Buenos días, señor presidente,
señor secretario general,
colegas delegados,
damas y caballeros,
Es un honor para mí hablar ante ustedes por primera vez como 44to. presidente de Estados Unidos. Me presento ante ustedes con humildad por la responsabilidad que el pueblo estadounidense me ha encomendado, consciente de los enormes desafíos en nuestro momento en la historia y decidido a actuar amplia y colectivamente en bien de la justicia y la prosperidad en mi país y en el extranjero.
He estado en mi cargo apenas nueve meses, aunque hay días en que eso parece más largo. Estoy muy atento a las expectativas que acompañan a mi presidencia en todo el mundo. Esas expectativas no son acerca de mí. Más bien, se arraigan, me parece, en el descontento con el statu quo que ha permitido que nos definamos cada vez más por nuestras diferencias, y que nuestros problemas nos dejen atrás. Pero también se arraigan en la esperanza, la esperanza en que un cambio real es posible, y la esperanza en que Estados Unidos sea el líder en lograr concretar ese cambio.
Asumí el cargo cuando muchos en el mundo habían llegado a mirar a Estados Unidos con escepticismo y desconfianza. Parte de ello se debía a las percepciones erróneas y e información equivocada sobre mi país. Parte de ello se debía a la oposición a políticas específicas y la creencia de que en ciertas cuestiones críticas Estados Unidos había actuado unilateralmente, sin considerar los intereses de los otros. Y esto ha fomentado una actitud anti estadounidense casi refleja, que con frecuencia ha servido como excusa para la inacción colectiva.
Ahora, como todos ustedes, mi responsabilidad es actuar en el interés de mi nación y de mi pueblo, y nunca pediré disculpas por defender esos intereses. Pero, mi profunda convicción es que en el año 2009, más que en cualquier otro momento de la historia humana, los intereses de las naciones y de los pueblos están compartidos. Las convicciones religiosas que tenemos en nuestro corazón pueden forjar nuevos lazos entre la gente, o también nos pueden separar. La tecnología que utilicemos puede iluminar el sendero hacia la paz, u oscurecerlo para siempre. La energía que usamos puede sostener nuestro planeta, o destruirlo. Lo que ocurra con la esperanza de un solo niño, en cualquier lugar, puede enriquecer a nuestro mundo, o empobrecerlo.
En este recinto nos congregamos de muchos lugares, pero compartimos un futuro común. Ya no tenemos más el lujo de ser indulgentes con nuestras diferencias y excluir el trabajo que debemos hacer juntos. He llevado este mensaje desde Londres a Ankara; de Puerto España a Moscú; de Accra a El Cairo, y sobre eso hablaré hoy, porque ha llegado el momento en que el mundo avance en una nueva dirección. Debemos aceptar una nueva era de compromiso, en base al interés mutuo y al respeto mutuo, y nuestra labor debe comenzar hoy.
Sabemos que el futuro será forjado en base a los hechos y no sólo las palabras. Los discursos por si solos no resolverán nuestros problemas, se necesitará acción persistente. A aquellos que cuestionan el carácter y la causa de mi nación, les pido que consideren las medidas concretas que hemos tomado en apenas nueve meses.
En mi primer día en la presidencia prohibí, sin excepción ni equívoco, el uso de la tortura por parte de Estados Unidos de América. Ordené el cierre de la prisión en la Bahía de Guantánamo y estamos cumpliendo la difícil tarea de crear un marco de referencia para combatir al extremismo dentro de imperio de la ley. Todas las naciones deben saberlo: Estados Unidos vivirá de acuerdo con sus valores, y dirigiremos con el ejemplo.
Hemos establecido una meta clara y precisa: trabajar con todos los miembros de este organismo para destruir, desmantelar y derrotar a al Qaida y a sus aliados extremistas, una red que ha matado a miles de personas de todos los credos y naciones, y que complotó para hacer volar este mismo edificio. En Afganistán y Pakistán nosotros, y muchas naciones, estamos ayudando a esos gobiernos a desarrollar su capacidad para tomar la delantera en ese esfuerzo, trabajando al mismo tiempo para favorecer la oportunidad y la seguridad de su pueblo.
