La relación entre Estados Unidos y China se basa en la ambigüedad. La política exterior que goza del más amplio consenso por parte de ambos partidos es la del mantenimiento de buenas relaciones con Pekín. Washington sigue aferrado a la política de una sola China y George W. Bush, Colin Powell y Condoleezza Rice se esfuerzan por conservar las mejores relaciones posibles con Pekín. Sin embargo, una parte de la prensa y del Congreso endurecen sus posiciones con relación a China. Para muchos, el desarrollo chino constituye la principal amenaza para la seguridad de Estados Unidos.
Vemos que el centro de gravedad del mundo se desplaza del Atlántico al Pacífico. Con frecuencia se compara la emergencia de China con la de la Alemania imperial en los momentos cruciales de los siglos XIX y XX, pero este no es el análisis más acertado. La diferencia entre ese modelo y lo que ocurre ahora en China es la que separa a Clausewitz de Sun Tzu: el dominio imperial militar contra el ascendente ideológico sobre el adversario. Al contrario de lo que ocurría en Europa a inicios del siglo XX, ya nadie cree que pueda vencer a su oponente en seis meses sin sufrir grandes pérdidas. En un mundo globalizado y dotado de armas nucleares nadie cree que pueda haber un vencedor en caso de que se produzca una guerra.
Tampoco es posible comparar a China con la URSS. Esta última poseía una tradición rusa y había conservado la herencia de los zares que aspiraban a dominar a Europa. China tiene una historia de 2 000 años y no quiere dominar a sus vecinos. La política de contención utilizada contra la URSS durante la Guerra Fría no se adapta por consiguiente a esta realidad. Tampoco debemos obsesionarnos con la defensa china. Es cierto que los gastos aumentan pero el presupuesto militar sólo representa el 20% del de Estados Unidos. Es cierto también que la situación de Taiwán podría deteriorarse pero debemos esforzarnos por mantener este problema en la esfera de las negociaciones.
La mejor manera de evitar la hegemonía china en Asia es colaborar con China. Una actitud hostil llevaría a Pekín a tratar de arrancar a Asia de la influencia estadounidense. Además, China desea cooperar con Estados Unidos para desarrollar su economía. No ganaríamos nada si declaráramos una guerra fría a China y contaríamos además con el apoyo de muy pocos países. En la actualidad, la actitud de los países es primordial. Las cosas podrían deteriorarse si China da la impresión de querer expulsar a Estados Unidos de Asia o si Estados Unidos da pruebas de una actitud imperial.
«China: Containment Won’t Work» por Henry A. Kissinger, Washington Post, 13 de junio de 2005.
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