El Pentágono listo para intervenir junto al ejército turco
El Pentágono ha planificado una operación conjunto de sus fuerzas especiales y de sus homólogas turcas contra los separatistas del PKK en territorio iraquí. Los objetivos del ataque serían mucho más amplios que los anunciados: fortalecer el poder militar turco ante los demócratas musulmanes del AKP y eliminar a los dirigentes kurdos iraquíes que rechazan el saqueo de su petróleo por parte de los anglosajones. Ante la amenaza, los kurdos iraquíes se comprometieron ayer a poner fin a las actividades del PKK en su región y adoptaron una ley regional sobre el petróleo.
La conjunción de asuntos petroleros y religiosos en Irak y Turquía pone en ebullición a la clase dirigente en Washington. El Hudson Institute exhorta a una nueva operación militar mientras que el Washington Post trata de obtener su cancelación.
Para entender este enredo, que puede explotar en cualquier momento, examinemos primero lo que está en juego:
Contradicciones políticas
La coalición anglosajona no logra que el parlamento iraquí adopte su ley sobre el petróleo y los diputados se han ido de vacaciones sin votarla. Pero esa ley es el principal objetivo de la invasión de Irak y de su ocupación, que han costado ya cerca de un millón de vidas. La ley legalizaría los leoninos contratos preparados por un cártel de multinacionales del que forman parte BP, Shell, ExxonMobil, Chevron y, en menos medida, Total y Eni. Se autorizaría así el vaciado total de las reservas de petroleras de Irak en los próximos años [1].
Los kurdos iraquíes son el principal obstáculo político que enfrentan los anglosajones. En efecto, estos ligaron su suerte a los anglosajones con la esperanza de que estos últimos los ayudaran a crear un Kurdistán independiente que posiblemente incluyera regiones de Turquía, Irán y Siria.
Manteniendo la ambigüedad, los anglosajones recurrieron a los peshmergas (los combatientes kurdos) para la toma de la ciudad de Kirkuk, durante la invasión de Irak (2003). Los kurdos iraquíes piden por tanto que Kirkuk –su capital histórica– sea vinculada a los distritos autónomos que actualmente administran. Esperan disponer así del 40% de las reservas petrolíferas de Irak y financiar su futuro Estado.
Pero resulta evidente que la coalición no tiene intenciones de permitir eso.
Mientras tanto, del otro lado de la frontera occidental, en Turquía, se enfrentan los kemalistas y los demócrata-musulmanes. En ocasión del proceso de elección del presidente de la República por el parlamento, los kemalistas laicos acusaron a los demócrata-musulmanes de hacerse los corderos cuando en realidad querían imponer un Estado confesional islamista. Ningún aspecto de la actitud del primer ministro Recep Tayyip Erdogan, ni la del ministro de Relaciones Exteriores y candidato a la presidencia, Abdullah Gul, confirma esa acusación que parece ser únicamente resultado de la fantasía, a no ser que se trate realmente de una acusación basada en sus intenciones. Pero, en Washington, esta polémica no dejó de llamar la atención de los partidarios del choque de civilizaciones que mantienen vínculos personales con Ankara [2]. Estos últimos, que no le han perdonado a Turquía el haberse negado a abrir su espacio aéreo a las fuerzas de la coalición para invadir Irak, ni las relaciones que mantienen con el gobierno palestino de Hamas, tratan de arrastrar a Turquía en la realización de una operación militar conjunta. Poco importa cuál sea, con tal de fortalecer los vínculos entre Washington y Ankara.
La alianza entre Turquía y Estados Unidos tiene, en efecto, una importancia esencial para Washington. En caso de distensión de esos lazos, Washington perdería no sólo el control de los estrechos que vinculan el Mar del Norte con el Mediterráneo sino también una pieza clave en el Medio Oriente, además de ser el principal oleoducto para la explotación del petróleo del Mar Caspio. Sin embargo, diferentes estudios de opinión han mostrado que un resentimiento «antiamericano» se está desarrollando entre los turcos debido a la carnicería en Irak, pero sobre todo por causa del apoyo pasivo de Estados Unidos a los separatistas kurdos del PKK.
Es por eso que una operación militar conjunta de Estados Unidos y Turquía contra las bases del PKK en el Kurdistán iraquí permitiría responder a la expectativa de la población turca, satisfacer al Estado Mayor turco, anclar a los demócrata-musulmanes turcos del lado de la OTAN y, de paso, eliminar más o menos discretamente a los dirigentes kurdos iraquíes que se oponen a la ley sobre el petróleo.
