Hoy publicamos la segunda parte del estudio de Jeffrey Blankfort sobre las ambigüedades de Noam Chomsky. En la primera parte de su artículo, Blankfort evidenciaba el compromiso del profesor en defender las inversiones hacia Israel y la engañosa teoría de guardián de los pozos petroleros. En esta segunda parte, Blankfort se centra en otros dos dogmas: por un lado, argumenta que Israel, lejos de ser un activo estratégico para Estados Unidos, como Chomsky sostiene, es de hecho un obstáculo; por otro lado, plantea que no es Washington sino Israel mismo quien impide la resolución del conflicto israelo-palestino al querer ser simultáneamente un estado judío y el único estado en Palestina.
Foto arriba: Noam Chomsky. Ver igualmente la primera parte de este estudio: «Controlando la imagen: Noam Chomsky y el conflicto israelo-palestino.
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Hasta aquí, me he centrado en las opiniones de Chomsky (publicadas sean en la prensa o en conferencias).
Lamentablemente, como académico, comete los mismo fallos que han sido sucintamente descritos por Bruce Sharp en una página web en la que se examinan escritos previos de Chomsky sobre el genocidio de Camboya. Según Sharp, Chomsky ha escrito:
«no evalúa todas las fuentes para después determinar cuál de ellas soporta mejor la indagación lógica, sino que examina un puñado de relatos hasta que encuentra el que se ajusta a sus propias ideas preconcebidas sobre cuál debe ser la verdad; no deriva sus teorías de la evidencia, sino que recaba de manera selectiva la «evidencia» que sirve de apoyo a sus teorías e ignora el resto». [1].
«Sus errores (o omisiones de Chomsky) —añade Sharpe— radican precisamente en la misma parcialidad irreflexiva que él tanto critica en la prensa establecida y así, evalúa las historias conforme a un doble rasero (de un nivel bajo y las que proporcionan argumentos a su teoría).» [2]
Ciertamente no es Chomsky el único merecedor de tales críticas, pero dado su elevado estatus y credibilidad como académico, en su caso son de especial relevancia. Lo que Sharpe describe se acerca más a la labor de un fiscal en un juzgado que a la de de un historiador.
Es obvio que las cuestiones que rodean una resolución justa del conflicto israelo-palestino son complejas y controvertidas, pero deben ser analizadas y debatidas. Ahora bien, no todos los participantes en el debate lo hacen en los mismos términos: compete a los palestinos y no a los israelíes, a Chomsky, a Washington o al «consenso internacional» decidir sobre la cuestión palestina «del derecho al retorno».
La disyuntiva «un estado - dos estados» es otra cuestión estrechamente relacionada con la anterior pero aún más complicada, y sobre la que ni los palestinos están de acuerdo. Yo estoy a favor de un único estado, pero no es mi intención abogar por esta opción ahora, tan sólo quisiera presentar y exponer al lector la perspectiva de Chomsky. Ahora bien, dada la preponderancia de la narrativa sionista, ninguna de esas cuestiones mencionadas posee el potencial necesario para movilizar a la opinión pública estadounidense en su favor de manera significativa, o al menos no más allá de los intereses personales u ocultos en el desenlace final de ambas.
Las dos cuestiones interconectadas que, por el contrarío, sí podrían provocar esa movilización son:
1) Detener el flujo hacia Israel de fondos de origen fiscal. En vista de los profundos recortes que se están produciendo en todo el país en materia de salud, educación y pensiones, una propuesta para detener el envío de ayuda a Israel, que ya ha superado el listón de los 100.000 millones de dólares, sin duda contaría con adeptos. Esto incluiría, como ya está ocurriendo de manera limitada, poner fin a la inversión tanto pública como privada en Israel, en empresas israelíes y en compañías americanas que tienen relaciones comerciales con Israel. Es decir, supondría imponer sanciones que Chomsky no ve con buenos ojos.
2) Hacer patente y cuestionar el poder que el lobby pro-israelí detenta en el congreso y el control que ejerce sobre las políticas estadounidenses en Oriente Medio, ambas realidades que los «observadores políticos» de Washington y otros lugares tienden a aceptar como ineludibles, cosa que no hace Chomsky.
Chomsky sí que menciona de vez en cuando que la mayoría de los estadounidenses no se muestran precisamente entusiastas respecto a la ayuda a Israel, pero no va más allá. Excepción hecha de su fijación con los israelíes pilotando helicópteros estadounidenses, el relegar el potencial poder de las cuestiones de la ayuda y el lobby a los márgenes del discurso político ha sido esencial para Chomsky, puesto que esas cuestiones merman su análisis, según el cual sostiene que:
1. Israel es en esencia un estado-cliente de Estados Unidos, apoyado por Washington en virtud de sus «servicios» en calidad de «activo estratégico» [3] y «patrullero de servicio» [4] para los intereses estadounidenses en Oriente Medio y otros lugares.
