Las últimas semanas concurrimos a una escalada en la confrontación política del país. La Unión Nacional de Educadores (UNE) arrancó con la paralización de las actividades educativas en escuelas y colegios fiscales, con una plataforma de lucha más que justificada en la ignorancia de un gobierno que se ha convencido a sí mismo, que es capaz de resolver los problemas de la educación con un “cuestionario”, sin acompañarlo de una política seria e integral que parta de la capacitación de todos los actores del proceso; durante el conflicto, aspectos de carácter reivindicativo – salarial y de la carrera docente, sumaron las motivaciones del paro. Además, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) de frente a los atropellos verbales de Correa y en el criterio de defender los recursos naturales, así como el derecho al agua y la permanencia de las juntas de riego, entre otras demandas, en una actitud digna y de resguardo a la unidad de sus organizaciones, llamó al levantamiento indígena que paralizó significativamente y con radicalidad: costa, sierra y oriente.
El gobierno fue obligado a dialogar por la presión popular. No se trata de dádivas del “todo poderoso” Correa; al contrario, la sucesión de marchas de maestros, estudiantes y profesores, levantamiento indígena, anuncio de huelga de hambre, solidaridad de organizaciones nacionales y locales, la movilización del seguro social campesino, de los comerciantes informales, además de un muerto, etc. no dieron otra alternativa que ir hacia la negociación, esto es, -aunque le cueste aceptar a sectores del gobierno- una victoria para los pueblos del Ecuador, que exige rectificaciones al modelo que se viene impulsando. Más allá del discurso del Presidente, en el que insiste en minimizar los hechos, existe una realidad que debe ser analizada, en conjunto con el ambiente que se vive en la región.
Primero. El discurso de cambio ha echado raíces en América latina; gobiernos nacionalistas, democráticos, antiimperialistas y hasta proclamados como revolucionarios, entablan una correlación de fuerzas distinta en el hemisferio. Nuevas relaciones comerciales y acuerdos de cooperación bilateral y multilateral entre estos regímenes –incluidos convenios militares-, abonan la circunstancia de tensión que se vive en torno al conflicto interno de Colombia (guerrilla – gobierno), que se ha convertido en un globo de ensayo y punta de lanza, para una eminente acción intervencionista por parte de EEUU, que ve minados sus intereses económicos, por ende políticos y estratégicos en la región.
Segundo. La maduración de los pueblos en su comprensión política, aunque es incipiente y con marcados desniveles, apunta a la radicalización de las conquistas hasta hoy alcanzadas; se llama a la institucionalización de formas de gobiernos, que viabilicen el tránsito a un Estado en beneficio de los trabajadores, es decir, donde se redistribuya la riqueza desde su raíz, dinamizando la producción por medio de la incorporación del concepto de propiedad social sobre los medios de producción.
Tercero. La diversidad en la comprensión de los alcances que tiene la corriente de cambio en América Latina, tanto en los gobiernos, como las organizaciones político – sociales y pueblos en general, da los matices que diferencian claramente y de forma grosera, los procesos que se viven fronteras adentro.
Cuarto. En nuestro caso, pesan más las limitaciones del gobierno –Correa a la cabeza- que los anhelos y propuestas de los sectores populares. Las propuestas que hicieron posible este gobierno, ya no alcanzan para satisfacer las demandas del Ecuador de estos días.
Quinto. Esas demandas van creciendo y toman forma en las organizaciones que concursan en el quehacer nacional, con propuestas y proyectos de leyes en torno a la división territorial, educación, seguridad, empleo, salud, etc; propuestas igual de válidas que las del gobierno y que, se hacen visibles por medio de la movilización popular.
Sexto. La movilización crece independientemente del consentimiento de Correa e incluso de los partidos políticos. Si estos últimos no logran ponerse a la cabeza, serán pasados por alto sin pena ni gloria y, en el caso del gobierno, de no resolver las aspiraciones inmediatas y de largo alcance que tenemos los ecuatorianos, será fugaz su paso y quizás termine como los últimos tiranuelos: derrocado.
¿Qué resultó de estas semanas?
Como se dijo líneas arriba fue una victoria para el pueblo. Que el presidente haya tenido que escuchar, en sí ya es un triunfo –más aun conociendo el ego que se carga-. Siempre será un triunfo la participación de los obreros, indígenas, campesinos, maestros, etc, que no sean gobierno y que, con propuestas geniales aportan a los cambios requeridos. Es trascendente ver que la participación popular sigue como rectora de los gobiernos de turno. Hay que profundizar y apoyar el seguimiento que la comunidad hace al gobierno, a fin de que este responda a la propuesta por la que votamos y rectifique oportunamente.
La radicalización de los eventos y la velocidad con la que sucedieron ubican una disposición a enfrentar en nuevas condiciones al autoritarismo y a defender con fuerza –en incremento- conquistas, derechos y nuevos reclamos. Presenciamos un nuevo escenario en el tipo de conflicto social; a la supuesta paz de los últimos tres años, hay que mirarla como el silencio previo a la tormenta. Esa tormenta puede ser el levantamiento total de los ecuatorianos por un gobierno verdaderamente revolucionario.
Rectificar –para el gobierno- hoy tiene que ver con un cambio total que muestre un honesto deseo de gobernar para los trabajadores, esto es, romper con los sectores de la derecha tradicional –y camuflada- con los que viene trabajando y propender a que su propio gabinete refleje ese cambio. Deben ser los representantes de las organizaciones políticas y sociales quienes sean parte del equipo de gobierno, cualquier otra cosa es mantener el rumbo hacia la derecha.
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter