Bajo esa consigna, músicos, titiriteros, actores y murgueros de centros culturales y teatros porteños protestaron ayer frente a la tienda Harrods, en consonancia con la apertura del Festival Internacional de Buenos Aires, para denunciar la "privatización de la cultura, la precarización de sus trabajadores y el manejo mercantilista" que lleva adelante el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Los unen el amor y el espanto. El amor por el arte y el espanto por lo que consideran un manejo "mercantilista": violentos desalojos, presupuestos frenados y precarización de las condiciones de trabajo son los eslabones de la "privatización de la cultura" que, denuncian, impulsa el gobierno porteño. Ayer, artistas de centros culturales y teatros de la Ciudad de Buenos Aires, integrantes de la Asamblea por la Cultura, gritaron que "la cultura no se vende, se defiende" ante las puertas de Harrods, donde tuvo lugar la inauguración del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA). Son músicos, titiriteros, actores y murgueros que comparten una visión: el gobierno porteño está haciendo estragos.
La idea fue "hacer ruido" y la fecha elegida tuvo una intencionalidad: armar una contrainauguración al evento organizado por el Ministerio de Cultura porteño. "Es genial que haya un espacio como el FIBA, pero es claro que a las políticas sociales y culturales, cero atención. Al parecer, nosotros estamos detrás del paredón, no somos dignos de ser exhibidos", se lamentó Martín Eichelbaum, de la cooperativa La Calle de los Títeres.
Es la primera vez en años que diversas expresiones culturales de la ciudad se unen en una marcha. La convocatoria fue lanzada por la Asociación Argentina de Actores, tras hallar "problemáticas comunes", explicó a Agencia NAN su secretario general, Luis Alí. El antecedente de esta suerte de "coordinadora de la cultura" data de 2001, durante el gobierno de Fernando de la Rúa, con la diferencia de que "hoy no existe una situación de crisis" sino que la discusión pasa "por la cultura rentable o la no cultura". En este marco, "los que más sufren son los integrantes de los centros comunitarios más alejados del microcentro", porque son los que amalgaman cultura y vivienda. En esos espacios, muchas familias viven y trabajan.
Luego de los desalojos del Centro Cultural Almagro y la Huerta Orgázmika, otros temen pasar lo mismo. En el caso de la Asamblea de Flores, donde viven unas 55 familias, la amenaza de desalojo es inminente. La semana pasada los visitó un síndico "preocupado por liquidar la causa y rematar", según pudo leerse en un folleto que repartían los miembros de la Asamblea. Los que lograron torcer su destino fueron los del Centro Comunitario La Casa, al menos hasta fin de año. Según Marcela Castro, coordinadora del espacio que alberga a 20 familias, consiguieron frenar el desalojo con el argumento de que "el Estado debe garantizar el derecho a una vivienda digna".
La jornada comenzó a las 16 en Florida y Paraguay y se trasladó a Córdoba con corte parcial de la avenida, con la presencia de los trabajadores del Teatro Colón, un ejemplo de que la política cultural (o su ausencia) por parte de la administración macrista no sólo no atiende a la cultura en los barrio, sino que también arrasa con la actividad teatral con lugar en el corazón porteño. "Queremos la reapertura inmediata del teatro", anheló Fabián Bevilacua, trabajador técnico del establecimiento, e informó que "el actual directorio y el Poder Ejecutivo quieren reducir el cuerpo de trabajadores a 800 personas", cuando en realidad son 1242. La idea es reubicarlos en hospitales: "Es una tarea distinta. Hace más de 20 años que estamos en el teatro y no podemos caer en un centro de salud como paracaidistas", apuntó Marta, empleada administrativa que también informó que esperan una convocatoria oficial para conversar con funcionarios sobre una medida cautelar que dispone que "todo debe retrotraerse a 2008".
La problemática común de los actores es el "no estar reconocidos como trabajadores", indicó Alí. "Somos trabajadores en negro porque somos cuentapropistas y reclamamos una relación de dependencia, con los beneficios de cualquier empleado, como los técnicos", explicó. El pedido de los actores del Complejo Teatral también pasa por una cuestión salarial: tras haber conseguido el pago de los sueldos atrasados, solicitan un aumento "acorde a la canasta familiar", ya que cobran 1300 pesos.
La programación del Complejo también sufrió cambios. Inicialmente, para esta temporada estaban pensados tres espectáculos, pero el gobierno dispuso que se frenaran y que el cierre de la actividad teatral porteña estuviera en manos del FIBA. Aunque ahora está previsto que se desarrolle una obra, sobre todo "ante la presión" de los trabajadores, estimó Alí. ¿Pero qué pasa fuera del microcentro? La Casa de los Títeres representa otro caso singular, porque el gobierno clausuró en abril el auditorio del Centro Cultural del Sur por las condiciones edilicias, que son responsabilidad suya. "Nos pasamos el invierno trabajando a la intemperie con espectadores muriéndose de frío", se quejó Eichelbaum. Otro problema del CCS es presupuestario: tras la presentación de un proyecto de creación de la primera escuela popular de actores titiriteros, las partidas destinadas a su actividad pasaron de 80 a 400 mil pesos. "Hoy nos dicen que es un fondo restringido", explicó el artista, en alusión a un decreto de Macri que estableció el retorno a la cifra original. De todas formas, tampoco la cobraron en su totalidad, sino 76.400.
Según el delegado de la Comisión Carnaval e integrante de Los Linyeras de la República Popular Independiente de la Boca, Ricardo Cigliuti, del más de un millón de pesos que les corresponde a las murgas aún no vieron nada. Sucede que "se cayó el sistema", contó dudando. También les prometieron 500 mil pesos adicionales, pero después les dijeron que se destinarían a la Casa de los Títeres. Por eso, el precarnaval que debía tener lugar este mes pasó para noviembre. Encima, los permisos para cortar la calle disminuyeron un 25 por ciento desde febrero.
Junto a los títeres que poblaban el cielo podían verse carteles con significativas leyendas como "la cultura no es mercancía" o "menos policía, más cultura". Durante la tarde hubo algún que otro cántico, pero los incansables de la jornada fueron los murgueros, con un imponente despliegue en Córdoba que, bailando nomás, mudaron nuevamente hasta Harrods, donde terminó la protesta con una ronda. El silencio de la murga coincidió con el fin de la protesta. Cuando quedaba poca gente, un grupo de artistas posaba sus manos pintadas de negro en los vidrios de la tienda, dejando las huellas de una presencia que también quedó en la calle, en miles de papelitos que hablaban de una cultura a punto de romperse. La que ayer salió a flote. Ésa que todo lo atraviesa porque es arte, expresión, salud y vivienda. Ésa que está en el barrio y en la ciudad, ante la mirada indiferente de algunos. Esa cultura en resistencia.
Nota publicada en http://agencianan.blogspot.com y reproducida por www.buenosairessos.com .
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