El general Musharraf pensó recurrir a la bomba atómica en 1999, cuando provocó la «guerra de los glaciares», en Kargil. Esta es una de las increíbles revelaciones provenientes de un libro cuya publicación sacudió el subcontinente indio. El general Musharraf, que en aquel entonces sólo era jefe del Estado Mayor, se apoderó después del poder que aún ejerce con el apoyo de círculos islamistas radicales. Según el general Vinod Saighal, el pueblo pakistaní debe derrocar urgentemente un equipo de gobierno cuya política puede llevar en cualquier momento a una guerra nuclear regional.
El general Pervez Musharraf.
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Ver también: El asesinato de Benazir Bhutto explicado por un general indio
«El ejército pakistaní tenía previsto utilizar el arma nuclear durante la guerra de Kargil», anunciaban el 29 de octubre de 2007 los titulares de numerosos diarios pakistaníes de circulación nacional. La información proviene del libro Engaño: Pakistán, Estados Unidos y la conspiración mundial sobre las armas nucleares, de Adrian Levy y Catherine Scott-Clark [1].
Los autores citan una conversación entre el presidente Bill Clinton y el primer ministro pakistaní Nawaz Sharif durante el encuentro que ambos sostuvieron en Blair House, en julio de 1999. Según los apuntes del encuentro, provenientes de fuentes seguras, en ocasiones anteriores los generales pakistaníes estuvieron a punto de utilizar armas nucleares. En diferentes foros internacionales, los propios generales pakistaníes adoptaron a veces posiciones que denotan sus inclinaciones en cuanto al tema nuclear.
En el contexto extremadamente volátil posterior a los hechos del 11 de septiembre de 2001, tanto en Pakistán como en el entorno de ese país, al que muchos consideran epicentro del radicalismo islámico, ¿cuál debiera ser la reacción del mundo ante tales revelaciones? Y, más importante aún, ¿cómo debiera reaccionar el pueblo pakistaní ante tales revelaciones?, que no dejan la menor duda, sobre todo si se tienen en cuenta los antecedentes, sobre el hecho que de mantenerse bajo control del ejército Pakistán no estará nunca a salvo de una nueva explosión o de un suicidio nacional. Y es que, a pesar de los errores de los primeros ministros civiles –actualmente desacreditados– que ejercieron el poder después de la época del general Zia Ul Haq, hay que reconocer que estos no se complacían en el tipo de forma de gobierno que en numeras ocasiones ha provocado desastres en Pakistán.
Aclarar el futuro de Pakistán sigue siendo un desafío para los generales pakistaníes.
Por si fuera poco, el manejo que sólo los generales pakistaníes son capaces de hacer del tema nuclear hubiese podido desembocar en la destrucción total de Pakistán. La India, que se ha comprometido a no utilizar el arma nuclear con fines ofensivos («Non-First-Use)», ha dejado claro ante los estrategas militares pakistaníes que al ponerse a sí misma en posición de vulnerabilidad debido a ese compromiso, no tendría más remedio que recurrir a una respuesta masiva si Pakistán llegara a recurrir a la opción nuclear.
En términos de destrucción mutua garantizada, eso significa que la India sufriría horrores inimaginables que, de entrada, la harían retroceder varios milenios en plano económico. Pero también quiere decir que Pakistán, tal y como está actualmente constituido, pudiera ser borrado del mapa dada su extensión geográfica y la concentración de su población, específicamente en el Punjab.
En efecto, la India, cuyo objetivo consiste ante todo en deshacerse de la amenaza geoestratégica que representa el Punjab, ni siquiera tendría que designar como blanco otras provincias pakistaníes. En lo tocante a los radicales islámicos, quienes de recurrir al uso de armas de destrucción masiva lo harían contra el oeste más que contra la India, estos están conscientes de que una confrontación nuclear con la India reduciría considerablemente la población musulmana del planeta.
En efecto, además de las víctimas pakistaníes como consecuencia de la respuesta india, varias decenas de millones de musulmanes indios podrían verse afectados también por las acciones pakistaníes, o sea que el ummat musulmán pudiera verse doblemente afectado simplemente porque Pakistán sigue siendo un Estado dirigido por una alianza militaro-yihadista, independientemente de los protestas verbales de inocencia que llegan periódicamente de la cúpula de la jerarquía militar pakistaní.
China, amiga inconmovible de Pakistán, no es amiga de los pakistaníes corrientes, si lo miramos de manera objetiva. El círculo ateo y comunista que dirige China se siente más cómodo con el círculo militar no democrático de Pakistán. Los millones de muertos nunca han quitado el sueño a los regímenes autócratas, en ningún lugar del mundo. Los chinos tienen sus problemas prácticamente resueltos en las provincias fronterizas del oeste que ocuparon después de la toma del poder mediante el genocidio en el Xianjiang y el Tíbet.
Ellos no ayudaron a Pakistán a convertirse en potencia nuclear por amistad hacia los musulmanes de ese país. Pakistán fue convertido en potente adversario de la India para servir los intereses geoestratégicos de China en el subcontinente y en las regiones vecinas.
A China no le desagradaría un enfrentamiento abierto entre Pakistán y la India, para que la India se vea relegada al rango de potencia económica de tercera categoría, en vez de ser un futuro competidor del poderío económico chino. Por eso es que China ayudó a Pakistán entregándole tecnología que aumenta el alcance de sus misiles para que estos puedan alcanzar la ciudad de Bangalore y los centros tecnológicos indios. Si al mismo tiempo Pakistán simplemente se hundiera, a China eso no le quitaría el sueño.
A la luz de estas realidades, el pueblo pakistaní debiera salir de su letargo militarmente supervisado y retomar el futuro del país, así como su prosperidad, de manos del ejército y de los mollahs antes de que sea demasiado tarde. La posibilidad de una nueva guerra entre las naciones del subcontinente simplemente no debería existir.
[1] Deception : Pakistan, the United States and the Global Nuclear Weapons Consipracy, par Adrian Levy et Catherine Scott-Clark, Atlantic Books, septembre 2007.
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