Para derrocar al presidente indonesio Sukarno, quien se había aliado a los comunistas, Estados Unidos pone en práctica por primera vez a gran escala la estrategia de la tensión y la guerra de contrainsurgencia en 1965. La CIA subsidia al mismo tiempo a las guerrillas secesionistas y al ejército que las combate. Luego, escenifica un falso complot para justificar la eliminación de los hombres leales al Presidente por parte de una junta militar. Una vez desestabilizado el país, Washington provoca una guerra civil durante la cual moviliza a la población para asesinar entre 500,000 y un millón de simpatizantes comunistas.
Antigua colonia holandesa, Indonesia proclama su independencia al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Ahmed Sukarno, gran líder nacionalista de la lucha por la independencia, y Mohammed Hatta se convierten respectivamente en Presidente y Vicepresidente. Pero el país, que posee la primera mina de oro y la tercera mina de cobre del mundo, despierta la codicia.
Un mes después de la declaración de independencia, las fuerzas armadas holandesas e inglesas se alían para tratar de recuperar el control del territorio. Asistimos entonces a cuatro años de guerra colonial que desembocan, en 1949, en la retirada de Holanda, que conserva sin embargo una porción del territorio, Papua Nueva Guinea, que sólo logrará la independencia en 1975.
Aunque privada de una parte de su territorio, Indonesia sigue siendo un país estratégico en esta región del mundo, tanto por sus recursos naturales como por su situación geográfica: está situada en realidad en el centro del sistema marítimo del Sudeste Asiático, de importancia vital para Australia, Japón y, sobre todo, los Estados Unidos, muy interesados, desde los inicios de la Guerra Fría, en la situación política indonesia.
En un país habitado en esos momentos por más de 150 millones de personas, en su mayoría musulmanes, las decisiones políticas del presidente Sukarno tienen pocas posibilidades de gustarle a Washington ya que Sukarno había decidido aliarse al Partido Comunista Indonesio (PKI) en nombre de la unidad nacional.
Para evitar que el «dominó» indonesio se incline a favor de la URSS, la política de la CIA tiene como objetivo poner un término a la alianza entre Sukarno y los comunistas así como liquidar la oposición comunista y situar a un militar en el poder.
La CIA desestabiliza a Sukarno
Con este fin, los Estados Unidos tratan primero de desestabilizar el régimen en el poder. Así, una política regida por una instrucción del Consejo de Seguridad Nacional, de 1953, llama a «una acción apropiada, en colaboración con otros países amigos, para impedir un control permanente de los comunistas» en Indonesia.
La instrucción NSC 171/1 prevé al mismo tiempo apoyar a las guerrillas secesionistas y entrenar cuadros del ejército indonesio para crear una tensión que permita aumentar la influencia estadounidense y hacer retroceder a los comunistas. Ese mismo año, el director de la CIA, John Foster Dulles, declara al nuevo embajador en Indonesia, Hugh S. Cumming Jr, que no debe «atarse de forma irrevocable a una política de preservación de la unidad en Indonesia (...). La preservación de la unidad de un país puede entrañar peligros y me refiero a China» [1]. Además, la agencia estadounidense decide apoyar a partidos políticos pertenecientes al campo de los «moderados (...) con tendencia a la derecha», en particular el Partido Masjumi y el Partido Socialista Indonesio (PSI).
Langley destina así considerables sumas al PSI. Esta inversión demuestra ser rentable: de las filas de este partido surgen figuras importantes como Sjam, considerado el cerebro del golpe de Estado de 1965, pero también militares como Sarwo Edhie y Suwarto, quien formará al futuro presidente Suharto.
En los años 1957-1958, la CIA suministra armas y hombres a los movimientos rebeldes del PRRI-Permesta que hacen estragos en Sulawesi y en el oeste de Sumatra. Aunque secretas, estas operaciones no son siempre discretas e inofensivas, muy por el contrario. En abril de 1958, un avión deja caer una bomba sobre un barco anclado en el puerto de Amboina y mata a todos los que se encontraban a bordo.
El aparato choca después con una iglesia, destruye el edificio y no deja sobrevivientes. Según el Presidente Sukarno, quien narró este episodio mucho más tarde, el ataque causó más de 700 muertos, sobre todo civiles.
El 15 de mayo, un avión de la CIA bombardea el mercado de Amboina y mata a gran número de civiles que se encaminaban a la iglesia ese jueves de la Ascensión. Tres días más tarde, durante un nuevo raid sobre la ciudad, Allen Lawrence Pope, piloto de la CIA, es capturado luego de que su avión fuera derribado. Esta falta de discreción no es fruto de la torpeza o del azar.