2. La postura de «rechazo» adoptada por sucesivas administraciones estadounidenses y opuesta al establecimiento de un estado palestino es el primer obstáculo que bloquea la implantación de una «solución de dos estados». Lo que es más, Chomsky pretendería incluso hacernos creer que la política estadounidense, pese a que en ocasiones parezca lo contrario, ha apoyado una «gradual integración de los territorios ocupados dentro de Israel». [5]
3. Quienes critican al lobby pro-Israel han exagerado la influencia del mismo, pues éste es más bien un factor menor que puede hacer que se incline la balanza, pero en ningún caso un factor decisivo... [y] que su función es la de abrir el camino para que la influencia ideológica pueda ejercerse, poniéndose del lado del verdadero poder. [6]
Existe una cantidad ingente de evidencia que contradice lo expresado en estos tres puntos, evidencia proporcionada por académicos de prestigio expertos en la materia y de cuya existencia Chomsky es claramente consciente, puesto que los cita cuando le conviene, pero a los que elige ignorar. Dada la brevedad relativa de este artículo, no podré mencionar en él más que a unos cuantos.
La fantasiosa teoría del «activo estratégico»
En The Fateful Triangle (El triángulo fatal) (1983), Chomsky expresa claramente su argumento de que el apoyo de Estados Unidos a Israel se ha basado en el valor de éste último como «activo estratégico», y también lo ha reiterado en entrevistas y discursos hasta el momento en que la Unión Soviética dejó de ser una amenaza y se hicieron por tanto necesarias nuevas justificaciones:
Desde finales de la década de los 50... en el seno del gobierno de los Estados Unidos, comenzó a darse una aceptación creciente de la tesis israelí según la cual un Israel poderoso es un «activo estratégico» para los Estados Unidos, pues sirve de barrera ante las amenazas contra los intereses estadounidenses de nacionalistas radicales autóctonos, que podrían obtener el apoyo de la URSS. [7]
La escasa «evidencia» que ofrece Chomsky para respaldar esta afirmación hace ya tiempo que debiera haber despertado el escepticismo. Una cuestión a la que indefectiblemente alude es un Memorando del Consejo de Seguridad Nacional fechado en enero de 1958 que, según Chomsky, «concluye que el corolario lógico de la oposición al creciente nacionalismo árabe» sería «apoyar a Israel en tanto que única potencia pro-occidental que queda en Oriente Medio». [8]
Dada la importancia de la cuestión, cabría esperar que Chomsky recurriera a hechos más recientes. En el mismo año, en respuesta a una exitosa sublevación anticolonial contra los británicos en Irak y a los movimientos nacionalistas en Líbano, Eisenhower envió a los marines a aquel país para proteger los intereses estadounidenses de una supuesta amenaza, pero el uso de tropas israelíes parece que no se consideró.
El único «servicio» regional prestado por Israel a que hace referencia Chomsky fue la derrota de Egipto en 1967 (cuando Francia era el primer proveedor de armas de Israel), derrota claramente beneficiosa para los propios intereses israelíes y útil para disuadir al gobierno sirio de venir en ayuda de los palestinos cuando sufrieron el ataque del rey Hussein de Jordania en septiembre de 1970. Esta es la cuestión. Y además en este último caso, Israel no necesitó la ayuda de los Estados Unidos para emplear sus fuerzas a fin de evitar lo que ha pasado a la historia erróneamente (no en el caso de Chomsky) como un intento de la OLP de apoderarse de Jordania. [9]
Lo que Chomsky y los que reproducen como loros su análisis ignoran (puesto que no lo mencionan) son los otros factores que han influido en la singladura de la OLP, tales como disensiones internas en Palestina, el rechazo de las fuerzas aéreas sirias comandadas por Hafez Al-Assad, no precisamente amigo de la OLP, para proporcionar cobertura aérea, y las ventajas estratégicas de las fuerzas (fundamentalmente beduinas) de Jordania. Fue Henry Kissinger quien exageró el papel de Israel en el desenlace de la situación y como activo en el contexto de la Guerra Fría [10] e, irónicamente, es la posición de Kissinger la que Chomsky ha elevado a la categoría de «hecho».
