La información que tenemos actualmente en Occidente emana esencialmente de Radio Free, una radio financiada por Estados Unidos, Radio Free Europa y Radio Free Asia. La información oficial que viene de China confirma parcialmente sus declaraciones, todo empezó con las manifestaciones de los monjes, pero degeneró en violencia. Por el contrario, las informaciones gubernamentales chinas afirman que los muertos son comerciantes chinos masacrados por bandas organizadas y, por lo tanto, desmienten la tesis de los disparos de la policía china.
El jueves, 13 de marzo de 2008, el portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores acusó a los manifestantes de « buscar el desencadenamiento de conflictos sociales» . El sábado, al margen de las actuaciones de la Asamblea Nacional china, la agencia Nueva China describió así la situación: « Las manifestaciones de monjes budistas tibetanos contra el poder chino, que degeneraron el viernes en Lhassa, causaron 10 muertes y no figura ningún extranjero entre las víctimas» .
El jefe del gobierno regional del Tíbet, Champa Phunstok, afirmó que las fuerzas del orden no habían disparado. « Nosotros no abrimos el fuego, sin embargo seremos severos con estos criminales cuyas actividades tienen por objeto dividir la nación» , declaró el sábado Champa Phunstok a Associated Press al margen de la sesión anual del Congreso nacional del Pueblo, la asamblea legislativa china. Según Nueva China, «la mayoría de las víctimas eran comerciantes» .
Según la información de Radio Free, las manifestaciones promovidas por los monjes budistas tibetanos contra el poder chino degeneraron el viernes en Lhassa, la capital tibetana, pero los testigos habrían dado cuenta de los disparos de las fuerzas de seguridad y de los vehículos y comercios incendiados.
Siempre según la información de Radio Free Europa, resultaron muertas dos personas. Según Radio Free Asia, los soldados utilizaron gases lacrimógenos y también municiones reales que dispararon contra los manifestantes que incendiaron vehículos y comercios de propietarios chinos en el centro de la ciudad.
Radio Free Europa o Radio Free Asia también han citado testigos que informan de que vieron dos cuerpos que yacían en el suelo en el barrio de Barkor, donde se concentraron las manifestaciones. La radio mencionó un balance mayor sin proporcionar cifras.
China considera que el Tíbet es una parte integrante de su territorio. Así se considera en el plano internacional, mientras que en Occidente se piensa que los chinos invadieron el Tíbet en 1950.
El debate sobre el Tíbet
Efectivamente, desde el siglo XIII, el Tíbet pertenece al imperio chino y los monumentos imperiales tienen en sus frontones los textos escritos en las cinco lenguas chinas, entre ellas el tibetano, un imperio con sus departamentos feudales y su burocracia, incluso antes de que apareciese el budismo tibetano tal como existe actualmente. Los defensores de la independencia del Tíbet y del Dalai Lama consideran que el Tíbet era un simple feudo, un protectorado. En el plano histórico, los independentistas tibetanos explican que si la región del Himalaya hubiera sido antiguamente parte integrante de China, la región habría llegado a ser prácticamente independiente y acusan a China de que intenta destruir la cultura tibetana.
El Tíbet, en el marco del despedazamiento y la colonización de China, fue objeto de una rivalidad entre Gran Bretaña y Rusia. Gran Bretaña, implantada en la vecina India asumió, y siempre ha reconocido, la soberanía de China sobre este país que ocupó militar y comercialmente. En 1908 China, aprovechando la salida de los británicos, retomó el control del país.
Después llegó el hundimiento del imperio chino y la instauración de la República en 1911. Lo que rompió las relaciones personales de vasallaje que existían entre China y el Tíbet según los monjes tibetanos, quienes estaban en el grado más alto del feudalismo que practicaba la servidumbre. El decimotercero Dalai Lama proclamó la independencia del Tíbet y se negó a reconocer a la República china.
Gran Bretaña actuó como mediadora y propuso una división del Tíbet que China se negó a reconocer a pesar de que, en la práctica, los lazos se aflojaron y el gobierno teocrático del Dalai Lama amplió sus atribuciones. En 1950, el Ejército Popular de Liberación comunista volvió a entrar en el Tíbet, que consideraba que estaba gobernado por señores feudales, y no encontró resistencia. Se creó un gobierno del Tíbet que ha mantenido la religión y los monasterios.
Pero a partir de 1956 se han sucedido las rebeliones; en 1959 fue la insurrección de Lhassa. El Dalai Lama abandonó el Tíbet y se refugió en la India con 150.000 partidarios. La rebelión se reprimió severamente, los exiliados y las asociaciones para la independencia del Tíbet declararon un millón de muertos, pero en realidad las cifras, aunque considerables, no sobrepasaban los diez mil.
