Soldados alemanes muertos en Rusia durante la Segunda Guerra Mundial

«Jamás nos hemos vengado de los muertos; cada ser humano ha de tener su última morada en la tierra: así fue, es y será», dijo el escritor de obras de guerra y poeta Konstantín Símonov, habiéndose dirigido en 1944 a los habitantes de la Sebastópol liberada que se negaban a dar sepultura a los soldados alemanes. Después del discurso de Símonov, muchos se arrepintieron y cogieron la pala.

Inmediatamente después de conmemorado el 60º aniversario de la Victoria obtenida en la Gran Guerra Patria, en la Provincia de Kursk, junto al pueblo Besédino, comenzarán los trabajos con miras a dar sepultura a los restos mortales de los soldados de la Wehrmacht en un cementerio alemán, el mayor de Rusia: allí se proyecta enterrar varios miles de soldados y oficiales. Antes el cementerio Sologúbovski a 70 km de San Petersburgo (Leningrado), donde yacen 80 mil soldados alemanes, se consideraba como la mayor necrópolis alemana.

En la tierra de Kursk se dará sepultura, en primer lugar, a los militares alemanes caídos en los combates en el llamado Arco de Kursk (5.7.-23.8.1943). Para cumplir la operación «Citadela», la Wehrmacht concentró allí 50 divisiones, de ellas 16 blindadas, que tuvieron por tarea retomar la iniciativa estratégica perdida en los accesos de Stalingrado. En medio de encarnizados combates las tropas soviéticas rechazaron esta importantísima ofensiva de los hitlerianos.

El 12 de julio, en las cercanías del pueblo Prójorovka se produjo la mayor batalla de tanques incluida luego en todos los manuales de guerra. Por ambos lados en ésta participaron 1200 tanques y piezas automotrices. En uno de sus cuentos Heinrich Boell escribe que en la subconciencia de un oficial alemán herido durante esta batalla se conservaba una sola palabra: el «símbolo» de la apocalipsis vivida: «Prójorovka... Prójorovka...»

Reconstitución gráfica de la batalla de Prójorovka en el frente de Kursk

El héroe de esta batalla, en vida aún, Alexander Voloshenko, moscovita de 83 años, decía que «en los accesos de Prójorovka la tierra se convirtió en un amasijo de sangre glaseado de hierro fundido».

A la sazón, por ambos lados murieron hasta 200 mil efectivos. Terminada la batalla, el campo, como de costumbre, fue rastreado por los equipos de entierro que cumplían su misión dramática. A «los nuestros» ellos recogían y enterraban rindiendo honores en las fosas comunes. Pero a los alemanes los metían en las fosas echando tierra encima que poco después se cubría de maleza.

Los antiguos griegos decían que «las heridas de los vencedores se curan más rápidamente que las heridas de los vencidos». ¡Pero en modo alguno las heridas morales!

En Rusia el trato del alemán como «enemigo-monstruo» se mantenía durante largo tiempo. La guerra cambió radicalmente la vida y acarreó desgracia a cada familia rusa.

El alma rusa experimentaba fuerte dolor durante mucho tiempo; la gente se negaba a enterrar los cadáveres alemanes, diciendo: ¡qué sean el botín de las fueras! Transcurrió mucho tiempo antes de que comenzara a prevalecer el mandamiento cristiano del perdón y el derecho de cada mortal a la inhumación.

El equipo del gobernador de Kursk, Alexander Mijáilov, tuvo que empeñar considerables esfuerzos en aras del acto de buena voluntad. «Naturalmente, Alemania no puede esperar que los rusos deploren la muerte de sus soldados. Pero existen las leyes cristianas y simplemente humanas: el muerto tiene derecho a la inhumación».

Tal era la esencia de las palabras de convicción que «las autoridades de la provincia» dirigían a sus coterráneos.

Un tanque T-34 soviético

Como resultado, en el nuevo cementerio en las afueras de Kursk serán enterrados los restos mortales de los soldados alemanes que se hallan sepultados en las cuatro provincias vecinas: de Vorónezh, Briansk, Tula y Oriol. El proyecto se realiza en el marco de un acuerdo intergubernamental celebrado entre Rusia y Alemania que financia por completo la parte alemana.

El Moloch de la horrible guerra se llevó tantas víctimas que no pudieron recoger ningunos equipos de entierro. Hasta ahora en los lugares de las antiguas batallas los grupos especiales de búsqueda siguen descubriendo huesos en la tierra. Durante todos los años de post-guerra los destacamentos juveniles voluntarios tales como «Jóvenes Exploradores», «Memorial», «Herencia de la memoria» y otros no dejan de buscar los restos mortales de los combatientes. Pero, según todas las evidencias, este trabajo triste será proseguido también por las generaciones venideras.

Dotados de buscaminas, palas de zapadores, sondas de mano, los jóvenes cumplen la misión de equipos de entierro de una compañía de zapadores. Recogen los restos mortales en una fosa común sin nombres en la mayoría de casos. Si es posible identificar los restos mortales, por supuesto, son separados de los alemanes.

Indudablemente, el tiempo lo «corroyó» todo menos los huesos. Se hallan siempre menos balas, hombreras, relojes, armónicas o medallas, una «vaina de soldado» de un combatiente soviético o un «medallón de cuello» de un soldado alemán. Por consiguiente, siempre será más difícil identificar al muerto.

Tumbas de soldados alemanes en Rusia.

El historiador militar Piotr Dunáev afirma que se debe enterrar bajo una losa de piedra, en una fosa común, el 10% de ex enemigos, aproximadamente. Naturalmente, habría sido mucho mejor que ellos se hubieran visitado, reunidos a la mesa, y no yacieran en la tierra, habiendo mezclado sus huesos como hermanos que se exterminaran mutuamente sin saber por qué y para qué.

Fuente
RIA Novosti (Rusia)