En Iraq, somos responsables de terminar una guerra. Hemos retirado a las brigadas estadounidenses de combate de las ciudades iraquíes y fijado el plazo para agosto próximo para retirar a todas nuestras brigadas de combate del territorio iraquí. Y dejado bien sentado que ayudaremos a los iraquíes en la transición hacia la responsabilidad plena por su propio futuro, y que mantendremos nuestro compromiso para sacar a todas las tropas estadounidenses para fines del año 2011.
He presentado una agenda amplia para lograr la meta de un mundo sin armas nucleares. En Moscú, Estados Unidos y Rusia anunciamos que juntos aplicaríamos reducciones sustanciales en nuestras ojivas nucleares estratégicas y en las armas para lanzarlas. En la Conferencia del Desarme acordamos un plan de trabajo para negociar y acabar con la producción de materiales fisionables para armas nucleares. Y esta semana mi secretaria de Estado se convertirá en la primera representante principal estadounidense en la Conferencia de Miembros del Tratado para la Prohibición Completa de los Ensayos, que se realiza anualmente.
Al asumir el cargo nombré a un Enviado Especial para la Paz en Oriente Medio, y Estados Unidos ha trabajado con firmeza y agresividad para impulsar la causa de dos estados — Israel y Palestina — en donde la paz y la seguridad se arraiguen y se respeten los derechos tanto de israelíes como de palestinos.
Para enfrentar el cambio climático hemos invertido 80.000 millones de dólares en energía limpia. Hemos aumentado de manera sustancial nuestras normas para la eficiencia de los combustibles. Hemos dado nuevos incentivos para la conservación, establecido asociaciones energéticas en todas las Américas y hemos pasado de ser observador a líder en las negociaciones internacionales sobre el clima.
Para superar la crisis económica que afecta a todos los rincones del mundo, hemos trabajado con las naciones del G20 para forjar una respuesta internacional coordinada de más de 2 billones de dólares en estímulo para sacar a la economía mundial del borde del precipicio. Hemos movilizado recursos que ayudaron a evitar que la crisis se extienda a los países en desarrollo. Y nos sumamos a otros para inaugurar la iniciativa de seguridad alimentaria mundial, por 20.000 millones de dólares, que les dará una mano a quienes más lo necesitan, y ayudarlos a que construyan sus propias capacidades.
También hemos reanudado nuestro compromiso con las Naciones Unidas. Hemos pagado nuestras cuentas. Hemos ingresado al Consejo de Derechos Humanos. Hemos firmado la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidades. Hemos asumido plenamente las Metas de Desarrollo del Milenio. Y planteamos nuestras prioridades aquí, en esta institución, por ejemplo, por medio del la reunión del Consejo de Seguridad que mañana presidiré, sobre no proliferación nuclear y el desarme, y por medio de los temas a los que hoy me referiré.
Esto es lo que ya hemos hecho. Pero esto es apenas el inicio de nuestra labor. Algunas de nuestras medidas han producido resultados. Algunas han sentado las bases para el progreso en el futuro. Pero que no quepa duda alguna: ésta no puede ser una misión exclusiva de Estados Unidos. Quienes solían criticar a Estados Unidos por actuar solo en el mundo no pueden ahora cruzarse de brazos y esperar a que Estados Unidos resuelva solo los problemas del mundo. Hemos procurado –de palabra y obra– una nueva era de participación en el mundo. Es hora de que todos nosotros asumamos las responsabilidades que nos corresponden en una respuesta mundial a desafíos mundiales.
Si somos francos con nosotros mismos, debemos admitir que no estamos cumpliendo con esa responsabilidad. Consideren el curso que seguiremos si no encaramos el estatus quo: Extremistas que siembran terror en regiones del mundo. Conflictos prolongados y sin tregua. Genocidios y atrocidades masivas. Más y más países con armas nucleares. Deshiele del casquete polar y desolación de poblaciones. Pobreza persistente y pandemias. Digo esto no para infundir temor, sino para presentar los hechos: nuestros actos aún no se ajustan a la magnitud de nuestros desafíos.
