Aunque la guerra civil terminó en Sudán, el drama se mantiene en la región de Darfur. Estados Unidos lo utiliza hablando de genocidio con la esperanza de justificar una intervención. En caso de penetrar en Sudán, Estados Unidos podría expulsar a los cooperantes chinos y rusos y apoderarse del petróleo. El presidente sudanés Omar Hassan al Bachir analiza la situación de su país en respuesta a las preguntas de Charles Saint-Prot.
¿Puede hacer usted un primer balance de los resultados del Acuerdo de Paz Global (Comprehensive Peace Agreement, CPA), firmado en enero de 2005, que puso fin a la guerra con el sur?
El Acuerdo de Paz Global es un documento que cubre un amplio campo de cuestiones. Además, su objetivo es resolver todo tipo de problemas que han ido acumulándose y complicándose durante las últimas décadas. Está claro que es imposible resolver problemas de tanta envergadura limitándose a proclamar el deseo de resolverlos. Lo importante son los hechos concretos. La ejecución de ese acuerdo exige por tanto un esfuerzo sostenido, es un llamado a nuestra voluntad y al uso de nuestras capacidades creativas, exige nuestro máximo compromiso y toda nuestra buena fe. Tengo que reconocer que no resulta fácil, debido a problemas que se acumularon en el pasado, pero día a día nos sobreponemos a las dificultades y vamos logrando avances. No sentiremos inquietud mientras sigamos avanzando. Además hicimos recientemente un primer balance de las realizaciones y pudimos comprobar que en varios sectores estábamos adelantados con respecto al programa que habíamos adoptado. En cuanto a lo demás, todos tenemos una responsabilidad nacional en este período crítico de la historia de Sudán.
Parece que todavía hay algunos problemas con la repartición de los recursos petrolíferos…
Las riquezas petrolíferas del país no son una especie de botín de guerra que haya que distribuir y repartir. Se trata de una riqueza nacional que debe ser puesta al servicio del desarrollo del país y de todos los sudaneses.
Mientras tanto, se han producido hechos dramáticos en la crisis de Darfur. ¿Cómo analiza usted esa crisis?
Darfur es una vieja herida que se infectó por negligencia. Darfur tuvo desde siempre su propia identidad, su propio espíritu, sus propias aspiraciones basadas en una historia política original. A eso hay que agregar la rivalidad, que encontramos también en otras muchas regiones del mundo, entre los pueblos sedentarios de agricultores y los pueblos nómadas ganaderos. Además, debido a la permeabilidad de las fronteras, la provincia se ha llenado de armas modernas. Finalmente están los factores regionales e internacionales que han venido a empeorarlo todo. Junte todos esos elementos y obtendrá la realidad de Darfur. El caso específico de Darfur podría y debería haber sido abordado desde el momento de la independencia. No se podía ser negligente en esa provincia. Desgraciadamente la política discriminatoria de ciertos gobiernos –estoy pensando específicamente en el gobierno del partido Ouma dirigido por Sadeck al Mahdi– complicó las cosas y provocó un sentimiento de amargura en una parte de la población de la provincia que se sintió olvidada o subestimada.
Son esas las verdaderas razones del problema que llevó a la crisis. Por supuesto, las afirmaciones sobre el supuesto genocidio o «limpieza étnica» son meras calumnias. El problema de Darfur no es en lo absoluto un conflicto «racial». Una comisión investigadora independiente incluso investigó el tema y desmintió que hayan existido intenciones genocidas. Esas acusaciones divulgadas sobre una limpieza étnica, que nunca existió más que en la imaginación de quienes difundieron el rumor, son muy graves y sus autores son responsables de haber echado leña al fuego y estimular el odio, lo cual contribuyó a traer más sufrimientos a la gente.
¿Hay esperanzas de que el reciente acuerdo de mayo de 2006 ponga fin a la crisis de Darfur?
El acuerdo concluido en Abuja bajo los auspicios de la Unión Africana y con ayuda del jefe de Estado de Nigeria, el presidente Olusegun Obasanjo, fue un paso muy importante hacia la solución de la crisis. Es cierto que las facciones no han aprobado aún el acuerdo, pero el principal grupo lo firmó. Nosotros, con la ayuda de los amigos y de la comunidad internacional, seguimos trabajando para lograr que todas las facciones se unan al proceso de paz. De todas formas, el Acuerdo de Paz de Darfur ya entró en acción.
La crisis permitió comprobar que hay tensión entre Sudán y Chad. ¿Cuál es el problema entre los dos países?
Es el colmo que Sudán, que desde su independencia ha sido víctima de injerencias en sus asuntos internos por parte de países vecinos y de varias grandes potencias internacionales, se vea acusado a veces de inmiscuirse en los asuntos de otros países. Acusar no equivale a probar que esas acusaciones tengan fundamento. El gobierno de Chad acusó a Sudán de tratar de desestabilizarlo pero no pudo presentar ninguna prueba. Por consiguiente, se trata de una acusación falsa contra Sudán. Nada de eso es creíble. Sudán desea, naturalmente, tener relaciones de confianza y pacíficas con todos sus vecinos.
