La farsa de la «Guerra contra el Terrorismo» iniciada por la administración Bush no terminó con el fin del mandato de este presidente estadounidense sino que dicha estrategia sigue siendo utilizada por el Pentágono en el actual gobierno de Barack Obama. En efecto, la oligarquía norteamericana y sus diferentes cabezas, sean los neoconservadores, el complejo militaro-industrial, el lobby de la finanza o del petróleo necesitan de la guerra y del caos constructor para poder neutralizar a sus competidores y poder mantener así su supremacía imperial, supremacía que cada día se desmorona más frente al auge de los países emergentes.
Siria tendrá que esperar. Es seguro que la próxima parada en la «guerra prolongada» acuñada por el Pentágono será Pakistán. Cierto, ya existe una guerra en lo que el gobierno de Barack Obama bautizó como AfPak [Afganistán y Pakistán]. Pero la fase decisiva en el propio Pak surge cada vez más cerca. Llamémosla la campaña «en la que ninguna bomba se queda atrás».
Al Qaida es algo del pasado; después de todo, activos de al Qaida como Abdelhakim Belhaj dirigen ahora Trípoli. El nuevo mega-coco fabricado en Washington es ahora la red Haqqani.
Una implacable industria de fabricación de consenso que apunta a Haqqani ya está a toda marcha, a través de una constelación de los usuales sospechosos neoconservadores, belicistas republicanos surtidos, «funcionarios del Pentágono» y socios del complejo industrial/militar en los medios corporativos.
La red Haqqani, una fuerza de entre 15.000 y 20.000 combatientes pastunes dirigidos por el ex personaje muyahidín antisoviético Jalalludin Haqqani, es un componente clave de la insurgencia afgana desde sus bases en el área tribal Waziristán del Norte de Pakistán.
Para el almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor Conjunto de EE.UU., la red Haqqani «actúa como un verdadero brazo del directorado de Inteligencia Inter-Servicios [ISI] de Pakistán». Mullen ha tardado más de 10 años, desde el bombardeo de Washington a Afganistán, en descubrirlo. Alguien debiera darle un Premio Nobel de la Paz.
Según la narrativa del gobierno de EE.UU., fue el ISI el que aprobó el ataque de la red Haqqani a la embajada de EE.UU. en Kabul el 13 de septiembre.
El jefe del Pentágono, Leon Panetta, ha dicho oficialmente que como reacción, Washington podría elegir el camino unilateral. Eso significa que vastas cantidades de agricultores pastunes, incluidos mujeres y niños, que ya han sido diezmadas por meses de ataques de drones estadounidenses contra las áreas tribales, pasarán a la consideración de extras en una operación humanitaria.
La «guerra prolongada» del Pentágono, también conocida como «guerra contra el terror», puede haber costado a la economía hasta la asombrosa cantidad de 100.000 millones de dólares y más de 30.000 víctimas, una gran cantidad de ellas, civiles. Bajo «ninguna bomba se queda atrás», hay que esperar que el «daño colateral» siga aumentando.
Si dudas, lee el libro
Como era de esperar el jefe del ejército paquistaní, general Ashfaq Parvez Kiani –a propósito, un favorito del Pentágono– niega que el ISI coopere con los Haqqanis. Ahora bien, sí lo hace. Pero incluso más salaz es la actual línea oficial paquistaní, que porque EE.UU. ha fracasado tan miserablemente en Af, ahora trata de culpar a Pak por todo el lío.
Parece que por lo menos Mullen se está poniendo al día con el libro esencial del difunto Syed Saleem Shahzad sobre AfPak, Inside al-Qaeda and the Taliban: Beyond Bin Laden and 9/11 [Dentro de al Qaida y de los talibanes: Más allá de bin Laden y del 11-S]. En el libro, Saleem que era jefe del buró Pakistán de Asia Times Online, detalla que el legendario –y engreído–Jalalludin Haqqani (a quien todavía le gusta teñirse los cabellos) nunca dejó de ser un destacado señor de la guerra talibán; y que el ISI nunca dejó de asegurarle que sus ofensivas contra él, su hijo y su red eran solo ficción.
Los Haqqanis podrán estar basados en Waziristán del Norte, pero dirigen gran parte de lo que sucede en Paktia, Paktika y Khost al otro lado de la frontera. El astuto Jalalludin ha prometido fidelidad total al líder talibán Mullah Omar, de quien todos saben que está oculto en Quetta, en la provincia Baluchistán de Pakistán, pero se mantiene misteriosamente invisible para los mejores ojos estadounidenses en el cielo.
Creer que el ISI se libraría simplemente de los Haqqanis, o que neutralizaría sus bases en Waziristán del Norte para que no puedan seguir atacando a fuerzas de EE.UU. y de la OTAN en Afganistán, no pasa de ser una ilusión vana. Los militares paquistaníes tienen un compinche importante en la lucha afgana. Y el nombre de ese compinche es talibán, que ellos «inventaron» a principios de los años noventa.
Además, siempre pueden contar con los Haqqanis como una especie de ejército de reserva para combatir la posibilidad de un aumento de la influencia de India en Afganistán.