Esta entidad fue fundada en la convicción de que las naciones del mundo podrían resolver sus problemas en conjunto. Franklin Roosevelt, que murió antes de ver convertida en realidad su visión para que esta institución se hiciera realidad, lo dijo de esta manera, textualmente: "La estructura de la paz del mundo no puede ser la tarea de un hombre, o de un partido o de una nación. No puede ser la paz de las grandes naciones, o de las naciones pequeñas. Debe ser la paz que se base en el esfuerzo cooperativo de todo el mundo".
El esfuerzo cooperativo de todo el mundo. Esas palabras resuenan hoy con más verdad que nunca, cuando no es simplemente la paz, sino nuestra misma salud y prosperidad que tenemos en común. Y también sabemos que este organismo está formado por estados soberanos. Y tristemente, aunque no sea una sorpresa, este organismo con frecuencia se ha convertido en el foro para sembrar la discordia en lugar de buscar el terreno común, un lugar para jugar a la política y explotar los reclamos en lugar de resolver problemas. Después de todo, es fácil subir a este podio y culpar a los otros de nuestros problemas, absolviéndonos a nosotros mismos de la responsabilidad de nuestras opciones y nuestras medidas. Cualquiera puede hacer eso. La responsabilidad y el liderazgo exigen mucho más en el siglo XXI.
En una era en la que nuestro destino está compartido, el poder ya no es más un juego en el que uno gana y otro pierde. Ninguna nación puede, o debe tratar de dominar a otra nación. Ningún orden mundial que eleve a una nación, o a un grupo de personas, sobre los demás, tendrá éxito. Las divisiones tradicionales entre las naciones del Sur y del Norte no tienen sentido en un mundo interconectado, ni los alineamientos de naciones enraizados en las hendiduras de la desde tiempo extinta Guerra Fría.
Ha llegado el momento de darse cuenta que los viejos hábitos, los viejos argumentos, son irrelevantes a los desafíos que nuestros pueblos enfrentan. Impulsan a las naciones a actuar en oposición a las mismas metas que dicen perseguir, y a votar, con frecuencia en este organismo, en contra de los intereses de sus propios pueblos. Eso levanta muros entre nosotros y el futuro que nuestros pueblos buscan, y ha llegado el momento para que esas paredes sean derribadas. Juntos debemos construir nuevas coaliciones para poner puentes sobre las viejas divisiones, coaliciones con diferentes religiones y credos, de norte y sur, este, oeste, negros y morenos.
La opción es nuestra. Podemos ser recordados como la generación que prefirió arrastrar las discusiones del siglo XX al siglo XXI, la que rehusó las opciones difíciles, que rehusó mirar adelante, que fracasó en mantener el paso porque nos definimos por lo que éramos en lugar de para lo que estábamos. O podemos ser una generación que elija ver el horizonte más allá de las aguas embravecidas de adelante; que se une para servir el interés común de los seres humanos, y que finalmente le dé un significado a la promesa enraizada en el nombre que se le dio a esta institución: las Naciones Unidas.
Ese es el futuro que Estados Unidos quiere, un futuro de paz y prosperidad que solamente podremos alcanzar si reconocemos que todas las naciones tienen derechos, pero que todas las naciones también tienen responsabilidades. Ese es el acuerdo que esto funcione. Y ese debe ser el principio guía para la cooperación internacional.
Permítanme presentar hoy los cuatro pilares que considero que son fundamentales para el futuro que queremos para nuestros hijos: la no proliferación y el desarme, la promoción de la paz y la seguridad, la preservación de nuestro planeta y una economía mundial que promueva oportunidades para todos los pueblos.
Primero, debemos frenar la propagación de las armas nucleares, y buscar la meta de un mundo sin esas armas.
Esta institución fue establecida en los comienzos de la era atómica, en parte porque se debía refrenar la capacidad del hombre para matar. Durante décadas se pudo evitar el desastre, incluso a la sombra de un duelo entre las superpotencias. Pero actualmente la proliferación está creciendo en alcance y complejidad. Si fallamos y no actuamos estaremos invitando a la carrera de armas nucleares en toda región, y la perspectiva de guerras y actos de terror en una escala que apenas podemos imaginar.