Agitación en Washington
La administración Bush empezó a montar su operación en agosto de 2006. El Pentágono designó a Joseph Ralston para coordinar las futuras operaciones contra el PKK. Al general Ralston debía haber sido nombrado jefe del Estado Mayor conjunto de Estados Unidos en el 2000, pero se le escapó el puesto por causa de una relación de adulterio en la que incurrió 13 años antes. Como premio de consolación fue nombrado comandante de la OTAN hasta el año 2003. Al principio, su acción contra el PKK se resumió sobre todo a pactar la venta de 30 aviones F16 al ejército turco en 3 000 millones de dólares y en negociar además un pedido del futuro F35 en 10 000 millones de dólares, contratos que le reportaron ingresos personales en su calidad de administrador del fabricante de aviones Lockheed-Martin.
Después, en noviembre de 2006, sin tener en cuenta la tregua surgida ya entonces, la administración Bush envió una delegación de los departamentos de Estado, de Justicia y del Tesoro en un periplo por las capitales europeas. El responsable de la delegación estadounidense era Frank Urbancic, coordinador adjunto para la lucha antiterrorista en el Departamento de Estado y ex cónsul general en Estambul. Aquellos emisarios sugirieron a los europeos la adopción de medidas bancarias y policiales ad hoc para impedir que la diáspora kurda financiara al PKK. También negociaron con los funcionarios del gobierno danés el cierre de Roj TV, la televisión por satélite del PKK.
En aquel mismo momento, Matthew Bryza, el hombre que supervisa la construcción de los oleoductos en Asia por cuenta del Consejo de Seguridad Nacional estadounidense, tomó el control de las negociaciones para la incorporación de Turquía a la Unión Europea. No se trataba en lo más mínimo de forzarle la mano a Bruselas sino, por el contrario, de apaciguar a los turcos y de dejar que las discusiones se prolongaran indefinidamente.
Esforzándose por ganarse la simpatía de los generales kemalistas, Matt Bryza intervino ante el Congreso, en su condición de consejero de la secretaria de Estado Condoleezza Rice para los asuntos europeos y euroasiáticos, para bloquear el proyecto de ley demócrata favorable al reconocimiento del genocidio contra los armenios. Después hizo varias declaraciones en apoyo al rechazo, por parte del Estado Mayor, del cese del fuego unilateral que proclamara el PKK desde el invierno.
Simultáneamente, una especialista en cuestiones turcas, Zeyno Baran, recibió sin la menor discreción al jefe adjunto del Estado Mayor turco, el general Ergin Saygun, en la sede del Hudson Institute. La misma especialista publicó después, en Newsweek, un provocador artículo titulado «¿El próximo golpe de Estado?». Aseguraba en el artículo que las negociaciones para la entrada a la Unión Europea tenían una repercusión nefasta sobre Turquía. En efecto, al exigir que el ejército turco se sometiera completamente al poder civil, Bruselas estaba abriendo el acceso de los islamistas al poder por la vía de las urnas. Un golpe de Estado sería entonces la única solución para preservar la «democracia» ante la sharia [3].
Mientras que el artículo provocaba gran conmoción en Ankara, donde temían que Estados Unidos derrocara nuevamente el régimen, el embajador Matthew Bryza emitía un desmentido tras otro. Subrayó que el Departamento de Estado sentía el mayor respeto por el gobierno de Erdogan y que nunca, pero nunca, le había pasado por la mente la posibilidad de recurrir a la fuerza.
Desmentidos que acabaron convenciendo a Ankara, pero que en Washington parecían una simple distracción a aquellos que saben que Zeyno Baran es la amante del embajador Matthew Bryza.
Washington guardó discreción por varios meses, durante la controvertida elección presidencial y la campaña con vistas a las elecciones legislativas. Pero el 13 de junio de 2007, Zeyno Baran convocó a una reunión secreta en el Hudson Institute, en Washington, en la calle 15, a dos cuadras de la Casa Blanca. Entre los presentes estaban el agregado militar de la embajada de Turquía, general Bertan Logarlaroglu; el director del Centro de Estudios Estratégicos del Estado Mayor (SAREM), general Suha Tanyeri; y Kubat Talabani, hijo del presidente iraquí Jalal Talabani.