¿Cómo explica usted los intentos de Estados Unidos de internacionalizar la cuestión de Darfur? ¿Qué objeciones tiene usted en cuanto al despliegue de una fuerza de las Naciones Unidas?
El comportamiento hegemónico de Estados Unidos es habitual. Estados Unidos está consciente de su actual posición de potencia dominante a nivel mundial, de superpotencia, pero también sabe que no siempre será así y que algún día puede ocurrir un reequilibrio. Por eso trata de mantener eternamente esa situación organizando un nuevo orden mundial bajo su propio control. Es en ese contexto que se puede comprobar que Estados Unidos tiende a internacionalizar, o sea a explotar a su favor, sus diferencias con otros países, como sucede con Irán, con Corea del Norte y Sudán.
Por eso a nosotros nos sigue resultando sospechosa la voluntad de Estados Unidos de internacionalizar el asunto. Además, no vemos qué ventajas tendría una internacionalización que no haría más que complicar las cosas. En lo tocante a la solución de la crisis, quiero recordar que nosotros aceptamos cada demanda razonable que nos fue presentada. Nos comprometimos seriamente durante las negociaciones bajo la égida de la Unión Africana y llegamos a un arreglo. Después de haber hecho todo eso y de haber demostrado nuestra buena voluntad, no vemos por qué habría que pasarle el asunto al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas invocando el capítulo VII de la Carta de la ONU.
¿Existe un complot de Estados Unidos contra Sudán?
El sistema político de Estados Unidos se presta para todo tipo de manipulaciones de parte de quienes están bien organizados y disponen de medios financieros. Tenemos que admitir que algunos de los detractores de Sudán disponen dentro de ese sistema de una influencia considerable que han sabido utilizar contra Sudán. Eso no es nuevo ya que esas manipulaciones empezaron desde la independencia pero sí es algo que se agravó durante los años 80. Con la influencia que adquirió la extrema derecha dentro de la administración estadounidense se institucionalizó la política antisudanesa. Para ser exactos, ciertas instituciones de Estados Unidos están bajo el control de extremistas que las han convertido en sus rehenes. Eso se traduce en una política agresiva que, por cierto, no apunta sólo contra Sudán y de la que no están exentos ni siquiera países considerados como aliados de Washington, como por ejemplo Francia y Alemania.
¿Tiene usted informaciones sobre una intervención concreta de Estados Unidos en la crisis de Darfur?
No tenemos pruebas de que Estados Unidos haya proporcionado armas o apoyo material a los rebeldes de Darfur. Como usted sabe, ese tipo de cosas no se hace abiertamente en estos días y, por supuesto, hay que tener cuidado de no lanzar acusaciones sin tener pruebas. Es sin embargo de conocimiento público que personajes que no pertenecen a instituciones oficiales estadounidenses ayudaron abiertamente a los rebeldes y contribuyeron así a empeorar los sufrimientos de la población implicada.
¿Le pareció durante la cumbre de Jartum, en marzo de 2006, que los países árabes comparten su punto de vista?
Recibimos de los países árabes un apoyo moral y material cuyo valor apreciamos. Esa expresión de solidaridad fue muy importante. La cumbre recordó sobre todo un principio esencial del derecho internacional que consiste en que el envío de cualquier nueva fuerza tendría que obtener el consentimiento previo del gobierno sudanés. Nosotros pensamos que la Liga Árabe puede desempeñar un papel importante en la solución de nuestros problemas, sin desdorar el que han desempeñado otros actores, sobre todo la Unión Africana.
¿Qué piensa del proyecto del nuevo Gran Medio Oriente de la administración Bush?
El pretexto que alega Estados Unidos para tratar de promover ese plan es la necesidad de reformas. Todo depende de lo que se entienda por ello. Nosotros somos totalmente favorables a las reformas en la región. Pero las intenciones y los propósitos de Estados Unidos en ese plano no son claros. Hay mucha ambigüedad. Estados Unidos parece indeciso en cuanto a esos problemas. A veces, mientras proclama que hay que hacer reformas, se opone a ellas cuando estima que los cambios podrían fortalecer a sus adversarios políticos. En todo caso, nosotros no tenemos por qué establecer nuestras necesidades y normas en función de lo que Estados Unidos hace o deja de hacer o de lo cree o deja de creer.
Hay que reconocer que el asunto de las reformas es un objetivo necesario y que es necesario estudiarlo. Pero sería necesario tratarlo de manera más franca. ¿La reforma de los países en desarrollo cambiará el sistema político de estos? Habría que ser muy ingenuo para creerlo. Por otra parte, hay que plantear una interrogante esencial: ¿Por qué se predican reformas para la vida interna de los países mientras que se excluye toda reforma en el plano internacional? ¿No se necesita acaso reformar también ese sistema en el sentido de avanzar hacia un mejor equilibrio y más justicia? Si se exige más democracia y pluralismo en el plano nacional, ¿no habría que exigir también lo mismo a nivel internacional? En una palabra, ¿el nuevo orden mundial es más democrático y equilibrado? Resulta evidente que la respuesta es no.
