Con todo y eso, el pueblo ecuatoriano dirá Sí a la nueva Constitución.
* Director de la Revista Científica de la Facultad de Medicina de la Universidad Estatal de Guayaquil.
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