Los invitados estudiaron un guión de política-ficción: la presidenta de la Corte Suprema, Tulay Tugcu, es asesinada; después, un atentado deja 50 muertos en Estambul. Un comunicado del PKK reclama la autoría de ambas acciones y, en represalia, 50 000 soldados turcos traspasan la frontera en el norte de Irak para atacar las bases de retaguardia de los separatistas kurdos. Los comandos turcos secuestran a los jefes militares del PKK, Murat Karavilan y Cernil Bayik, y los llevan a Turquía donde serán juzgados.
Luego que una filtración de información revelara la realización de esa reunión, antes de las elecciones legislativas, la presidenta de la Corte Suprema exigió excusas, y las obtuvo; el presidente del parlamento, Bulent Arinc, exigió vanamente explicaciones por parte del Estado Mayor; y el primer ministro, Tayyip Recip Erdogan, calificó de «demente» el escenario del Hudson Institute.
El 18 de junio de 2007, es el Nixon Center el que organiza un debate público sobre la política turca. Richard Perle, el papa de los neoconservadores, explicó allí, con una sonrisa golosa, que aunque los demócrata-musulmanes no representen realmente un peligro islamista, lo más sensato para Estados Unidos sería fingir lo contrario y velar así por el mantenimiento del poder de los militares, que pueden servir después de instrumento para intervenir si hace falta en la vida política interna. Desde ese punto de vista, prosigue Perle, la integración de Turquía a la Unión Europea, que debería representar el fin del poder militar, no sería conveniente en este momento.
Las elecciones legislativas del 22 de julio de 2007 arrojaron una amplia mayoría para los demócrata-musulmanes: el partido Justicia y Desarrollo (AKP) obtiene el 46% de los votos y 341 de los 550 escaños. Al día siguiente, los principales tanques pensantes estadounidenses interesados en la política turca se preguntaban si sería o no necesario derrocar el poder civil en Ankara.
El 24 de julio, Zeyno Baran reúne de nuevo a su grupo de trabajo en el Hudson Institute, y el embajador Matthew Bryza interviene el 26 de julio ante el muy sionista Washington Institute for Near East Policy (WINEP). Un consenso se formó entonces a partir de diferentes análisis: Estados Unidos tiene que fortalecer la posición de los militares frente a los demócrata-musulmanes. Para lograrlo, hay que organizar una operación conjunta contra el PKK, operación que debe conducir a una victoria militar pero no a una solución política definitiva.
Un proyecto de intervención conjunta de las fuerzas especiales de ambos países es elaborada entonces por el Pentágono y presentada, a puertas cerradas, a los principales miembros de la Comisión de las fuerzas armadas del Congreso. Pero algunos congresistas contrarios a esta nueva aventura organizan una filtración, que toma la forma de un editorial de Robert Novak en el Washington Post [4].
Los medios de presión de Washington
Durante la guerra fría, Estados Unidos controló estrechamente la vida política turca para que este país, miembro de la OTAN, no cayese bajo la influencia soviética. Para ello, EE.UU. se apoyó en los militares y en la extrema derecha (Los Lobos Grises) y desarrolló una rama local de la red Gladio [5]. Para salvaguardar sus intereses, Washington organizó tres golpes de Estado militares: en 1960, 1971 y 1980. Estados Unidos organizó además la expulsión del presidente de la República Necmettin Erbakan, en 1997, no por que este fuera musulmán sino porque se había pronunciado contre el imperialismo y el sionismo.
Estados Unidos no reaccionó inmediatamente ante la injuria que el parlamento turco le infligió al prohibirle el uso del espacio aéreo nacional en el ataque a Irak. Pero multiplicó sus mensajes amenazadores dirigidos a los demócrata-musulmanes a pesar del deseo de conciliación de personalidades como Abdullah Gul.
El 17 de mayo, un atentado cobra la vida de un juez del Consejo de Estado y deja heridos a otros más. La prensa occidental mostró el hecho como un crimen más del «terrorismo islámico». Sin embargo, para el gobierno civil se trataba de una clara advertencia. El viceprimer ministro Mehmet Ali Sahin no vaciló en declarar públicamente que el atentado había sido organizado realmente por el Gladio reactivado y que existían nuevamente amenazas de golpe de Estado militar [6].
En ese contexto, el escenario que el Hudson Institute había estudiado, y que incluía un atentado contra la presidenta de la Corte Suprema, sólo podía despertar verdadera inquietud en Ankara.