El gobierno comunista chino abolió la servidumbre y los terribles castigos corporales y explicó que se trataba de rebeliones fomentadas por los antiguos amos y los monjes. Mientras, las instancias religiosas en el exilio denunciaban, como sus partidarios occidentales, el ataque contra la cultura tibetana tanto como los atentados a los derechos humanos. Occidente, especialmente Estados Unidos, desarrolló este asunto de la espiritualidad tibetana vejada por los «invasores» chinos.
China considera que no sólo se trata de una región integrada en China desde el siglo XIII, sino que además la liberó del feudalismo y recientemente la ha comunicado construyendo un ferrocarril. Una región, por añadidura, indispensable para su seguridad y que es una vía hacia la India, con quien China tiene relaciones desde siempre. Mientras, el Dalai Lama y los exiliados, con Estados Unidos y las asociaciones para la independencia del Tíbet, consideran que se trata de una región independiente cuya cultura China pretende destruir.
Así, con los aspectos religiosos, los chinos habrían suprimido la medicina tradicional y la astrología. En torno al Dalai Lama, en la India, se reconstruyó dicha cultura con una Universidad de astrología, que se beneficia de grandes medios financieros de Estados Unidos. Los chinos afirman que la libertad religiosa se respeta, pero sus adversarios denuncian la desacralización de algunos aspectos de esta cultura que le haría perder su significado original.
Denuncian el asentamiento masivo de los chinos y una situación de exclusión de los tibetanos, así como las detenciones y la burla de los derechos humanos, incluso aunque reconocen una mejora en materia de derechos humanos. Los chinos dicen que la situación de los derechos humanos está mejor que bajo la servidumbre, donde las mutilaciones y los castigos corporales eran frecuentes; también afirman que mejoraron el estatus de la mujer y que han introducido el desarrollo, así como la conservación del medio ambiente y la preservación de la cultura local.
La riqueza de los comerciantes chinos es uno de los asuntos más convulsivos en el plano local y, sin duda, no es una casualidad que los ataquen. El contexto económico del desarrollo chino es testigo aquí, como por todas partes en el resto de China, de un crecimiento formidable ligado especialmente al turismo, pero ligado también a la expansión de las desigualdades y, actualmente, a una elevada inflación que dificulta el abastecimiento de las familias más modestas. En este sentido se puede pensar que las manifestaciones de los monjes dan lugar también a otras manifestaciones de cólera más relacionadas con la economía que seguramente multiplican y atizan los actos de delincuencia.
Los defensores de la causa tibetana temen que la nueva línea ferroviaria contribuya a acelerar la inmigración china al Tíbet y a vaciarlo más rápidamente de sus recursos naturales ya sobreexplotados. El gobierno tibetano en el exilio considera, en particular, que «el ferrocarril facilitará el control chino del Tíbet e implicará la llegada de numerosos emigrantes chinos». Pero para los chinos la emigración es, por ejemplo, los comerciantes chinos que llegan a París; el Tíbet forma parte de China y los movimientos de personas se hacen dentro del país. China es un país de intensas migraciones internas.
¿Está implicado el Dalai Lama?
Otra fuente de Dharamsala en la India, el Dalai Lama, ha pedido a China «que deje de utilizar la fuerza» contra las manifestaciones, en las cuales ve «una expresión del profundo resentimiento del pueblo tibetano». En un comunicado, el jefe espiritual de los budistas tibetanos en el exilio se declara «muy preocupado» por la situación en Tíbet y pide a Pekín «que responda al resentimiento de los tibetanos (…) con el diálogo». Por otra parte también exhorta a los tibetanos a «no recurrir a la violencia», lo que obviamente era el caso en la primera manifestación de los monjes, pero degeneró rápidamente en violencia. El Dalai Lama afirma que no está implicado en los acontecimientos del Tíbet, pero se puede dudar de su afirmación.
También tuvieron lugar manifestaciones de apoyo a los tibetanos en la India y Nepal, otra fuente de información. En Katmandú, Nepal, al menos a 12 monjes budistas han resultado heridos en choques con la policía en una manifestación pro Tíbet que reunió un millar de personas. También estallaron incidentes en Nueva Delhi, la India, donde se refugian el Dalai Lama y sus partidarios; y también hubo enfrentamientos entre manifestantes pro tibetanos que intentaban alcanzar la embajada de China y las fuerzas del orden. La policía india detuvo a varias decenas de personas.
Muchas de las imágenes que nos transmiten son imágenes de archivo o de estas manifestaciones indias.