El objetivo de los servicios de inteligencia estadounidenses no es en esos momentos derrocar al gobierno establecido por Sukarno sino más bien «mantener [sus pies] cerca del fuego», como explicó Frank Wisner en 1956 cuando era subdirector de operaciones secretas en Langley [2].
Se trataba de mantener al presidente indonesio en un estado de temor con relación a una insurrección organizada por la CIA y llevarlo así a apoyarse en el ejército que aparece como la única muralla. Esta política es todo un éxito: el 14 de marzo de 1957 Sukarno proclama la ley marcial, lo que sitúa al ejército en el centro de la esfera política.
La comisión de investigación senatorial dedicada a la CIA llegó incluso en 1975 a emitir la hipótesis de que la agencia hubiera sido en parte responsable del intento de asesinato del líder indonesio en Cikini, en noviembre de 1957. Pero todo quedó ahí.
Apoyo masivo al ejército
Si bien la «estrategia de la tensión» aplicada por Washington funciona bien a nivel político, ya que los militares ocupan poco a poco un lugar preponderante en la vida del país, el apoyo a la guerrilla no le permite a esta obtener los éxitos militares previstos.
A partir del 1º de agosto de 1958, la CIA reconoce este fracaso y emprende un programa de asistencia militar masiva a Indonesia por una suma evaluada en 20 millones de dólares anuales. Según un memorando de 1958 del Estado Mayor Conjunto, el objetivo sigue siendo el mismo: ayudar al ejército indonesio en su condición de «única fuerza no comunista (...) con capacidad para contener (...) al PKI».
La ayuda financiera sirve también como «estímulo» al general Nasution para que pueda «llevar a cabo sus planes con vistas a controlar el comunismo» [3]. Los detalles de este plan no aparecen en el memorando, pero basta con recordar el papel de Nasution en la represión de Madiun en 1948: luego de una provocación del ejército, una insurrección de los cuadros del PKI es reprimida por el General por medio de un baño de sangre.
En 1965, poco después del verdadero-falso golpe de Estado de Gestapu, lanza un llamado a favor de la exterminación total del PKI «hasta sus últimas raíces para que no haya un tercer Madiun» [4].
El lugar preponderante del Partido Comunista en el paisaje político indonesio lleva poco a poco a la CIA a implicarse más. Por medio de pequeñas pinceladas sucesivas, Washington aplicará en Indonesia la doctrina de guerra revolucionaria elaborada por los militares franceses a su regreso de Indochina o, más tarde, de Argelia.
Una práctica militar basada en «el desplazamiento a gran escala de las poblaciones, la práctica sistemática de fichar a los sospechosos, la creación de milicias de autodefensa, la acción psicológica, el peinado territorial y las "jerarquías paralelas"» [5].
Un elemento importante del dispositivo es la propaganda o «acción psicológica», en lenguaje militar. A fin de preparar a la población para la eliminación de la oposición política constituida por los comunistas del PKI, así como para desviar la atención de la opinión pública internacional, la CIA, por medio del financiamiento a los think-tanks (centros de investigación, propaganda y divulgación de ideas, generalmente de carácter político. N del T) estimula a los académicos a publicar trabajos sobre el peligro rojo en Indonesia.
Uno de los principales intermediarios es Guy Pauker, profesor de la Universidad de Berkeley, California, y consultor de la RAND. En esa calidad, según sus propias palabras, se halla en contacto frecuente con «un pequeño grupo» de intelectuales del Partido Socialista Indonesio y «sus amigos en el seno del ejército» [6].
El ejército indonesio a la vanguardia de la «contrainsurgencia»
Washington apoya asimismo financieramente todas las iniciativas de los generales indonesios con el objetivo de convertir al ejército a la doctrina de la contrainsurgencia. Uno de los personajes centrales de este dispositivo es el general Suwarto, quien recibió formación militar en los Estados Unidos y es una persona muy cercana de Guy Pauker.
A partir de 1958, se da a la tarea de transformar el Indonesian Army Staff and Command School de Bandung (SESKOAD) en un centro de entrenamiento para la conquista del poder político. La SESKOAD es objeto entonces de todas las atenciones del Pentágono, de la RAND y de la Fundación Ford. Según un documento traducido por Guy Pauker, bajo la influencia de Nasution y de Suwarto la escuela desarrolla una nueva doctrina estratégica denominada Territorial Werfare (o «guerra territorial») en la cual la guerra de contrainsurgencia constituye el núcleo de las preocupaciones del ejército indonesio.