Un consenso frágil se interpone ante este resultado aterrador, y es el acuerdo básico que da forma al Tratado de No Proliferación Nuclear. Señala que todas las naciones tienen derecho a tener energía nuclear con fines pacíficos, que las naciones con armas nucleares tienen la responsabilidad de avanzar hacia el desarme, y aquéllas que no las tengan tienen la responsabilidad de renunciar a ellas. Los próximos 12 meses podrían ser determinantes para ver si este pacto se refuerza o se destruye lentamente.
Estados Unidos se propone a cumplir con la parte del acuerdo que le corresponde. Buscaremos un nuevo acuerdo con Rusia para reducir sustancialmente nuestras ojivas nucleares y lanzadores de las mismas. Seguiremos adelante con la ratificación del Tratado de Prohibición de los Ensayos, y trabajaremos con otros para hacer cumplir el tratado de manera que las pruebas nucleares queden prohibidas permanentemente. Completaremos la Revisión de la Postura Nuclear, que abre la puerta a recortes más profundos y reduce el papel de las armas nucleares. Y pediremos a los países que comiencen negociaciones en enero sobre un tratado para acabar con la producción de material fisionable para las armas.
En abril próximo seré el anfitrión de una cumbre para reiterar la responsabilidad de cada nación de asegurar los materiales nucleares en sus territorios y ayudar a las que no pueden, porque no podemos permitir nunca que un solo artefacto nuclear caiga en manos de un extremista violento. Y trabajaremos para fortalecer las instituciones e iniciativas que combaten el contrabando y robo de material nuclear.
Todo esto debe ser de apoyo a los esfuerzos para reforzar el TNP. Las naciones que se rehúsen a cumplir con sus obligaciones deben enfrentar las consecuencias. Permítanme ser claro, no se trata de señalar a naciones individuales, se trata de proteger los derechos de todas las naciones que cumplen con sus responsabilidades. Porque un mundo en que las inspecciones de la OIEA se evitan y las demandas de las Naciones Unidos se ignoran dejará a la gente menos segura, y a todas las naciones menos seguras.
Con sus actuaciones hasta la fecha, los gobiernos de Corea del Norte e Irán amenazan con arrastrarnos a esa colina peligrosa. Respetamos sus derechos como miembros de la comunidad de naciones. Ya lo he dicho antes, y lo repetiré, estoy comprometido a una diplomacia que abra una senda hacia una mayor prosperidad y una paz más segura para ambas naciones, si cumplen con sus obligaciones.
Pero si los gobiernos de Irán y Corea del Norte eligen ignorar las normas internacionales; si colocan la búsqueda de armas nucleares por encima de la estabilidad regional y la seguridad y oportunidad para sus propios pueblos; si son indiferentes al peligro de una escalada en la carrera armamentista nuclear, tanto en el este del Asia como en Oriente Medio, entonces se les debe deducir responsabilidades. El mundo debe mostrarse firme en conjunto para demostrar que la ley internacional no es una promesa vacua, y que los tratados serán aplicados. Tenemos que insistir en que el futuro no le pertenece al miedo.
Esto me lleva al segundo pilar de nuestro futuro: la consecución de la paz.
Las Naciones Unidas nacieron de la convicción de que los pueblos del mundo puedan vivir sus vidas, criar a sus hijos y resolver sus diferencias pacíficamente. Sin embargo, sabemos que en demasiados lugares del mundo este ideal sigue siendo una abstracción, un sueño lejano. Podemos aceptar ese resultado como algo inevitable y tolerar el conflicto constante y paralizante, o podemos reconocer que el anhelo de paz es universal y reafirmar nuestra determinación de poner fin a los conflictos en todo el mundo.
