En abril de 2005 se produjeron en Polonia numerosos acontecimientos que sacudieron a los medios políticos y a la opinión pública. Paralelamente a la muerte de Juan Pablo II y a la elección de un nuevo papa, asistimos a una nueva campaña de opinión como reacción a un discurso del presidente bielorruso Alexander Lukachenko.

El autócrata bielorruso criticó a Polonia, y especialmente a sus políticos, por sus tentativas de organización de una fuerte oposición antipresidencial y por empujar a los ciudadanos bielorrusos a rebelarse contra él. No fue necesario esperar mucho por la respuesta de los políticos polacos. Una tras otra, se produjeron gran cantidad de declaraciones altisonantes procedentes tanto de la derecha como de la izquierda. El primer ministro y el ministro de Relaciones Exteriores intervinieron también.

El tono marcial y moralizante de las declaraciones de los dirigentes polacos hacía pensar que su país constituía el ejemplo más acabado de un Estado de derecho y democracia en que los representantes electos cumplen concienzudamente sus compromisos electorales y los trabajadores disfrutan de todos los derechos cívicos y que su país se desarrolla hacia un porvenir radiante.

Pero el enorme contraste existente entre la imagen que nos pintan y la realidad nos obliga a plantearnos la siguiente pregunta:
¿En nombre de qué derecho moral pueden los políticos polacos criticar a Lukachenko? Sin abordar la cuestión de la justeza de las críticas acerca de la política interna del presidente Lukachenko, podemos comprobar que todos estos denunciantes eran y son ellos mismos los autores de los cambios sociopolíticos ocurridos en Polonia desde 1989.
Son por lo tanto corresponsables del estado actual del país. ¿Y cuál es este estado?

Desempleo

Si nos remitimos a las estadísticas de Statistics Finland sobre 200 Estados, nuestro país se encuentra entre los diez primeros del mundo en materia de desempleo.

Los únicos que nos superan son aquellos en los que han ocurrido operaciones militares. Se han destruido de forma planificada miles de empresas grandes y medianas que garantizaban la subsistencia de más de 2,5 millones de familias. Para volver al mismo nivel de empleo en las nuevas empresas, sería necesario invertir al menos 400,000 millones de zlotys además de las inversiones que se realizan actualmente.

Polarización de los ingresos

Las diferencias de ingreso en Polonia se encuentran entre las más elevadas del mundo, acercándose a las que encontramos en los Estados autoritarios o dictatoriales de América Latina y África. Las diferencias sociales no provocan únicamente perturbaciones sociales, sino también macroeconómicas al reducir las bases de desarrollo de las empresas.

Ausencia de perspectivas para los jóvenes

Los bajos salarios, que apenas representan un tercio del ingreso promedio virtual, no permiten, o al menos hacen difícil, la fundación de familias, y hacen imposible la necesaria acumulación para las futuras jubilaciones, ya que los diez primeros años de empleo son los más importantes para el cálculo de las jubilaciones provenientes de los fondos de inversión. Ante esa situación, será necesarios que fluyan regularmente cotizaciones muy importantes.

Pero no es ése el caso debido al nivel catastrófico de desempleo en esta categoría social. Y, cuando alguien tiene la oportunidad de poder trabajar y paga sus cotizaciones, el valor de estas es insuficiente debido al nivel de los salarios, al extremo que incluso después de cuarenta años de cotizaciones el valor de la jubilación será siempre inferior a 500 zlotys brutos.

Exhibición pública del desprecio a los pobres

La forma de liberalismo dominante en Polonia, tanto en la economía como en la vida política, desprecia a las personas de pocos ingresos, poco preparadas, pero celebra a las extraordinariamente ricas. En los medios de difusión reina una atmósfera de denuncia con relación a los trabajadores asalariados, especialmente en relación con aquellos de más bajos salarios.

Para comprender cabalmente las causas de la forma que ha tomado el régimen dominante y las de este desprecio a los pobres, debemos analizar algunos aspectos de las relaciones existentes entre los fenómenos económicos y los valores o principios morales que se desprenden de la mentalidad del laisser-faire (esta expresión francesa puede ser traducida como «no se interponga», «deje hacer», las cosas «se solucionan por si solas», una palabra adoptada por el neoliberalismo económico, ndlr). Como podemos comprobarlo en todas partes, el desprecio a los pobres constituye el rasgo fundador e indispensable de este «liberalismo».

