De la retaguardia soviética en los años de la Segunda Guerra Mundial se acostumbra a decir menos que de las operaciones desarrolladas por el Ejército Rojo. Lo cual es comprensible porque el desenlace de toda guerra se decide en primer término en los frentes.
De la retaguardia soviética en los años de la Segunda Guerra Mundial se acostumbra a decir menos que de las operaciones desarrolladas por el Ejército Rojo. Lo cual es comprensible porque el desenlace de toda guerra se decide en primer término en los frentes. Con todo, es precisamente en la retaguardia donde se hacía lo imposible, a costa de un esfuerzo sobrehumano, por que el Ejército tuviera armas, municiones, alimentos y uniforme.
Al desencadenarse la guerra, la Unión Soviética movilizó el engranaje nacional en su conjunto, antes que nada, la economía y el sector social. La consigna de la época era «¡Todo para el frente, todo para la victoria!» Mucha gente entregaba su dinero y joyas personales al fondo de la defensa, donaba la sangre y asistía en las actividades de defensa antiaérea. Millones de mujeres fueron enviadas para cavar las trincheras, fosos anticarro y otras fortificaciones defensivas.
Se procedió al traslado de las empresas hacia el Este, a las provincias del Volga, Urales y Siberia. La situación de la industria de defensa soviética en los primeros meses de la guerra era extremadamente complicada.
La Alemania nazi usaba en el conflicto los recursos de los Estados satélites y de las naciones ocupadas de Europa, lo cual le proporcionaba una considerable ventaja económica, mientras que la Unión Soviética tenía sus principales capacidades industriales concentradas en la parte occidental del país, en la línea de Leningrado-Moscú-Tula-Briansk-Jarkov-Dnepropetrovsk, de manera que más del 80% de las empresas de defensa, y en particular, un 94% de las plantas aeronáuticas se vieron al poco tiempo en la zona de las hostilidades o limítrofe con el frente.
Más de 2.000 fábricas fueron desplazadas hacia el Este en el período de 1941-1942 y tuvieron que salvar obstáculos enormes para reanudar las operaciones. Muchos obreros habían sido llamados a las filas o se habían enrolado como voluntarios, de modo que el trabajo en la retaguardia se endosó sobre las mujeres, ancianos y adolescentes que a menudo se veían obligados a colocarse encima de algún cajón para alcanzar el mango de la maquinaria. Esas personas muchas veces no tenían ninguna profesión fabril e iban aprendiendo sobre la marcha.
A pesar de la falta de equipos, materiales, energía eléctrica, piezas de repuesto y mano de obra cualificada, las fábricas se las ingeniaban para reanudar la producción en plazos muy reducidos. A menudo se planteaba la tarea de reiniciar las operaciones dos semanas después de efectuado el traslado. Algunas de las empresas evacuadas se ponían en marcha sobre las ruedas, a cielo descubierto.
La gente trabajaba catorce horas al día incluidos los fines de semana, sin vacaciones, en unas condiciones de sobrecarga física, estrés y escasez de alimentos. Sin reparar en los bombardeos aéreos que la Luftwaffe realizaba contra los centros industriales en la retaguardia soviética. Las fábricas de la zona del Volga, que producían carros de combate y aviones de guerra, fueron sometidas en primavera de 1943 a los bombardeos aéreos especialmente frecuentes.
Los obreros de la Fábrica No.85 de Briansk, que en aquellos años se encargaba de reparar los carros de combate y cañones autopropulsados, recuerdan que después de iniciada la guerra la empresa pasó a trabajar las veinticuatro horas al día. A pesar del bombardeo, la gente no abandonaba los talleres y seguía haciendo sus tareas. Nadie hablaba de la jornada laboral, uno continuaba trabajando mientras podía sostenerse en pie. De los fines de semana ni se acordaban.
Cuando la planta fue trasladada a la zona del Volga, hubo que trabajar a la intemperie, bajo la lluvia y la nieve. Operando en esas condiciones, la empresa consiguió en varios meses cuadruplicar el volumen de la producción en comparación con la época de preguerra.
En los Urales, antigua zona industrial de Rusia en la que se instalaron más de la mitad de las empresas evacuadas, fue creado un fuerte complejo económico de defensa. Era la única zona de la URSS que lo producía todo, empezando con los calcetines militares y terminando con la maquinaria más moderna. Hasta un 40% de la producción enviada al frente en los años de la guerra procedía de los Urales. Al mismo tiempo, se iban desarrollando las investigaciones fundamentales y aplicadas. Precisamente la zona de los Urales fue la cuna de los primeros obuses autopropulsados soviéticos en aquellos años.
Otra de las importantes bases de retaguardia era la República de Tatarstán, en la región del Volga. Más de 70 empresas se trasladaron a esa zona desde la parte occidental de la URSS. En Tatarstán se arraigó la industria aeronáutica, de construcciones navieras y de equipos, así como la producción de municiones. En la capital tártara, Kazan, se fabricaba el modelo legendario U-2, avión que enseguida se hizo imprescindible en el frente.
En un principio, esa nave no estaba habilitada para las misiones de combate y se usaba para el transporte de los heridos pero más tarde la transformaron en un bombardero ligero. Las «Tortugas Aéreas», que es como los rusos llamaban cariñosamente a los U-2, provocaban primero sonrisas escépticas entre los alemanes pero al poco tiempo, cuando los bombardeos nocturnos de las posiciones nazis se hicieron regulares, los mandos alemanes anunciaron una recompensa de 5.000 marcos para cualquiera que lograse derribar esos aviones.
Hacia finales de 1942, las empresas industriales de la URSS habían superado el nivel de la producción bélica de preguerra y para 1944 cubrían por completo las demandas del Ejército, aparte que los nuevos equipos militares desarrollados en el país resultaban más baratos y más sencillos que los alemanes. La Unión Soviética consiguió una superioridad económica sobre el adversario y pudo hacerlo gracias a la faena ardua de todos aquellos que estaban en la retaguardia.
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