Ese esfuerzo debe comenzar con una determinación inquebrantable de que el asesinato de hombres, mujeres y niños inocentes nunca se tolerará. En lo que respecta a esto, nadie puede tener — no puede haber disputa alguna. Los extremistas violentos que promueven el conflicto distorsionando cuestiones de la fe se han desacreditado y aislado a sí mismos. No ofrecen nada más que el odio y la destrucción. Al hacerles frente, Estados Unidos forjará alianzas duraderas que arremetan contra los terroristas, compartan inteligencia y coordinen a las agencias de aplicación de la ley y protejan a nuestro pueblo. Nos permitiremos que exista ningún refugio seguro en Afganistán o en cualquier otro país desde donde al Qaida pueda lanzar ataques. Apoyaremos a nuestros amigos en el frente, como haremos mañana nosotros y muchos países al prometer nuestro apoyo al pueblo de Pakistán. Y emprenderemos la participación positiva que construye puentes entre las religiones y nuevas alianzas para la oportunidad.
No obstante, nuestros esfuerzos para fomentar la paz no puede limitarse a derrotar a los extremistas violentos, ya que el arma más poderosa de nuestro arsenal es la esperanza de los seres humanos, la convicción de que el futuro pertenece a quienes desean crear y no destruir, la confianza de que los conflictos pueden acabarse y que llegará un nuevo día.
Por ese motivo, apoyaremos — reforzaremos nuestro apoyo a campañas eficaces de mantenimiento de la paz, a la vez que reactivamos nuestros esfuerzos para prevenir los conflictos antes de que cobren fuerza. Trataremos de conseguir una paz duradera en el Sudán mediante el apoyo al pueblo de Darfur y la aplicación del Acuerdo General de Paz, para que podamos asegurar la paz que el pueblo sudanés se merece. (Aplausos). Y en los países asolados por la violencia –desde Haití hasta el Congo y Timor Oriental– trabajaremos en conjunción con las Naciones Unidas y otros asociados para apoyar una paz duradera.
También seguiré tratando de conseguir una paz justa y duradera entre Israel, Palestina y el mundo árabe. (Aplausos). Vamos a seguir trabajando en esa cuestión. Ayer tuve una reunión constructiva con el primer ministro Netanyahu y el presidente Abbas. Hemos logrado algunos progresos. Los palestinos han intensificado sus esfuerzos en lo relativo a la seguridad. Los israelíes por su parte han facilitado una mayor libertad de movimiento para los palestinos. Como resultado de los esfuerzos de ambas partes, la economía en Cisjordania ha comenzado a crecer. Pero se necesita más progreso. Seguimos pidiendo a los palestinos que pongan fin a las incitaciones contra Israel, y seguimos haciendo hincapié en que Estados Unidos no acepta la legitimidad de la continuación de los asentamientos israelíes. (Aplausos).
Ha llegado el momento— ha llegado el momento de volver a iniciar las negociaciones sin condiciones previas que aborden las cuestiones relativas al estatuto permanente: la seguridad para los israelíes y los palestinos, las fronteras, los refugiados y Jerusalén. El objetivo es claro: dos Estados que vivan uno junto al otro en paz y seguridad: un Estado judío de Israel, con verdadera seguridad para todos los israelíes, y un Estado palestino, viable e independiente, conformado por territorios limítrofes que pone fin a la ocupación que comenzó en 1967 y que haga realidad el potencial del pueblo palestino. (Aplausos).
Mientras tratamos de conseguir este objetivo, trataremos de conseguir también la paz entre Israel y el Líbano, Israel y Siria, y una paz más amplia entre Israel y sus numerosos vecinos. En la búsqueda de esa meta, desarrollaremos iniciativas regionales con participación multilateral, y al mismo tiempo negociaciones bilaterales.
Ahora bien, no soy ingenuo. Sé que esto será difícil. Pero todos nosotros, no sólo los israelíes y los palestinos, sino todos debemos decidir si realmente queremos la paz, o si sólo la apoyamos de boquilla. Para romper los viejos hábitos, para romper el ciclo de la inseguridad y la desesperación, es necesario que todos digamos en público lo que se reconoce en privado. Estados Unidos no le hace ningún favor a Israel cuando no cotejamos el compromiso inquebrantable a su seguridad con la insistencia de que Israel ha de respetar los derechos y reclamos legítimos de los palestinos. (Aplausos). Y los países de este organismo no les hacen ningún favor a los palestinos cuando optan por los ataques virulentos contra Israel en lugar de la voluntad constructiva de reconocer la legitimidad de Israel y su derecho a existir en paz y seguridad. (Aplausos).
