No resulta exagerado decir que la embajadora de Estados Unidos en Líbano, la señora Maura Connelly, acaba de dar el pitazo de inicio del nuevo plan estadounidense tendiente a crear una situación de desorden en materia de seguridad y un ambiente de confrontación que lleve a un vacío en el país en ocasión de las elecciones legislativas. Se trata de una consulta electoral que Washington quiere que se realice en la fecha prevista, invocando para ello el respeto de los plazos constitucionales, cuando en realidad la está utilizando a favor de sus propios planes.
Los movimientos coordinados de los grupos extremistas takfiristas, sus discursos provocadores que exacerban las tensiones políticas y sus campañas mediáticas contra el Hezbollah son parte del plan estadounidense destinado a estimular la escalada en el terreno, con la complicidad activa de la Corriente del Futuro y de empresas mediáticas en cuyo seno trabajan enviados de los servicios de inteligencia estadounidenses destacados por el buró de comunicación estadounidense con base en Dubai. Durante los 2 últimos años, habían fracasado todos los esfuerzos de Estados Unidos por provocar una discordia sectaria.
Habría que interrogarse sobre la relación de los jeques Ahmad al-Assir y Dai al-Islam al-Chabal con Estados Unidos. Es clara la respuesta: esa relación se mantiene a través de quines financian desde el Golfo (Arabia Saudita, Qatar, los Emiratos Árabes Unidos, Kuwait y el clan Hariri en el Líbano) a esos dos dignatarios extremistas, ambos directamente vinculados con los estadounidenses, cuyas instrucciones cumplen al pie de la letra.
El plan consiste en asestar un golpe a varios pilares de la estabilidad libanesa, representada por la fórmula de poder instaurada en Líbano a partir de la formación del gobierno de Najib Mikati. La acción de Washington busca vincular entre sí los temas más explosivos de la región, esencialmente Siria, Irak, el Líbano y Jordania. Su objetivo es mejorar las condiciones de negociación para reforzar la influencia de sus colaboradores en la región, sobre todo teniendo en cuenta que esa influencia había disminuido seriamente a raíz de la retirada estadounidense de Irak y de las derrotas israelíes en Líbano y Palestina.
En ese contexto, [la embajadora] Maura Connelly transmitió al presidente de la República Michel Sleiman, al primer ministro Najib Mikati y al ministro del Interior Marwan Charbel, mensajes en los que demanda el comienzo de los preparativos para la realización de las elecciones legislativas en junio próximo en base a la ley de 1960. La razón es que el hecho de cambiar esa ley por otra diferente conduciría a un nuevo retroceso de la influencia de Washington y de sus aliados en Líbano y en la región, incluyendo a los centristas, cuyos lazos con Occidente ya no son un secreto para nadie. La demanda transmitida por la señora Connelly creó un clima eléctrico en el seno del gobierno libanés después de que los señores Sleiman, Mikati y Charbel cedieran a los «deseos» estadounidenses, que reflejan un cambio de táctica de parte de Estados Unidos, país que ha decidido dejar atrás los tiempos de la estabilidad y optar por la escalada en la región, desde Irak hasta el Líbano y pasando por Siria y Jordania.
El movimiento emprendido por el Consejo de Cooperación del Golfo para presionar al Líbano y amenazar de expulsión a miles de libaneses que trabajan en los países miembros del Consejo es uno de los elementos de ese plan. Lo mismo sucede con la feroz campaña tendiente a desacreditar al ministro [libanés] de Relaciones Exteriores, Adnane Mansour, y con las noticias sobre la purga contra el jefe de la diplomacia y los dos ministros del Hezbollah. Las filtraciones sobre la intención del presidente Sleiman de pedir a los ministros cercanos a él que demisionen son también parte de la misma maniobra. Todas esas medidas, si llegasen a aplicarse, significarían un golpe a la estabilidad gubernamental y política a los más altos niveles del Estado.
Esos datos prueban la existencia de un plan estadounidense de desestabilización cuyo objetivo es ampliar el campo de batalla sirio extendiéndolo al Líbano, para poner sobre la mesa de negociación el tema de las armas de la Resistencia. Y el objetivo final sería, por supuesto, garantizar la seguridad de Israel debilitando a la Resistencia.
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