Existe otro factor en torno al argumento de «activo estratégico» que suele pasarse por alto. Tal y como Camilla Mansour señala:
«estas luchas por conseguir influencia en la región se desarrollaban tan cerca de Israel que a menudo se relacionan (y en el caso de la crisis en Jordania la relación, en efecto, existía) con el conflicto árabe-israelí: para los estadounidenses, Israel se encontraba en la paradójica situación de ser un activo que mitigaba las amenazas para sus propios intereses y los de Estados Unidos, amenazas que por otra parte Israel mismo podía haber provocado con sus conflictos con los árabes». [11]
Esta opinión fue confirmada por Stephen Hillman, antiguo empleado del Comité de Relaciones Exteriores del Senado cuando escribió: «El servicio estratégico que Israel ha supuestamente prestado a Estados Unidos, actuando como barrera de contención frente a la penetración de los soviéticos en Oriente Medio, es necesario en primer lugar debido a la existencia de Israel, pero como resultado, los árabes se mostrarían mucho menos dóciles ante la influencia soviética…
Es cierto que Israel proporciona a Estados Unidos información e inteligencia militar muy valiosas y no sería descabellado pensar que Estados Unidos pudiera necesitar bases navales y aéreas en suelo israelí. Estos activos, en sí mismos…no parecen suficientes como para justificar el gasto de Estados Unidos en el periodo que va desde la fundación de Israel hasta 1980, que asciende a 13.000 millones de dólares en forma de asistencia militar y 5.500 millones de apoyo económico, haciendo de Israel el primer receptor de ayuda exterior estadounidense a gran distancia del segundo». [12] (Énfasis añadido).
Chomsky conoce bien el trabajo de Tillman y lo usó frecuentemente como referencia en The Fateful Triangle, pero sin incluir la cita anterior sino otras más de su agrado como el comentario del senador Henry "Scoop" Jackson, demócrata representante por Washington, que Chomsky incluyó en The Fateful Triangle y ha repetido prácticamente en todos sus libros, entrevistas y discursos sobre el conflicto israelo-palestino desde entonces. Según Jackson, el cometido de Israel ha sido «inhibir y contener los elementos irresponsables y radicales de ciertos estados árabes…que, si tuvieran la libertad de hacerlo, se convertirían en una amenaza grave para nuestras principales fuentes de petróleo en el Golfo Pérsico». [13]
Se refiere a la «alianza tácita entre Israel, Irán (bajo el Shah) y Arabia Saudí» pero no existe evidencia de que ninguno de los tres países haya jamás desempeñado ese papel. Cuando la primera administración Bush consideró que los recursos petrolíferos de la región se veían amenazados por la invasión iraquí de Kuwait en 1991, tomó cartas en el asunto y además hizo todo lo posible para que Israel no participara. Esto no ha disuadido a Chomsky de continuar con la misma historia.
La razón por la que cree que debiéramos dar crédito a la opinión de Jackson es que éste fue «el principal experto del senado en la materia (el petróleo)» en Fateful Triangle ( p. 535); «el experto del senado sobre Oriente Medio y la cuestión del petróleo» en Toward a New Cold War (Hacia una nueva guerra fría). (p. 315); «el principal especialista del senado sobre Oriente Medio y la cuestión del petróleo» en The New Intimada (La nueva intimada), (p .9) y Middle East Illusions (Ilusiones sobre Oriente Medio) (p. 179); «el mayor experto en el tema del petróleo» en Deterring Democracy (Miedo a la democracia) (P. 55), «el principal especialista del senado sobre Oriente Medio y la cuestión del petróleo» en Pirates and Emperors (Piratas y emperadores), (p. 165), y «una figura influyente preocupado por la cuestión de Oriente Medio» en (su último libro) Hegemony or Survival (Hegemonía o supervivencia) ( p.165).
Me detengo en las descripciones que Chomsky hace de Jackson porque son típicamente engañosas. Lo más cerca que Jackson ha estado de ser experto en la cuestión del petróleo es haber presidido en una ocasión una investigación a nivel nacional sobre prácticas relacionadas con el petróleo mientras estaba al frente del Comité interno del senado.
Aparte de ser conocido como «el senador Boeing» en alusión a los numerosos y lucrativos contratos que derivó hacia esa compañía mientras presidía el Comité de Servicios Armados del senado, el principal legado de Jackson es la de haber sido coautor de la enmienda Jackson-Vanik que hacía que el éxito de las negociaciones entre Estados Unidos y la URSS durante la Guerra Fría dependiera de que la Unión Soviética abriera sus puertas a los emigrantes judíos.
Obviamente, esto lo convirtió en el favorito del lobby pro-israelí y los judíos estadounidenses en general, lo que le supuso 523.778 dólares o el 24.9% del total de las contribuciones de campaña durante un periodo de cinco años. [14]. Contrario a la détente y un vehemente partidario de la Guerra Fría, fue «prácticamente el último demócrata en el senado que seguía apoyando la guerra [de Vietnam]». [15]. En tiempos más recientes se le ha vuelto a recordar como el santo patrón de los neoconservadores del congreso, tras haber iniciado a Richard Perle en la senda del mal.
