El profesor Martin Seligman, mencionado en el trabajo investigativo titulado «El secreto de Guantánamo» de Thierry Meyssan, nos envía la siguiente respuesta.
Thierry Meyssan ha presentado una serie de alegaciones totalmente falsas sobre mi persona y mi papel en la tortura de prisioneros [1].
Escribe que:
1) Yo «supervisé las torturas experimentales en los prisioneros de Guantánamo».
2) «La Marina de Guerra estadounidense formó un equipo médico de choque. Esta envió al profesor Seligman a Guantánamo (…) Y fue él quien supervisó experimentos realizados con personas como conejillos de indias.»
3) «Los torturadores estadounidenses, bajo la guía del profesor Martin Seligman, realizaron experimentos con cada una de las técnicas coercitivas y las perfeccionaron.»
Todo eso es falso y totalmente infundado.
Lo que sigue es todo lo que yo sé de la controversia sobre la tortura y cuál fue mi papel:
Yo impartí una conferencia de 3 horas auspiciada por la Joint Personnel Recovery Agency en la base naval de San Diego a mediados de mayo de 2002. Fui invitado a hablar de la manera como los soldados americanos y el personal civil americano pudieran utilizar lo que se sabe sobre la impotencia aprendida para resistir a la tortura y esquivar eficazmente los interrogatorios de sus carceleros. Fue sobre eso que yo hablé.
Me dijeron entonces que, como yo era (y sigo siendo) un civil sin acreditación de seguridad, no podían proporcionarme detalles sobre los métodos americanos de interrogatorio. También me dijeron sus métodos no utilizaban «violencia» ni «brutalidad». James Mitchell, acusado por la prensa de estar detrás del programa de tortura en Guantánamo y en otras partes, se encontraba entre el público, que se componía de unos 50 o 100 oyentes.
Yo presenté mis investigaciones sobre la impotencia aprendida a ese público de la Joint Personnel Recovery Agency. Hablé de la manera como los soldados americanos y el personal civil americano podían utilizar lo que se sabe sobre la impotencia aprendida para resistir a la tortura y esquivar eficazmente los interrogatorios de sus carceleros. En ninguna otra ocasión he discutido yo mis investigaciones con Mitchell ni con ninguna otra persona implicada en esta controversia. Posteriormente he leído en la prensa que los torturadores utilizaron mis teorías sobre la impotencia aprendida como base parcial de lo que hicieron. De ser cierto, fue algo que se hizo sin mi consentimiento, sin tener yo conocimiento de ello y, por supuesto, sin mi «supervisión».
Nunca los supervisé ni estuve asociado a los supuestos programas de tortura. Nadie me invitó nunca a Guantánamo.
No tuve contacto con la JPRA ni con el SERE después de la reunión de mayo de 2002. Nunca he trabajado bajo contrato público (ni bajo ninguna otra forma de contrato) sobre aspectos de la tortura, ni estaría dispuesto a hacer un trabajo sobre la tortura.
Nunca he trabajado en interrogatorios. Nunca he visto un interrogatorio y lo único que sé sobre ellos lo he aprendido de forma pasiva a través de la literatura sobre los interrogatorios.
Me acongoja y me aterra que la buena ciencia, que ha ayudado a tanta gente a sobreponerse a la impotencia aprendida y a la depresión nerviosa, haya sido utilizada con fines inhumanos.
Lo más importante es que nunca he practicado ni servido de consejero en la práctica de la tortura. La desapruebo enérgicamente.
Ver abajo el comentario de nuestra redacción:
Explicación del texto
El artículo cuestionado refleja los experimentos sobre la tortura dirigidos por equipos médicos en Guantánamo, no con el objetivo de obtener confesiones sino de inculcarlas a los detenidos. Está basado en una abundante literatura y en varios testimonios.
Cuando menciono el papel del profesor Seligman lo hago basándome en un testimonio cuyo autor no ha querido dar a conocer su identidad. Por consiguiente, presento mis excusas a Martin Seligman por haber divulgado acusaciones que no puedo probar. También tomo nota de su firme condena por la aplicación a los humanos de los principios que él descubrió torturando perros.
Observo que [Seligman] relativiza el sufrimiento impuesto a otras personas cuando declara no haber practicado ni participado nunca en torturas, aunque en los años 1970 él mismo aconsejaba y practicaba la aplicación de descargas eléctricas a adolescentes homosexuales como medio de obligarlos a cambiar de comportamiento.
Dicho lo anterior, la respuesta que nos envía [Seligman] manifiesta una voluntad de disimulación.
– [Seligman] no menciona que la CIA lo invitó y le pagó por la citada conferencia.
– Él mismo se contradice cuando declara que impartió un curso sobre la manera de resistir a la tortura y no de practicarla y seguidamente afirma que no pudo discutir con sus oyentes sobre los métodos de interrogatorio que ellos practicaban por no estar él habilitado para hacerlo.
– Por lo pronto, [Seligman] se hace el ingenuo al afirmar que se conformó con las declaraciones de quienes lo invitaron cuando le dijeron que sus interrogatorios no incluyen violencia ni brutalidad, sabiendo que desde enero de 2002 el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos ya había denunciado que Estados Unidos estaba recurriendo a la tortura.
– [Seligman] resulta poco elegante cuando se disculpa a sí mismo alegando la responsabilidad de un tercero, en este caso James Mitchell.
– Resulta ridículo [Seligman] cuando, habiendo sido presidente de la American Psychological Association, habla de una «buena» ciencia y dice que le aterra el descubrir que el saber humano puede ser utilizado con fines inhumanos.
– Y, para terminar, resulta odioso cuando habla de «supuestos programas de tortura» como si la existencia de los hechos que dice condenar no estuviese probada aún, en momentos en que Physicians for Human Rights publica un abrumador informe titulado Experiments in Torture.
Lo que aún está por aclarar es el papel del profesor Seligman.
Thierry Meyssan
[1] «El secreto de Guantánamo », por Thierry Meyssan, Однако/Red Voltaire , 6 de noviembre de 2009.
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