Uno de los problemas actuales del Medio Oriente es el asunto de las investigaciones nucleares iraníes. ¿Cuál es su posición sobre ese tema?
Irán tiene derecho a investigar sobre la generación de energía nuclear pacífica como cualquier otro país firmante del Tratado de No Proliferación y miembro de la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA). Son los países que no han firmado el tratado y que no respetan las reglas establecidas en la materia los que deberían ser obligados a dejar de adquirir tecnología nuclear. Claro está, Irán debería esforzarse por aclarar las dudas y apaciguar los temores de algunos en cuanto al desarrollo de su programa nuclear. Pero no hay que convertir eso en un pretexto para tratar de privar a ese país de sus derechos legítimos estipulados en el tratado. Todo ese asunto debe ser procesado dentro de los límites del Tratado de No Proliferación y las reglas de la OIEA. Desgraciadamente los países occidentales parecen muy hipócritas en cuanto a esa cuestión y eso no fortalece ni su imagen ni su determinación política.
Para volver a Sudán, ¿tiene usted la impresión de que su país se encuentra aislado o que no se le comprende en el plano internacional?
Es indudable que a menudo se le entiende mal, sobre todo por parte de quienes no quieren tomarse el trabajo de entender objetivamente las cosas. En cuanto al resto, no estamos aislados. Estamos plenamente insertados en las organizaciones regionales a las que pertenecemos, en particular en la Unión Africana y la Liga Árabe. Tenemos excelentes relaciones con muchas grandes potencias, como China que es nuestra asociada en la realización de numerosos proyectos de investigación y desarrollo. Existe un apoyo mutuo entre nuestros dos países en numerosas cuestiones políticas. China es también una superpotencia pero, a diferencia de otras, es más racional y sabe comportarse. También tenemos excelentes relaciones con Rusia. Esas relaciones se basan en un enorme capital de buena voluntad y en relaciones históricas. Claro, la cooperación económica no está al nivel de la cooperación con China, pero esperamos desarrollarla en un futuro próximo. Nuestra cooperación con grandes países, como la India y Malasia, es también muy positiva.
¿Qué espera de las naciones europeas, específicamente de Francia?
Resulta para nosotros de primordial importancia que nuestras relaciones con los países de la Unión Europea estén basadas en el respeto mutuo y que los países europeos entiendan y respeten nuestras decisiones en todos los sectores, políticos, económicos o culturales. Cuando se haya establecido ese tipo de relación, no existirá límite alguno para nuestra cooperación. Nos damos cuenta de que Europa está geográficamente cerca de nosotros. Además, a pesar de nuestras diferencias culturales, estamos convencidos de que hay principios morales básicos que nos unen a Europa. Ambas partes tenemos que respetar esos puntos de convergencia que nos incitan a acercarnos.
En el caso particular de Francia, está claro que se trata de una potencia que tiene un peso internacional. También tiene una posición importante dentro de la Unión Europea. Además, Francia siempre dio pruebas de una mejor compresión de nuestros problemas y de más sensibilidad en cuanto a tomar en consideración las realidades y nuestras decisiones. Así que es normal que contemos con Francia en cuanto a desempeñar un papel determinante al servicio del fortalecimiento de nuestras relaciones con la Unión Europea.
Sudán presentó su candidatura para obtener un estatus de observador en el seno de la Organización Internacional de la Francofonía y esa candidatura será examinada durante la cumbre de Bucarest, en septiembre de 2006. ¿Qué motiva ese deseo de entrar a la OIF?
La Organización Internacional de la Francofonía constituye una realidad política y cultural en la arena internacional. Eso resulta evidente desde el punto de vista de las relaciones afroeuropeas. Por otro lado, nosotros tenemos buenas relaciones con Francia y somos vecinos de numerosos Estados africanos que forman parte del conjunto francófono. El acercamiento a la Organización Internacional de la Francofonía es por tanto una forma de fortalecer nuestros lazos con esos países africanos y de desarrollar nuestra cooperación común con vistas a favorecer el desarrollo y la paz en el continente africano. Amamos los valores que defiende la francofonía, sobre todo el respeto de la diversidad cultural y el diálogo entre civilizaciones que hoy por hoy constituye una necesidad. Todos esos factores explican nuestra intención de unirnos a la Organización Internacional de la Francofonía.
Esta entrevista fue realizada para la revista Études Géopolitiques y publicada en el número de esta semana. La revista se publica bajo la dirección de Charles Saint-Prot y Zeina el Tibi gracias al Observatoire d’Étude Géopolitique.
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