Para enfrentar el separatismo kurdo, Turquía tiene que actuar con mesura: tiene que reprimir al PKK y ofrecer simultáneamente garantías de ciudadanía a sus kurdos. La opinión pública apreciaría una acción contra las bases de retaguardia de los separatistas en Irak, pero de extenderse dicha operación a los kurdos iraquíes, Turquía se convertiría en un Estado antikurdo y transformaría la cuestión separatista en una guerra civil.
Hay que saber que Ankara no tiene quizás la posibilidad de negarse a participar en los planes estadounidenses. Para que las cosas estuvieran claras, el Pentágono acompañó su proposición de operación militar conjunta con Turquía de un telegrama dirigido al ministro de Relaciones Exteriores de Israel. El mensaje propone reparar el oleoducto Kirkuk-Mosul-Haifa, que permite la explotación del petróleo del norte de Irak sin tener que pasar por Turquía [7]. De ser puesta en marcha, esta proposición arruinaría los oleoductos turcos.
Es evidente que la negociación sobre estos temas económicos no corresponde habitualmente al Pentágono sino al Departamento de Estado. Razón por la cual ese telegrama debe ser interpretado como la fusta o el bastón que constituyen la contraparte de la zanahoria.
Los repetidos errores de los dirigentes kurdos
Durante los últimos 50 años, los dirigentes kurdos han cometido numerosos errores políticos. Por largo tiempo persiguieron el espejismo de la constitución de un Estado kurdo independiente. Pero, de ser creado, ese Estado abarcaría territorios iraquíes, turcos, sirios e iraníes en los que se encuentran los yacimientos petrolíferos más grandes de la región. Así dispondría de un desmesurado poder que ninguno de sus vecinos, ni ninguna de las grandes potencias, estaría dispuesto a admitir. A partir de ahí, despertar esperanzas irrealizables resulta una irresponsabilidad.
Aprovechando que el desmembramiento del Imperio Otomano por el Tratado de Sevres, que les promete además un Estado, en 1922 los kurdos proclaman un reino en el norte de Irak, reino que los británicos disolverán dos años después. En 1927, los kurdos forman la República de Ararat, al este de Turquía. Pero los reincorporan a la fuerza a la nueva Turquía de Mustafa Kemal Ataturk.
En 1946, emprenden un nuevo intento, esta vez en territorio iraní y con apoyo de la URSS. Forman la República de Mahabad. Es en ese contexto que Mustafa Barzani crea el Partido Democrático del Kurdistán (PDK). Pero los soviéticos se retiran de Irán, lo cual favorece a los anglosajones, y Teherán reconquista la República.
Durante los años 70, Mustafa Barzani negocia un status autonómico para el Kurdistán iraquí. En 1973, forja una alianza con Israel y planifica una rebelión contra Bagdad para crear un segundo frente durante la «Guerra de Kipur». Pero Kissinger, que teme una generalización de la guerra, anula la operación en el último momento. Dos años después, alentado por Estados Unidos, país al que se alía olvidando el pasado y el Irán del sha, Barzani exige la independencia. Rechaza la mediación soviética y organiza la rebelión contra Bagdad. Pero Estados Unidos cambia de política y patrocina un acuerdo entre Irán e Irak sobre la cuestión del petróleo y sacrificando a los kurdos. Más de 200 000 personas se ven obligadas a tomar el camino del exilio. El propio Barzani huye a Estados Unidos. Allí muere en 1979, dejando la presidencia del partido a su hijo Masud. Al comentar estos hechos ante la Comisión senatorial Pike, que le hace notar la crueldad de sus volteretas políticas, Henry Kissinger declara: «No se debe confundir la acción clandestina con un trabajo de misionario».
Es durante este período que Jalal Talabani crea un partido competidor, la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK), con etiqueta de izquierda y lúcido en lo tocante a Estados Unidos.
En el momento de la revolución de Khomeiny en Irán, Estados Unidos arma al Irak de Sadam Husein para destruirla. Durante la guerra (1981-88), los kurdos del UPK luchan por Irak, mientras que los del PDK se mantienen indecisos. Sadam Husein reprime todo intento de entendimiento con Irán, desencadenando contra las poblaciones civiles la operación Anfal, de la que serán víctimas cerca de 100 000 personas. Según la leyenda mediática, de la que más tarde se hizo eco el Departamento de Estado, Sadam Husein utiliza gases para eliminar a 5 000 kurdos en Halabja. En realidad, los muertos de Halabja no fueron víctimas de la operación Anfal sino víctimas colaterales de la utilización de gases de combate en el campo de batalla [8]. El objetivo de la mentira era presentar la represión del partido Baas como antikurda, cuando en realidad estaba ciegamente dirigida contra toda la población sospechosa de traición. La propaganda estadounidense buscaba convertir así un conflicto político en conflicto étnico.
