El cortejo de viudas dolientes del mundo unipolar y su sucedáneo casero, los del sueño tecnocrático liberal, camino al cementerio, se ha enzarzado más que en una desavenencia ideológica en una disputa de comadres procurando explicar e identificar responsables de cómo empezó la corrupción, cómo se desarrolló y cómo es que no nos dimos cuenta.
Como si estuviéramos en la edad de la inocencia quieren hacernos creer que la mega corrupción que nos asola es producto de una desviación del modelo liberal que nos rige y no su consecuencia directa, cuando de lo que se trata es no de la corrupción del modelo, sino de que estamos inmersos en un modelo para la corrupción.
¿Quiénes a inicios de los 90 y acatando más que con fe, con sumisión completa los mandamientos del Consenso de Washington, demolieron el Instituto Nacional de Planificación y lo sustituyeron por el SNIP (“el maldito SNIP”)?, ¿quiénes implementaron el Sistema Integral de Administración Financiera –SIAF-, sistema bajo el cual no se gasta un solo sol sin que se sepa quién originó el gasto y en qué se gastó, sistema del cual puede decirse que constituye el único logro tecnocrático real, pero que además venía con un retraso considerable, ya que su antecedente temprano se aplicaba en Panamá desde por lo menos 10 años atrás?, ¿quiénes fueron los que dispusieron que todas estas funciones estuvieran únicamente bajo jurisdicción del MEF?, ¿quiénes obedecieron sin rechistar las disposiciones que a tal efecto daba el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional?, y, a modo de postre, ¿quiénes hicieron polvo la Contraloría General y designaron como su autoridad máxima a Víctor Caso Lay, fugado y preso por corrupto?. Finalmente ¿quiénes desde la academía, las ONG y la gran prensa callaron todo esto en 7 idiomas?, preguntamos: ¿pueden tener derecho a gimotear como Boabdil o merecen la misma réplica?
Y no será Jaime de Althaus quien deje de sorprendernos cuando con exceso de candor sostiene “que los casos de megacorrupción ocurrieron a pesar de y en contra de la opinión de la tecnocracia”, pues allí donde Althaus quiere ver oposición, y casi un acto de heroicidad, cualquier guionista de Netflix le dirá que simplemente se trataba de los reclamos y pequeñas zancadillas de un sector (tecnocrático además) que no habría sido considerado en el reparto de la torta, y que para eso estaba el organigrama del poder, para establecer a quiénes correspondía el bocado del tiburón y a quiénes el de las rémoras.
Observación final: lo más fantástico e increíble de todo es que luego de diseñar e implementar el modelo a nivel de toda América Latina -los estrategas del Imperio siempre hacen las cosas globalmente (podían hacerlo- ya no)- crearon para su control e infinitas posibilidades de desestabilización un único instrumento bajo control absoluto del amo imperial: el artículo 311 de la ley conocida como ACTA PATRIOTICA, por la cual todos los bancos del mundo deben informar al Departamento del Tesoro EEUU, de las transacciones que se realicen en dólares. Así que desde fines del año 2001, el Departamento del Tesoro, mes a mes estuvo en capacidad de identificar cada una de las redes de corrupción que se iban configurando en el mundo. Puesta la trampa sólo quedaba esperar cómo los ratones iban tras el queso. Ahora y en perspectiva luego de 15 años de estar bajo la mirada del Imperio, puede afirmarse que el desarrollo y crecimiento de estas redes estaba dentro de los cálculos del Imperio, y mientras no chocasen contra sus intereses fundamentales, tenían asegurada una mirada complaciente. Caso contrario les ocurriría lo que sucede en Brasil.
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