Posición de los países occidentales
Aunque es posible que Occidente desarrolle campañas destinadas a sensibilizar a la opinión pública sobre la cultura propia del Tíbet, su espiritualidad burlada y la falta de respeto a los derechos humanos [1], en el plano internacional es difícil que los países occidentales que, tras Estados Unidos, favorecen estas campañas, no reconozcan el Tíbet como territorio chino. En ningún momento aparece el reconocimiento de un territorio independiente tibetano en el plano internacional incluso si, como vimos, Gran Bretaña propuso en el momento de la instauración de la República China una determinada autonomía y el reconocimiento de un poder «espiritual». Legalmente es difícil, si no imposible, reconocer esta independencia, por lo que, esencialmente, es sobre la represión y los derechos humanos donde actúa la intervención occidental.
Es también por lo que China ha reaccionado duramente ante el caso de Kosovo. Existe el ejemplo del despedazamiento de la antigua URSS, al que Putin puso el freno, y China calcula bien que la estrategia empleada para la antigua URSS y para la ex Yugoslavia puede ser aplicada. Como la mayoría de los países del mundo, China ha visto en Kosovo un precedente susceptible de conducir a una balcanización general con bases raciales, religiosas u otras.
De ahí una elección política: en primer lugar China ha respondido a la cuestión de los derechos humanos remitiendo a Estados Unidos a su propia responsabilidad en este ámbito y ha establecido, el 13 de marzo, un libro blanco sobre las violaciones de los derechos humanos en EEUU, pero no ha respondido directamente sobre la cuestión del Tíbet, que juzga un asunto interno. Hay dos muertos pero ninguno extranjero y eso no les concierne, dice. Habrá que esperar a que se publiquen las primeras fotos oficiales.
Estados Unidos y la Unión Europea pidieron a China que mostrara «contención». «Pekín debe respetar la cultura tibetana», afirmó por su parte Gordon Johndroe, portavoz de la Casa Blanca. El presidente estadounidense, George W. Bush, considera que «Pekín debe tener un diálogo con el Dalai Lama». Las autoridades estadounidenses recomendaron a sus ciudadanos que eviten viajar a Lhassa.
El viernes, la Unión Europea adoptó una declaración que llamaba a China a la «contención» en el Tíbet. «La presidencia eslovena nos propuso un texto, que aceptamos» en el que «se pide contención y que las personas detenidas en las manifestaciones pro Tíbet (…) sean liberadas», indicó el ministro francés de Asuntos Exteriores Bernard Kouchner, otra fuente de información.
Robert Menard de Reporteros sin Fronteras incitó a ejercer presión sobre China, que necesita tranquilidad para los juegos olímpicos que se celebrarán en agosto, para conseguir el fin de la represión. Las personalidades comprometidas desde hace bastante tiempo en la denuncia de China han tomado el tren en marcha; como Mia Farrow que desde hace meses promueve movilizaciones contra los juegos olímpicos y se significó en la campaña contra China en nombre de Darfur, ahora encabeza una campaña por el Tíbet y se presentó en la embajada de China a la cabeza de una delegación.
Por lo tanto tenemos una estrategia en su punto: promover las actuaciones de las ONG, los grupos tradicionalmente financiados por Occidente que se congregan contra un país afirmando que los derechos humanos, la «espiritualidad y la cultura autóctona están amenazados y que existen situaciones intolerables. Los países occidentales al principio no dicen nada porque saben que la legalidad internacional no está de su parte, pero apoyan la campaña pronunciándose sobre los derechos humanos y la represión. Y entonces China les reprocha la situación de Oriente Próximo y sus propias represiones.
Parece difícil imaginar actualmente una intervención militar contra China, pero se trata de mantener los lugares de rebelión potenciales y las campañas que creen una opinión.
Texto original en francés: http://socio13.wordpress.com/
Traducción de Caty R. quien pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala.
[1] Según su costumbre, los chinos se niegan a comentar lo que consideran un problema interno, al igual que la mayoría de los países no occidentales, de ahí la «rarificación» de cualquier información distinta de la occidental. China opta por responder, más generalmente, sobre la cuestión de los derechos humanos en Estados Unidos y los cuestiona. También hay que tener en cuenta la gran actividad diplomática de China en lo que Estados Unidos considera su «coto privado» en el Pacífico: las numerosas pequeñas islas bajo protectorado estadounidense.
Hay que observar también la evolución política con respecto a Taiwán y los esfuerzos hacia la normalización de la situación con Japón. Y Estados Unidos, que mantiene en el Pacífico el poderoso VII ejército, tiene dificultades para mantener las alianzas belicistas que forman el tradicional cerco frente a China.
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