Debemos recordar que el precio más alto en este conflicto no lo pagamos nosotros. No lo pagan tampoco los políticos. Lo paga la niña israelí de Sderot que cierra los ojos por temor a que un misil le quite la vida en medio de la noche. Lo paga el niño palestino de Gaza que no tiene acceso a agua potable ni tampoco tiene país propio. Ellos son hijos de Dios. Y después de todas las maniobras políticas y todos los ademanes, esto trata del derecho de todo ser humano a vivir con dignidad y seguridad. Es una lección arraigada en las tres grandes religiones que llaman Tierra Santa a una pequeña parte de la Tierra. Por eso, a pesar de que habrá reveses y falsos comienzos y días difíciles, no desistiré de tratar de conseguir la paz. (Aplausos).
En tercer lugar, debemos reconocer que en el siglo XXI no habrá paz a menos que asumamos la responsabilidad de preservar nuestro planeta. Le doy las gracias al Secretario General por haber auspiciado el tema del cambio climático ayer.
El peligro que plantea el cambio climático no puede ser negado. Nuestra responsabilidad de evitarlo no debe aplazarse. Si seguimos por nuestro rumbo actual todos los miembros de esta Asamblea verán cambios irreversibles dentro de sus fronteras. Nuestros esfuerzos para poner fin a los conflictos se verán eclipsados por guerras motivadas por los refugiados y los recursos. La sequía y la hambruna causarán estragos al desarrollo. Las tierras donde seres humanos han vivido durante miles de años desaparecerán. Las generaciones futuras mirarán retrospectivamente y se preguntarán por qué nos negamos a actuar, por qué no pudimos pasar— por qué no pudimos legar un entorno digno de nuestra herencia.
Por eso, los días en que Estados Unidos le daba largas al asunto se han terminado. Seguiremos adelante con las inversiones destinadas a transformar nuestra economía de la energía y ofreceremos incentivos para que la energía limpia sea un tipo de energía rentable. Seguiremos adelante con las drásticas reducciones de las emisiones para alcanzar los objetivos que nos hemos fijado para el año 2020, y finalmente para el 2050. Continuaremos promoviendo la energía renovable y el ahorro energético, y compartiremos las nuevas tecnologías con países de todo el mundo. Aprovecharemos también cualquier oportunidad para avanzar frente a esta amenaza en un esfuerzo cooperativo con el mundo entero.
Aquellos países ricos que tanto perjudicaron el medio ambiente en el siglo XX deberán aceptar nuestra obligación de encabezar este esfuerzo. Pero las responsabilidades no se acaban ahí. Si bien debemos reconocer la necesidad de que haya distintas respuestas, cualquier acción dirigida a frenar las emisiones de carbono ha de incluir a los países emisores de carbono de rápido crecimiento, que pueden hacer más para reducir la contaminación atmosférica sin impedir el crecimiento. Cualquier iniciativa que no ayude a los países más pobres a adaptarse a los problemas que ya ha desencadenado el cambio climático y que no les ayude a recorrer el camino del desarrollo limpio, sencillamente no funcionará.
Es duro cambiar algo tan fundamental como la manera en que utilizamos la energía. Lo sé. Es aún más difícil hacerlo en plena recesión mundial. Sin duda, existe la tentación de cruzarse de brazos y esperar a que otros tomen la iniciativa, pero no podemos hacer este recorrido a menos que todos avancemos juntos. Con antelación a Copenhague, propongámonos centrarnos en lo que cada uno de nosotros puede hacer por el bien de nuestro futuro común.
Esto me lleva al último pilar que debe fortalecer nuestro futuro: una economía mundial que ofrezca oportunidades para todos.
El mundo aún se está recuperando de la peor crisis económica desde la Gran Depresión. En Estados Unidos, vemos que el motor del crecimiento empieza a dar vueltas, pero sin embargo muchos siguen pasando apuros para encontrar empleo o pagar las cuentas. En todo el mundo, vemos indicios prometedores, pero poca certeza acerca de lo que nos depara el futuro. Demasiadas personas en demasiados lugares atraviesan las crisis diarias que cuestionan nuestra humanidad: la desesperación de un estómago vacío, la sed provocada por la disminución de los suministros de agua, la injusticia de que un niño muera de una enfermedad tratable, o una madre que pierde la vida al dar a luz.