Me parece que el siguiente fragmento, extraído de una obra de Milton Friedman, constituye un buen punto de partida para nuestra reflexión: «En la sociedad de mercado, la función fundamental del ingreso en función de la producción tiene en realidad como objetivo garantizar una asignación eficaz de los recursos sin utilizar la fuerza, pero es poco probable que este principio sea tolerado si consideramos que debería permitir también una distribución justa» [1].

El producto es un objeto o un servicio (y también un trabajo) que se vende en el mercado. Tras un acto de compra-venta, se establece el precio de mercado. Hasta que no se vende, no tiene ningún valor, ya que valor de uso y valor de cambio (el precio) en las teorías económicas libertarianas [2] constituyen conceptos idénticos. Supuestamente esa identidad proviene del hecho de que el comprador sólo gasta su dinero en una mercancía dada si reconoce su utilidad. De ello se desprende que, mientras más elevado es el precio de una mercancía, mayor es su utilidad para el comprador.

El principio de determinación del valor que acabo de enunciar no se aplica solamente a los objetos materiales, sino que permite igualmente evaluar el trabajo humano, e indirectamente a las personas. Un vendedor que lleva al mercado mercancías que gozan de amplia demanda, no satisface solamente las necesidades de los clientes, sino que al aportarles bienes, se comporta de forma ética, es moralmente bueno.

De ello resulta que mientras mejor responda a las necesidades de sus clientes, mejor será su evaluación moral. Y por esta actividad útil, el mercado (es decir los clientes) retribuye al empresario concediéndole un beneficio elevado. Por lo tanto, quien recibe mayores ingresos es aquel que satisface mejor las necesidades de los clientes -es más útil, se integra mejor al mercado. Tal individuo está marcado por rasgos de carácter como la fuerza, la energía, la autonomía, la mentalidad empresarial, la adaptabilidad.

Es a partir de ahí que los libertarianos prolongan su reflexión y extraen la simple conclusión de que mientras más elevado es el ingreso de una persona, más significa esto que esa persona es recompensada por su utilidad mercantil, y por lo tanto ética, debido a su actividad eficaz en beneficio de los que participan en el mercado. Es por ello que en las sociedades organizadas según las ideas «liberales» del laisser-faire (el libre curso de las fuerzas del mercado), son las personas que tienen ingresos especialmente elevados las que disfrutan del reconocimiento social y moral.

Esta lógica específica de la moral libertariana se extiende también en otra dirección. En efecto, toda persona que gana poco o que se ve sin medios de existencia es evidentemente en sí misma culpable, pues evidentemente no responde a las necesidades de sus clientes.

En el caso de los empleados, la causa de su pobreza se debe al hecho de que sus ofertas son malas, inadecuadas a las necesidades de los empresarios. Tal persona no recibe buenos ingresos, ya que así la evalúa el mercado; se trata de una persona inútil.

Dado que supuestamente la economía de mercado debe constituir la quintaesencia del Bien, entonces los que no llegan a encontrar un sitio en la misma carecen, evidentemente, de los rasgos de carácter deseados. A los ojos de un libertariano, un pobre no posee ninguna cualidad y ningún valor ético.

Los libertarianos dicen que los pobres se ven en la pobreza porque son pasivos, perezosos, poco dados al saber, poco interesados en adaptarse a las necesidades del mercado, poco concienzudos, poco exactos, pero que son también dados al robo, al alcoholismo, a perder el tiempo durante en el horario laboral, a las interrupciones irreflexivas del trabajo, a los certificados médicos injustificados, etc.

Es evidente que los rasgos de carácter que acabamos de citar no pertenecen al catálogo de los rasgos considerados positivos, y es a partir de esa visión que el libertariano típico desarrolla la justificación de su actitud negativa hacia los grupos económicamente desfavorecidos.

Podemos entonces resumir así la actitud de este «liberal»: el que obtiene un buen precio en el mercado es el que trabaja bien y por lo tanto si ganas poco (la evaluación de tu trabajo no es buena) es porque trabajas mal, porque eres malo. A partir de ahí, un pobre es también una persona de poco valor en el plano moral. La desaprobación moral hacia los pobres da lugar, en el mejor de los casos, a una actitud de desprecio y de rechazo social.