A partir de 1962, el gobierno de Kennedy ayuda al ejército indonesio a desarrollar programas de «acción cívica» que le permiten elaborar su propia infraestructura política, a veces hasta el nivel de poblado. En 1962, como resultado de una recomendación del Departamento de Estado estadounidense, una unidad especial del US MILTAG (Military Training Advisory Group o Grupo Asesor para el Entrenamiento Militar) se instala en Yakarta para ayudar a aplicar este programa que permitirá más tarde crear milicias locales como lo prevé la «guerra revolucionaria».
En opinión de Peter Dale Scott, «la SESKOAD formó también a oficiales del ejército en las esferas de la economía y de la administración lo que le permitiría operar prácticamente como un para-Estado, independiente del gobierno de Sukarno» [7], lo que corresponde a la «jerarquía paralela» antes mencionada.
Civiles formados en el marco de un programa de entrenamiento financiado por la Fundación Ford se vieron a continuación implicados en lo que el agregado militar estadounidense Willis G. Ethel denomina la «planificación contingente» con el fin de impedir la toma del poder por parte del PKI.
El coronel Suharto se une a la SESKOAD en octubre de 1959. Allí se acerca a Suwarto. Durante la Segunda Guerra Mundial, este musulmán autoritario había luchado junto a los japoneses antes de dirigirse a Indonesia luego de la declaración de independencia. En el seno de la escuela militar participa en la elaboración de la doctrina de la «guerra territorial».
Aunque no haya visitado nunca los Estados Unidos, participa en los programas de «acción cívica» con varios oficiales cercanos al PSI y, por consiguiente, a los Estados Unidos. La ideología de la contrainsurgencia se hace progresivamente mayoritaria entre las filas del ejército, como lo confirma un seminario organizado en la SESKOAD en abril de 1965 que «reafirmaba las reivindicaciones del ejército de desempeñar un papel político independiente».
Esta política, que en definitiva tiene el objetivo de eliminar a los comunistas en beneficio de una dictadura militar, no se impone por unanimidad. En el seno del Estado Mayor existe un grupo compuesto por fieles de Yani, el jefe del Estado Mayor, quien apoya de forma indefectible al Presidente Sukarno, a pesar de sus reticencias respecto de la alianza con los comunistas. Este grupo controla al ejército regular, por lo que es el que constituirá el blanco del verdadero-falso golpe de Estado de septiembre de 1965.
Falso golpe de Estado y verdadero complot
Este golpe de Estado, denominado Gestapu [8], se propone oficialmente eliminar a seis generales del ejército indonesio, quienes estarían a su vez tramando un golpe de Estado contra el presidente Sukarno. Sin embargo, la lista de los blancos seleccionados por el grupúsculo Gestapu nos hace reflexionar.
Incluye, en efecto, a Yani y cuatro de sus generales más allegados, todos conocidos como oficiales cercanos a Sukarno. En cambio, ningún general contra Sukarno formaba parte del blanco, con excepción de Nasution [9].
Podemos entonces considerar que el «verdadero-falso complot» no es más que el pretexto que necesitan los hombres de Suharto para llevar a cabo su «complot en el complot».
En lugar de tratar de defender al presidente indonesio, los conjurados apuntan precisamente hacia la fracción del ejército más leal a Sukarno. El autoproclamado portavoz de Gestapu, el teniente coronel Untung, declara el 1º de octubre que Sukarno se halla bajo la protección de la organización. Afirma además que un Consejo de Generales, apoyado por la CIA, se proponía realizar un golpe de Estado antes del 5 de octubre y que con esta óptica había reunido en Yakarta a tropas provenientes del Este, del Centro y del Oeste.
En realidad, estas tropas debían desfilar por las calles de la capital indonesia durante el desfile de las fuerzas armadas del 5 de octubre, manifestación organizada por el propio Untung, quien seleccionó a las unidades participantes.
Las declaraciones públicas de Suharto durante este período turbulento son elocuentes. En ellas reafirma su lealtad al presidente Sukarno al mismo tiempo que acusa, sin pruebas tangibles, a jóvenes y mujeres del PKI, así como a «elementos de la fuerza aérea» de ser los responsables de la muerte de los seis generales. Sin embargo, los asesinatos habían sido perpetrados por los elementos que Untung acusaba de querer fomentar un golpe de Estado y que estaban bajo el comando de Suharto.