Gracias a su apoyo del complejo bélico-industrial de Israel y Estados Unidos, los esfuerzos de Jackson no pasaron desapercibidos al influyente Instituto Judío para Cuestiones de Seguridad Nacional (JINSA en sus siglas en inglés), uno de los mayores promotores de la integración de las industrias armamentísticas de los Estados Unidos e Israel desde 1976. Otro ingrediente fundamental del lobby pro-Israel que Chomsky nunca ha mencionado. En 1982, se creó el Galardón por servicios distinguidos Henry M. “Scoop” Jackson y Jackson se convirtió en el primero en recibirlo. El galardonado más reciente ha sido su protegido, Perle.
Si Chomsky hubiera mencionado los antecedentes decididamente pro-israelíes de Jackson, sin duda se hubiera cuestionado la credibilidad del senador cuando menos, por no decir que la habría perdido.
A excepción de un puñado de leales que parecen hacerse eco de cada palabra que pronuncia Chomsky, sus opiniones sobre las relaciones árabe-israelíes no parecen agradar a sus colegas en el mundo académico, incluidos los que a grandes rasgos comparten con él una similar visión del mundo. El catedrático Ian Lustick, pese a no mencionarlo por nombre, estaba claramente refiriéndose a Chomsky cuando al ser entrevistado por Shibley Telhami en 2001 dijo:
«Los Estados Unidos tienen suficiente fuerza y riqueza para que incluso cuando se producen crisis como la invasión iraquí de Kuwait, que era claramente una crisis grave, pueda hacerles frente. Pero…la gran cuestión relativa a qué es lo que motiva a los Estados Unidos en casa ha girado en torno a dónde radica el compromiso estadounidense con Israel.
Verdaderamente éste ha sido el tema central y además existen visiones encontradas al respecto. Durante mucho tiempo, se sostenía que el compromiso con Israel era un corolario a los intereses estratégicos estadounidenses, que en esencia, los Estados Unidos veían a Israel como un instrumento de su estrategia de intereses más amplia que tenía por objetivo el contener a la Unión Soviética durante la Guerra Fría y después, el mantener el flujo del petróleo y reducir el terrorismo, etc.»
La verdad es que, simplemente, la teoría no funciona, porque Israel ha sido de gran utilidad estratégica durante varias etapas distintas, y en cambio en otras, no se ha considerado que fuera importante estratégicamente, y lo que es seguramente más importante, durante la Guerra Fría, las burocracias (el Departamento de Defensa y el Departamento de Estado) no veían a Israel como un activo estratégico e incluso hubo quien llegó a verlo como perjudicial. Así que del activo estratégico no es suficiente. [16]
Válido o no el argumento de que durante la Guerra Fría los Estados Unidos veían a Israel como un aliado digno de confianza contra los regímenes apoyados por los soviéticos de varios estados árabes, es un argumento que se ha desvanecido a la misma velocidad que lo ha hecho la URSS. Cuando Afif Safieh, el Representante de Palestina ante el Reino Unido y la Santa Sede visitó los Estados Unidos poco antes del derrumbe de la Unión Soviética, le sorprendió constatar que «en de los círculos partidarios de Israel…la mayor preocupación era la pérdida del “enemigo” y cómo ésta podría impactar en la "raison d’être”, la función estratégica y la utilidad de Israel para la política exterior estadounidense en calidad de bastión y activo estratégico para la contención del expansionismo soviético. Precisamente fue entonces cuando tomó forma la creación ideológica de una amenaza global alternativa: el peligro del Islam». [17]
El derrumbe soviético forzó no sólo al lobby pro-israelí, sino también a Chomsky a buscarse una nueva razón que justificara el continuado apoyo estadounidense; en el caso del lobby, para mantener y en el de Chomsky, para explicar los lazos entre Estados Unidos e Israel. Chomsky encontró esa razón en una declaración del antiguo jefe de la inteligencia israelí, Shlomo Gazit: el argumento sobre la Guerra Fría que Chomsky había esgrimido antes, ahora le resultaba «altamente engañoso», decantándose por «el análisis… de Gazit» quien escribió tras la desaparición de la URSS que:
«La principal tarea de Israel no ha cambiado en absoluto y sigue siendo de vital importancia: Su situación en el centro de un Oriente Medio eminentemente árabe y musulmán predestina a Israel a ser un denodado guardián de la estabilidad en todos los países de la zona. Su papel es el de proteger a los regímenes actuales, prevenir o detener el proceso de radicalización y bloquear la expansión del fundamentalismo religioso exaltado». [18]