En Polonia, las consecuencias de esa filosofía están presentes en numerosos forums de discusión en Internet: Por ejemplo:

 «Las personas que no tienen una educación primaria o profesional deberían ganar menos de 500 zlotys netos. Entonces comenzarían a formarse» [3].

 «Quien gana menos de 1,000 zlotys pertenece al medio de los marginales. Cuando uno no tiene nada en la cabeza, cuando no tiene educación, peor para él. No puede recibir demasiado pues sería injusto. Debería contentarse con qué comer y pagar el alquiler. Es simplemente un incapaz. Se puede comprobar que esta gente es marginal y, en mi opinión, el que gana menos de 1,000 zlotys mensuales es un marginal que explota a los que trabajan duro de la mañana a la noche (...)» [4].

 «Imagínate esta situación: tenemos que vérnoslas con dos grupos de personas -unos saben adaptarse, tienen un coeficiente de inteligencia elevado, son trabajadores. Los otros son una banda de perezosos, borrachos, gente estúpida. La justicia consiste en que los primeros vivan bien y los otros vegeten (eso es el liberalismo -la gente escoge por sí misma cómo quiere vivir, como dice el partido Unión para una Política Real)» [5].

La redistribución de los ingresos, es decir, el hecho de tomar una parte del dinero de los ricos para transferirla a los pobres, lo que es una forma de ayuda a los más pobres, es inmoral [6]. Es inmoral porque ese enfoque se compara con el saqueo o el robo del dinero privado [7]. La quintaesencia de esa lógica de la moral libertariana puede encontrarse en la obra de Aleksander Chromik donde se puede leer: «¿Acaso es justo promover la pereza mediante el robo y la distribución de bienes creados por personas honestas que trabajan con el sudor de su frente?» [8].

Esa cita constituye la esencia de la actitud libertariana hacia los pobres y las ayudas que se les atribuyen. El autor pone la ayuda a los pobres al nivel del saqueo, las personas que viven en la pobreza son perezosos, y los ricos son obligatoriamente personas honestas, ciudadanos trabajadores.

Janusz Korwin-Mikke, periodista y dirigente político de la Unión por una Política Real, de tendencia ultraliberal, se refiere a todas las personas pobres como el «populacho», y el régimen político en el cual esas personas tienen alguna influencia sobre la designación de quienes ejercen el poder es para él un gobierno del populacho.

Como demostré anteriormente, ese «liberalismo» se distingue por su convicción sobre la ausencia de valores éticos y sociales entre los pobres. Ese «liberalismo», es también el desprecio por las necesidades de los pobres y la negativa del derecho de expresión de estas personas.

Ahora bien, en el diccionario del idioma polaco encontramos ese conjunto de rasgos del carácter para explicar la palabra «desprecio». Por consiguiente, es posible argumentar que el «liberalismo» actual tiene su fuente en el desprecio por los pobres.

Ese desprecio se manifiesta de diferentes maneras. La forma más suave, es el odio que se manifiesta por el deseo de quitar a los pobres todo derecho inherente al ser humano. Entre estos podemos citar:

 Negación del derecho al descanso diario nocturno (mediante la llamada la «disponibilidad» o «el tiempo de trabajo elástico»).
 Negación del derecho al descanso anual (las vacaciones).
 Negación del derecho a tener hijos (negación de licencias de maternidad, despido de mujeres embarazadas, negativa a emplear a mujeres que declaran querer tener hijos).
 Negación del derecho a la dignidad (humillación de los trabajadores y negativa a pagarles, además, bajo la amenaza de despedirlos: «Tienes que trabajar porque hay otros 100 candidatos que besarían mi mano por obtener ese trabajo con la mitad de tu salario»).
 Negación del derecho a satisfacer las necesidades fisiológicas; más de la mitad de los trabajadores británicos se han quejado de no poder ir al baño durante su tiempo de trabajo [9].
 Negativa a conceder un salario justificado.
 Disminución del status material mediante el chantaje o la amenaza de eliminar el puesto de trabajo o la disminución del salario mínimo, disminución de los salarios por horas nocturnas y horas adicionales o en condiciones de peligro para la salud, etc.

A partir de ese odio o de ese desprecio hacia las personas «incapaces» se desarrolla el rechazo manifiesto o incluso el desprecio hacia las organizaciones e instituciones sociales, partidos políticos e instituciones sociales, y también los individuos, que tratan de evitar las consecuencias negativas de la pobreza y de defender el derecho de los pobres.