El objetivo del golpe de Estado de Gestapu es por lo tanto falaz. Como escribe Peter Dale Scott: «Su discurso y ante todo sus acciones no eran simplemente ineptas; habían sido cuidadosamente orquestadas para preparar una reacción de Suharto también falaz». De la misma forma que los únicos generales asesinados fueron aquellos que podían impedir que Suharto accediera al poder, sus edificios fueron los únicos que no fueron protegidos por los hombres de Gestapu.
Además, el anuncio que hizo Gestapu de transferir el poder a un «Consejo Revolucionario» imaginario, del cual Sukarno estaba excluido, permitió a Suharto erigirse en defensor de Sukarno, mientras que se aseguraba precisamente que no pudiera retomar las riendas del país. El asesinato de los generales, que tuvo lugar no lejos de una base de las fuerzas aéreas donde se formaban jóvenes miembros del PKI, permitió a Suharto «en una maniobra digna de Goebbels», imputar la responsabilidad a estos chivos expiatorios.
Masacres premeditadas
Se inicia entonces una gigantesca ola de represión dirigida contra los miembros del PKI. Hombres, mujeres y niños sospechosos de ser cercanos a los comunistas son masacrados en todo el país. Un gran número de responsables estadounidenses e incluso periodistas y catedráticos presentaron estas masacres como una simple reacción popular y espontánea a lo que el embajador estadounidense Jones llamará más tarde la «masacre» cometida por el PKI.
La masacre no es sin embargo la acción de los comunistas sino de las milicias paramilitares creadas desde 1958 por los programas contrainsurgentes de la SESKOAD. El ejército se encarga sobre todo de suministrar armas a los estudiantes y sindicalistas musulmanes.
Los Estados Unidos, por su parte, suministran listas de nombres de dirigentes comunistas a los militares indonesios y eliminan progresivamente los nombres de los que han sido ejecutados. El embajador británico en Yakarta, Sir Andrew Gilchrist, manifiesta su entusiasmo en un mensaje dirigido al Foreign Office: «Jamás les he ocultado mi creencia en el hecho de que algunas ejecuciones en Indonesia podrían constituir un elemento preliminar esencial para un cambio efectivo» [10]. En algunos meses, entre 500,000 y un millón de indonesios son masacrados, según señala Ralph McGehee, ex responsable de la CIA [11].
Estas masacres no eran fruto de la espontaneidad. Requerían una minuciosa preparación y una importante logística. Exigían asimismo el adoctrinamiento de la población civil para poder transformarla, llegado el momento, en milicia exterminadora. Varios elementos permiten sostener esta hipótesis. El investigador Neville Maxwell, miembro del Institute of Commonwealth Studies, narró cómo había tenido acceso a una carta dirigida al señor Bhutto, ministro paquistaní de Relaciones Exteriores en aquellos momentos.
Esta correspondencia, enviada por uno de sus embajadores en Europa, relataba una conversación entre un responsable de los servicios de inteligencia holandeses y un miembro de la OTAN. Según la misiva, el oficial habría indicado: «Indonesia caerá en la bolsa occidental como una manzana podrida. (...)
Los servicios de inteligencia occidentales», dijo, «organizarán un "golpe de Estado comunista prematuro" [que estará] condenado al fracaso y ofrecerá una oportunidad legítima y bien acogida por el ejército para aplastar a los comunistas y hacer de Sukarno un prisionero a merced del ejército» [12].
La carta fue fechada en diciembre de 1964. Desde 1950-1952, William Kintner, oficial superior de la CIA que trabajaba para el think-tank Foreign Policy Research Institute (FPRI), financiado por la CIA, escribía con relación al PKI que «con la ayuda de Occidente, los dirigentes políticos asiáticos-aliados a los militares- no deberán limitarse a resistir y sobrevivir sino que también tendrán que reformar y avanzar mientras liquidan a las fuerzas políticas y de guerrilla del enemigo».
El golpe de Estado y las masacres ulteriores permiten a los Estados Unidos expoliar sin escrúpulos al país y en particular sus recursos petroleros y minerales. La industria petrolera es nacionalizada y confiada a la sociedad pública Pertamina, dirigida por el ejército.
Este contratará los servicios de George Benson, ex miembro de la MILTAG de Yakarta, para que haga trabajo de cabildeo en Washington. La sociedad estadounidense Freeport Sulphur, que ya había llegado a un acuerdo preliminar en abril de 1965, es autorizada a invertir 500 millones de dólares en la industria del cobre de Papua Nueva Guinea.
