Repetida hasta el cansancio por tantos antiperonistas, no peronistas, argentinos y extranjeros, la frase se ha convertido en una especie de cliché del análisis del caso argentino. Por eso no sorprenden demasiado a Villanueva, destacado académico, las palabras del «experto» francés Alain Touraine, en el marco de la entrevista publicada en febrero pasado en el diario argentino La Nación.
A lo largo de las últimas cinco décadas, y fundamentalmente hasta antes de la recuperación democrática de los ’80, la mayoría de los gobiernos y diversos movimientos políticos y culturales desplegaron un arsenal de prácticas y discursos para conseguir materializar el dichoso objetivo hay que olvidarse del peronismo.
Los mecanismos más sofisticados puestos a tal fin, se apoyaron a veces en análisis sociológicos y politológicos que intentaron mostrarle a la ciudadanía la irracionalidad del movimiento peronista, su tradicionalismo a la hora de tejer vínculos políticos, el carácter corporativo y autoritario del gobierno de Perón, y otros tantos argumentos teóricos. También hubo quienes apelaron a mecanismos más primitivos y prácticos para lograrlo: prohibir nombrar a Perón, excluir a sus seguidores, aplicar la violencia para intentar que el olvido, si no llega por la razón, llegue por la fuerza.
Las tensiones y contradicciones producidas durante el menemismo, y el efímero triunfo de la Alianza hicieron creer a más de uno que el peronismo comenzaba su cuenta regresiva. Nada más errado: el patético gobierno de la Alianza y la crisis posterior relanzaron al peronismo y lo pusieron nuevamente en el centro de la escena política.
Los argentinos no sólo no han olvidado el peronismo, sino que para bien o para mal, el peronismo ha sido uno de los principales actores sociales y políticos de la historia argentina desde mediados del siglo XX, y tal lo que se vislumbra, seguirá jugando un rol decisivo en la historia por venir.
El fracaso del olvido
Dos preguntas se imponen: de qué se trata el peronismo que sería necesario olvidar, y por qué pese a tantos ingentes esfuerzos, no muchos lo han olvidado.
Por supuesto que lo que se ha intentado borrar al pretender olvidar al peronismo, no ha sido siempre lo mismo: a veces significó olvidarse de Perón y Evita; en otros casos fue querer olvidar para recuperar el orden social trastocado en el ’45; asimismo olvidar significó achicar el estado de bienestar y transformar el modelo de producción; también olvidando se quiso quitar de la memoria colectiva ese molesto recuerdo de los cabecitas negras con la patas en la fuente. Y los significantes para olvidarse del peronismo podrían multiplicarse.
A fines de los ’90, olvidarse del peronismo - devenido en menemismo- significó dejar atrás el proyecto neoliberal que consagrando a los mercados generó niveles de pobreza, exclusión y polarización nunca vistos en la historia argentina. (¿De qué peronismo pensará Touraine que tenemos que olvidarnos?)
Como cualquier otro partido o movimiento político con casi sesenta años de existencia, el peronismo ha sufrido muchas crisis y quiebres a lo largo de su historia, los cuales lo han ido transformando y en cierto modo, adecuándolo a cada uno de los momentos que le tocó vivir.
Sobre todo en los últimos 20 años de democracia, ha limado sus costados más radicales por derecha y por izquierda (aunque esta espacialidad política sea hoy ya poco significativa), ha aceptado las condiciones de participación del juego democrático, ha sido gobierno y oposición, ha ganado y perdido elecciones y ha impulsado diferentes proyectos políticos. En este sentido, ha hecho -y está haciendo- su propia historia, con éxitos y fracasos, como todos los partidos.
¿Cuál es la vigencia entonces del peronismo? o dicho de otra manera, ¿por qué no se ha podido olvidar?. También en este caso las respuestas son diversas.
Para algunos se trata justamente de la capacidad del peronismo para gobernar, para ejercer poder desde el gobierno y entonces desde ahí sostenerse y reproducirse. (Esta sería una definición eficientista del peronismo). Esto en parte podría ser, pero teniendo en cuenta que no siempre ha sido así: el gobierno peronista que cae en el ’76 no era precisamente fuerte y tenía poca o ninguna capacidad de gobernar la crítica coyuntura.
Para otros, más sutiles, no es tanto la capacidad de gobierno como la manifiesta vocación de poder del peronismo. (Esta sería una definición autoritaria del peronismo). También podría ser, pero sólo en parte. Por un lado, porque al menos en teoría todos los partidos deberían tener esa vocación si es que aspiran a gobernar e impulsar su propio proyecto político. Por otro lado, una cosa es la vocación de poder y otra la posibilidad de que esa vocación se traduzca en acciones, decisiones, ideas, proyectos que puedan anclar en la sociedad.
También están quienes argumentan que en realidad el peronismo se sostiene porque cuenta con una impecable maquinaria partidaria, eficaz fundamentalmente, a la hora de las elecciones. (Podría ser una definición partidocrática del peronismo.
Sin duda, más de un triunfo electoral peronista se explica por esto más que por otros factores. Pero también es cierto que esa estructura partidaria se ha partido una y otra vez, y ha mantenido divisiones internas irreconciliables.
