El esfuerzo del gobierno británico por dramatizar los problemas de seguridad mediante la revelación del «complot del 10 de agosto» no parece haber fructificado. A través del Reino Unido, la opinión pública se interroga sobre la veracidad de una amenaza que ni siquiera logró que el primer ministro Tony Blair interrumpiera sus vacaciones. El embajador Craig Murray, a la cabeza de la rebelión de Whitehall contra el alineamiento británico con la política de Estados Unidos, expresa su escepticismo.
He leído con mucha atención todos los periódicos del domingo para tratar de distinguir la verdad entre la cantidad de páginas que afirman reportar en detalle sobre el supuesto plan de atentados con bombas. Contrariamente a la manada de supuestos expertos en seguridad que escriben los análisis mediáticos, tengo la ventaja de tener personalmente a mi alcance las más altas autorizaciones de acceso a material secreto por haber efectuado muchísimo trabajo profesional de análisis de información y por haber estado en el mismo centro de la propaganda mediática.
A mi entender, esta es la verdadera historia.
Ninguno de los supuestos terroristas preparó ninguna bomba. Ninguno de ellos había comprado un billete de avión. Muchos ni siquiera tenían pasaporte, lo cual quiere decir, teniendo en cuenta la «eficacia» de la agencia británica de entrega de pasaportes, que no hubiesen podido convertirse en piratas aéreos antes de mucho tiempo.
Al no existir bombas ni pasajes de avión y en muchos casos ni siquiera pasaporte, sería muy difícil convencer a un jurado, más allá de toda duda razonable, de que estos individuos hayan tenido en algún momento intenciones de cometer atentados suicidas, a pesar de las cosas raras que hayan podido afirmar en algún forum de Internet.
Además, muchos de los arrestados estaban vigilados desde hace más de un año –al igual que miles de musulmanes británicos, y que otros que no son musulmanes, como yo mismo. Según ese trabajo de vigilancia, nada indicaba la necesidad de arrestarlos.
Más tarde, un interrogatorio reveló detalles del impresionante complot tendiente a hacer explotar varios aviones, elemento que extrañamente no había aparecido nunca a través de todo un año de vigilancia. Claro, los interrogadores al servicio del dictador pakistaní saben cómo hacer hablar a la gente. Como yo mismo pude verlo en Uzbekistán, los métodos que utilizan permiten obtener las informaciones más extraordinarias. El interrogado tiende a decirles a los interrogadores todo lo que quieran saber, e incluso más, en su esfuerzo desesperado por detener o evitar la tortura. Pero eso no permite obtener la verdad.
El hombre que fue «interrogado» había huido del Reino Unido después de ser objeto de una orden de búsqueda para que testimoniara sobre el asesinato de su tío hace varios años. Ese factor permite albergar ciertas dudas sobre su credibilidad. También puede sugerir que factores de índole no política pueden haber influido en esas declaraciones. También se mencionan mucho las importantes transferencias de dinero fuera de la economía formal. Estas no son nada extraño dentro de la comunidad musulmana británica. Pero, aunque esa actividad tiene un carácter efectivamente delictivo, es sin embargo muy posible que no tenga nada que ver con el terrorismo.
Luego está la extraordinaria cuestión de la discusión entre Bush y Blair sobre posibles arrestos durante el fin de semana. ¿Por qué? Yo creo que la respuesta a esa pregunta está clara. Como los dos se encontraban ante una situación política y doméstica delicada, aspiraban a «otro 11 de septiembre». Por muy poco confiables que pudieran parecer, las informaciones provenientes de Pakistán les aportaron un nuevo 11 de septiembre para servírselo a los medios de difusión, que se tragaron de un golpe todo lo que les sirvieron.
Finalmente, está la inquietante agenda política de John Reid, ministro del Interior, con su discurso para advertirnos sobre el espantoso mal que nos amenaza y quejarse de que «algunos no entienden» la necesidad de renunciar a nuestras libertades tradicionales. Según su propia maquinaria de propaganda, Reid se quedó después en pie durante toda la noche para dirigir los arrestos personalmente. No hay prueba más flagrante de que nuestra policía ya no es más que un instrumento político. Al igual que en los más feroces regímenes, se tocó a las puertas a las 02:30. Entre las personas interrogadas se encontraba incluso una madre con un niño de seis semanas de nacido.
Para los que no lo conozcan, me parece necesario presentar a Reid. Estalinista endurecido con una larga reputación de violencia, en la universidad de Stirling era el «esbirro» del Partido Comunista (en la época en que el Partido Comunista dirigía el sindicato estudiantil de la universidad de Stirling, lo cual –no hay que olvidarlo– generaba una cantidad de dinero impresionante). Reid se encargaba de propinar palizas a los que se desviaban de la línea del Partido.
Ya nunca sabremos si alguna de las personas arrestadas habría fabricado algún día una bomba o comprado un pasaje de avión. La mayoría de ellas no corresponde al perfil del «asesino solitario» que podríamos esperar: es mínimo el porcentaje de terroristas kamikazes que tienen un matrimonio feliz y niños pequeños. Sabiendo que estaban bajo vigilancia y que ciertamente figuraban en las listas negras de los aeropuertos, no hubiese sido peligroso dejarlos avanzar más. Eso es lo que seguramente habríamos hecho con el IRA.
De todo esto, de lo único de lo que estoy completamente seguro es que el momento escogido responde a razones políticas. Se trata más de propaganda que de un complot terrorista. Del millar de musulmanes británicos detenidos en el marco de la ley antiterrorista sólo el 12% ha sido acusado en algún momento de algo concreto. Se trata pura y simplemente de una persecución contra los musulmanes a escala sorprendente. De los que han sido acusados, el 80% acaba por ser absuelto. La mayoría de los pocos condenados –apenas un 2% de los detenidos– lo ha sido no por algo vinculado al terrorismo sino por delitos menores que la policía descubrió al revisar con extremada minuciosidad sus vidas arruinadas.
Sean escépticos, muy pero muy escépticos.
Traducido al español por la Red Voltaire a partir de su propia versión al francés
– Sitio Internet del embajador Craig Murray
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