En ese entonces, uno de los directores de la sociedad era Robert A. Lovett, socio de inversiones de Averell Harriman, quien había trabajado, cuando pertenecía al Departamento de Estado, para que los Estados Unidos apoyaran la conquista de este territorio por parte de Indonesia.
En lo que se refiere al oro negro, la pequeña compañía petrolera Asamera crea una empresa mixta con Permina el día en que se desencadena el Gestapu. En el Consejo de Administración de la empresa encontramos a la sociedad Allied Chemical, dirigida por John J. McCloy, ex secretario adjunto para la guerra de Roosevelt, miembro más tarde de la Fondation Ford y presidente durante un tiempo del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, predecesor del Banco Mundial.
En agosto de 1965, McCloy había sido nombrado miembro del equipo de Lyndon Johnson encargado de elaborar la política vietnamita del gobierno estadounidense.
Pero más allá de este éxito «económico», la llegada al poder de Suharto estableció ante todo un modelo estratégico a seguir por los Estados Unidos, que aplicarán más tarde en muchas otras zonas geográficas.
Tal es el caso de Vietnam, con la Operación Fénix, y luego Chile y América Latina con la Operación Cóndor. La analogía con la llegada al poder de Pinochet es inquietante: al igual que en Indonesia, el general chileno pone como pretexto la existencia de un complot de los comunistas -el famoso «Plan Z»- para organizar como reacción un golpe de Estado preventivo y tomar el control del país con el apoyo del ejército. En ambos casos, la existencia del complot inicial es fuertemente impugnada por los elementos materiales recopilados por los historiadores.
Indonesia habrá servido por lo tanto como punto de referencia para los teóricos de la «guerra revolucionaria», que implica por primera vez a poblaciones civiles manipuladas en una serie de masacres de gran envergadura, aquí al manipular criterios político-religiosos, en otros lugares las diferencias étnicas.
Nadie duda que el ejemplo fue retomado por los diferentes ejércitos del mundo y, en particular, por los generales franceses que lo aplicaron en Biafra y luego en Rwanda.
[1] Dulles, de Leonard Mosley, The Dial Press / James Wade, 1978, p.437.
[2] Portrait of a Cold Warrior, por Joseph Burkholder Smith, G.P. Putnam’s Sons, 1976 (p. 205).
[3] JCS Memo for SecDef, 22 de septiembre de 1958. Publicado en Declassified Documents Quaterly Catalogue, 1982, 002386.
[4] Citado en Indonesia: Law, Propaganda, and Terror, de Julie Southwood y Patrick Flanagan, Zed Press, 1983, p. 68.
[5] El libro: L’inavouable. La France au Rwanda (La inconfesable responsabilidad francesa en Ruanda), de Patrick de Saint-Exupéry, Ediciones Les Arènes, marzo de 2004. Ver igualmente la tesis de Gabriel Périès sobre la guerra revolucionaria: De l’action militaire à l’action politique, impulsion, codification et application de la doctrine de la "guerre révolutionnaire" (1944-1960), Universidad de París I.
[6] «Ford Country: Building an Elite for Indonesia», por David Ransom, en The Trodan Horse, de Steve Weissman (éd.), Rampans Press, 1974.
[7] «The United States and the overthrow of Sukarno, 1965-67», por Peter Dale Scott, Lobster, n°20, noviembre de 1990.
[8] En la versión oficial, este término designa el «30 de septiembre» (« Gerakan September Tigapuluh ») en lengua indonesia. Sin embargo, parece que este vocablo no es correcto en este idioma sino que corresponde a la forma anglófona de escribir la fecha, que coloca primero el mes, luego el día y finalmente el año.
[9] Este, cercano a la CIA hasta inicios de los años 1960, cayó en desgracia a partir de entonces por su adhesión episódica a Sukarno. Considerado poco confiable, verá cómo su hija y su ayudante de campo son asesinados antes de poder escapar. Luego apoyará las «purgas» comunistas.
[10] Citado en Web of Deceit - Britain’s Real Role in the World, por Mark Curtis, Vintage, 2003.
[11] «The C.I.A. and the White Paper on El Salvador», por Ralph McGehee, Nation, 11 de abril de 1981. Ver también: «La solución Salvador».
[12] Citado en Indonesia: Law, Propaganda, and Terror, de Julie Southwood y Patrick Flanagan, Zed Press, 1983, p. 13.
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