La crisis del magisterio es evidente. Responsable de la formación de las nuevas generaciones se bate entre el voluntarismo, la pobreza, su precaria formación, modelos pedagógicos quebrados ante la nueva realidad social, y la ofensiva gubernamental por arrebatarle sus conquistas de décadas de movilización.
Esta crisis no es ajena de la que vive la educación pública, reducida como se sabe a bajos presupuestos, mínima investigación y actualización, al divorcio entre ciencia, comunicación y educación, y al desdén de una dirigencia nacional que ha renunciado totalmente a un proyecto nacional de soberanía y desarrollo.
Cuando se está en el aula la crisis es inocultable: el alumno no se siente bien, no desea participar de un modelo que no retoma sus expectativas y posibilidades y el maestro opta, de manera facilista, por responder con un parámetro de autoridad /disciplina.
Aunque por ratos algunos sectores parecen comprender la crisis, la mayoría de docentes no se percata de su orígen. No alcanzan a percibir que los problemas que viven en el aula no son exclusivamente suyos ni del alumno. No identifican que estas dificultades se deben a que la escuela no representa el único espacio de socialización ni de aprendizaje para niños y jóvenes.
Con la información -y la posibilidad de aprendizaje- dispersa por toda la sociedad, el Estado pretende que el docente pague la crisis. Los síntomas más recurrentes de su decisión son evidentes: deterioro de la profesión -extensión de la jornada laboral, aulas con 50 o más alumnos, inestabilidad laboral-, ofensiva social para desprestigiar las demandas del sector, etcétera.
Estas y otras manifestaciones de esa crisis demandan del sindicato, una reflexión profunda, un cambio de sus prácticas y de su modelo organizativo. La primera manifestación de esa transformación debe ser la apertura de un diálogo dinámico con la sociedad que le permita recuperar -así sea en parte- el liderazgo que le recae a quienes tienen por función educar, legitimando por ese camino las luchas que se están dando y las que sin duda vendrán en un futuro cercano.
Defensa de la escuela pública
En esa perspectiva, la primer tarea a liderar por el sindicato a nivel nacional, es la defensa de la escuela pública, de preescolar hasta la universidad. Para que esta consigna no se quede en el vacío, y en tanto se reconoce que al Estado ya no le interesa esta escuela, el sindicato debe liderar el debate nacional en torno a qué entiende por un proyecto de escuela pública nacional, en los tiempos que estamos viviendo y qué características debe tener la pedagogía que la misma demanda.
Partimos para iniciar ese debate de reconocer que la escuela tiene hoy, en medio de las profundas transformaciones técnicas y comunicativas que vive el mundo, un valor estratégico: la sociedad que renuncia a su protección lo está haciendo al mismo tiempo a su proyecto de nación. Por tanto la pregunta que también debemos realizarnos todos es ¿escuela para cuál proyecto de sociedad?
De aquí que los equipos de trabajo más importantes que debe tener el sindicato son los de investigación, pedagogía y comunicación. Desde estos se debe impulsar, a partir de los próximos congresos del sector, la concreción de un proyecto de Escuela Pública Nacional.
Una vez aclarado el propósito, hay que sintonizar a la escuela con los tiempos que vive: incorporar las nuevas tecnologías efectivamente al proyecto de país, al aula de clase y a la cotidianidad de los alumnos, superando en gran parte la función de decorar el establecimiento o de hacer de simples máquinas accesorias. Al lograr esta transformación se estará propiciando que en el aula se desarrollen nuevos saberes y capacidades, lo cual es distinto al simple propósito de tener una escuela para la empleabilidad, es decir, ajustada a las demandas de las grandes empresas, formando obreros flexibles, adaptables y competitivos.
En contra de este reduccionismo y sin olvidar que la educación también tiene por propósito formar para el trabajo, lograr que sus objetivos centrales en el actual período sean dos: transmitir la herencia cultural, y formar jóvenes en capacidad de pensar con cabeza propia y de participar activamente en la construcción de una sociedad libre, plural, justa y solidaria.
Magisterio de ’punta’ y actuante
¿De llegar a este punto, qué magisterio se requeriría? No hay duda, uno activo y punzante, con vocación de trabajar con los niños y los jóvenes, pero además con espíritu abierto y crítico, nunca cansado de auscultar, pero también de buscar a otros para formar equipo.
Un magisterio que no haga recaer su autoridad en la norma ni la fuerza física, sino en la constancia y la comprensión de las formas de ser, estar y relacionarse de las nuevas generaciones. Por lo tanto, dispuesto a constituir con alumnos, padres y entorno, comunidad educativa, artífice de su propio desarrollo y transformación.
Al comprender que la educación se vive y se realiza hoy en todos los resquicios de la sociedad, y que el aula es solo un escalón de esta dinámica, este docente se acercará a conocer su entorno, la manera y las condiciones cómo viven sus alumnos y los familias de estos, para de esta manera poder procesar las mismas contradicciones y demandas a las cuales está expuesta la escuela cada día.
De actuar así, con toda seguridad el magisterio estaría colocándose a la cabeza de la inmensa y profunda reforma intelectual, cultural y moral a que está enfrentado el país, si de verdad quiere salir de la crisis que no le abandona desde hace décadas. De actuar así, como dice Jesus Martín Barbero, el magisterio pondrá en práctica una profunda función social: conocer - educar - comunicar- organizar.
Un sindicato estimulante y participativo
Para que esta nueva escuela y este nuevo magisterio se formen, en tanto no existe un proyecto nacional que motive su surgimiento, se demanda que sea el sindicato quien lidere su formación. Para que así sea y entre tanto logre establecer las características de su proyecto, los maestros deben luchar por un sindicato:
* Abierto y dinámico, donde la investigación sea un baluarte fundamental y las prácticas pedagógicas se constituyan en el centro de continuos debates.
* Que propicie la organización de todos los trabajadores de la educación en una única organización gremial.
* Que pongaen alto ell estatuto profesional de los profesores y por lo tanto se proponga lograr una nueva ley estatutaria de la educación (estatuto docente unificado).
* Que levante como una de sus banderas, el respeto y la garantía gubernamental a todo aquél que sienta necesario protestar, sin por ello criminalizarlo.
* Que confronte la privatización de la educación pública y el estado evidente de esa intención: los colegios en concesión.
* Que ponga en práctica altos niveles de solidaridad con todos aquellos que sean violentados en sus derechos.
El reto de la Asociación de Educadores Distritales -ADE-
La Ade, como parte de esta dinámica educacional y como una de las asociaciones más fuertes del sector, afronta retos que no dan espera. Las elecciones de su junta directiva en marzo próximo deben dar cuenta de ellos.
Para nadie es desconocido que los niveles de participación a su interior son precarios. Abrumada por la inmensidad de la ciudad y por la atomización en que caen sus habitantes, su modelo organizativo se desmorona.
Si de verdad se quiere hacer del sindicato un referente público, es urgente anteponer a los intereses particulares de las distintas fuerzas que lo conforman, el interés general o de la comunidad educativa.
Para que así sea, un paso fundamental por dar descansa en la descentralización organizativa y la reforma estatutaria de la Ade, declarando como medida de choque un S.O.S. a su interior.
Sólo si se logra que los maestros, desde su sitio de trabajo diario, se sientan parte activa de esta dinámica, podremos decir que vamos por buen camino.
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