Tony Blair y su Secretario del Interior, Charles Clarke (en la foto), oficializaron lo que parecía inevitable a partir de la investigación-espectáculo oficial, y en gran parte clasificada, que se había llevado a cabo sobre los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington. En efecto, descartaron la posibilidad de realizar una investigación pública sobre los atentados que golpearon a Londres, el 7 de julio de 2005, argumentando que ello desviaría los recursos de los servicios de la policía y la seguridad. «En lo esencial se sabe lo que pasó», insistió Tony Blair, antes de prometer que las víctimas tendrían una «imagen completa» de los acontecimientos.
La decisión fue vivamente criticada por el responsable del Consejo Musulmán Británico, Iqbal Sacranie, quien reiteró su solicitud de una investigación completa: «Debe haber una investigación absolutamente exhaustiva que pueda suministrarnos las informaciones necesarias para saber lo que pasó, cómo y por qué eso pasó a fin de estar mejor preparados para evitar que semejante tragedia puede repetirse nuevamente».
Sacranie tiene razones para dudar de la versión oficial sobre los atentados que causaron la muerte de 52 personas en tres metros londinenses y un ómnibus, el 7 de julio pasado, ya que sabe que en ella se acusa a Rachid Aswat de haber sido el cerebro de la matanzas, cuando en el pasado había sido identificado como un agente de los servicios secretos de Su Majestad.
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