Cuando el ministro de Exteriores paquistaní Hina Rabbani Khar dice que EE.UU. «no se puede permitir enajenar a Pakistán», tiene toda la razón. Si eso sucede, los talibanes históricos acelerarían su cadena ya constante de ataques letales dentro de Afganistán.
Tehrik-e-Taliban Pakistan (talibanes paquistaníes - TTP) aumentarían los ataques a través de la frontera, desde Kunar y Nuristan en Afganistán a Dir y Bajaur en Pakistán. Y facciones militares de la línea dura en Pakistán tendrían todavía más motivación para librarse totalmente del gobierno civil.
Ya que Washington entrena y equipa en cierta medida a los militares de Islamabad, y la CIA se siente tan cómoda con el ISI, habrá quien pueda pensar que Washington «posee» Islamabad.
Lo hace, pero solo hasta cierto punto. Alguien debería convocar un seminario en Washington para explicar que el ejército paquistaní tiene planes muy diferentes de los del ISI, mientras el ISI está repleto de células secretas rebeldes; una de estas células puede haber asesinado a Saleem Shahzad.
Los militares paquistaníes tratan de asegurar que los talibanes «históricos» dirigidos por Mullah Omar, así como Hizb-e Islami de Gulbuddin Hekmatyar, pierdan gran parte de su influencia en Afganistán. Pero al mismo tiempo, esas células de la línea dura del ISI quieren seguir apoyando a la red Haqqani como un medio para mantener alerta a cualquier futuro gobierno afgano.
Es la hora para que Pekín pase la cuenta
La partida se volverá realmente dura si –y cuando– el consorcio Pentágono/CIA/Casa Blanca decide que Fuerzas Especiales de EE.UU. violarán la soberanía paquistaní por helicóptero, al estilo de la incursión de Abbottabad que mató a Osama bin Laden, y enfrentarán a los Haqqanis y arriesgarán así un choque directo con el ejército paquistaní. El primer ministro Yousuf Raza Gilani ya organizó una reunión de emergencia precisamente para analizar esa clara posibilidad.
Si eso sucede, Islamabad ciertamente hará todo lo posible por desmantelar la crítica red de aprovisionamiento logístico desde la ciudad porteña sureña de Karachi al Paso Khyber, causando serios estragos en el flujo de suministros de la OTAN a Afganistán. Destruirá toda posibilidad de compartir inteligencia y la cooperación en contraterrorismo/contrainteligencia. Incluso al Qaida obtendrá un nuevo impulso en todo Pakistán, y no solo en las áreas tribales.
Además Pakistán tiene un ejército de 610.000 soldados con unos 500.000 reservistas. Si se considera que solo entre 15.000 y 20.000 talibanes han podido hacer la vida difícil a las tropas de EE.UU. y de la OTAN en Afganistán durante años, simples matemáticas predicen solo una opción para Washington: un desastre.
Pakistán es uno de los principales puntales geopolíticos de China. No cabe duda de que Pekín ya ha hecho numerosos cálculos sobre que la demencia estratégica de Washington –o su deseo incontenible de lanzar una operación «cinética» o lo que sea– solo puede llevar a un alejamiento total de Pakistán.
El ministro de Seguridad Pública Meng Jianzhu –máximo funcionario de seguridad de China– estuvo en Rawalpindi el lunes. Significativamente, el ministro del Interior Rehman Malik subrayó: «China siempre estará junto a nosotros en los momentos más difíciles». Meng, por su parte, dijo que discutieron maneras de «contribuir a la seguridad nacional y a la estabilidad regional».
También durante esta semana, el ejército paquistaní participó en ejercicios conjuntos en el Punjab con fuerzas del «amigo especial de Pakistán», Arabia Saudí. Con amigos especiales como Pekín y Riad para compensar el equipo militar o ingresos perdidos, no es sorprendente que los generales de Pakistán no estén exactamente sumidos en la desesperación.
Sin embargo, Washington está desesperado, ya que siente la necesidad urgente de hacer algo. Por lo tanto, ¿qué es lo que hay que esperar desde ahora?
Hay que esperar un festival de drones MQ-9 Reapers atacando a muerte Waziristán del Norte. Lo que el presidente Barack Obama califica de instrumento de «capacidades incomparables», para los agricultores pastunes es un arma de terror.
Hay que esperar un ataque tras el otro realizados desde una sala de control en la base Nellis de la fuerza aérea en Nevada.
Hay que esperar una serie de bombardeos estratégicos de misiles con un espectacular daño colateral.
Hay que esperar más operaciones de «matar/capturar» de fuerzas especiales ordenadas por el Comando Conjunto de Operaciones Especiales.
Hay que esperar una nueva e inmensa Lista de Efectos Conjuntos Priorizados, como en Afganistán; sin nombres, solo una lista de números de teléfonos móviles o satelitales. Si ponen tu móvil en la lista por error, serás liquidado por los Hellfire.
Hay que esperar una mortífera y eterna venganza de los pastunes contra los estadounidenses que será tan irreversible como la muerte y los impuestos.
Y por sobre todo, hay que esperar que una guerra de baja intensidad se volverá volcánica en cualquier momento.
Fuente: Asia Times Online, 30 de septiembre de 2011.
http://www.atimes.com/atimes/South_Asia/MI30Df01.html
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens.
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