En Pittsburgh, trabajaremos con las economías más grandes del mundo para trazar un rumbo hacia el crecimiento equilibrado y sostenido. Esto implica tomar las debidas precauciones para garantizar que no nos rindamos hasta que nuestros pueblos vuelvan a trabajar. Esto significa tomar medidas para reactivar la demanda para que la recuperación mundial pueda sostenerse. Significa también establecer nuevas normas y fortalecer los reglamentos de todos los centros financieros para poner fin a la codicia y los excesos y los abusos que nos llevaron a este desastre, y para evitar que una crisis como ésta vuelva a ocurrir.
Sin embargo, en momentos de semejante interdependencia, tenemos el interés moral y pragmático en cuestiones más amplias de desarrollo, cuestiones de desarrollo que existían incluso antes de que se produjera esta crisis. Así que Estados Unidos continuará su histórico esfuerzo para ayudar a que las personas se alimenten a sí mismas. Hemos asignado 63.000 millones de dólares para llevar adelante la lucha contra el VIH/SIDA, para poner fin a las muertes por tuberculosis y malaria, para erradicar la poliomielitis y para fortalecer los sistemas de salud pública. Nos hemos sumado a otros países en contribuir vacunas contra la gripe H1N1 a la Organización Mundial de la Salud. Vamos a integrar más economías nacionales en un sistema de comercio mundial. Vamos a apoyar los Objetivos de Desarrollo del Milenio y acercarnos a la cumbre del año próximo con un plan global para hacerlos realidad. Vamos a fijar objetivos para erradicar la pobreza extrema en nuestro tiempo.
Ahora es el momento para que todos pongamos nuestro granito de arena. El crecimiento no será sostenido ni compartido a menos que todos los países acepten sus responsabilidades. Eso significa que los países ricos tienen que abrir sus mercados a más productos y echarle una mano a los que tienen menos, y también reformar las instituciones internacionales para dar mayor voz a más países. Por su parte los países en desarrollo tienen que eliminar la corrupción, que es un obstáculo para el progreso, ya que las oportunidades no pueden prosperar cuando las personas están oprimidas y las empresas tienen que pagar sobornos. Por ese motivo, nosotros apoyamos la policía honesta y los jueces independientes; la sociedad civil y un sector privado dinámico. Nuestro objetivo es sencillo: una economía mundial en el que se sustenta el crecimiento y donde hay oportunidades para todos.
Ahora bien, los cambios de los que he hablado hoy no serán fáciles de hacer ni se lograrán solo porque líderes como nosotros se presenten en foros como éste, independientemente de lo útiles que sean, puesto que al igual que en cualquier asamblea de miembros, el verdadero cambio sólo se produce a través de los pueblos a los que representamos. Por eso, en nuestras capitales, debemos emprender la dura labor de sentar las bases del progreso. Es ahí donde crearemos el consenso que ponga fin a los conflictos, que aproveche la tecnología para propósitos pacíficos, que cambie la forma en que utilizamos la energía y que fomente el crecimiento que pueda sostenerse y compartirse.
Yo creo que los pueblos del mundo desean ese futuro para sus hijos. Por eso, se debe defender los principios que garantizan que los gobiernos reflejen la voluntad de sus pueblos. Estos principios no pueden ser ideas de última hora; la democracia y los derechos humanos son elementos esenciales para el logro de cada uno de los objetivos que he mencionado hoy, ya que es más probable que los gobiernos del pueblo y por el pueblo actúen conforme a los intereses generales de sus propios pueblos, en lugar de los intereses limitados de quienes están en el poder.
La prueba de nuestro liderazgo no será la medida en que fomentemos los temores y antiguos odios de nuestros pueblos. El verdadero liderazgo no se mide por la capacidad de silenciar a la disidencia, ni de intimidar o acosar a la oposición política. Los pueblos del mundo desean un cambio y han dejado de tolerar a quienes están en el lado equivocado de la Historia.