Más allá de todos estos argumentos, lo indudable es que la vigencia del peronismo está dada por la capacidad que ha tenido para expresar ciertos principios e ideas del imaginario colectivo de gran parte de la sociedad. A lo largo de las últimas décadas el peronismo ha logrado, mejor que cualquier otra organización o partido político, sintetizar y traducir políticamente esas aspiraciones.
Los esfuerzos en pos del olvido han sido vanos frente a la vigencia de los puntales con que el peronismo ha dicho presente en cada momento histórico: la justicia social, la defensa del trabajo como fuente de integración social y desarrollo productivo nacional, la redistribución del ingreso como principio político, la modernización de las estructuras estatales, la lucha contra la exclusión y la desigualdad, la dignidad nacional.
Muchos argentinos no han olvidado al peronismo porque siguen creyendo y peleando por esos valores.
La decadencia y los futuros posibles
Durante diciembre del 2001 y el 2002 la Argentina tocó el fondo de un proceso de crisis iniciado, sin duda, varios años antes. El espejo que durante los ’90 devolvía la engañosa imagen de un país que se modernizaba y entraba al primer mundo se hizo trizas frente a la realidad de los cacerolazos, los piquetes, el vacío político, el corralito, la devaluación, etc.
La crisis desestructuró identidades y provocó el surgimiento de nuevos sujetos sociales, puso en cuestión la representación de los partidos tradicionales e impugnó todo el sistema político y a todos los políticos con el que se vayan todos. Instituciones, economía, educación, salud, infraestructura quedaron paralizados y comenzaron a deshacerse en pedazos.
Sin duda no se equivoca Touraine al sostener que la universidad argentina no tiene un florecimiento análogo al de décadas anteriores; pero su situación es análoga a la misma medida en que también entraron en decadencia el sistema de salud, la red de caminos, el aparato productivo, y tantos otros componentes estatales, jaqueados por la crisis. Reconocer esta situación es doloroso pero sano: sólo así se puede esbozar un horizonte de cambios reales y realistas.
A comienzos del 2002, los futuros posibles que se pensaron para el país fueron diversos y sorprendentes: hubo quienes vislumbraron una guerra civil, quienes reclamaron para las asambleas barriales la soberanía del pueblo, y hasta quienes anticiparon el comienzo del fin del capitalismo en la Argentina.
Sin embargo, el comienzo de la salida de la crisis vino finalmente del actor más conocido de la historia argentina contemporánea: la salida, hacia algún futuro, vino por el lado del peronismo, el cual ratificaba nuevamente su capacidad para articular identidades y generar movilizaciones alrededor de un proyecto político.
La vigencia del peronismo quedó demostrada de manera práctica en la última elección presidencial: los candidatos principales eran peronistas y se presentaban con listas diferentes (en este caso la maquinaria partidaria falló, porque no logró cerrar la interna y presentarse con un solo candidato). Los candidatos más votados fueron los candidatos peronistas; en las provincias y municipios, muchos candidatos peronistas volvieron a ganar y hoy son nuevamente gobierno.
Por otro lado, más allá de los números de los comicios, es desde el peronismo impulsado por el gobierno nacional que ha comenzado a recomponer el tejido social. Sin contar con demasiado apoyo en el inicio, poco a poco el gobierno de Kirchner ha conseguido al menos cambiar el humor social, y crear un cierto clima de optimismo al pensar en el futuro.
Si bien las transformaciones políticas y económicas de fondo aún están por realizarse, lo cierto es que el ánimo en relación a las posibilidades de que efectivamente se puedan realizar es favorable.
Por otro lado, algunas medidas concretas tomadas por el gobierno permiten alentar las esperanzas: los cambios en la Corte Suprema de Justicia, la política de derechos humanos, la revisión de los contratos de las privatizaciones, la promoción -a través de becas y subsidios- de ciertas carreras universitarias consideradas prioritarias para el desarrollo del país, entre otras.
¿Pero qué peronismo es el que representa el nuevo gobierno?, ¿de qué se trata este peronismo que se propone como conductor -palabra por definición peronista- de esta etapa poscrsisis?. Es un peronismo novedoso que ha logrado una articulación de los intereses de sectores medios y de sectores populares, algo original para el peronismo y para la Argentina y que además ha conseguido el apoyo de cierto sector de la izquierda y de algunos sindicatos. En este sentido, el espacio político propuesto por Kirchner es un espacio de confluencia y síntesis, sin duda de renovación y quizá de transversalidad, palabrita esta que sólo puede asustar a los que preconizan que el peronismo no debe renovarse a sí mismo, como siempre ha hecho. Queda por saber cómo se sostendrá esa delicada alianza, atendiendo intereses de unos y otros. También hasta qué punto ese espacio de renovación podrá generar nuevas identidades políticas que logren superar la crisis de representación en la que siente sumergida la sociedad civil.
De lo vivido los últimos años nos ha quedado la enseñanza de no creer en salvaciones milagrosas y en ese sentido, si bien una gran parte de la sociedad apuesta a que este gobierno mejorará la situación, esa apuesta está impregnada de esperanza pero también de prudencia. De todos modos, la sensación general es que las cosas, poco a poco, están yendo mejor; Argentina está encontrando un nuevo ritmo de marcha, y estableciendo nuevos recorridos a través de un gobierno peronista. Entonces, ¿por qué que olvidarse del peronismo?
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