Esa condena se manifiesta en forma de sarcasmos y de rechazo hacia los trabajos científicos que se oponen a esa opinión. El artículo de Pawel Pertkiewicz ilustra bien esto. El autor escribe que la Inspección Pública del Trabajo, la Inspección Social del Trabajo, la Oficina de Controles Técnicos, el ministerio del Trabajo y de Política Social, la Administración Central del Trabajo, el Instituto Central por la Defensa del Trabajo y muchas otras instituciones existen únicamente para acabar con la libertad empresarial [10].

Ese desprecio se acompaña de un sentimiento de superioridad moral y social hacia sí mismo. Hace algún tiempo, un participante que firmaba con el pseudónimo de «Rico -el ultraliberal» escribía en ese mismo sitio:
«Ante todo voy a votar por gente que no va a dilapidar el dinero de las colectividades locales o que va a hacer estupideces en provecho de la plebe. Para tener un buen apartamento en un edificio nuevo y de calidad, he tenido que trabajar mucho, mientras que diferentes escorias de la sociedad, sin ninguna posición social y sin educación, reciben apartamentos ¡GRATUITAMENTE! ¡¿Cómo puede ser que yo tenga que trabajar tan duro y que alguien reciba eso de gratis, gracias a mis impuestos?!

¡¿Acaso es eso justicia?! Lo «extraño» es que los habitantes de mi barrio son todos antisocialistas extremistas y que todos nosotros mostremos desprecio por los desempleados delincuentes y sus aliados del Partido Socialista polaco, de la Unión del Trabajo, de Autodefensa o de la Liga de Familias polacas. Así es, en nuestro barrio sólo encontramos personas de alto nivel social, mientras que la plebe está afuera.

Más allá, los socialistas u otros frustrados incapaces pueden darse el gusto de gritar a voz en cuello. Aquí, lo que existe es el silencio, la tranquilidad y la seguridad. Pero, ¿por qué esa masa inútil provenientes de los barrios de edificios baratos debería decidir sobre el futuro de la comunidad, de la ciudad, del distrito con el mismo derecho que yo?

¿Qué pueden decidir esos subhombres sin educación, sin posición social, sin dinero, sin talento...? La respuesta es NADA. Como graduado de una universidad e individuo perteneciente a lo que se llama la iniciativa privada, no observo ningún rasgo de carácter común entre mi persona y el electorado, por ejemplo, de Autodefensa o del Partido Socialista.

En nuestro barrio son otros candidatos los que reciben los votos; candidatos que representan un nivel respetable y capacidad para tener un capital. Vamos a votar sólo por personas emprendedoras. Los idiotas enamorados de la distribución socialista y de todo tipo de ayudas para la masa inútil de incapaces no obtendrán aquí ningún apoyo

De este texto emana no solo un profundo sentimiento de superioridad de parte del autor, sino también un profundo y auténtico desprecio por la «plebe» o por «la escoria de la sociedad». Y se expresa de forma directa para denunciar organizaciones políticas establecidas en esos medios.

En ocasiones, incluso se puede encontrar una justificación de las agresiones físicas contra los más débiles que poseen un status material inferior. En el mismo foro de discusión, se leer con respecto a las manifestaciones sindicales de Varsovia:

«¿Por qué nadie ha disparado contra esos desechos del proceso de transformación? ¿Qué hacer? ... Aquí no hay dama de hierro y la plebe se ha imaginado que el parlamento es o un intermediario o un comedor social. El ganado siempre manifiesta tendencias reivindicativas. Es raro, pero yo no me siento amenazado por el desempleo. Existe un 20 % de personas que pertenecen a la categoría superior y un 80 % que pertenece a la plebe que acaba de demostrar que sólo sabe destruir. Pero, ¡disparar es muy bueno! Así habrá menos gente que coma de gratis. ¿Por qué deberíamos tener una plebe rebelde en el siglo XXI ? No comprendo por qué...»

Aunque se puedan considerar esas opiniones como una forma de provocación intelectual, ello no resta importancia a las acciones de los empresarios, de los medios de comunicación y de las instituciones que propagan las actitudes de indolencia, acciones que según la opinión general rompen con el principio de justicia.

Desprecio sistemático

El pensamiento predominante del desprecio libertariano hacia las personas poco preparadas (principalmente los desempleados y los trabajadores asalariados medios) comienza a penetrar en las instituciones superiores del poder, y entre ellas, en el aparato de justicia.