«A lo que cabría añadir», escribió Chomsky en el prólogo a la nueva edición de The Fateful Triangle, «hacer el trabajo sucio que los Estados Unidos no son capaces de realizar debido a oposición popular u otros costes».[19] Chomsky todavía escribe como si estuviéramos en los setenta y ochenta, pero parece evidente que hoy en día, el «trabajo sucio» que los Estados Unidos está dispuesto a hacer por sí mismo es ilimitado. Por supuesto, cabe esperar de Gazit una excusa para justificar que se mantenga el apoyo estadounidense, pero, ¿la estabilidad? En todo caso, la presencia israelí en la región ha sido un factor determinante de la desestabilización en la misma y, en dos ocasiones, en 1967 y de nuevo en 1973, casi provocó una guerra nuclear (y lo que desde luego provocó fue un costoso embargo de petróleo). En los primeros días de la Guerra de Yom Kippur, cuando parecía que las tropas israelíes podrían acabar siendo derrotadas, supuestamente el ministro de defensa israelí, Moshe Dayan, se dejó llevar por el pánico y amenazó con usar armas atómicas en contra de Egipto si los Estados Unidos no suministraban a Israel urgentemente un cargamento de armas convencionales. La administración Nixon respondió con premura. [19]
Tal y como señala Mansour: «Al pedir armas a Washington tan precipitadamente, el gobierno israelí no se comportó como un activo estratégico sino como un protegido que temía, tal vez de manera exagerada, por su vida» [20]
Merece la pena recordar que no fue hasta la elección de Menachem Begin como primer ministro en 1978 que Israel comenzó a presentarse como un activo estadounidense. En una entrevista de enero de 1991 en el Journal of Palestine Studies, el general israelí retirado Matti Peled dijo que «el argumento de que Israel es un activo estratégico de los Estados Unidos, haciendo las veces de una especie de portaaviones estático, nunca no ha existido más que en la imaginación de Israel. El primer ministro Begin fue el primero en aventurar que ese era el papel de Israel como una manera de justificar los golosos préstamos concedidos a Israel para la compra de material bélico estadounidense… La crisis de Kuwait ha demostrado que ese argumento era falso…Los contratos de compraventa de armamento fueron beneficiosos para Estados Unidos porque resultaron en mayores ventas de armas a sus aliados árabes»
El popular Piratas y Emperadores de Chomsky, publicado en 1986 y en posteriores ediciones hasta 2002, contenía una teoría sobre el «activo estratégico» que parecía inflada a base de esteroides. En una de las cinco referencias a cómo Israel presta ese servicio, Chomsky escribió lo siguiente: «Los Estados Unidos han tratado consistentemente de mantener viva la confrontación militar y de garantizar que Israel continúa siendo un “activo estratégico”. Según este concepto, Israel es una nación altamente militarizada, tecnológicamente avanzada, un estado paria con pocas posibilidades de tener una economía independiente a excepción de su producción de alta tecnología (a menudo en colaboración con Estados Unidos), absolutamente dependiente de Estados Unidos y por tanto digna de confianza, al servicio de las necesidades estadounidenses como "patrullero de servicio" en la zona y como estado mercenario empleado por los Estados Unidos para servir a sus intereses en otros lugares…» [21]
Chomsky no podría haber cometido un error mayor: gracias al apoyo político de los Estados Unidos, Israel no es en absoluto un "estado paria" sino que disfruta del estatus de nación favorecida de cara a la Unión Europea, su primer socio comercial, y su industria armamentística, pese a la creciente integración con la estadounidense, es una de las mayores de todo el mundo y compite con la de Estados Unidos en el mercado mundial. Israel posee además uno de los más importantes centros de alta tecnología doméstica. Así pues, no se trata en absoluto de una nación sometida a los deseos de los Estados Unidos, por más que eso sea lo que Chomsky sugiere. Y lo que es más, si bien el ejército israelí y sus fabricantes de armas han servido a los intereses estadounidenses en Latinoamérica y África desde los sesenta hasta principios de los ochenta, lo hicieron por propio interés dándose la feliz casualidad de que coincidía con el de Estados Unidos.
