lfonso Murriagui nace en Quito en 1929. Su interés hacia la literatura empieza desde temprana edad, gracias al apoyo de su abuela, maestra de escuela; ella fue quien le enseñó a leer y a escribir, cuando apenas tenía 4 años de edad. Abuela le compraba historias y cuentos infantiles y allí, entre las aventuras y desventuras de aquellos héroes legendarios, Alfonso Murriagui aprende a valorizar las primeras palabras. Este fue, sin duda, el primer contacto del futuro escritor con el complejo arte de la palabra poética en movimiento.

La situación económica de una familia que no había pasado nunca limitaciones, pero que de pronto se ve sumida en la más completa necesidad, obliga al joven lector a tener que apoyar a su madre y a sus hermanos menores, asumiendo desde adolescente el sostenimiento de su hogar. Su vida desde entonces no fue fácil, habiendo tenido que trabajar como pintor de brocha gorda y obrero para poder sobrevivir. Por eso, tal vez, sus poemas hablarán con tinta propia de lo injusto que resulta trabajar en una fábrica, para recibir gotas de remuneración: “Las manos/ no deben ser ingenuas, si producen, debe ser para vivir mejor/ y si golpean, debe ser para acabar/ con los que quieren mutilar el futuro”.

A causa de su necesidad de trabajar desde muy joven, recién se graduará de bachiller, en el colegio Mejía nocturno, como tenía 30 años; pero, cuando todo “un Mejía”, será el fundador del periódico “Buscapié”, además de director de una revista literaria juvenil llamada“Inquietudes”. Al decidir con ilusión qué carrera seguir en la Universidad, su decisión mucho tuvo que ver el empleo de amanuense que había encontrado poco tiempo atrás, allí donde le pagaban dos sucres por cada hoja que escribía haciendo de “tinterillo” en alegatos judiciales. “Por ello, compré el derecho para el examen de ingreso a la Facultad de Jurisprudencia” -cuenta entre sus anécdotas en su entrañable Quincenario de combate Opción- : “tenía que presentarme un día lunes, a las 7 de la mañana, para ser registrado en las oficinas de administración, pero llegué atrasado y era el último de una cola de cuatrocientos. El aburrimiento se apoderó de mí; entonces eché un vistazo a quienes estaban entre los aspirantes en mi fila, y decidí salir de allí pues había tanta gente, que conocía demasiado en los juzgados, que resolví no seguir jamás esa carrera”…

Murriagui cambia entonces para la Escuela de Periodismo, por entonces parte de la Facultad de Filosofía, que funcionaba en la calle Chile. Allí encuentra gente que hacía literatura, sobre todo un grupo que se llamaba “Caminos”. Murriagui, por invitación de uno de sus integrantes, asistió algunas veces a escuchar sus lecturas y recitales, pero sintió que no era ese precisamente su “camino”; para entonces (1957) tenía ya escrito un libro que estuvo a punto de ser editado por la Casa de la Cultura y que se titulaba “Desde mi soledad”.

En este libro, son evidentes las influencias del modernismo “decapitado” de inicios del siglo XX, con sus angustias existenciales, sueños, soledades, muertes y cementerios por doquier: “Esta necesidad eterna de ser aire/de ser inmensa nube/el deseo constante de ser agua / de ser llanto, dolor, incertidumbre/ y la infantil quimera de ser sueño…El ansia de ser ave/ el angustioso pesar de ser humano/ y la tremenda certeza de ser barro”...(Parábola de Ansiedad).

Murriagui describe así el paso vertiginoso de su infancia a su prematura madurez: “Entonces se nos vino / el mundo como un río/ incontenible/ inmenso/y el viaje se tornó/ en incertidumbre/ y el puerto en cementerio”…Sin embargo, hay una vitalidad luminosa que irrumpe y ya se adivina en el poeta político y comunicante en el que se convertirá más tarde, y así, en aquellos felices versos de S I M P L I C I D A D, nos confiesa:

“Como hoy me encuentro / quisiera vivir siempre/ bueno como la luz del día / como el sol / con la sonrisa abierta / como un río / con el alma tranquila / y el corazón en flor”…

Y enfrentado prematuramente, y sin razón, a la idea de la muerte tan lugar común en la poesía modernista, el joven poeta se sacude y advierte:

…“Yo no deseo estar sin movimiento / quiero viajar entre la luz y el agua/Quiero tener valor para enrumbarme / hacia cualquier lugar / y que la muerte / me encuentre caminando / y no sin fuerzas / clavado, como en cruz / sobre mi nada”… “Quiero tener una ventana grande / siempre ansiosa de cielo”…“Vivo en constante lucha con mis nervios/ y en desigual combate con mis sueños”…

De igual manera, en su primer libro, la notable influencia micropoética del gran Carrera Andrade, es evidente, como en aquellos cromáticos versos de la sección ACUA RELAS:

…“Panecillo: cerro cruzado/por los equinoccios/ centinela constante/ de todos los insomnios / te estás mojando ahora / y la lluvia parece / que bañara la sombra / de un cacique lejano”…

…“Eucalipto: árbol de peces iguales / que navegan lentamente entre las ondas del aire, /murmullo de mil cristales; / que se rompen en la tarde /manos tenues que dibujan / el paso de las edades”…

O en este otro, en donde ya se manifiesta su obsesión arquetípica por el movimiento, la fuerza, la transparencia y constancia del agua:

V I S I O N M A R I N A

“Ruges cuando despliegas / tu bravura potente / cuando sobre la playa / te recuestas cansado / y besas las arenas / con deleite infinito / para obsequiar tus flores / espumosas y tristes”…

“Compilador de algas,
museo de medusas,
confidente de todos
los secretos,
eres un gran silencio
movedizo y eterno,
eres la vida misma
flotando sobre el tiempo”.