En 2001, la Inspección Pública del Trabajo (PIP) comprobó violaciones del derecho por no pago de salarios o de otros ingresos debidos conformes al Código de Trabajo en más del 60 % de las empresas inspeccionadas [11]. Se comprobó que el nivel de violación del derecho era el mismo desde hacía varios años, como lo demuestra el cable de la siguiente agencia (RAI) del 4 de julio de 2004:

«La Inspección Pública del Trabajo inspeccionó el año pasado 74 000 empresas que emplean en total 5 millones de personas. La inspección demostró que existían cerca de 102,000 violaciones del derecho laboral, principalmente por no pago de sumas pendientes

El mismo cable, decía:
«De 850 informaciones sobre sospechas de delitos (contra los derechos de los trabajadores) recibidas el año pasado en la Fiscalía en el 35 % de los casos los fiscales se negaron a entablar acciones o las cancelaron, ya que esos delitos se consideran como de menor importancia

El PIP lleva dos tipos de estadísticas e inspecciones. Hay inspecciones que se realizan debido a señalamientos, y las inspecciones por filtrado que se realizan a través del método representativo. Precisamente, son estas últimas inspecciones las que han permitido hacer resaltar la magnitud de los delitos cometidos contra del derecho laboral y que han permitido, con ayuda de la herramienta de la estadística matemática, evaluar los parámetros que engloban a todo el mundo del trabajo.

De ello se deduce que en Polonia, a 5,2 millones de trabajadores se les roban regularmente los ingresos a los cuales tiene derecho.

Los libertarianos se oponen abiertamente a que el Estado establezca un salario mínimo por el trabajo. Sostienen que semejante práctica es contraria al derecho imprescriptible de los empresarios a disponer de sus propios ingresos, que ello viola el principio de libre opción y la libertad de establecer contratos entre personas privadas [12]. Otro tanto pasa con el pago de los salarios.

Los libertarianos consideran que al trabajador se le paga por su trabajo por adelantado, o sea, que recibe el salario por su trabajo antes de que el empresario haya podido aprovechar los frutos del trabajo de ese empleado [13].

A partir de ahí, los libertarianos sostienen que no tienen problemas morales en interrumpir el pago de salarios en una situación en que el empresario no cuenta con los medios financieros para ello, o no haya obtenido el pago de su contratante por una mercancía vendida, a la vez que hace que sus asalariados sigan trabajando. Los intentos de sancionar legalmente esta práctica son prueba de ello.

A mediados de 2004, el ministerio polaco de Economía, Trabajo y Política Social presentó un proyecto que habría permitido a las empresas pagar sus salarios «por períodos» o parar simplemente los pagos de salarios «en los casos justificados».

El liberal Adam Szejnfeld, diputado de la Plataforma Cívica, manifestó una actitud favorable hacia esa iniciativa a la vez que emitía algunas reservas: «Esa idea no es nueva. Yo era favorable a ella (...)» [14].

Ese tipo de exigencias no es monopolio de la clase política polaca. También en el extranjero se encuentran círculos que son favorables a eso. Durante el período de mala coyuntura de la economía alemana, el presidente de la Cámara de Comercio alemana (DIHK), Ludwig Georg Braun, propuso que en los años siguientes, se empleara a los trabajadores sin salario durante 500 horas adicionales [15].

Sin embargo, la situación del trabajador polaco sigue siendo especialmente dura. Se le han retirado sus derechos humanos más elementales pese a las normas jurídicas existentes en principio. Se le ha sometido al terror del capitalismo neoliberal, a una opresión económica que no había conocido desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Según las encuestas de este año del Instituto CBOS, un tercio de los trabajadores polacos asalariados se encuentra sin empleo.

Por dos trabajadores empleados, hay, por consiguiente, un desempleado. Pero, incluso teniendo trabajo, no se puede esperar llevar una vida digna. Apenas la cuarta de todos los trabajadores asalariados puede declarar que trabaja en una empresa donde recibe un salario justo, y cuando el trabajador llega al extremo de demandar a su empleador por no pago de su salario, sólo tiene un 65 % de posibilidades de que el tribunal acepte examinar su demanda.

El despotismo sistémico para con los pobres no se limita al derecho laboral. Desde hace muchos años tenemos ejemplos de veredictos pronunciados muy a la ligera en los casos de escándalos financieros existentes en las altas esferas de negocios en que están en juego miles de millones.