Luego de la operación «Tempestad del Desierto», los anglosajones creen una zona de restricción de vuelo en el norte de Irak, donde desarrollan un Estado kurdo de facto dirigido por el PDK y el UPK, en distritos separados. También mantienen una guerrilla en Turquía y, lo más importante, organizan a los emigrados kurdos en Europa Occidental. Ejercen así una presión permanente sobre Ankara, lo cual no desagrada a Washington.
En septiembre de 1998, los anglosajones ponen fin a la ambigua situación que habían mantenido durante 6 años. Obligan al PKK a suspender sus acciones contra Turquía e imponen al PDK y el UPK un acuerdo político, simbólicamente firmado en Washington.
Y para garantizar que la situación no se les vaya de las manos, los anglosajones organizan una operación conjunta CIA-Mossad-MIT para secuestrar a Abdullah Ocalan, que estaba refugiado en Kenya, y trasladarlo a Turquía, donde será juzgado y encarcelado.
Cuando los anglosajones invaden Irak, el PDK del clan Barzani decide jugarse la carta de la independencia rápida, mientras que el UPK de Jalal Talabani se inclina por el federalismo. Wajeeh Barzani, hermano de Masud, quien recuerda entonces a su partido que Estados Unidos no ha respetado nunca su propia palabra en lo tocante al Kurdistán, muere el 6 de abril de 2003. Un avión estadounidense bombardea «por error» su convoy, escoltado por las Fuerzas Especiales estadounidenses, matándolo a él y a sus guardaespaldas turcos mientras que la escoltada estadounidense no sufre ni un herido.
El tiempo apremia
La impaciencia reina en Washington, donde a nadie le importan ni los kurdos ni los otros pueblos de la región. A mediados de julio, al hacer el balance de la «liberación» de Irak, durante una conferencia de prensa en la Casa Blanca, el presidente Bush se quejó de que la ley sobre el petróleo no haya sido adoptada aún [9]. Por su parte, la prensa anglosajona deplora que los diputados iraquíes hayan podido poner fin a la sesión del Parlamento e irse de vacaciones cuando se necesita que estén en su puesto y mientras que los soldados estadounidenses están muriendo por ellos.
Las condiciones están dadas para que el Pentágono aseste un gran golpe. Algunos congresistas demócratas se oponen a ello. Para evitar la catástrofe, ayer, 7 de agosto de 2007, el gobierno regional kurdo iraquí se comprometió por escrito con Ankara a dejar de prestar protección al PKK en su territorio. Simultáneamente, los kurdos iraquíes votaron de forma urgente una ley regional sobre el petróleo que, sin satisfacer a las grandes compañías petroleras occidentales, al menos preserva sus ambiciones.
[1] «L’Irak occupée cédera-t-elle son pétrole aux «majors»?», por Arthur Lepic, Réseau Voltaire, 20 de junio de 2007.
[2] «La "Guerre des civilisations"» y «Le FPRI et Robert Strausz-Hupé» , por Thierry Meyssan, Réseau Voltaire, 4 de junio y 24 de septiembre de 2004.
[3] «The Coming Coup d’Etat?», por Zeyno Baran,Newsweek, edición del 4 diciembre de 2006.
[4] «Bush’s Turkish Gamble», por Robert D. Novak, The Washington Post, 30 de julio de 2007.
[5] Ver Les Armées Secrètes de l’OTAN, por Daniele Ganser, Editions Demi-lune, agosto de 2007.
[6] «Attack traces to a Gladio-like organization», por Erdel Sen, Zaman, 24 de mayo de 2006.
[7] «US checking possibility of pumping oil from northern Iraq to Haifa, via Jordan», por Amiram Cohen, Haaretz, 1º de agosto de 2007.
[8] «Huit légendes médiatiques sur l’Irak», por Jack Naffair, Réseau Voltaire, 13 de marzo de 2003.
[9] Conferencia de prensa del presidente Bush, Casa Blanca, 12 de julio de 2007. Ese mismo día se distribuye en el Congreso el Initial Benchmark Assessment Report.
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