"Dios mediante", "gracias a Dios", "si Dios quiere", "Dios dirá", "Dios proveerá" y etc., son todas variaciones de una muletilla cómun, diaria y corriente que se escucha a políticos, ministros, parlamentarios, gobernantes, peluqueros sociales, hombres y mujeres de la calle, no hay quien no haya invocado la referencia al ser superior. Interesante saber si el nombrado tiene realmente que ver con todos los sucesos con los que se le vincula con tanta frecuencia.
Busqué en la Sunat a ver si encontraba a Dios como persona natural o jurídica. Evidentemente no lo encontré por sus cualidades divinas. Es decir NO paga impuestos, no elige y tampoco es elegido legiferante, edil, presidente o ministro. No es un ser terrenal a tenor de la guía telefónica o de cualquier registro citadino. ¿Cómo se explica entonces que esté tan presente de manera tan seguida y esperanzada?
En nuestras canibalescas reyertas electorales con gorilas politicantes disputándose alcaldías y presidencias regionales Dios no tiene partido. A tan bajo nivel no puede llegar. Entonces ¿cómo es que vociferantes bocatanes le llaman a más no poder y hasta para resolver sus palurdos problemas de caja o excesos que no pueden explicar entre sus ingresos y egresos?
Los temas de fe no deberían estar inmiscuidos en la selva política. Parece más bien un tema privativo de cada quien y según los cánones religiosos que practique. Pero esto ocurre no sólo en los amplios confines del Perú. En todas partes se hace lo mismo, no pocas veces presidentes estadounidenses terminaron discursos célebres invocando a Dios.
Cuando escasean las ideas y los planteamientos entonces la irresponsabilidad otea a la divinidad y le encarga lo que sus insuficiencias doctrinarias o ideológicas no pueden ofrecer a sus conciudadanos de a pie. Como hay una mayoría católica en nuestros pagos, la referencia es bienvenida. Lo dramático es que aquello no soluciona nada y deja los discursos inconclusos, sin la más mínima claridad y se producen esperpentos deplorables.
La pregunta vuelve por sus fueros potentes: ¿y qué tiene que ver Dios? La respuesta es: poco, muy poco, si algo.
Si el negocio orilla el fracaso por mediocridad de sus protagonistas, la frase ¡que Dios nos ayude! no impedirá la bancarrota o francachela de haber usado mal los recursos. Si los gobiernos mandan a las tropas o a la policía a meter bala a los ciudadanos protestantes, no hay Dios que valga ante el plomo criminal contra aquellos. Si hay gobernantes que besan las manos de sus obispos fascistas y reaccionarios, no hay Dios que supervise la tremenda mentira y falsedad que se plantea con fondo supuestamente divino porque sólo se arropan posturas a que son tan afectos nuestras figuras y figurones.
Nuestros peluqueros sociales no son una excepción. Estos mendigos profesionales saben cómo manejar la arquitectura de la petición de fondos y se hacen de la vista gorda si estos llegan del odiadísimo imperialismo norteamericano a través de sus embajadas y agencias de cooperación. Alguna vez he preguntado ¿cuántas veces y cuántos son los periodistas que han realizado expediciones pagadas al Departamento de Estado en Washington? El guarismo le sorprendería por abultado.
Los pueblos tienen que empezar a comprender que aquí en la Tierra pueden y deben hallarse las soluciones a sus intríngulis cotidianos. Cuando un bufón político invoca a Dios lo hace porque sabe, intuye o estudia bien la reacción popular que no indaga más allá porque el freno ya fue aplicado. Además ¿quién cuestiona en Perú cualquier referencia a lo divino? Cada quien tiene el derecho a ser engañado aunque tengo mis muy serias dudas que tal precepto esté inscrito en cualquiera de las dos últimas Cartas Magnas, la de 1979 o la de 1993.
Cínicos y perversos hacen de la burla de la fe del pueblo un recurso oratorio para ganar votos y depositar sus anchas y carnosas posaderas en el sillón edil o presidencia regional. ¿Cambia algo? ¡Nada! Los vectores tienen otros apellidos, los males seculares, la angustia de vivir a oscuras, la nocturnina traición aviesa, sigue perenne, incuestionada, estólida, frustrante.
Y a todo esto, bien vale la pena preguntarse, una vez más: ¿y qué tiene que ver Dios?
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