Si alguien piensa que son de reciente data las torturas a los prisioneros confinados en la ilegítima base naval norteamericana en Guantánamo, Manuel Prieto podría persuadirlos de ese error.
Septuagenario que nació y reside en la colindante ciudad de Caimanera, Prieto trabajó en esa instalación aeronaval desde 1947 hasta principios de 1961, cuando acusado de pertenecer a la Seguridad del Estado cubano, fue detenido, interrogado y torturado en un húmedo calabozo de la electrificada cárcel de Carabela Point.
Liberado seis días después, fue hospitalizado debido a las heridas que se propinó (se pinchó debajo del cordal con una astilla de madera y desgarró la garganta con los dedos, para simular tuberculosis) y a las ajenas, que consistieron en meterle la cabeza en el agua hasta el límite de la asfixia y patearlo hasta el agotamiento.
Esas golpizas le provocaron fractura en sus vértebras, lo obligaron a usar "minerva" durante años y afectaron la visión de su ojo izquierdo, la cual se ha agravado con la edad, pues Prieto el pasado 26 de diciembre alcanzó los 78 años.
Otra víctima de esos desmanes fue Rodolfo Rosell Salas, humilde pescador de una cooperativa de Caimanera, cuyo cadáver apareció el 14 de junio de 1962. Lo mataron con saña animal, refiere a la AIN Héctor Tati Borges, guantanamero extrabajador de la base.
"Luego de propinarle varias heridas con punzones en el cuerpo -relata- le golpearon el cráneo hasta provocarle una hemorragia que a la postre le causó la muerte".
También ultimaron, después de apresarlo, a otro de sus obreros cubanos, Rubén López Sabariego. Si el agua no hubiera erosionado la tierra de la zanja donde habían ocultado su cadáver, hoy se mantendría desaparecido.
La infamia, el descrédito, la hipocresía, el crimen y la tortura tienen su larga historia en ese territorio usurpado a Cuba en 1903 y convertido en prisión, desde enero de 2002, en contra de las leyes internacionales y del sentido común. Ningún lugar más propicio para escribir las palabras de Dante: Dejad toda esperanza.
En los martirios participan militares, personal de inteligencia y contratistas de empresas de seguridad privada, una pluralidad que, para suerte de Manuel Prieto, no existía en la época en que casi fue masacrado.
Hay en las ergástulas de este sitio, como en los campos hitlerianos de concentración, médicos que ejercen el martirio, como lo demuestra el pakistaní Saifulá Paracha, cardiópata cautivo quien se negó a ser operado por galenos de la base, temeroso de ser objeto de una negligencia o de una eutanasia.
La tortura corrompe a quien la ejecuta y no debe olvidarse que los profesionales médicos de la base de Guantánamo deben más obediencia al Acta Patriótica que al juramento hipocrático.
Si el nazista Adolfo Hitler creó sus Doctores de la Muerte, quienes experimentaron con seres vivos, ¿por qué habría de irle a la zaga su aventajado discípulo George Bush, quien no oculta su fruición por la tortura? Hasta las piedras conocen que los más de 500 detenidos, muchos de ellos ancianos y adolescentes, procedentes de la ocupación de Afganistán (de los cuales solo la cuarta parte han sido liberados) fueron sometidos a infernales interrogatorios, solo moderados a partir de 2004, cuando estalló el escándalo por los malos tratos en la cárcel de Abu Ghraib. En la actualidad quedan 395 tras las rejas.
Como denunció la periodista española Yolanda Monge, las iguanas tienen más derechos en ese gulac que los detenidos, quienes sobreviven como fantasmas hace cuatro años en celdas de cuatro por tres metros y que ha llevado al suicidio a varios de los allí conducidos por la fuerza y sin cargo alguno.
La administración de Bush niega a esos encarcelados el derecho a acogerse al estatuto de prisioneros de guerras, como establece la Convención de Ginebra, y piden para sus soldados, en todas las partes del mundo, la impunidad que van a requerir para seguir paseándose por las calles después de atacar a civiles inocentes en el nombre de la lucha contra el terrorismo.
La requieren también para denigrar y vejar a sus reos, como lo hacen en tantas partes del mundo y se proponen seguir haciéndolo en la prisión de la bahía de Guantánamo.
Hace pocos días Agentes del Buró Federal de Investigaciones (FBI) confesaron que presenciaron casos de torturas, agresiones y humillaciones a prisioneros en ese horroroso penal.
¿Cuántas torturas, agresiones y humillaciones habrán padecido, tras bambalinas, los cautivos de Guantánamo durante la visita de los federales? ¿Y cuántos como Rubén López Sabariego han sido sepultados, tal vez con vida, sin que la lluvia removiera los improvisados sepulcros de quienes ni siquiera tuvieron el consuelo de encontrar una explicación a los tormentos de que eran objeto?
Esa política de Bush avergüenza a los estadounidenses. Como prueba, un grupo de ciudadanos de ese país encabezados por la antibelicista Cindy Sheehan, exigirá, desde un punto del suelo cubano cercano a la base, a propósito del 11 de enero, quinto aniversario de la llegada del primer detenido a ese enclave militar, y declarado jornada internacional por la clausura de esa prisión.
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