¿Qué está pasando en Siria? Miles de personas han muerto en un año. Pero, ¿quién las ha matado? Los testimonios que estamos publicando son representativos del drama actual. Suha Mustafa entrevista a sobrevivientes de los enfrentamientos. Pero no precisamente a los que las agencias de prensa occidentales utilizan y presentan bajo las luces de sus proyectores en Turquía y Jordania, sino a simples pobladores que huyen de los combates.
La bala penetró en el cuerpo de mi hermano y explotó en sus pulmones, dice un joven cristiano que logró escapar de Kossayr (o Qusayr) y venir a Damasco. Mi hermano, agrega, era ingeniero civil. Aquel 18 de febrero de 2012 vino hasta Kossayr para despedirse de nosotros antes de volver a Alemania, donde estaba continuando sus estudios. Al llegar a la ciudad aquel día se vio en medio de un enfrentamiento entre las fuerzas del orden y milicias terroristas. No lejos de la casa, un policía gravemente herido necesitaba ayuda. Mi hermano fue hacia él para prestarle auxilio. Pero no sabía que le esperaba la muerte. Le disparó un francotirador.
Kossayr es hoy una ciudad fantasma. Fue en Damasco donde nos reunimos con este joven cristiano, que prefiere mantenerse anónimo. Nos propuso que lo acompañásemos en la capital, donde se han refugiado sus amigos y vecinos, cerca de 150 familias cristianas.
La vida en Kossayr se ha vuelto insoportable a raíz del aumento de la violencia. Las milicias corean consignas confesionales, llaman a expulsar de la ciudad a todas las minorías étnicas o religiosas, concluye el joven.
Nuestro interlocutor se dirige a un periodista francés: Yo he estado varias veces en Francia. He podido comprobar que, en general, los franceses son gente amable. Entonces, ¿por qué Sarkozy es así? ¿Por qué apoya a extremistas sanguinarios que tratan de masacrarnos?
Ante la ausencia de respuesta inmediata, sigue hablando: ¿Ustedes no sabían quizás como vivíamos en aquella pequeña ciudad cerca de la frontera con el Líbano?
La “revuelta” destruyó en esa ciudad siglos de buenas relaciones entre musulmanes y cristianos.
Al principio, las manifestaciones se desarrollaban sin violencia, hasta el momento en que intrusos barbudos, armados y violentos, hicieron su aparición en las calles. Fue en mayo de 2011.
Aquellos milicianos, muy excitados, comenzaron a destruir la ciudad, a secuestrar hombres para exigir rescates, comenzaron a saquear, a incendiar las casas y los comercios pertenecientes a todo el que se negaba a unirse a ellos, y sobre todo [arremetieron contra] los cristianos.
Los alauitas fueron sus primeras víctimas [1], después los cristianos [2], prosigue una señora que comparte un apartamento con otras dos familias, al igual que las otras 150 familias cristianas refugiadas en los alrededores de Damasco.
La dama agrega: Nos dio miedo cuando aquellos fanáticos de Alá se pusieron a gritar sus desgraciadamente famosas consignas delante de todo el mundo, «¡Los alauitas a los ataúdes y los cristianos a Beirut!». Sus dignatarios religiosos, en particular el jeque Arrur [3] –quien incita a esos jóvenes fanáticos a perpetrar crímenes– a través de la televisión saudita Wesal [4] —les prometieron que irían al paraíso si mataban a todos los «infieles».
A partir de aquel momento, nuestras vidas estaban seriamente amenazadas. Las familias alauitas sobrevivientes tuvieron que irse de la ciudad mucho antes que nosotros. Fue una depuración confesional. No nos quieren en la región. Y había que esperar lo peor.
La situación en el terreno iba empeorando con el paso de los días. Antes, la mayoría de los milicianos que sembraban el terror eran jóvenes, de entre 15 y 25 años, armados de fusiles kalachnikov. Ahora se ven hombres de más edad. Patrullan las calles en camionetas armadas de ametralladoras. E imponen su ley.
¿Y el ejército?, preguntamos a las familias que nos rodean.
Uno de los hombres nos responde. Para él, la intervención del ejército era necesaria, y la gente la reclamó. Pero los soldados no logran hacer frente y miles de ellos han muerto desde el comienzo de los incidentes. Los milicianos están mejor armados que ellos, no sólo disponen de armas pesadas sino también de sistemas de comunicación ultrasofisticados que no tiene el Estado [sirio].
Recientemente, varios días antes de que saliéramos de Kossayr, nos cuenta una muchacha, pude ver a dos hombres del barrio amarrados a dos grandes ruedas de tractor. Eran sunnitas, como los milicianos. Nosotros conocíamos a todo el mundo.
Los habían acusado falsamente de ser soplones de la policía política. En realidad sólo eran dos pacíficos padres de familia. Los milicianos los quemaron vivos, amarrados a las dos grandes ruedas de tractor. Nosotros sabemos que ellos no trabajaban para la policía. Eso no fue más que un pretexto. Los mataron por haberse negado a pagar el «impuesto revolucionario».
Lo cierto es, replica un hombre de unos cincuenta años, que de esos milicianos que estamos viendo desde hace cerca de un año no todos son sirios. Eso se nota en su acento y en su manera de vestirse. Algunos son libaneses provenientes de Wadi Khaled y de Arsal, dos pueblos fronterizos. Otros son árabes de diversas nacionalidades. Todos ellos han venido a Siria para crear aquí un emirato islámico. Por eso quieren expulsar del país a todos los que no son como ellos.
Pero no nos fuimos para ir a buscar refugio en el extranjero, como quieren los salafistas. Vinimos a Damasco en espera de tiempos mejores en que podamos regresar a nuestro pueblo, a nuestras casas, a Kossayr, porque somos cristianos, pero nacimos aquí, en este país que también nos pertenece.
[1] Los alauitas son musulmanes que rechazan la sharia y las obligaciones rituales. Los alauitas celebran las principales fiestas cristianas, sunnitas y chiitas. Hay alauitas en Turquía, Siria y Líbano. Los takfiristas, respaldados por las monarquías wahabitas (Arabia Saudita, Qatar, Emirato de Sharjah) los consideran como herejes que deben ser masacrados de forma prioritaria. En su llamado al derrocamiento de Bachar al-Assad, las monarquías wahabitas subrayan que al-Assad es un alauita y que hay demasiados alauitas en la cúspide del Estado sirio. La prensa occidental incluso identifica al régimen baasista con los alauitas, hipótesis que no resiste el más mínimo análisis.
[2] Fue en Damasco donde Cristo se manifestó ante Pablo de Tarso [Conocido también como San Pablo o San Pablo de Tarso. Nota del Traductor.]. Siria, cuna histórica del cristianismo, alberga la mayor comunidad de árabes cristianos. Estos representan el 16% de la población siria (fuente: CIA World Fact Book 2012). La mayoría de los cristianos sirios son ortodoxos.
[3] El jeque Adnan Arrur es un ex suboficial sirio refugiado en Arabia Saudita por razones vinculadas a sórdidos delitos comunes, sin la menor connotación política ni religiosa, y se ha convertido en jefe espiritual de la oposición armada siria..
[4] Wesal TV es uno de los principales medios de prensa que se dedican a sembrar el odio en el Medio Oriente. El objetivo de sus programas es denigrar a las diferentes denominaciones musulmanas no sunnitas, así como a los cristianos. Los imams de Wesal TV emiten frecuentes fatwas en las que proclaman que el asesinato de tal o más cual personalidad siria es lícito y conveniente.
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