La supuesta utilidad de Israel para Estados Unidos se ha visto desmentida desde dos perspectivas distintas. La respuesta de Harold Brown, secretario de defensa de Jimmy Carter, a la propuesta de su homónimo israelí (Seymour Hersh) para que los dos países planificaran una ofensiva nuclear conjunta contra la Unión Soviética en caso de guerra fue que «la administración no desearía verse envuelta en un conflicto entre Israel y la Unión Soviética. El concepto de Israel como activo estratégico me parece descabellado: los israelíes dicen: “dejad que os ayudemos” y al final acabamos siendo un instrumento en sus manos. Ellos tienen sus propios intereses en materia de seguridad, nosotros tenemos los nuestros y unos y otros no son idénticos». [22]
La catedrática Cheryl Rubenber cuestionó el planteamiento de Chomsky desde otra perspectiva: «Las restricciones de la diplomacia estadounidense en Oriente Medio en virtud de la relación con Israel han impedido a Washington alcanzar una relación de trabajo estable y constructiva con los estados árabes, un requisito indispensable para conseguir los intereses estadounidenses en la zona… Incluso los regímenes que trataron de acercarse a Washington pese a la alianza entre Estados Unidos e Israel se vieron limitados a la hora de normalizar y hacer públicos sus vínculos por miedo a la oposición interna que desataría declarar abiertamente su afiliación con Estados Unidos». Esta no es la única manera en que los intereses comerciales y empresariales de Estados Unidos en Oriente Medio se han visto constreñidos… Por citar un ejemplo: como resultado de la presión ejercida por grupos pro-israelíes sobre el congreso, se aprobó un conjunto de leyes anti-boicot que limitaba considerablemente las oportunidades para las empresas [estadounidenses] en el mundo árabe. En consecuencia, las compañías estadounidenses y la economía del país sufrieron unas pérdidas anuales estimadas en mil millones de dólares. [23]
La legislación anti-boicot se ha utilizado con éxito para demandar a empresas estadounidenses a lo largo de los años y en estos momentos está siendo empleada por los partidarios de Israel en el congreso para contener los esfuerzos de los activistas estadounidenses que pretenden instigar un boicot a los productos israelíes en Estados Unidos. No es necesario preguntar a Chomsky cuál es su opinión al respecto.
Rubenberg, además, enfatiza otra cuestión mencionada también por otros: «¿Cómo puede Israel, comprometida con políticas que a priori garantizan la perpetuidad de la inestabilidad regional, ser considerada como un activo estratégico para los intereses americanos?» [25]
En la era post-soviética, Chomsky podría haber recabado apoyo para sus opiniones en las del neoliberal empedernido Douglas Feith, puesto que, con ligeras modificaciones, el siguiente fragmento escrito por el secretario adjunto de defensa en el número de primavera de 2004 de la Harvard Law Review podría perfectamente llevar la firma de Chomsky:
«Por toda una serie de razones, desde el derrumbe de la Unión Soviética, Israel ha continuado siendo relevante desde un punto de vista estratégico… Su situación geográfica garantiza que siga siendo importante a los ojos de Estados Unidos, incluso si la Unión Soviética ya no existe, pues Oriente Medio continúa siendo vital para Estados Unidos como fuente primordial de sus importaciones de crudo…Israel ha sido un aliado fiel y, por medio de su poderío, ha constituido una fuerza estabilizadora en una región muy volátil. Pese a que la existencia de Israel ha alimentado numerosos conflictos en Oriente Medio, desde la perspectiva del gobierno estadounidense, la destrucción de Israel, la única democracia liberal en la región, no es una opción estratégicamente admisible. Basándonos en el principio de que Israel ha venido para quedarse y debiera quedarse, la ayuda estadounidense a Israel ha producido significativos dividendos estratégicos a los Estados Unidos: al crear un desequilibrio de poder en la región a favor de Israel, la ayuda ha servicio para poner coto a las agresiones militares de los árabes y evitado situaciones como por ejemplo una guerra abierta entre Israel y sus vecinos, que hubieran requerido el despliegue de tropas americanas en Oriente Medio» (Énfasis añadido)
Este último párrafo es bastante interesante: La cita de Feith no sólo refuerza las citas anteriores de Hilman, Mansour y Rubenberg sobre la existencia de Israel como fuente de inestabilidad en la región, sino que sugiere que Israel ha sido justamente recompensada por haber evitado otra guerra que su propia presencia hubiera desatado. Eso sí que es tener cara.
La teoría del rechazo
«En el mundo real», dice Chomsky, «la barrera más importante contra la “visión emergente” [de la propuesta de la Liga Árabe a favor de una paz y reconocimiento plenos a cambio de una retirada israelí] ha sido, y continúa siendo el rechazo unilateral de Estados Unidos». (Énfasis añadido). [26] Chomsky pretende hacernos creer que son los Estados Unidos y no Israel quienes impiden un acuerdo pacífico –si no justo- para poner fin al conflicto israelo-palestino. No obstante, lo que no es capaz de hacer en ningún momento, pese a lo prolífico de su producción, es explicar por qué esta solución interferiría en vez de reforzar el poder estadounidense en Oriente Medio, puesto que el propuesto estado palestino, tal y como Chomsky mismo reconoce a menudo, sería débil y dependiente para su supervivencia económica de Israel, Estados Unidos y otros países árabes.
Al repetirlo una y otra vez, a menudo varias veces en la misma página, Chomsky ha hecho que la etiqueta del «rechazo» de los Estados Unidos se convierta en indeleble y lo que sí ha conseguido es establecer su propia definición del término, otro «hombre de paja» al que le puede sacar el relleno como si fuera real. Para ello han sido necesario tanto moverse con agilidad como ignorar la realidad constatada de que todos los presidentes de Estados Unidos, empezando por Richard Nixon, han tratado de conseguir que Israel se retire de los territorios ocupados en 1967, si bien es cierto que ahora, tras una serie de fracasos, los esfuerzos de la Casa Blanca se han visto reducidos a un mero goteo.