La Carta de esta Asamblea nos compromete a cada uno de nosotros—cito textualmente— “a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en 1a dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres”. Entre esos derechos figura la libertad de decir lo que se piensa y rendir culto como se quiera, la promesa de la igualdad de las razas y la oportunidad para que mujeres y niñas busquen su propio potencial, la capacidad de los ciudadanos a tener voz en cómo se les gobierna y a tener confianza en la gestión de la justicia. Porque al igual que ningún país debe ser obligado a aceptar la tiranía de otro, ninguna persona debe ser obligada a aceptar la tiranía de su propio pueblo. (Aplausos).
Como afro estadounidense, jamás olvidaré que no estaría aquí hoy sin la búsqueda constante de una unión más perfecta en mi país. Ese hecho guía mi convicción de que, a pesar de lo negativas que puedan parecer las circunstancias, quienes eligen el lado de la justicia pueden forjar un cambio transformador. Yo me comprometo a que Estados Unidos siempre estará del lado de quienes defienden su dignidad y sus derechos, del lado del estudiante que quiere aprender, del votante que exige ser escuchado, de los inocentes que desean ser libres, de los oprimidos que anhelan igualdad.
La democracia no se puede imponer en ningún país desde el exterior. Cada sociedad debe encontrar su propio camino, y ningún camino es perfecto. Cada país seguirá el rumbo que traza la cultura de su pueblo y sus tradiciones pasadas. Reconozco que Estados Unidos se ha comportado con demasiada frecuencia de modo parcial en la promoción de la democracia. Pero ello no debilita nuestro compromiso, sino que lo refuerza. Hay principios fundamentales que son universales, hay verdades que son evidentes y Estados Unidos de América nunca vacilará en sus esfuerzos por defender el derecho de todos los pueblos a determinar su propio destino. (Aplausos).
Hace sesenta y cinco años, un agotado Franklin Roosevelt se dirigió al pueblo estadounidense en su cuarto y último discurso de investidura. Tras años de guerra, trató de resumir las lecciones que podían extraerse de los terribles sufrimientos y enormes sacrificios que habían tenido lugar. “Hemos aprendido a ser ciudadanos del mundo, a ser miembros de la comunidad humana”, dijo.
Las Naciones Unidas fue un organismo creado por hombres y mujeres como Roosevelt, de todos los rincones del mundo, de África y Asia, de Europa y de las Américas. Estos arquitectos de la cooperación internacional tenían un idealismo que era cualquier cosa menos ingenuo, que estaba arraigado en las duras lecciones de la guerra, en la sabiduría que los países podían promover sus intereses mediante la acción conjunta en lugar de fragmentada.
Ahora nos corresponde a nosotros, puesto que esta institución será lo que nosotros hagamos de ella. Las Naciones Unidas hacen el bien en todo el mundo: alimentan a los hambrientos, cuidan a los enfermos, reparan lugares que han sufrido conflicto, pero también se esfuerza por imponer su voluntad y por estar a la altura de los ideales de su fundación.
Creo que esas imperfecciones no son motivo para alejarse de esta institución, sino que son un llamamiento a redoblar nuestros esfuerzos. Las Naciones Unidas pueden ser un lugar donde discutimos las viejas quejas o establecemos un terreno común; un lugar donde nos centramos en lo que nos diferencia o en lo que nos une; un lugar donde consentimos la tiranía; o una fuente de autoridad moral. En resumidas cuentas, las Naciones Unidas pueden ser un organismo que está desconectado de lo que importa en la vida de nuestros ciudadanos o un factor indispensable para promover los intereses de los pueblos a los que servimos.
Hemos llegado a un momento decisivo. Estados Unidos está listo para comenzar un nuevo capítulo de la cooperación internacional, que reconozca los derechos y las responsabilidades de todos los países. Así pues, con confianza en nuestra causa y con el compromiso a nuestros valores, hacemos un llamado a todos los países a unirse a nosotros en la creación del futuro que tanto se merecen nuestros pueblos.
Muchas gracias a todos.
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