Pero tenemos, a la vez, veredictos extremadamente severos contra trabajadores que han logrado a su favor sumas de sólo unos cientos de zlotys, o largas penas de prisión para los mendigos que han manifestado su apetito por un pedazo de pan en una dulcería. Esos juicios son la consecuencia directa de la aprobación y adopción de la moral libertariana basada en el desprecio hacia los débiles y la tolerancia o más bien la justificación moral de las acciones de los individuos ricos.

El terror económico en el cual están inmersos los polacos está dando terribles resultados. Un millón de niños tiene dificultades para obtener su alimento diario, y su deterioro físico y social, el drama de sus padres, que se ven ante al peligro del deterioro biológico de sus hijos y de ellos mismos, lleva a esas personas a la delincuencia y a la prostitución, y les quita la alegría de vivir, la esperanza en el futuro, destruye sus deseos de vivir.

Se han registrado 30,000 casos más de suicidio por causas económicas que en un período similar en la época de la Polonia socialista.

El «liberalismo» hacia el cual los periodistas, políticos y jueces (incluyendo a los del Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional) dan muestras de ceguera, constituye una filosofía de carácter criminal, basada en el desprecio hacia los más débiles.

Por consiguiente, volviendo a la cuestión que hemos planteado al inicio de nuestro artículo, podemos sostener que las elites políticas polacas no tienen el derecho moral de colocarse en posición de juez, de defensor de los valores éticos y cívicos.

El crimen del cual son autores sobrepasa sin ninguna comparación, en proporción e importancia, las violaciones del derecho cometidas por el autoritario presidente de Bielorrusia.

[1Cf. Le capitalisme et la liberté, por Milton Friedman, p. 156.

[2El término «liberalismo» agrupa teorías muy diversas, de forma que su empleo es con frecuencia fuente de confusión. En el siglo XVIII, el liberalismo era la doctrina de la libertad, pero en el siglo XX, y únicamente en el aspecto económico, se ha convertido, por el contrario, en una formulación de la ley del más fuerte. En este caso, ya no se habla de libertad individual, sino de la ley del fuerte que debe dominar al débil. Milton Friedman, y con él toda la escuela de Friedrich von Hayek, se complace en estas ambigüedades, al punto que utiliza el calificativo de «liberal» cuando se dirige al público, pero se llama «libertariano» cuando se dirige a sus amigos y desea evitar los equívocos. N. de la R.

[3Swietlik 013.

[4Un hombre educado, 26 de abril de 2004.

[5Sitio UPR, 24 de mayo de 2004].

Algunos libertarianos consideran que cuando se les quita a las personas sus medios de existencia debido a sus impedimentos, desgracias o a un destino trágico, ello no cuestiona de forma alguna el principio de justicia ya que se trata de un estado natural. Veamos a continuación algunos ejemplos que reflejan bien el espíritu de ese «liberalismo».

La actitud que aquí se describe de los libertarianos con respecto a los pobres justifica la actitud negativa de esa ideología en lo tocante a las ayudas sociales. Aún cuando admiten que puede existir una ayuda determinada proveniente de personas privadas, se considera que semejante ayuda debe combatirse cuando adquiere una forma permanente e institucionalizada[[Ver el sitio Strona prokapitalistyczna, Pawel Szteberek «Sprawiedliwosc spoleczna».

[6Strona prokapitalistyczna, Stanis≥aw Michalkiewicz, What does God truly think about taxes ?

[7Strona prokapitalistyczna, Jan Michal Malek, Imperatyw ekonomiczny "nie kradnij"

[8Strona prokapitalistyczna, Pan Bog w sluzbie postepu, Aleksander Chromik

[9AFP de 24 de febrero de 2003.

[10Strona prokapitalistyczna, Czy panstwo powinno ustalac warunki pracy ?, Pawel Tobola-Pertkiewicz

[11PAP, Informe diario del 10 de agosto de 2002.

[12Strona prokapitalistyczna, Czy panstwo powinno ustalac warunki pracy ?, Pawel Tobola-Pertkiewicz

[13ver por ejemplo, Strona prokapitalistycza, Walka klas, Mateusz Machaj, y también los artículos de Friedrich von Hayek y de Ludwig von Mises

[14Super Express, 8 de junio de 2004

[15PAP de 17 de enero de 2003.