Estos «planes de paz» como se han dado en llamar no se iniciaron para beneficio de los palestinos sino para pacificar el área conforme a los intereses americanos en la región y a nivel global, que se han visto afectados negativamente por la continua ocupación israelí tal y como se ha descrito. Conforme a esos planes, los palestinos de Cisjordania acabarían una vez más bajo soberanía de Jordania y los de Gaza bajo la de Egipto. Con excepción de los de Camp David, en que Israel resultó el vencedor indiscutible, todos los planes han quedado en agua de borrajas: «¿Qué fue de todos aquellos planes tan bonitos?» se preguntaba el periodista israelí y pacifista Uri Avnery. «Los gobiernos de Israel han movilizado el poder colectivo de los judíos de aquel país, quienes en gran medida dominan el congreso y los medios, en contra de dichos planes. Enfrentados a esta feroz oposición, todos los presidentes, grandes y pequeños, los jugadores de fútbol americano y las estrellas de cine se han retirado uno detrás de otro» [27]
El origen del término «rechazo» es importante. Chomsky lo acuñó a partir de lo que los partidarios de Israel, Chomsky entre ellos, denominaban en los setenta el «frente del rechazo» palestino, el término utilizado para describir a las organizaciones palestinas de resistencia como el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP) y otros grupos menores, que rechazaban la existencia de Israel como un estado judío y exigían el establecimiento de un estado secular democrático en el territorio histórico de Palestina, una posición a la que Chomsky, entonces como ahora, se oponía.
En 1975, Chomsky consideró la posibilidad de «un estado unitario, secular y democrático en la Palestina del Mandato…un ejercicio inútil. Es interesante que este objetivo sea defendido de un modo u otro por encarnizados antagonistas: La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y los elementos expansionistas dentro de Israel. Pero los documentos de la primera sugieren que lo que tienen en mente es un estado árabe que concederá derechos civiles a los judíos, y las declaraciones de los defensores del Gran Israel tampoco dejan dudas sobre el hecho de que sus pensamientos transcurren por un camino paralelo, siendo tan sólo necesario intercambiar la palabra “árabe” por judío”». [24]
La lucha palestina, de hecho, no se hizo aceptable a los ojos de Chomsky hasta que no aceptó la exigencia americano-israelí de que la OLP reconociera la legitimidad de Israel conforme a las fronteras de 1967. El hecho de que considere el deseo de los palestinos de recuperar su tierra y el programa de los colonos israelíes más radicales como equivalentes, es también bastante esclarecedor. Otra pieza del puzzle que encaja. En un escrito de 1974 lo expresa claramente: «Los grupos palestinos que se han ido consolidando en los últimos años aducen que se podría rectificar esta injusticia estableciendo un estado secular y democrático en toda Palestina, pero reconocen honestamente, insisten de hecho en que esto requeriría la eliminación de las "instituciones políticas, militares, sociales, sindicales y culturales de Israel". Incluso en el hipotético caso de que los medios propuestos a tal efecto estuvieran disponibles, insisto en ello: incluso en el hipotético caso de que los medios propuestos a tal efecto estuvieran disponibles, esto implicaría la destrucción violenta de una sociedad unificada, de sus gentes y sus instituciones, una consecuencia inaceptable para la opinión civilizada de izquierdas, o de cualquier otro signo» (Énfasis en el original) [25]
Parece ser que la «opinión civilizada», en términos de Chomsky, excluía por completo al mundo árabe y a gran parte del Tercer Mundo, por lo menos en número suficiente como para que la Asamblea General de Naciones Unidas decidiera en 1975, por abrumadora mayoría, que el sionismo es una forma de racismo. Su «opinión civilizada» tampoco consideraba la expulsión de los palestinos como una «consecuencia inaceptable» del establecimiento del estado judío.
Esforzándose por dar imagen de ecuanimidad, asimila el rechazo del estado palestino con el rechazo de un estado israelí judío y declara que los Estados Unidos practican el «rechazo» en base a que no han exigido el establecimiento de un estado palestino en Cijosdarnia y la franja de Gaza. Esto le permite ignorar el objetivo estadounidense: conseguir que Israel se retire a las fronteras previas a 1967 como forma de mejorar las relaciones americanas y la estabilidad de sus fuentes de petróleo.
Esto no solo hace a Estados Unidos culpable de «rechazo» según la definición de Chomsky, sino que también sitúa la Resolución 242 en esa misma categoría: Admitiendo que la resolución aprobada cinco meses después de la guerra de 1967 pretendía restaurar el estatus quo anterior a ésta, «es importante recordar que la 242 era puro rechazo, utilizando el término de manera neutra para referirme al rechazo de los derechos nacionales de ambas partes en la antigua Palestina, no sólo al rechazo de los derechos de los judíos, como comúnmente se entiende el término.» [26]
Sin embargo, el uso que Chomsky hace aquí de términos inflamatorios tales como “racista” enmascara el hecho de que desde la perspectiva palestina, es Chomsky el culpable de rechazo. A principios de los setenta, el movimiento nacionalista palestino no exigía un estado separado en Cisjordania y Gaza sino la vuelta a sus tierras, de las que 750.000 palestinos habían huido o sido expulsados, y no 2000 sino 20 años atrás. Los derechos nacionales palestinos (o lo que quedó de ellos) no resultaron aceptables para Chomsky hasta que la OLP renunció a su exigencia de derechos nacionales sobre todo el territorio de la antigua Palestina, a cambio de una identidad truncada al otro lado de la Línea Verde (1967).
©
Traducido del inglés por Helena Álvarez de la Miyar.
Informe de Prensa Internacional.
Biografía
Noam Chomsky nació el 7 de diciembre de 1928 en Filadelfia (Pensilvania), hijo del doctor William (Zev) Chomsky (estudioso de la lengua Hebrea y uno de sus más distinguidos gramáticos) y de Elsie Simonofsky, maestra de hebreo. Ambos eran inmigrantes judío-ucranianos. Estudió filosofía, lingüística y matemática en la Universidad de Pensilvania desde 1945. Allí estuvo bajo la tutela del profesor Zellig Harris (también inmigrante judío-ucraniano, fundador del primer departamento especializado en lingüística en Norteamérica); tanto Harris como Elsie influyeron, más que Zev, en la formación de su ideología política. De hecho, Chomsky comenzó a tomar clases de matemáticas y filosofía por influencia de Harris. Recibió su doctorado en 1955, habiendo llevado a cabo la mayor parte de sus investigaciones en la Universidad de Harvard durante los cuatro años anteriores.
En su tesis doctoral comenzó a desarrollar algunas de sus ideas en lingüística, elaborándolas luego en su libro Estructuras sintácticas, posiblemente su trabajo más conocido en este campo. Sus planteamientos lingüísticos han revolucionado muchos puntos clave del estudio del lenguaje humano, que se han visto plasmados en la Teoría de la Gramática Transformacional y Generativa.
Es profesor del Massachusetts Institute of Technology (MIT) desde 1955, donde ocupó la cátedra Ferrari P. Ward de Lenguaje Moderno y Lingüística de 1966 a 1976.
Fuente: Enciclopedia electrónica wikipedia.
© Foto: Copyright Agencia IPI.
[1] www.mekong.net/cambodia/archive/chomsky.htm. May 25, 1995
[2] ibid., May 27, 1995
[3] Fateful Triangle, p. 17 ff
[4] Pirates and Emperors, p. 117
[5] Fateful Triangle, p. xii
[6] Left Hook, Feb, 4, 2004
[7] The Fateful Triangle, p.20
[8] ibid., p. 21; MEI, p. 176
[9] ibid, p.21 , Hegemony or Survival, Henry Holt, New York, p. 264
[10] Camille Mansour, Beyond Alliance: Israel and US Foreign Policy, Columbia University, New York, 1994, p. 103-104
[11] ibid., p. 103-104
[12] Seth Tillman, The United States and the Middle East, Indiana Univ., Bloomington, 1982, pp. 52-53
[13] Fateful Triangle, p. 535
[14] Harry Kreisler, US Foreign Policy and the Search for Peace in the Middle East: Ian Lustick in Conversation with Shibley Telhami, Anwar Sadat Chair for Peace and Development, University of Maryland, College Park; Nov. 8, 2001
[15] Rome and its Belligerent Sparta, www.bethlehemmedia.net/features.htm
[16] Fateful Triangle, p. xii; Middle East Illusions, p. 177
[17] ibid., p. xiii
[18] Stephen Green, Living by the Sword: Israel and the US in the Middle East, Amana, Brattleboro, VT, 1988, p. 91. Seymour Hersh, The Sampson Option, pp. 225ff, Avner Cohen, New York Times, Oct. 6, 2003
[19] Mansour, op. cit., p. 111
[20] Pirates and Emperors, op. cit.
[21] Hersh, op.cit., p. 270
[22] Cheryl Rubenberg, Israel and the American National Interest, Univ. of Illinois. Urbana and Chicago, 1986, pp.6-7
[23] Middle East Illusions, p. 229
[24] Ha’aretz, March 6, 1991
[25] Ha’aretz, March 6, 1991
[26] The New Intifada, p. 10
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